ENVUELTOS EN EL AMOR DE DIOS Jn 3, 14-21 Domingo Cuarto, Tiempo de Cuaresma (B)
ENVUELTOS EN EL AMOR DE DIOS
Jn 3, 14-21
Domingo Cuarto, Tiempo de Cuaresma (B)
![]() |
Luis Fernando Castro TEÓLOGO PUJ |
Hablar del amor en nuestra experiencia de vida parece que es más importante de lo que hoy nos podemos imaginar y pensar porque siempre nos está comprometiendo, impulsándonos a tomar nuevas decisiones para actuar de un modo diferente, logrando caminar más lejos de nuestras propias expectativas y esfuerzos generando una vida nueva y mucho más constructiva en todo momento. El amor se convierte como en un motor, en un poder de vida que nos facilita mejorar y avanzar en nuestra calidad y experiencia de vida para ser mejor de lo que somos y para hacer mejor lo que hacemos. A la Luz de la Palabra de Dios, Jesús, conversando con Nicodemo hace notar las profundidades del amor de Dios que nos envuelve con generosidad, las cuales se desbordan desde la mirada de la cruz que nos atrae, reconciliando así al ser humano y haciendo que germinen signos de una nueva vida a través de la resurrección. Veamos:
1. Amar es todo un arte, un acto de decisión y de libertad que requiere desarrollar una entrega incondicional que comunica y promueve encuentros de vida para que florezcan señales de esperanza y de vida nueva. Jesús, dialogando con Nicodemo lo invita a renacer en el amor, mirando la cruz como manantial del amor intenso del Padre y del Hijo que viene al encuentro de todos los seres humanos, asumiendo su sufrimiento y abriendo puertas de vida y de esperanza (vv. 14-17). Para esto, Jesús alude a un evento del pueblo de Israel por la travesía del desierto (cf. Nm 21, 4-9) donde Dios interviene a favor de la vida para salvarlo de la muerte. El sentido significante de mirar y exaltar la cruz no se comprende como un acto meramente heroico ni como "el fracaso" y la desgracia de un hombre como puede llegarse a pensar o a imaginarse por algunos, sino como el amor intenso de un Dios-Padre que entrega todo sin mezquindad: ...tanto amó Dios al mundo que dio a Hijo unigénito... (Jn 3,16), como fuente de vida para hacer florecer un camino de libertad, de perdón y de felicidad para todos nosotros (cf. 2Cr 36, 14-23) quienes somos obra, hechura de Dios (Ef. 2, 10). Un amor desbordado con generosidad y sin límites, no tanto por mérito propio de cada uno de nosotros, sino por pura gracia de un Dios que... es rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, pues estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo (cf. Ef. 2, 4-5) para que participemos y demos respuesta con acciones de vida, dejándonos amar por el Padre.
2. Al observar la cruz más allá de un simple objeto, es reconocer un símbolo luminoso del amor de un Dios que muestra cuán lejos puede ir por nosotros sin interesar qué tan cerca estemos de él o cuánto nos hayamos entregado por este amor. Las palabras de Jesús a Nicodemo describen una elevación y exaltación de la cruz, de una manera paradójica: así tiene que ser elevado el Hijo del hombre (vv. 14) para que todo el que crea en él no perezca sino que tenga vida eterna (vv. 16b). Hay necesidad de que el Hijo del hombre sea levantado, pero esto no se reduce solamente a algo meramente físico de un cuerpo suspendido en una cruz, sino asimismo es un ser gloriosamente levantado, puesto en alto por Dios, un ser glorificado, revelado en su gloria. Ser levantado es ser glorificado. Por eso, estar en la cruz, es estar ya en la presencia del Padre. Esto es un triunfo, no una derrota ni un fracaso visto solamente desde el sentido del dolor y el sufrimiento, del horror y el terror. De esta manera, cuando sea puesto el Hijo del hombre en la cruz, cuando sea levantado, entonces sabrán que "yo soy". El Yo soy es el nombre del Dios amor revelado (cf. Ex 3,14) y, efecto, estar levantado en la cruz todos sabrán que él es Dios y... atraeré a todos hacia mí (cf. Jn 12, 32). Entonces, la hora de la elevación es la hora de la glorificación, la hora donde Jesús atrae a toda la humanidad hacia él.
3. La hora de la pasión y de la cruz no es entonces un fracaso, sino la victoria de Dios sobre las tinieblas y la muerte: el juicio está en que la luz vino al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz (vv. 19). La elevación de la cruz de Jesús es la luz que ha vencido a la oscuridad y a la muerte, éstas no existen en sí mismas, pues donde esté la luz no habrá oscuridad como tampoco la muerte vencerá. La historia de la pasión es la epifanía del amor de Dios. La cruz fue materialmente una tortura que causaba dolor y sufrimiento, hace sentirnos tristes, abandonados, humillados y ultrajados, como si todo estuviera perdido (cf. Salmo 136, 1-6) pero, también es la manera como Dios ama a la humanidad para que se salve: Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él (vv. 17). El amor de Dios significa que su mirada ha sido puesta no para juzgar ni condenar sino que ha sido puesta en atención y a favor de nosotros, de una manera grandiosa y generosa, queriendo lo mejor por lo que él ama, buscando siempre favorecernos en todos los sentidos de nuestra vida. Dicho de otra manera, el amor de Dios es un amor desbordado, comprometido que no escatima darlo todo sin esperar nada a cambio (Jn 3, 17), buscando que nuestra vida esté en su luz.
4. Mirar, entonces, la cruz es descubrir continuamente señales de amor y de vida de un Padre que a través de los brazos extendidos de su Hijo nos continúa acogiendo y sosteniendo, mostrando que el amor no se termina, que el amor no se agota ni tiene fronteras para realizar un camino que nos permita profundizar, no sólo en el valor y el sentido de nuestra vida, sino para facilitar un camino donde podemos ir descubriendo las profundidades del amor de un Padre que constantemente y sin medida desborda todo su amor en favor nuestro y para toda la humanidad sin tener alguna exclusión: dar la vida por sus amigos...(Jn 15, 13). Este es el mayor amor que nos muestra la presencia de Dios, de un modo cercano. La muerte de Jesús es la entrega de la vida. Esto es importante porque él da toda su vida. Pero, la lectura paradójica que se le revela a Nicodemo tiene el objetivo no sólo para él, asimismo para nosotros es captar la acción de Dios en su verdad más profunda, hallando cómo el proyecto de Dios está fundamentado en el amor generoso para toda la humanidad sin ninguna exclusión. La exaltación del Hijo del hombre es necesaria para que todo el que crea tenga vida eterna, se salve en él (vv. 16-17). Un amor divino que se hace y se da todo.
5. La elevación de la cruz desde este sentido está movida por el amor sin reservas y sin límites para bien de todos los seres humanos. Está abierto este proyecto de amor para todos sin ninguna segregación. La cruz no es un abandono, sino el amor único del Padre y el Hijo por todos los seres humanos; es un don que manifiesta que quien da la vida trasmite vida generosa y la salva. Por eso, la venida del Hijo no es para condenar ni tampoco para juzgar, este es el deseo del Padre, sino para que todos se gocen de la salvación. Pero, en este proceso de vida y de amor, no siempre nos encontramos con la misma respuesta y la misma entrega al amor del Padre. En este amor se corren y se asumen riesgos, pues muchos hablan del amor, pero pocos llegan a conocerlo porque prefieren mantener sus rutinas, sus paradigmas o sencillamente sus propias costumbres y conductas de vida. Jesús continuando su conversatorio con Nicodemo afirma: Quien cree en él, no es juzgado, pero quien no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios (vv. 18), prefiriendo actuar en la oscuridad, en las tinieblas, antes que acercarse y dejar ver la luz (vv. 19-20). La clave la encontramos en un verbo constante en este diálogo: Creer. Esta acción es la apertura, la acogida, la adhesión al amor de Dios para conocerlo y así funcionar al ritmo de este mismo amor. Dios nos envuelve en su amor para que nosotros comuniquemos este mismo amor a todo ser humano.
6. En muchas ocasiones las decisiones por las que optamos no siempre son las mejores a pesar que se nos muestren caminos sorprendentes que nos conduzca a hacer cosas mayores. Algunos creen y otros no creen en el amor y en la luz que nos conduce a la verdad y a la vida eterna (vv. 17-18). La presencia de Jesús elevado y glorificado exige que cada uno de nosotros tomemos una decisión frente al amor manifestado. Podemos dejarnos amar acogiendo el amor que se nos ha sido dado o sencillamente rechazarlo. Esto es un acto de elección donde nos jugamos la vida y, ahora depende solamente de nosotros. Este es el juicio que hacemos porque elegimos la oscuridad o la luz. Todo depende de lo que nosotros queramos recibir y abrazar. Recibimos el amor dado por el Padre y el Hijo o sencillamente optamos por recibir la oscuridad y las tinieblas, no hay otra opción para el discernimiento. En ocasiones preferimos optar por tener una vida cargada de estrés, de angustia y de oscuridad, de dolor y de sufrimiento, donde se presume de fe y de amor, pero sin mirar el amor que es una luz resplandeciente provenida de la cruz elevada y glorificada: todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz...(vv. 20). En lo alto de la cruz el Padre y el Hijo han entregado todo por amor para darnos vida abundante, vida eterna.
7. Ante la posibilidad del rechazo la incredulidad de los seres humanos es el rechazo a la esperanza, de la confianza y del amor no sólo para Dios, es también el rechazo a las personas (cf. 1Jn 4,8). Este es el sentido de aborrecer la luz ...para que no sean censuradas sus obras (vv. 20b). El dinamismo del amor de Dios es vigente y permanente, es un amor incondicional y generoso ofrecido a todos los seres humanos, manifestado en el don del Hijo unigénito, hecho hombre para hacer morada entre nosotros; sin embargo, la respuesta de algunos se esconde detrás de la oscuridad para no ser vistos, evitando asumir una vida con un estilo responsable y comprometido consigo mismo y con los demás. Estar cerca a la luz, a la claridad y a la verdad (cf. Jn 14, 9) es permitir que todo se vea, tal como es, una obra creada por amor, que reconoce al amor y actúa para el amor: También nosotros debemos dar la vida por los hermanos (1Jn 3,16). Un amor que se recibe y un amor que se da, que se ofrece sin condiciones, sin tapujos y sin alguna excusa. Por eso, tomar la decisión de decidir por estar más al lado de la oscuridad es mostrar que no hay ni existe el menor interés de complacer ni recibir al amor, huyendo de la luz para actuar de una forma peculiar sin percatarnos del amor que se mueve en nuestro interior, encerrándonos en nosotros mismos, abrazando criterios de indiferencia y de actos egoístas que nos conduce a correr el riesgo de permanecer cerrado al motor del amor y al vínculo capaz de movernos a ir más lejos de lo que podemos lograr y alcanzar para vivir en plenitud.
8. Mucho se escucha del amor, pero lo disfrazamos y lo reducimos no a la cruz que es luz del amor del Padre y el Hijo, sino a un corazón flechado, a una hipótesis, a un discurso que nos mantiene en la oscuridad en lugar de asumir una realidad constructiva de vida concreta que nos permita obrar permanentemente el bien. Quien cree en el amor que nos envuelve, que está en nuestro interior nada esconde, sólo busca sacar lo mejor que hay dentro de cada uno para obrar de un modo responsable, transformando sin límites como el amor que se ha recibido en la cita reconciliada de la cruz: el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios (vv. 21). Hemos sido creados con libertad de elección. Todos podemos decidir por hacer lo peor o lo mejor en el camino y proceso de nuestra vida. Todo depende de la relación que tenemos con el amor porque si alguno se siente excluido o condenado, sencillamente es porque no hemos sabido comunicar ni recibir el amor que nos envuelve.
9. En resumen, Siempre habrá la posibilidad de rechazar y de no creer en la vida, la esperanza y el amor y, de esta manera quedarnos fuera de este don, excluyéndonos a nosotros mismos para caer en las redes de la oscuridad y de las tinieblas, frustrando nuestra propia vida y nuestro proceso en nuestra historia. Quien sabe responder al amor con acciones de vida pone de manifiesto que las acciones han sido obradas por el mismo Dios quien es el amor (cf. 1Jn 4,7). La obra del Padre y la acción que Dios pide es creer en quien él ha enviado para que mirando todo lo que él hace por nosotros demos respuesta a este mismo amor y vivamos así desde ya en él la vida eterna. Esta vida es la misma vida de Dios en nosotros porque quien ama es quien ha conocido a Dios. Esta vida se ha entregado permanentemente para que nosotros la vivamos en plenitud. Recibir, entonces la luz del amor es optar por vivir en la luz de Dios para que contribuyendo a la libertad, a la esperanza y a la vida facilitemos caminos de vida a quienes anhelan y necesitan la vida y la salvación. No hay que esperar nada, Dios ha enviado a su Hijo para que nosotros acogiendo su amor como elección de vida, porque no es impuesta, tomemos la mejor opción de comunicar en lo que hacemos a quien es el mismo Amor y, así podamos atraer a otros hacia este mismo amor que nos envuelve. Creer en el amor no es tanto buscar, señalar si se actúa bien o mal, como sí creer para renacer en el amor desbordado a través de la cruz, logrando en nuestra cotidianidad transformar nuestra vida en todos los sentidos, sin creernos superiores a otros, viviendo en la luz que nos impide en un buen sentido, huir de nosotros mismos (cf. Jn 3, 30) para permanecer continuamente trabajando con decisión y disponibilidad incondicional por el amor y la verdad que nos ofrece el Padre al entregar todo por nosotros en la elevación de la cruz.
Luis Fernando Castro P.
Teólogo- Magister en Familia
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es
Comentarios
Publicar un comentario