EL ROSTRO AMOROSO Y SOLIDARIO DEL PADRE Jn 14, 23-29
EL ROSTRO AMOROSO Y SOLIDARIO DEL PADRE
Jn 14, 23-29
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Luis Fernando Castro Parra Teólogo |
Las despedidas por lo general son muy tristes y algunas, hasta dolorosas porque hacen sufrir. Al marcharnos o alejarnos de nuestros seres que amamos, sentimos una honda y extraña división en nuestro interior que se parte en dos y nos conmueve, muchas veces esto nos debilita y nos estanca en nuestras actividades porque nos hemos acostumbrado y creemos que ahora vamos a quedar solos. Dar comienzo a algo nuevo para continuar hacia adelante o para dar paso a alguien más, una parte de nuestro ser parece quedarse sembrada en esa tierra de la que partimos con nuestros amigos y con nuestros seres queridos y la otra se viene con nosotros, pero con el corazón lleno de recuerdos, de alegrías, de momentos bellos que pudimos compartir y de nostalgias que hacen derramar algunas lágrimas por decir adiós a las personas con quienes tuvimos algún acercamiento o relación amena por un corto o largo tiempo. Todo esto hace parte de una despedida compuesta de varios ingredientes en el que florecen las palabras entrañables de agradecimiento, cariño, amistad sincera, incluso se dan algunas recomendaciones. A la Luz de la Palabra de Dios, Jesús en un contexto de despedida con sus discípulos revela algunos aspectos relevantes del rostro solidario del Padre que conduce a aquellos a pasar de una tristeza inminente, causada por su partida, a un gran ambiente de alegría donde es posible comprender una nueva y más profunda relación con el Maestro, siempre presente en el mover y la experiencia de la historia y del discípulo: el significado de guardar la palabra, la promesa del Espíritu Santo, la presencia de la Trinidad en la vida de los discípulos y la comunión de éstos con la Trinidad y la paz que brota en quien acoge y se sumerge en el proyecto maravilloso de Dios. Veamos:
1. Las despedidas pueden ocasionar que entremos en una zona de pánico donde sentimos que se nos mueve el piso, provocando inseguridad y tristeza; sin embargo, ver las partidas desde otro ángulo nos facilita que nos alegremos y podamos avanzar con responsabilidad en todos los aspectos de nuestra vida. Jesús en un ambiente de despedida con sus discípulos revela en primer lugar el sentido de guardar su palabra y, en consecuencia vendrá a morar la maravillosa Trinidad en los discípulos dejando ver una nueva creación que nos hace renacer hacia una nueva vida y nos identifica siempre con Él (vv. 23-26). Es inminente la partida del Maestro, él se irá (cf. Jn 13, 1) pero su presencia y la del Padre será ahora nueva en la comunidad de sus discípulos. Una presencia nueva por medio de su Amor, pues quien ama verdaderamente guarda y obedece las enseñanzas del Maestro (cf. vv. 21.23.24), no se olvida de la Buena Noticia que humaniza y crece constantemente. Esta es la base de todo discípulo, hacer del amor no un sentimiento o una simple palabra, sino más bien un compromiso, un estilo de vida siempre creciente, apartado de intereses y manipulaciones personales. Por eso, sus discípulos aunque se vean desprotegidos e inseguros y sin ninguna referencia u orientación para sus vidas, Jesús les insiste repetidamente evitar que el corazón se turbe o se acobarde (vv. 27), pues...si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre (vv. 28). Es decir, el amor es una fuerza que nos sintoniza también con la alegría. Entonces, vivir con Jesús es la verdadera promesa porque el Padre ama a Jesús y él entrega el Espíritu de ambos para comunicarnos su vida a los que acogemos y guardamos sus enseñanzas, siguiendo fielmente su ejemplo:...la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me envió (vv. 24b), para que vivamos de su amor y para su amor en una relación más allá de las palabras que pronunciamos y emitimos; una relación dinámica caracterizada por el compromiso y la responsabilidad de saber dar lo mejor, poniendo en practica lo que hemos escuchado de Él. De esta manera, ninguna persona queda anulada o excluida, sino por el contrario seremos enaltecidos por el mismo Dios porque quien ama a Jesús nunca se sentirá solo, no estará desorientado, como tampoco abandonado, pues contamos con el amor del Padre y del Hijo para que continuemos siempre en constante progreso y, en él logremos glorificar al buen Dios, pues la gloria del Señor es cada una de nuestras vidas que cuenta lo que hace Dios (cf. Hch 15, 1-2.22-29), manifestada en la entrega decidida por facilitar caminos que ayuden a crecer a muchas personas, como lo hace el buen Dios que continuamente sigue creando, continúa saliendo de sí mismo; que aquello que pronuncia a través de su palabra lo hace porque su palabra no retorna a él sin haber cumplido la misión (cf. Is. 55, 10-11) en nuestro presente, en el aquí y en el ahora de nuestra existencia y de nuestra realidad: vendremos a él, y haremos morada en él (vv. 23). La buena noticia es que tenemos a Dios dentro de nosotros, él es un Dios cercano y, esto nos hace caminar hacia adelante confiados, alegres y acompañados por el Dios del amor y de la vida, causando que nuestra fe crezca (vv. 29) y se fortalezca permanentemente.
2. Las palabras que muchas veces pronunciamos en las despedidas se caracterizan por ser profundamente consoladoras, cargadas de ánimo y de un gran intenso amor. Jesús anuncia a sus discípulos que el Padre enviará el Consolador, el Espíritu Santo en su Nombre para que todo lo enseñe y lo recuerde, según lo dicho por el Maestro (vv. 26). El Espíritu Santo, entonces estará con los discípulos no sólo para fortalecerlos y acompañarlos, también para instruirlos y guiarlos por el camino y la obra de Jesús. De esta manera, el Espíritu Santo es otro Paráclito enviado por el Padre en el nombre de Jesús para orientarnos y enfocarnos en el proyecto maravilloso y generoso de Dios; él nos acompaña para que no estemos solos y, así nos sintamos asistidos en nuestra vida. Este Paráclito nos ayuda a que comprendamos e interpretemos de la mejor manera la Palabra de Jesús en la cual brota una profunda unidad para que integral y confiadamente podamos crecer en todos los aspectos de nuestra vida. El Espíritu Santo no trae nada distinto a lo que ha sido enseñado por Jesús. Su función esta siempre referida a las palabras y a las acciones del Maestro. Él enseña y recuerda todo para que profundizado por nosotros nos apropiemos (cf. Salmo 66, 2-8), actualicemos y lo apliquemos en el caminar cotidiano en dirección no sólo nuestra y de nuestros deseos personales, sino además, hacia donde su aliento renovador nos impulse para tomar iniciativas creativas capaces de contagiar de muchas y abundantes bendiciones a otros. Por eso, desconocer la guía y la educación del Espíritu Santo en nuestro estilo de vida sometida meramente por leyes, obligaciones y preceptos es desviarnos del camino y de las Palabras de Jesús y del Padre. Esto hará que nuestra vida no tenga dirección alguna, pues no habría un proyecto de vida ni rutas que nos permitan crecer y avanzar hacia la realización personal con el Padre y el Hijo. Centrarnos en buscar nuestros propios intereses causará que nos desenfoquemos de lo que es verdaderamente esencial y de lo que nos conduce a vivir en plenitud. En este camino de resurrección el Espíritu Santo viene en nuestra ayuda para que estemos siempre conectados y en sintonía con la voluntad divina del Padre, revelada en su Hijo, logrando que estemos siempre movidos por el amor y el servicio haciendo mucho bien a muchas personas. Dejarnos, entonces empujar por este viento impetuoso y maravilloso, lleno de amor es encontrarnos cada día con la novedad solidaria del Padre que no se cansa de amarnos en el amor de Jesús y que nos une en su corazón cada vez más para que vivamos permanentemente en su intimidad. En este sentido, tenemos a un Dios cercano que ha querido morar en cada uno de nosotros, convirtiéndonos en verdaderos templos de vida (cf. Ap. 21, 10-14.22-23), haciéndonos sentir la experiencia sorprendente de ser amados para amar, pero al mismo tiempo, nos ayuda a permanecer profundamente en una relación comprometida y responsable con Él, no como siervos, sino como verdaderos hijos (cf. Jn 1, 12), los cuales nos abrimos como puertas y ventanas de vida para muchos, comunicando y mostrando el rostro solidario y generoso del Padre a una sociedad que busca ser más justa y caracterizada por la fraternidad.
3. En las despedidas no siempre habrán motivos para estar tristes o sentirnos abandonados, cuando descubrimos en estos eventos cosas mayores que nos ayudaran a ser mejores en todos los sentidos de nuestra vida. Jesús regala dos frutos del amor hecho compromiso: su paz y la alegría: os dejo la paz, mi paz os doy...si me amarais, os alegraríais (vv. 27-28). El deseo del Maestro es que todos sus discípulos no sólo reciban la paz, sino que podamos vivirla como fruto de la unidad íntima y profunda con el Padre. Esta paz que se ofrece en un ambiente de despedida no es como la que ofrece el mundo, como tampoco es algo pasivo. La paz ofrecida por Jesús es diferente porque brota de lo más intimo de nosotros para que donde podamos llegar, logremos contagiar al mundo, abriendo caminos y relaciones más sanas y justas. De esta manera, comprendemos que la paz más allá de palabras, de discursos y de algunos períodos de tregua nace de quien sumergido en el amor de Dios, en la obra del Espíritu Santo camina hacia la realización con el Padre, en el cual nos sentimos seguros y protegidos, sabiendo que no estamos solos y, en consecuencia los miedos, la inseguridades, las preocupaciones, las cegueras y los peligros no harán parte de la prioridad cotidiana, sino la armonía y la paz profunda y duradera que ofrece un verdadero consuelo. Si Dios ha decidido quedarse entre y con nosotros podemos destacar algo grandioso y maravilloso para nosotros, saber que aparecemos como santuario de Dios (cf. Ap. 21, 22-23), santuarios de la Trinidad. Por eso, todo será distinto para nosotros porque nuestra mirada no estará centrada en las diferentes vicisitudes de nuestra vida cotidiana, que muchas veces nos estancan, nos hacen dudar y nos producen perturbación, impidiendo que podamos continuar hacia adelante para lograr ver y hacer cosas mayores, sino que descubriremos con alegría en cada paso que demos, en nuestras decisiones en los compromisos que asumimos (cf. Hch 15, 22-29) la solidez y la ayuda que proviene de Dios, que siempre nos sostiene y nos da su paz para que podamos avanzar hacia adelante, logrando alcanzar metas que nos realizan como hijos del Padre. Por eso, no hay mayor alegría y gozo que estar en intimidad con el Padre porque estaremos seguros de alcanzar la meta viviendo la plenitud de Jesús (cf. Jn 14,3), actuando con el Espíritu de la Verdad, el enviado por el Padre y el Hijo. En resumen, vivir guiados por el Espíritu, recordando y guardando las palabras del Padre y del Hijo no sólo descubriremos el rostro amoroso, generoso y solidario del Padre, sino además y en consecuencia, conoceremos y viviremos con alegría el regalo de la paz sirviendo con generosidad y abundancia a muchas personas, asumiendo con responsabilidad nuestras decisiones. Un estilo de vida constructivo, sorprendente y confiado en la bondad, la misericordia y el amor desbordado del Padre.
Luis Fernando Castro P.
Teólogo- Magister en Familia
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es
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