RESTAURADOS POR LA MISERICORDIA DEL PADRE Lc 15, 1-32
RESTAURADOS POR LA MISERICORDIA DEL PADRE
Lc 15, 1-32
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Luis Fer- Florecita |
Las tres maravillosas lecciones que nos enseña Jesús sobre la misericordia del Padre nos pone en una óptica estratégica distinta y más cercana a la imagen de un Dios que tal vez no hemos aprendido. Las parábolas nos muestra a un Padre que no da por perdido a ninguno de sus hijos, aunque le toque asumir riesgos (vv. 3-7), que no se cansa de buscarlo a tiempo y destiempo, pues quizás mañana puede llegar a ser tarde (vv. 8-10); que a pesar de las actitudes indiferentes de sus hijos, menor y mayor, los recibe con brazos abiertos, con alegría invitándolos a disfrutar de un nuevo proyecto de vida (vv. 11-32). La misericordia del Padre no nos aleja de él, por el contrario nos restaura, nos abraza para que caminemos con sentido y realización en nuestra vida, permitiéndonos experimentar una nueva relación movida por fuerza de la libertad, la alegría y el amor. Esta es la enseñanza que Jesús da a los escribas y fariseos que murmuraban y criticaban contra él por querer mostrar a un Dios cercano, enamorado de sus hijos, desbordado de misericordia a fin de que despertemos a un nuevo tiempo a una nueva vida donde crezca la fraternidad y se fortalezcan las relaciones humanas. Veamos cómo somos restaurados por la misericordia del Padre:
1. Superando la torpeza de la autosuficiencia: Nos encontramos en un mundo que lamentablemente se quiere mover más por la fuerza negativa de la indiferencia, el egoísmo, la obsesión de tener más sin interesar por dónde hay que pasar o a quién debemos pisar para lograr los objetivos y desarrollar la supuesta imagen de libertad que nos hemos creado (vv. 12). Hemos caído en la torpeza de la autosuficiencia, de la envidia, del excesivo silencio que nos impiden crecer y avanzar en nuestras relaciones humanas y en el conocimiento de nuevos aprendizajes que den un nuevo sentido de esperanza a nuestra sociedad. Algunos asumen la actitud de creer que todo lo saben, que lo único que existe son sus pensamientos e ideas; otros encarnan hábitos de agresividad, rigidez escondiendo el valor de los abrazos, el diálogo, la comprensión (vv. 28); en tanto otros deciden asumir una actitud sumisa y pasiva, aparentan estar cercanos y muy instruidos, pero ante el compromiso y la responsabilidad por acoger y solidarizarse por los demás inventan conflictos o excusas para no participar de esta fiesta.
Para disfrutar del regalo de la misericordia del Padre es importante comenzar por superar la autosuficiencia, la prepotencia y la imagen del menor esfuerzo (vv. 12.29) sin condiciones. Pretender mantenernos en una actitud arrogante sólo actuaremos como el hijo menor, que después de haber pedido su herencia (matando a su padre en vida), la despilfarró, sucumbiendo en el fracaso, en la pérdida de la dignidad, mendigando el alimento que abundaba en él, sin dinero, sin proyecto de vida (vv. 15-16). De esta manera, recapacita por el hambre, no tanto por la conversión, decidiendo que la mejor salida es volver a casa, aunque fuera tratado como un jornalero. Superar la torpeza de la autosuficiencia es comenzar el maravilloso viaje hacia la misericordia del Padre. Por su puesto que habrán algunos que preferirán mantenerse en la actitud arrogante en lugar de aceptar y recibir el amor desbordado de Dios perdiéndose la gracia de su misericordia y de su generosidad que no tiene límites por la obra que él más ama: tu y yo.
2. Recibir las acciones de misericordia: La misericordia es la manera como Dios expresa la ternura, la maternidad por sus hijos, aunque nuestros actos y acciones no hayan sido las mejores. La misericordia es el reflejo que Dios tiene útero y, por ello siente el dolor físico con agudos retorcijones internos, saliendo al encuentro de sus hijos a fin de que nosotros podamos nacer a un nuevo tiempo y lleguemos a entregarnos sin escatimar nada. El evangelio de Lucas (vv. 20-24. 31-32) nos deja ver las acciones de un Padre misericordioso con sus hijos. El Padre lo ve, lo divisa, no es indiferente como afirmando que aquel hijo a pesar de su pecado sigue estando presente es importante; corre, una forma impropia de un anciano, pero el corazón conmovido no se frena ante ningún impedimento externo; se echó al cuello, lo abrazó y lo besó efusivamente aun cuando su aroma corporal no era el mejor, venía de las porquerizas y de tierra extranjera cargando el fracaso. Pero la misericordia es todavía más grande e inigualable, le pone un nuevo vestido restituyéndole la dignidad; le pone un anillo restaurándole su posición como heredero de la casa, es decir confiándole sus bienes, ofreciendo una nueva oportunidad para plantear nuevas metas y desarrollar con eficacia un nuevo proyecto de vida; le puso sandalias como muestra de que era un hombre libre para hacer el bien promoviendo a otros hacia este camino de restauración misericordiosa; hizo una fiesta manifestando la alegría, la felicidad de todos. Estas acciones nos impulsan a acogerlas para darnos también la oportunidad de comenzar un nuevo tiempo en nuestra vida, generando ambientes más sanos y favorables para todos.
No saber recibir las acciones de misericordia nos puede llegar a irritar como al hijo mayor que no quería participar de la fiesta. Sin embargo, para él también había mucho de esta maravillosa gracia. Muchos actúan con arrogancia, con vanidad espiritual, engreídos, ocupados en sus propios asuntos (estaba en el campo) porque asumen actividades y roles de servicio en su casa o en su comunidad creyéndose bueno y mejor que los demás, pero no han podido experimentar el amor misericordioso del Padre (El hijo mayor también había recibido parte de la herencia haciendo más importante la herencia que el amor del Padre). Eso parece que le sucedía al hijo mayor, quien estando en su casa veía a su progenitor como un patrón o un jefe lejano al que debía darle cuenta de sus actos y, al efecto no podía disfrutar de su misericordia. Por eso, no podía comprender las acciones misericordiosas de su padre, con su hermano, prefiriendo no participar ni sacar tiempo para la celebración y la comunión de amar. Quien desconoce la fraternidad, desconoce la paternidad. Pero, el padre sale (vv. 28) también a buscarlo, dejando a otros, como la imagen de la oveja perdida para que pueda gozar de la alegría y de la felicidad de estar en relación con los demás; escucha sus reproches y desacuerdos muestra de quien no a experimentado el amor del Padre (vv. 29-30); lo anima...todo lo mío es tuyo...para que no se pierda de esta oportunidad de celebrar y compartir la vida con los demás; y lo deja en la libertad para decidir si quiere o no participar de esta fiesta maravillosa de la misericordia. De esta manera, recibir la misericordia del Padre es decidir dejarse restaurar por el corazón misericordioso del Padre, actuando con dignidad de hijo y compartiendo todos los bienes con los demás, celebrando las alegrías, las metas y los alcances de los hermanos, una actitud que fortalecerá y mejorará la calidad de vida de todos los seres humanos.
3. Entrar en la dinámica de la misericordia: Comenzar un nuevo estilo de vida a la manera de la misericordia es un paso definitivo para desarrollar nuestra libertad como hijos, como personas que deseamos crecer integralmente, avanzando hacia las metas y proyectos de vida propuestos. Entrar en la dinámica de la misericordia es fortalecer las relaciones humanas, donde aprendemos a reconciliarnos, a perdonarnos, a escucharnos, mejoramos la comunicación, restauramos la confianza, la amabilidad y la solidaridad en beneficio hacia los demás. Es asumir con responsabilidad y decisión todas nuestras acciones a fin de mejorar los ambientes donde pertenecemos, facilitando el progreso de todos. La fuerza de la misericordia nos mueve a acoger y promover a otros para que también lleguen a cumplir sus metas y sus sueños. Por tanto, somos restaurados por la misericordia de un Padre que no agota nada para continuar dándonos lo mejor para que actuemos con libertad, amor y felicidad.
Luis Fernando Castro Parra. Teólogo- Magister en Familia
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