VENIMOS DE DIOS Y REGRESAMOS A ÉL PARA VIVIR MUCHO MEJOR Lc 24, 46-53

VENIMOS DE DIOS Y REGRESAMOS A ÉL PARA VIVIR MUCHO MEJOR
Lc 24, 46-53
Luis Fernando Castro Parra
Teólogo

Todo retorno a nuestro lugar de origen después de haber pasado un tiempo con las personas que amamos y compartimos muchas o algunas experiencias no siempre es fácil de asumir. Muchas veces se tiende a idealizar o soñar con el regreso; sin embargo, si lo vemos desde lejos todo nos puede parecer muy bonito y maravilloso porque pensamos en recibir algo mucho más grande y perfecto cuando volvemos que nos ayudará a crecer, dejando atrás algunas cosas para abrirnos a unas nuevas oportunidades de vida. Pero, cuando llega el momento de volver las despedidas y el desprendimiento son tan duras que llegamos a desear no tener que partir. Eso que habíamos añorado durante mucho tiempo, ahora nos damos cuenta que parecía más bien un sueño porque al tener que retornar no siempre tenemos la mejor disposición. Por lo general, el retorno que hacemos al lugar donde salimos lo hacemos de forma solitaria en el que es posible afrontar algunos tropiezos que al final y bien manejados nos facilitarán ascender en todos los aspectos de nuestra vida, aprendiendo incluso a valorar lo que extrañamos y a ver lo que nuestros esfuerzos valen para alcanzar los objetivos. A la Luz de la Palabra de Dios, Jesús en un ambiente de despedida y de gran solemnidad en el evento de su exaltación al cielo, expresa algunas palabras, gestos y recomendaciones a sus discípulos para que permaneciendo firmes éstos en la esperanza, avancen hacia la plenitud de su vida: la entrega del kerigma misionero, La Promesa del Padre, la exaltación de Jesús al cielo con manos extendidas bendiciendo y el gozo de la comunidad que volviendo a Jerusalén bendice constantemente a Dios con mucha alegría. Veamos: 

1. Muchas personas que arriesgan en su existencia la vida pueden llegar a destacarse entre otras y muchas personas porque sobresalen en lo que realizan con esfuerzo y con mucho esmero. Estas personas por lo general miran al cielo, pero con los pies bien firmes en la tierra. No dejan que el aire les rose su vida, sino que están siempre dispuestas a continuar hacia adelante con valentía, confiando en el respaldo maravilloso de Dios que no abandona, que está siempre presente y aunque exaltado en el cielo sigue en comunión cercana en el transcurrir del mundo. Jesús resucitado, antes de ser llevado al cielo (vv. 51) entrega a sus discípulos el kerigma misionero (vv. 46-48) para que con esta palabra sorprendente transforme a muchas personas y a muchas comunidades. Es decir, la fuerza de la muerte y de la resurrección de Jesús ahora se siente dentro de cada persona como semilla poderosa y sorprendente, sembrada por el resucitado para todas las naciones del mundo: Vosotros sois testigos de estas cosas (vv. 48). Por eso, teniendo apertura al Dios del amor y de la misericordia, colmados y dotados de este regalo de Dios asumimos con responsabilidad y perseverancia el itinerario de nuestra vida, saliendo siempre victoriosos con la confianza de saber que no estamos solos, mostrando que el buen Dios sigue contando con nosotros para continuar su obra, confiando que a él le pertenecemos (cf. Hch 1, 11) y con él podemos atraer a muchas personas a la comunión con Dios, generando una fraternidad con la capacidad de dar una nueva dirección a toda la humanidad donde esta se introduce en el mundo de lo divino. De esta manera y por el dinamismo del Espíritu (cf. Hch 1, 9), él sigue gobernando, operando y dando fuerza a toda nuestra vida para que podamos hacer constantemente algo grandioso (cf. Hch 1,8) con la posibilidad de responder como testigos de su causa: serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra (Hch 1, 8c), superando obstáculos, avanzando y creciendo en todos los aspectos y en todas las direcciones (cf. Ef. 1, 17-23), siendo mucho mejor como personas en todos los sentidos. Entonces, dotados y disponibles por la Palabra del Resucitado podemos estar cercanos a la gente, creando lazos de fraternidad y solidaridad con la finalidad de continuar abriendo caminos que nos faciliten ascender, llenando el universo de "cielo" en todo lo que hacemos sin ninguna excusa o limitación para que contribuyendo integralmente a muchas personas mejoremos en nuestra calidad de vida, realizándonos y viviendo mucho mejor, experimentando constantemente a un Dios- Padre que se da a todos sin ninguna medida (Cf. Ef. 1, 17-20).

2. Cada momento de nuestra vida es una oportunidad para poner en práctica todo aquello que hemos podido aprender. Jesús promete a sus discípulos enviar la promesa del Padre (vv. 49), el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 4; 2, 33). El amor a Dios y el amor a las personas son signos por los cuales nos conocerán que somos discípulos de Jesús; sin embargo, no siempre tenemos la misma constancia ni tampoco la disponibilidad para llevar a cabo la misión. Muchas veces olvidamos sus palabras, herimos a muchas personas con nuestras acciones, por eso, necesitamos ser revestidos del poder que viene de lo alto (vv. 49b) para que no estemos luchando solos, sino que con la ayuda del Espíritu Santo podamos regresar a Él, estemos siempre al lado de Dios. La promesa del Padre que en realidad es el cumplimiento del Padre, el Espíritu Santo nos fortalecerá para que con valentía podamos anunciar el kerigma misionero dando testimonio de Jesús en todo tiempo y espacio, sin restricciones ni limitación. La Promesa del Padre, entonces en el camino de la vida nos unirá más a Él para que podamos llevar a cabo y de manera adecuada la misión. La pedagogía que usa Jesús para sus discípulos sigue siendo maravillosa porque su ausencia será la forma como podemos ascender, creciendo en madurez. Jesús nos deja la impronta del Espíritu para que permaneciendo en Él pensemos en otros tiempos, en algo más grande sin dejar de pensar en los demás (cf. Hch 1, 11) haciendo de nuestra realidad la presencia del mismo cielo. Ascender no es abandonar ni olvidar, sino estar presente de otra manera, envuelto en el mundo de lo divino, viviendo y actuando de una forma distinta. Con mucha frecuencia pensamos que el cielo se encuentra por encima del firmamento o está más allá de la muerte. Esto sería evadirnos de la responsabilidad y de la oportunidad de poner en práctica todo lo enseñado por Dios (cf. Hch 1, 11). Pero, si miramos el cielo desde otra óptica podemos darnos cuenta que en nosotros está oculto como un poder que nos envuelve sin límites. Somos este cielo donde todos estamos invitados a continuar la tarea iniciada por el Maestro, llevando la Buena Noticia por todo el mundo con la fuerza del Espíritu Santo, aún desde nuestras flaquezas y debilidades. De esta manera, comprendemos que el cielo no está allá arriba en lo alto, sino que está donde está Dios, el cual lo descubrimos en nuestra vida, en nosotros mismos (cf. 1Cor 6, 19-20)  y en todo lo que podamos realizar haciendo bien a la humanidad. Revestirnos entonces del poder que viene de lo alto es disfrutar plenamente del amor y de la vida que Jesús Resucitado nos ha regalado, pues venimos de Dios y regresamos a Él para vivir mucho mejor. De esta forma ascender no es abandonar o dejar este mundo, sino estar presente de otra manera sin olvidar lo que somos y de dónde venimos. Esto nos hace tomar conciencia también de nuestra realidad para que no dejemos de trabajar por la transformación de nuestra vida, haciendo de la tierra el cielo. Es aquí donde entonces toma sentido la resurrección y la ascensión, dejándonos atraer y sorprender por Jesús para que nuestra realidad y nuestra vida la vivamos plena, gozosa y alegre con creatividad y crecimiento responsable a favor de muchas personas en sintonía con la Promesa del Padre (cf. Salmo 46, 2-9) que nos da aliento, que nos anima para ir buscando siempre caminos nuevos que nos ayuda a reproducir su acción amorosa y transformante en el mundo. 

3. Todo ser humano puede hacer que las cosas sucedan porque siempre está deseando lo que le hace falta y, por eso llega a ser lo que se propone y desea. Jesús antes de separarse de sus discípulos (vv. 51) realiza dos acciones: los saca cerca a Betania y alzando sus manos los bendice (vv. 50). Las reacciones de sus discípulos no se hicieron tampoco esperar, ellos también realizan algunos gestos: se postraron ante él, volvieron a Jerusalén con gran gozo y estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios (vv. 52-53). Con los gestos de sacar y de bendecir, Jesús resucitado sintetiza todo lo que ha hecho por sus discípulos y por toda la humanidad. Sacar (ascender) tiene que ver con la acción de Dios permanente a favor del pueblo que camina, el cual no se queda instalado ni quieto, sino que busca siempre avanzar poniéndose en la tarea de crecer con responsabilidad haciendo mucho bien. La bendición de Jesús será el gesto que ahora nos animará a lo largo de este caminar constante hacia el regreso del Padre, fuente de la vida, sosteniendo todos nuestros esfuerzos, luchas y trabajos, generando vida y buenos frutos. De esta manera su ausencia no es lejana, ni tampoco es un irse lejos, pues él se ha quedado con nosotros para bendecirnos, abarcando todo el mundo y toda la historia. Jesús al llegar al Padre no sólo estará con quien es la fuente de la vida, sino además estará cerca a cada persona, pues el lugar donde habita Dios es el cielo. Por su parte los discípulos después de postrarse ante Jesús mostrando su amor y reverencia, haciéndose una sola carne con él, deciden no volver a sus casas, sino volver a Jerusalén donde esperan el don del Padre en un ambiente no de tristeza ni de nostalgia, como una forma de referirse a tener ahora dedicación total a la obra comenzada por el Maestro, fundamentados en la oración, en la alabanza, fuerza de la creación y del reconocimiento de las grandes acciones de misericordia y de poder de Dios: estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios (v. 53); pero también como un acto de agradecimiento, de alegría que los conducirá a dar comienzo a la misión, de ser testigos hasta los confines de la tierra. En resumen, venir de Dios y regresar a Él para vivir mucho mejor es hacer un camino de vida donde podemos reconocer el amor y la misericordia de Dios y, donde al mismo tiempo es posible hacer que las cosas sucedan, haciendo mucho bien a muchas personas, participando del gozo y de la alegría que contempla la presencia constante del resucitado entre y con nosotros, pues la obra de Jesús glorificado continúa en nuestra vida a través de nuestra dedicación, esfuerzo y testimonio, animados por la promesa del Padre para hacer bajar todas sus bendiciones sin medida.
Luis Fernando Castro P.
Teólogo- Magister en Familia
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es

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