LA PRESENCIA DEL ESPÍRITU PARÁCLITO Jn 14, 15-21

LA PRESENCIA DEL ESPÍRITU PARÁCLITO
Jn 14, 15-21

Luis Fernando Castro Parra
TEÓLOGO
Estamos en la certeza que, como seres humanos, no estamos solos. Sin embargo, hay momentos y episodios de nuestra vida que parece que no sabemos cómo actuar, ni cómo salir de las encrucijadas vitales que son inevitables en el transcurrir cotidiano, nos sentimos solos, abandonados, impotentes, huérfanos para responder a los desafíos que nos propone la vida y para desarrollar la misión, el proyecto que hemos establecido o que nos han encomendado. A la Luz de la Palabra de Dios, Jesús en un ambiente del cenáculo, reunido con sus discípulos, anuncia su paso de este mundo al Padre, dejando la promesa del otro Paráclito (Consolador): El Espíritu de la Verdad. Veamos: 

1. Dejarse conducir por el Amor (vv. 15.21): La importancia de amar nos mantiene en estrecha relación consigo mismo, con los demás y también con la acción creadora de Dios. El amar no consiste en expresar solamente palabras, sentimientos o hacer presente recuerdos y detalles. El amar es una locura del Espíritu, un fuego inextinguible, que no descansa, que no tiene reposo, es un gran motivo de celebración cotidiana que nos conduce y nos ayuda a llevar a cabo el desarrollo de los sueños y de los proyectos establecidos en busca de nuestra realización personal, pero también y, no menos importante, el bienestar de los demás porque genera equilibrio en todos los espacios de  diversidad y relación humana. Amar nos puede sonar familiar, sin embargo, va más allá de nuestras posibilidades porque se convierte en un compromiso consigo mismo y con los demás, reconociendo en la otra persona la acción del Espíritu de la verdad que habita en ella (vv. 17). Dejarse, entonces conducir por el Amor es dar sentido a nuestra vida, es encontrarse actuando y relacionándose de una manera distinta, teniendo la capacidad de desprendernos de nosotros mismos, de nuestras ideas y conocimientos para llegar a ser vida para los otros: amarnos  unos a otros como Él nos amó (cf. Jn 13, 34; 15,12). Es un amor que se integra en un "nosotros" de una forma saludable, capaz de crecer constante e integralmente (vv. 21b). Este amor exige sacrificios porque busca contribuir al crecimiento integral de los demás, aunque cabe señalar que el dinamismo del amor se ofrece desde la reciprocidad: si me amáis, guardaréis mis mandamientos (vv. 15). Esto supone, por tanto, que el amor es dinámico, no es pasivo, no estanca, sino que nos mueve para desarrollarnos y realizarnos como personas libres y felices que contribuyen con responsabilidad y con coherencia, ejecutando y manifestando acciones de amor hacia los demás y sin  alguna condición; discerniendo qué es lo mejor que hay que hacer en cada situación, en cada circunstancia y en cada relación donde participamos para que el otro también se sienta amado y libre para manifestar el verdadero amor: El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es quien me ama(vv. 21a).

2. La Presencia del otro Paráclito (vv. 16-18): Todos necesitamos de un amigo o de alguien que nos ayude en todo momento y circunstancia de nuestra vida para continuar progresando en todos los aspectos, para ofrecer un servicio creciente y vivificante. Jesús lo llama el otro Paráclito, el Consolador, el Espíritu de la Verdad (vv. 17). Una presencia maravillosa que nos capacita para practicar el verdadero en amor (guardar), que nos asiste en los momentos oscuros de nuestra vida para darnos claridad en nuestras decisiones y acciones a fin de que permanezcamos manifestando el amor a la vida, haciendo posible una mejor calidad en nuestras relaciones personales. La presencia del otro Paráclito no está solamente en nuestro interior también está junto a nosotros para acompañarnos, auxiliarnos y guiarnos a ejecutar acciones de vida y de amor, obras que contribuyan al crecimiento integral de nosotros mismos y de los demás. Quien está unido al verdadero amor y lo práctica, recibe la presencia del otro Consolador y, por tanto no se siente solo, abandonado ni desamparado en el transcurso de su vida: No os dejaré huérfanos...(vv. 18). Algunos en su proceder querrán alcanzar lo que es pasajero, temporal e inmediato, lo que mejor les acomode, alejándose de los demás, sin embargo, la presencia del otro Paráclito nos acompaña en los esfuerzos, en la luchas, en las opciones y en las acciones que pasamos para conseguir con la experiencia de la alegría, la valentía y la paz las metas que nos proponemos sin perder nuestra identidad, haciendo que nosotros seamos, obra del amor para el amor, transparencia viva, amada del rostro del Padre (vv. 20a) para los otros.

3. Dar fruto abundante (vv. 19-20): Dejarnos acoger por la presencia del otro Paráclito es dejar manifestar el amor en nuestra cotidianidad, fruto abundante que se produce a través de nosotros: ...porque yo vivo y también vosotros viviréis (vv. 19b). Un amor que defenderá la justicia, la vida, la libertad, la serenidad y la verdadera sinceridad. Un amor que da frutos de alegría, de paz, de perdón. Que cuida lo propio y también lo de los demás, generando miradas vivas que reconocen una vida constructiva y siempre novedosa, visible para el aporte responsable e integral en el crecimiento de los demás. ¡Ese es nuestro reto!
Luis Fernando Castro P.
Teólogo- Magister en Familia
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es

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