EL RETO DE PERDONAR CON GENEROSIDAD Mt 18, 21-35 Domingo Vigésimo Cuarto (Tiempo Ordinario
EL RETO DE PERDONAR CON GENEROSIDAD
Mt 18, 21-35
Domingo Vigésimo Cuarto (Tiempo Ordinario)
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Luis Fernando Castro TEÓLOGO PUJ |
Todos somos conscientes que nos equivocamos, unos en mayor o menor proporción que otros, pero, todos en un campo de relación personal, en el momento de entrar en contacto con las otras personas, el estar en convivencia familiar, laboral, compartiendo con otros no estamos exentos de ofender, de herir con las palabras o con las acciones y actitudes, lastimar con una mirada, incluso a quien más creemos amar. Sin embargo, perdonar y perdonarse es un proceso de calidad necesario. Aprender en la cotidianidad a perdonar y a amar, aceptando al otro pase lo que pase es un reto, el cual parece muy fácil, pero asimismo es complejo por el tema de la justicia y la herida. Por supuesto, que la decisión de perdonar no es meramente pedir una disculpa; perdonar y perdonarse es un servicio que nos da vida a todos, que reconstruye la vida de una persona, pero además nos asemeja más a Dios, aunque nos pueda causar alguna dificultad en el proceso que hacemos. No se trata, entonces de elaborar solamente un acuerdo entre dos personas que tuvieron algún conflicto o alguna diferencia basada en desacuerdos. Perdonar como servicio es crear una restauración, es recuperar una vida, a un hermano. A la Luz de la Palabra de Dios, Jesús enseña a Pedro y a la comunidad de los discípulos a perdonar sin límites, como un regalo que restaura las relaciones humanas, pero también como una decisión que nos asemeja a Dios en la buena comunicación. Veamos:
1. Mejorar la calidad de nuestra vida parte de una decisión voluntaria y consciente, como lo es el perdón, que nos libera del rencor, la amargura, la ira, el enojo, el deseo de infidelidad y la acción de venganza. el discurso comunitario del evangelio de Mateo termina con la parábola del rey bueno y el siervo despiadado. Esto comienza con la pregunta que hace Pedro, corresponsable de la comunidad al Maestro: ¿Cuántas veces tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces? (vv. 21). La pregunta que hace el apóstol tiene que ver con la reconciliación de las relaciones rotas que inevitablemente muchas veces se da en las relaciones personales de la comunidad. Pedro en la misma pregunta se muestra muy generoso porque muestra disponibilidad para perdonar, ¿hasta siete veces? Entonces, hasta cuánto tenemos que perdonar a un hermano cuando nos agrede y nos hace pasarla mal. Decir siete es afirmar que Pedro muestra generosidad por quien le ha ofendido y le ha hecho algún daño porque se juega el crecimiento de la relación humana. Sin embargo, la respuesta de Jesús es más retadora y más grande, va más lejos, es un verdadero heroísmo: No sólo siete veces, sino hasta 70 veces siete (vv. 22). La respuesta del Maestro se enfoca no en una medida cuantitativa, sino en afirmar que el perdón se ofrecerá siempre y siempre, todas las veces y de manera permanente, siempre con disposición, pues una relación personal se puede sostener y fortalecer en todos los aspectos cuando aprendemos a recibir y a dar el perdón.
2. Por eso, perdonar no tiene un número o una cantidad, el perdón en las relaciones humanas exige una disponibilidad permanente (vv. 23). El perdón no es algo pasivo, exige transformación. El Maestro ha respondido a Pedro con una afirmación concreta y contundente, algo que para el apóstol como para nosotros nos puede dejar el shock. Para explicar lo anterior Jesús entonces le narra una parábola donde se expresa cómo la misericordia de Dios es desproporcionada comparada con la propuesta generosa de Pedro (vv. 23-34). La parábola nos va enseñar que el perdón no se basa en una cuestión de cantidad, sino de buena calidad. No se trata de asumir el espíritu de los contadores, llevando cuenta de los errores, de las fallas y de los delitos, pues el perdón renueva y hace corazones libres que generen buenas y nuevas actitudes ante quienes han podido hacernos daño. Se trata de recuperar el amor, el perdón y al hermano, rechazando todo acto de venganza (cf. Eclesiástico 27, 33-28,9), logrando ganar a la persona y en ella la bendición de Dios. Así de cualitativo es la invitación a perdonar a una persona que nos ha hecho daño en nuestra vida y por distintas situaciones porque muestra no sólo el perdón que recibimos de parte de Dios, sino también el perdón que damos sin medida y de forma generosa.
3. Una relación personal en cualquier campo de acción, sea laboral, familiar, no es posible sostenerse sin el perdón dado y el perdón recibido. Por supuesto, algunos podrán decir que perdonar es un fastidio y que lo mejor y perfecto sería que no existiera, sin embargo, perdonar nos facilita el camino para asemejarnos a Dios porque él en su generosidad desbordada nos ha perdonado de toda culpa (cf. Salmo 102, 1-12), pero además, su nombre, Jesús (cf. Mt 1, 21) nos identifica con perdón, mostrándonos que él siempre ha pensado y ha estado a favor de nosotros (cf. Rm 14, 7-9). Quedarnos, entonces rumiando la ofensa o permanecer preguntando ¿cuántas veces debo soportar a quien es caprichoso, terco, prepotente? Sólo provoca que nuestra vida no avance ni busque realizarse, aunque se crea tenerlo todo. No se trata de hacer cuentas (vv. 21), ni tampoco es tomar la identidad de una alfombra que por más valiosa, se tira al suelo y es pisoteada. El perdón no niega la realidad del mal, lo supone, pero da respiro y vida a quien lo concede y a quien lo recibe (vv. 27). Perdonar sin límites, es un servicio que comienza trayendo beneficios, no sólo para los demás, sino para nosotros mismos porque supera la tragedia del egoísmo, de la tacañez y de sentirnos victimas para lograr crecer en la paciencia, en la libertad y en la fortaleza interior, teniendo incluso apertura a la trascendencia, consiguiendo una vida personal y fraterna saludable en todos los aspectos.
4. Servir a través del perdón es recuperar y restaurar una vida. Jesús para ilustrar la enseñanza sobre el perdón desarrolla una parábola donde se menciona como un rey siente compasión por su siervo, que teniendo una deuda porque su acciones corruptas había generado un hueco económico, pide con insistencia que le tenga paciencia para pagar. El dinamismo de la época consistía en que si no se pagaba la deuda había que confiscar los bienes y fuera llevado como esclavo para que con trabajo pagará, y si el monto era muy elevado, también debían ser llevados como esclavos su familia. Sin embargo, el siervo viendo lo que se le venía, entonces se quebranto y con lágrimas pidió que el patrón tuviera paciencia: Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré (vv. 26). El rey se conmovió y también se quebrantó hasta tal punto que no dilato la deuda, sino que la perdono (vv. 27). Pero, aquel siervo tal vez alegre porque el patrón le había perdonado en su totalidad la deuda, saliendo del palacio no perdona a su compañero quien le debía en comparación a lo que él le debía al patrón muy poco, actuando de una manera despiadada y en contraste a lo que había recibido: ...Pero él no quiso, sino que fue y le echó en la cárcel... (vv. 28-30). Unos compañeros que habían visto lo sucedido, se vieron sorprendidos y se entristecieron (vv. 31) y lo volvieron acusar ante el patrón, quien encolerizado... le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que debía (vv. 34).
5. Nos encontramos con dos (2) detalles que son importantes en esta narración. La cantidad de la deuda y el deudor haya sido llevado a la cárcel. Si una persona no pagaba los bienes era llevado delante del tribunal y de ahí a la cárcel. Los detalles nos permiten observar que la misericordia de Dios no tiene límites y parece ser exagerado porque ha perdonado a una persona que nunca jamás habría podido pagar lo que debía, pues el monto de la deuda era muy alto, sin embargo, le perdonó la deuda, mostrando a un Dios que se conmueve desde la entrañas cada vez que pedimos perdón y paciencia. El perdón comienza con la decisión de no vengarse. Tomar revanchas o usar gestos enjuiciadores no es recomendable. Regalar el perdón es darnos la oportunidad de descubrir algo nuevo que eleva y mejora nuestra calidad vida, dejando de estar apegado a sucesos y recuerdos dolorosos del pasado, reduciendo el miedo y el rechazo, el engaño y el abandono para dar lugar a la confianza que nos conduce a continuar creciendo hacia nuevas cumbres, liberándonos de caer en la selva de la amargura y de las acciones contrarias a las que hemos recibido (vv. 28-30).
6. Regalar el perdón es estar en la capacidad y la disponibilidad para poder limpiar lo que es inevitable en cualquier relación, cerrando asuntos o episodios que afectan nuestro rendimiento personal, que roban fuerzas, que estanca los proyectos y genera muchas veces círculos viciosos que no son recomendables porque nos impide avanzar y fortalecer las relaciones humanas. No saber recibir el perdón, complica la posibilidad de dar lo mejor de nosotros, de saber superar los obstáculos, creando una imagen insuficiente de Dios (vv. 32-33). Perpetuar y recordar constantemente la ofensa causa un desgaste que en efecto se inclina más a imitar al ofensor, logrando como único resultado vivir a la defensiva, volviéndonos verdugos y aumentando enemigos que hacen perder la paz, conduciendo a una cadena de fracasos que en lugar de hacernos bien nos hace mucho más daño que la propia ofensa. Regalar el perdón es apostar por el valor del ofensor, es creer en la dignidad de quienes nos ofenden (vv. 27), pero también nos permite conocer con quién nos estamos identificando, pues un amor que no perdona, no es posible considerarlo amor.
7. Detrás de cada persona que nos ofende existe un ser que es capaz de ser mejor y de evolucionar en sus acciones y actitudes, aunque ahora no lo percibamos o no lo alcancemos a ver. Cuando regalamos constantemente el perdón estamos abriendo la puerta a restaurar una vida, pero a su vez estamos permitiendo que nuestro destino sea cada vez mejor porque nos muestra que estamos en la capacidad de superar verdaderos retos. Cada uno de nosotros somos responsables de la calidad de vida que poseemos (vv. 34), somos libres para amar y para perdonar porque si echo en prisión al otro que nos ha hecho pasarla mal, nos estamos encarcelando a nosotros mismos (vv. 32), estamos adentrándonos en un camino absurdo que arruina nuestra existencia porque nos estanca y solamente nos carga con un alto peso que no queremos soltar. El perdón, de esta manera, supera la cultura y el canto de la venganza sin límites para pasar al perdón sin límites donde florece el respeto y el amor mutuo.
8. Todos como personas tenemos algo de ofensores y algo de ofendidos. Si no logramos perdonar, el problema no ha sido del otro, es propio de nuestra decisión. Eso sería buscar culpables para no asumir nuestra propia responsabilidad y, efecto no estaríamos al lado de la solución. La manera como somos perdonados por Dios se convierte en la medida para que nosotros también podamos perdonar (vv. 35). El límite que hay por no perdonar no es iniciativa de Dios, sino de cada uno de nosotros para hacer lo mismo que ha hecho Dios con nosotros. Dios ha invertido toda su generosidad en perdonar para que asimismo nosotros tengamos la disponibilidad de perdonar siempre y permanentemente. Perdonar es darnos cuenta de que somos libres y felices con la capacidad de superar obstáculos, de renacer de las cenizas y de saber aceptar lo mejor para ser cada vez mejores de lo que ya somos, logrando avanzar y edificar nuestra vida personal y también las relaciones que construimos en nuestro caminar.
9. En resumen, hacer el servicio de perdonarnos y de perdonar se convierte en una gran opción de vida porque no tiene medida ni tampoco límites, a menos que nosotros mismos los pongamos. La clave la encontramos cuando no olvidamos cuánto nos han perdonado, cuánto ha hecho el Padre del Cielo por mantener el abrazo del perdón porque él sabe que somos más de lo que creemos que somos y podemos hacer. El reto de perdonar con generosidad y de manera amplia nos facilita y nos ayuda a mejorar nuestras relaciones humanos, pero también a ser mejores de lo que ya somos personas. Ninguna persona es un error como tampoco son sus errores que cargan. Los errores son los que hacemos y, no determina lo que somos. Cada uno de nosotros somos más que los errores o las fallas que hayamos cometido y, por eso todos tenemos posibilidades mayores de mejorar. No se trata de banalizar y de esconder la culpa, pero si de abrir la posibilidad de recomenzar, de dar una nueva oportunidad, desde el fundamento de un perdón inmerecido, capaz de transformar porque cuando recibimos el Perdón de Dios, también él nos da la capacidad de generar su capacidad de misericordia y de perdón, haciendo de nosotros algo diferente que nos facilita tender siempre la mano al otro, abriendo la puerta hacia una nueva vida.
Luis Fernando Castro P.
Teólogo- Magister en Familia
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es
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