LA HUMILDAD NOS ENALTECE Eclesiástico 35, 12-14.16-18; Lc 18, 9-14

LA HUMILDAD NOS ENALTECE
Eclesiástico 35, 12-14.16-18; Lc 18, 9-14

Luis Fernando Castro Parra.
Teólogo
Es importante cultivar una relación especial con Dios, a través de la oración, pero también es la ocasión para tomar la opción de progresar en la relación con las demás personas, admirándolas, respetándolas, reconociendo lo mejor en cada una de ellas por sus esfuerzos por sus alcances y sus cualidades. Esto es un acto de personas con actitudes constructivas y humildes en todos los aspectos, que no sólo quieren y desean lo mejor para sí mismos, sino también para las demás personas, evitando caer en la trampa de la autosuficiencia, el orgullo y el señalamiento negativo. Respetar y elogiar a los demás sin interesar sus condiciones hace parte de una vida que asume con libertad y responsabilidad la grandeza de la humildad. Es asombroso cómo el dinamismo de los humildes se convierte en una experiencia que fija y acorta distancias en las relaciones humanas, abre caminos, llena, alegra y fortalece el interior de la vida, dando un fruto abundante que  ayuda a mantener encendido el servicio y la disponibilidad colaborativa hacia el progreso y crecimiento de los demás. A la luz de la Palabra de Dios la grandeza de la humildad nos enaltece, facilitando que nuestro quehacer de vida sea un canal de vida y transformación para los demás. Veamos:

1. Dios respalda con agrado a los humildes: Existen dos caminos que podemos optar. El primero se inclina por la búsqueda del poder, el aplauso, el reconocimiento y la opulencia, mendigando su conciencia sin interesarle la situación de los demás, provocando en consecuencia, explotación, discriminación, marginación y exclusión. El segundo camino nos conduce a orar y obrar en todos los aspectos de nuestra vida con humildad, reverenciando a quien es la Fuente de la vida y a su obra más preciada, los humildes. Según el autor del Eclesiástico Dios no señala ni juzga a las personas en función de su clase o estrato social (Eclo 35, 12), como sí, se oye en la opinión de mucha gente. Dios...no hace acepción de personas... Él simpatiza con el pobre, el oprimido, el huérfano, la viuda, el forastero, el abandonado, con los otros que son diferentes a nosotros (Eclo 35,13-16). Estos seres humanos son sus preferidos por ser personas o grupos que  son excluidos y nadie quiere escuchar ni tener alguna consideración especial. Esto se nota porque respalda y aprecia a los humildes escuchando la oración que...atraviesa las nubes...(vv. 17) del oprimido...la súplica del huérfano...el desahogo y lamento de la viuda, la plegaria que sube hasta las nubes de quien sirve de buena gana e insiste hasta alcanzar su destino. De manera que, Dios, como el Padre que está más allá de las nubes hace justicia a los justos (vv. 18) librándoles de sus angustias, enjugando sus lágrimas, fortaleciéndoles en sus dificultades y sufrimientos, levantando al caído y al empobrecido para que sea señal de vida, con actitudes constructivas que consuelen, ayuden y compartan con agrado y generosidad lo mejor a los demás.

2. La humildad enaltece (Lc 18, 9-13): Quienes asumen en su estilo de vida la grandeza de la humildad, descubren las maravillas de Dios y, así orientan su existencia familiar y social trayendo beneficios importantes de crecimiento y progreso integral para sí mismos y para los demás. Sin embargo, cuando la actitud es creerse seguro y capaz de sí mismo, poniéndose como ejemplo sin medida y sobriedad, los resultados no son agradables porque los frutos son negativos, cargados de prepotencia, autosuficiencia, narcisismo, soberbia, orgullo y desprecio por los demás. Jesús veía que algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás (vv. 9) explica a través de una parábola como un fariseo sube a orar en el Templo de Jerusalén con una actitud de soberbia, contando su plenitud de méritos sin tener conciencia de sus fallas y equivocaciones, más aún, señala y se compara con un publicano manteniendo cierta distancia física, pero también espiritual (vv. 11-12). El fariseo no es criticado por orar de pie, eso es lo menos importante, sino por lo que dice en su oración y la manera que se refiere a los demás, buscando incluso el agradecimiento y el aplauso de Dios por lo que hace, con lo cual anula la confianza en Dios. La humildad nos enaltece cuando nos presentamos delante de Dios y de los demás sin prejuicios, sin envidia y sin orgullo. Esta es la actitud del publicano que en el momento de su oración se presenta humilde (vv. 13). La oración humilde no forja seres creyentes con espíritu egoísta que quieren apoderarse de todo a costa de los demás, presumiendo de sus logros, preponderando las injusticias y desigualdades sociales, sino que quiere formar personas humildes y solidarias que sean canal de esperanza y de vida para la sociedad. Dios respalda y enaltece a los humildes a quienes se sienten siempre necesitados y tienen el deseo de aprender y de mejorar para ser mejores de lo que ya son como personas, conduciéndonos hacia nuevas realidades de servicio y construcción de vida familiar y social, que llegan a ser sorprendentes porque van más allá de nuestras limitaciones y posibilidades, ya que nos encontraremos ayudando a otros a que manejen y superen sus sufrimientos, puedan alcanzar sus metas, sus sueños en su proyecto sin que se excluya la propia dignidad. Esta es la clave de la humildad que con el dinamismo de Dios podremos continuar avanzando con confianza hacia nuestras propias cumbres. De ahí, que Jesús nos enseña...que todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido (vv. 14b).

3. Enaltecidos para enaltecer (Lc 18, 14a): La personas enaltecidas por la humildad siempre se encuentran en un dinamismo vital de enaltecer y favorecer a los demás. Sus características son modestas y sencillas, piden ayudan cuando lo necesitan, aceptan sus propias limitaciones, son modestos ante el alcance de sus logros, admiten que no todo lo saben y lo pueden explicar, no tienen complejos de superioridad ni tienen miedo a equivocarse, están siempre en la actitud de aprender, sabiendo ganar o perder, respetan y valoran profundamente a los demás en todos los momentos y aspectos de su vida, comparten sus logros con aquellos que también lo merecen por su esfuerzo por su dedicación y ayuda de trabajo, reconocen las cualidades de los demás y les ayudan para que se fortalezcan y lleguen a desarrollar con eficacia nuevas capacidades, comparten sus conocimientos y saben trabajar en equipo, generando opciones y decisiones de vida. Las personas enaltecidas por la humildad despiertan un espíritu profundo de agradecimiento constante, por eso promueven a que otros también lleguen a cumplir sus metas y sus sueños, buscan mejorar algún aspecto de la comunidad familiar o del proceso de la sociedad, aunque esto no les represente beneficio personal, aportan desde sus conocimientos, carismas y talentos para que la calidad de vida sea más propicia para todos, proponen y desarrollan con perseverancia y sabiduría procesos de crecimiento y progreso integral. Esto es grandioso y agradable. Qué bueno estar con personas humildes.
Luis Fernando Castro Parra. Teólogo- Maestría en Familia

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