TENER EL CORAZÓN BUENO DE DIOS Mt 20, 1-16 Domingo Vigésimo Quinto (Tiempo Ordinario)

TENER EL CORAZÓN  BUENO DE DIOS
Mt 20, 1-16
Domingo Vigésimo Quinto (Tiempo Ordinario)
Luis Fernando Castro Parra
Teólogo PUJ

Hemos escuchado en algunas ocasiones la frase que algunas personas nacen con su estrella, mientras que otros nacen estrellados. Palabras que en realidad no son recomendables porque están cargados de envidia, murmuración, frustración, de estrés y, de un deseo de pretender querer y desear lo que otros han conseguido con su trabajo y con su esfuerzo, sin darnos cuenta el valor de lo que somos y de lo que tenemos para aprovechar y disfrutar más de nuestra vida. A todos como personas se nos ha dado una vida para disfrutar, para trabajar y para crecer, para producir más vida, sostener la que ya existe con responsabilidad y generosidad. Todos tenemos las capacidades, las posibilidades y las oportunidades para desarrollar los talentos, las habilidades para ponerlos al servicio de los demás, para actuar constructivamente. Nadie es más que nadie, todos tenemos el tiempo y la oportunidad. A la Luz de la Palabra de Dios, Jesús cuenta la parábola de los trabajadores de la viña refiriéndose a que todos hemos recibido el reino de los cielos de un modo gratuito para que produciendo frutos construyamos un reino de justicia, apoyados en la gratuidad, la generosidad y la bondad de Dios. Veamos:

1. Cada día que experimentamos es una oportunidad para producir con constancia frutos. El personaje principal de la parábola que narra Jesús es el propietario de la viña, que busca contratar trabajadores continuamente a lo largo de una jornada, incluso para aquellos que parecen desanimados (vv. 6) porque no han encontrado oportunidad y continúan esperando a que los contraten (vv. 7). Dios aparece en esta imagen como el patrón bondadoso y con gran pasión, que sale cinco veces para contratar obreros a su viña. Esta parábola es maravillosa porque nos muestra a un Dios que nos cuida, que está a favor de nosotros. Nuestra vida es la mayor preocupación de Dios, somos la viña que espera Dios los mayores frutos. Todos, como personas podemos aportar un granito de arena para que el mundo de las distintas relaciones humanas mejoren y se transformen en un estilo de vida más optimo y beneficioso para el crecimiento constructivo de la existencia. A todos se nos ha dado una vida, y en ella todos necesitamos del trabajo, del esfuerzo, de la dedicación y disponibilidad de todos para que la construyamos de un modo responsable, apoyados en un Dios que está siempre presente (cf. Salmo 144, 1-2). Por eso, es importante que al finalizar cada jornada de nuestra existencia podamos bendecir y agradecer a Dios que nos acompaña y se hace presente en lo que hacemos cotidianamente. 

2. Desde este sentido, habrá siempre algo por hacer para mejorar la calidad de vida, para liberarla y para desbloquearla de lo que le impide progresar en todos los aspectos. Un llamado que no es exclusivo, es para todos, sin condicionar el momento, la hora, la edad, la profesión o el título que hayamos conseguido con esfuerzo y la dedicación (vv. 1.3.5. 6.7). Llamados a producir frutos con generosidad, es entonces una oportunidad para hacer algo más para no quedarnos en la pasividad o en la inactividad cayendo muchas veces en el desánimo o en la indiferencia, dejando pasar las oportunidades que se presentan, quedándonos como espectadores apabullados muchas veces por el miedo y la duda que obstaculiza el proceso de entrar en el dinamismo de la vida. Queremos vivir para trabajar con todas nuestras fuerzas cada día (cf. Flp 1, 20-27). Todos tenemos una jornada, una historia para poder colaborar en la construcción de algo mejor de lo que ya se ha conseguido y, aunque parezca que no hay posibilidades u oportunidades, nunca es tarde para comenzar a producir frutos que contribuyan al crecimiento y al progreso integral de nuestra vida, pues al final de cuentas nuestra vida es Cristo.

3. La generosidad de algunos y el producir frutos abundantes para el crecimiento integral puede provocar en otros la murmuración y el despertar de la envidia. Algunos usando su poder, su autoridad y su riqueza cierran las oportunidades para que otras personas también puedan sugerir, trabajar y contribuir al progreso integral de la vida. No quieren perder su puesto ni su prestigio. La parábola que narra Jesús muestra la generosidad y la bondad del propietario que ha decidido pagar a todos por igual (un denario) sin interesar el momento o la hora que entró a trabajar en su viña. Esta acción del propietario de la viña causó en aquellos que habían estado toda la jornada una reacción negativa y envidiosa, comenzaron a murmurar: ...Estos últimos no han trabajado más que una hora, y les pagas como a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el calor... (vv. 12), mostrando, así su inconformidad por este acto, pues se sienten robados, sin darse cuenta que lo que han recibido es lo que se ha convenido: ¿No te ajustaste conmigo en un denario? (vv. 13). Esta actitud de los trabajadores a la postre se convierte en un impedimento para avanzar y crecer para producir frutos con generosidad porque si bien a primera vista parece que el pago es injusto para quienes había trabajado desde la mañana y, por eso protestan, están tristes, se encuentran contrastados, también es cierto que estos hombres desconocen el rasgo de la bondad de Dios. 

4. Hay muchas personas que pasan su vida en una actitud de queja, deseando solamente recibir o deseando lo que tienen o han logrado con esfuerzo, dedicación y disciplina otras personas (vv. 10). No se dan cuenta de lo que son como personas y de que pueden dar para avanzar y aportar en el mejoramiento de la vida. Tienen, incluso una autoestima baja, lo tienen todo, pero todo lo ven con sospecha, y como problema. Sus actitudes son negativas, pesimistas y conflictivas. En consecuencia provocan decepción, celos, envidia, rencor, rivalidad entre unos y otros porque se cree que debemos merecer más que los demás. No se dan cuenta que los planes de Dios no están siempre en nuestra lógica (cf. Is 55, 6-9) y desde las matemáticas con la que nosotros hacemos cuentas. La bondad y la misericordia de Dios como dueño de  la viña es desorbitante, está en otro plano que nos puede sorprender. La relación con Dios no es cuantificable ni es proporcional a nuestros esfuerzos, sino a su bondad y a su gratuidad que va más lejos que la justicia: Por mi parte, quiero dar a este último lo mismo que a ti...(vv. 14).

5. La reacción negativa por una parte nos impide alegrarnos y celebrar los triunfos de las otras personas, pero por otro lado no nos deja percibir la generosidad, y la bondad de Dios con nosotros y con las demás personas: ¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? (vv. 15). Superar la envidia y la murmuración que no hace feliz a nadie, es evitar quedarnos estancados, anquilosados, rumiando la rabia o la queja. Es evitar quedarnos encerrados en nosotros mismos, buscando intereses particulares porque los efectos no serán recomendables. Si hay envidia, también habrá amargura y ésta desenfoca de las metas, y de lo que es esencial, impidiendo disfrutar de los que somos y de lo que podemos hacer con libertad y alegría consiguiendo nuevas cumbres: ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno? (vv. 15b). El problema, entonces no es que unos tengan, ganen o merezcan más que los demás sino quedarse sin trabajar y sin producir cuando se dispone de todas las capacidades y talentos para generar frutos constantemente. 

6. Dios dio lo justo porque eso era lo pactado y, además quiso dar a los demás lo que a Él le pareció en su libertad: quiero dar a este último lo mismo que a ti (vv. 14b). Por eso, nadie puede ser excluido ni quedarse excluido de sus habilidades y de sus talentos para dar frutos, pues lo importante no es el dinero, sino la persona. Concentrarnos en las personas como prioridad es asegurar la vida de muchas personas, además la de cada uno de nosotros. Todos estamos invitados a dar de lo que hemos recibido como don, como regalo maravilloso para mejorar la calidad de vida. Dios no es un Dios de adiciones y restas, es un Dios que intensifica y multiplica el fruto de cada jornada. Un Dios, que distinto a nosotros no paga de manera proporcionada, sino de una forma generosa y, lo hace de acuerdo a las necesidades de las personas. Lo importante es aprovechar y disfrutar el dinamismo de nuestra existencia con los recursos que nos regala el estar presentes en una historia para vivirlos y ponerlos en favor y bienestar para los demás, de un modo constructivo, desde la situación o lugar a la que hacemos parte y pertenecemos.

7. El motivo entonces de la parábola no se enfoca en una desigualdad salarial o en una imagen de injusticia, eso sería solamente algunos detalles. El centro de está narración va poniendo un plus en el que nos muestra que la lógica y los planes de Dios se desarrollan con una nueva visión que nos conduce a ir mucho más lejos que nuestra propia teoría o lógica muchas veces mezquina y miope. No se trata solamente de tener la capacidad de recibir lo que se nos confía, sino asimismo alegrarnos por lo que reciben los demás, pues Dios no es un contador que lleva cuentas de lo que hacemos o del tiempo que hayamos usado. Lo que interesa no es la balanza económica ni tampoco la justicia, es la necesidad donde brota la bondad y la misericordia. Dios es bueno y busca que todos sin interesar el tiempo, si llegaron primeros o últimos, se beneficien. Él no mira con estrechez ni quiere ventajas solamente para algunas personas. Dios no compara ni divide con exclusividades, él quiere que todos nos unamos a la alegría de los otros:... yo soy bueno... Y, decir que es bueno es afirmar que él sólo sabe dar lo mejor, sabe dar y ayudar haciendo mucho bien. Así que, la felicidad es posible cuando viene de una mirada buena de la vida y de las personas. No interesa cuánto le hayan pagado al otro o qué tiempo lleve en el proceso, lo que interesa es la alegría de la persona y, efecto, evito caer en la red de la rivalidad y de la competencia.

8. De esta manera, todos somos responsables de todos y, todos tenemos algo para trabajar y para compartir, con ello ya hemos recibido nuestra paga, lo cual será más grande y sorprendente, más de lo que nos podemos imaginar. Superar el sentimiento de envidia parte de saber que lo que se tiene o se quiere lograr no es por merecimiento, es por la generosidad de la Vida que nos lo concede para que podamos dar frutos en abundancia sin caer en la comparación o en la rivalidad. El más grande fruto es el amor, y éste excluye la envidia, el reclamo y la murmuración. Nadie es más importante que otro sin interesar los cargos o los distintos estilos de vida que en nuestra libertad hayamos decidido tomar para contribuir a tener un estilo de vida saludable. Muchas veces nos consideramos tan ejemplares que esperamos una recompensa proporcional, una recompensa adecuada que excluimos y nos escandalizamos por aquellos que su estilo de vida no es tal vez la mejor, y Dios en su bondad y misericordia los acoge con generosidad. En nuestra vida todos somos iguales y estamos en las mismas condiciones, sin interesar si hemos comenzado a trabajar mucho antes o mucho después. En este sentido, tenemos dos opciones, quedarnos anclados en el enojo, en la decepción, en las pasividad, en la indiferencia y en la murmuración, o por el contrario optar por revisar nuestra vida, el "denario" que nos han pagado y ponerlo a producir para dar mayores frutos de lo que seguramente ya hemos dado. 

9. La decisión depende de cada uno. Lo recomendable es aprovechar y disfrutar la vida de la mejor manera, teniendo el corazón bueno y generoso de Dios, pues la opción que decidamos tomar, la bondad y generosidad de Dios será siempre la misma: que todos los seres humanos seamos libres y tengamos vida, sin distinción o escala de tiempo ni de espacio. Cada momento es un instante para disfrutar, para poner todo nuestro empeño y esfuerzo para servir a los demás (cf. Mt 20,28); la vida no es para distinguirnos ni mucho menos para rivalizar creyéndonos muy buenos, pero sin serlo. EL Padre ha tenido también bondad con cada uno de nosotros y, por eso, no hay por qué quejarnos o amargarnos la vida rivalizando y comparándonos con los demás. No interesa si hemos trabajado todo el día, seguimos siendo como el último trabajador, el que llegó a la hora undécima, todo lo vemos como regalo y, no dentro de un cálculo mezquino y justiciero. Quienes queremos ser primeros (vv. 16), son los que deseamos servir, aportar, contribuir desde lo que se somos y recibimos, disfrutando la vida, impregnando de alegría, de felicidad para que otros también logren descubrir en su interior su libertad y su gozo como posibilidad para continuar avanzando y mejorando en todos los aspectos de la vida. 

10. En resumen, tener el corazón bueno de Dios no consiste en tratar de negociar con Dios, sino de sanar y disfrutar de nuestra vida con la bondad y la generosidad que de él proviene, causando alegría como signo de fraternidad y unidad por las bondades que otros también reciben, superando las miradas mezquinas y miopes que muchas veces tenemos, posibilitando la gracia de que todos podemos contribuir al crecimiento y progreso de nuestra vida y de nuestras distintas relaciones humanas, sin molestias ni amarguras, pues lo importante es la persona en sus necesidades, lo cual nadie puede quedarse sin trabajo en la viña. Y, entonces nos sentimos alegres por tener un Dios bueno y lleno de misericordia que derriba las fronteras y los grandes muros que levantamos entre unos y otros para que podamos degustar la bondad, la generosidad y la gracia de hacer el bien a muchas personas, dando más y con exceso. Este Dios, Padre sin interesar el tiempo, la hora o el momento, aumenta nuestra vida de una manera incondicional, apreciando la unicidad de cada uno de nosotros y, ante esto lo único que nos cabe es la confianza y la admiración.
Luis Fernando Castro P.
Teólogo- Magister en Familia
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es

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