EL AMOR CERCANO, HECHO CARNE Jn 1, 1-18 Natividad del Señor- 25 de Diciembre
EL AMOR CERCANO, HECHO CARNE
Jn 1, 1-18
Natividad del Señor- 25 de Diciembre
Todos como personas tenemos un origen, una identidad y una fuente de vida que nos hace grandiosos y admirables. No estamos caminando en la historia por un golpe de suerte ni mucho menos por un acto mágico ni tampoco por un accidente o un mal cálculo. No estamos aquí en este mundo por una equivocación o por un error. Cada uno de nosotros venimos con unos orígenes, con una historia, con una raíz y con un rostro que nos hace visibles y semejantes a otras personas. Tenemos un principio, unas fuentes de vida, dadas por el amor de unos padres, pero también por el amor de un Dios que se nos hace cercano. Nacemos y nacimos en un tiempo, en un espacio determinado de la historia y de la existencia con un propósito, una misión, con algo que nos apasiona y nos mueve para aportar constantemente a la humanidad. Nacimos dentro de una familia con luces y sombras, en medio de unas condiciones de vida, algunas colmadas de deterioro, de exclusión y de mentira; pero, otras llenas de oportunidades, de esperanza y de crecimiento progresivo. A la Luz de la Palabra de Dios, el Verbo, la Palabra de Dios irrumpe, nace, se encarna en la historia humana como fuente de luz y de vida. Palabra divina y creadora para toda la humanidad. Esta Palabra crea una relación nueva y ha puesto su morada entre nosotros. Palabra que es amor, luz, camino y vida. Palabra que se entrega totalmente y sin reservas. Palabra de vida que nos hace hijos de Dios. Veamos:
1. Tenemos como personas una identidad única e irrepetible que nos hace personas especiales, merecedoras de respeto y de un gran valor. Una identidad que nos proporciona pertenencia en la historia, que perdura en el tiempo y nos hace distintos, reconocibles y grandiosos como personas. En el centro de este maravilloso himno del evangelio de Juan (Prólogo) está el anuncio de la encarnación de Jesús, revelando la identidad de un pequeño niño nacido en un humilde pesebre, la Palabra (Lógos) de Dios, el Hijo del Dios viviente desde la eternidad: En el principio estaba la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios (vv. 1). Por eso, Dios, que es amor (cf. 1Jn 4, 8) es también Palabra, es luz y es vida. Una Palabra que existía antes del mundo, desde siempre, porque es Dios (vv. 1). En el origen de todo no está la fatalidad, ni el azar como tampoco la equivocación, esta la Palabra, el amor, la luz y la libertad; una Palabra que es comunicación y escucha. La Palabra es dinámica, activa, típico de una relación, de una comunicación y de un diálogo entre el Padre y el Hijo. Dios no se ha quedado mudo ni callado, tampoco encerrado en sí mismo en su misterio. Dios ha salido para comunicarse y decirnos cuan grande es su amor. Jesús hecho carne es sencillamente el proyecto de Dios hecho humanidad.
2. Jesús es la Palabra hablada, dirigida hacia alguien, pero al mismo tiempo una palabra recibida y escuchada. Jesús nacido en un sencillo pesebre es la Palabra, el Enviado de Dios por excelencia, el rostro de la vida que se ha metido en la historia (misterio de la encarnación), que se ha hecho carne, poniendo su morada entre nosotros (vv. 14). Es el regalo maravilloso del Padre para hacernos conocer al Padre que nos ama de una manera sin medida y sin ninguna reserva; un Dios cercano con rostro de vida, de esperanza y de gracia abundante y generosa para todos. La Palabra de Dios se ha encarnado para que todos la podamos entender, los que saben conmoverse por el amor, la bondad y la alegría que se encierra en la profundidad de nuestra vida.
3. En este tiempo maravilloso, tiempo de la Navidad es una oportunidad para dejarnos envolver por el Misterio sorprendente de Dios porque él siendo Dios se ha hecho pequeño y sencillo sin perder su identidad, su esencia y su santidad; porque siendo Dios se ha hecho hombre (vv. 14) proclamando la cercanía y la proximidad de su divinidad; así, ha decidido confiar y creer en nosotros, no por nuestros méritos, ni tampoco por nuestros esfuerzos, sino por iniciativa misma de Él, poniendo... su Morada (su tienda) entre nosotros (vv. 14b) para que también nosotros seamos testigos (vv. 6-7) constructores de lo que hemos oído, visto y tocado de la Palabra de vida que estaba desde el principio (vv. 1), la cual se hace visible para que podamos aceptarnos como somos, mirándonos de una manera distinta, sin ahogar la gracia maravillosa que está en nosotros, pues... hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Unigénito lleno de gracia y de verdad (vv. 14c) para que vivamos grandiosamente como hijos del Padre en plenitud nuestra condición humana, logrando ir más lejos de lo que vemos y lo que tocamos, recibiendo con alegría su amor, viviendo libres y felices.
4. Dios hecho carne y poniendo su morada entre nosotros es el acontecimiento central de nuestra vida. No sólo de este himno que es la puerta de entrada del evangelio, sino también para nuestra existencia. El movimiento que nos muestra el cómo la Palabra se hace hombre, se hace carne nos permite ver que las distancias han desaparecido. Dios nos ha mostrado su rostro a través de su Hijo, él no se ha quedado mudo; Dios se nos ha revelado. Dios se ha querido comunicar para hablarnos de su amor, explicándonos su proyecto, el cual se ha hecho carne. La Palabra que estaba en Dios y era Dios (vv. 1) es todo Amor. En nuestra vida que hay desamores y sin sabores, debemos recordar que todo lo que existía en el origen era amor y, por eso, a través de esta Palabra todo ha sido creado. Él todo lo ha hecho por medio de la Palabra. Lo que él dijo lo hizo (cf. Gen 1, 3). Esta Palabra que habita entre nosotros no fue eclipsada ni apagada por la oscuridad porque la Palabra es luz que irradia a toda la humanidad. En la Palabra hay vida y luz que sigue continuamente brillando en medio de la oscuridad y la tiniebla. Una luz que nos posibilita el encuentro con él y con muchas personas para sintonizar en el Amor cercano hecho carne.
5. Entonces podemos ahora ver cara a cara el rostro vivo de Dios a través de Jesús de Nazaret, Palabra hecha carne (vv. 14a). Él nos ha explicado y nos ha hecho conocer con su presencia entre nosotros quién es Dios y cómo actúa (vv. 18). Jesús es el rostro de la verdad, de la Palabra, de la luz y de la vida. Quien contempla al pequeño nacido en Belén hace visible el rostro de Dios, porque...Dios nos habla por medio de su Hijo (cf. He 1, 1-6), un ser humano que es causa de salvación. Por eso, quien recibe y acoge a este pequeño nacido en un pesebre, al Hijo de Dios, la Palabra que estaba desde el principio nos hacemos hijos de Padre. De este modo, quien nos ve en nuestra vida contempla y está en la capacidad de ver, captar en nuestro vida y en nuestras acciones a Dios (cf. Jn 14, 9) porque en Jesús, Dios ha revelado y exaltado al ser humano verdadero, auténtico como él lo había pensado, como Dios lo había soñado y como Dios lo ha creado para que podamos comunicar el amor de Padre a los demás sin interferencias ni obstáculos, llenos de gracia y de verdad (vv. 14d). En Jesús se cumplen todas las expectativas del pueblo de Dios. Este misterio presente y grandioso nos impregna de alegría porque reconocemos en un pequeño- niño el amor y la ternura de un Padre que desborda todo su amor para la humanidad.
6. Jesús como hombre y como Dios nos enseña entonces el camino para participar de la condición divina, la condición que nos hace libres y felices, sin importar los momentos o las situaciones adversas. El amor de Dios no se ha comunicado por medio de conceptos, de ideas o de doctrinas, sino que su Palabra se ha encarnado en un pequeño niño para que todos podamos entender, de manera sencilla y cercana el amor, la bondad y la verdad que se encierra en la vida, dándonos así el fruto de la paz, la cual contribuye para que todos aprendamos a vivir pensando no sólo en nosotros, sino además en los demás, creando verdaderos lazos de unidad y fraternidad. Cada uno de nosotros como personas somos un anuncio de vida, un anuncio del amor desbordado y sin medida, un anuncio de Dios presente en el mundo para que brille la luz y la gloria de Dios en medio de tanta oscuridad y tiniebla que suele pasar en nuestra existencia. Estamos llamados a ser y a vivir como Dios en este mundo, en esta historia, pues el hecho de ser personas, seres humanos no perdemos por la Palabra hecha vida nuestra esencia, nuestra verdadera identidad. Por este motivo, Dios no se cansa de buscarnos, de estar cercano para que también nosotros le busquemos con el fin de humanizar nuestra vida, nuestro camino y nuestra historia. Ver el rostro de Dios es cantar la paz para que podamos construir como mensajeros y con responsabilidad la paz (cf. Is. 52, 7-10), siendo testigos de la luz (vv. 6-8), dando buenas noticias de victoria, regalando ternura, amor y afecto, haciendo que nuestra vida sea cada vez mejor para nosotros y para muchas personas porque el anuncio de la Palabra no envejece con el paso de los días, sino que es todo lo contrario crece, se actualiza y está siempre presente.
7. El fluir de Dios hacia la humanidad, el trayecto que hace Dios de arriba hacia abajo, de lo divino a lo humano es un obrar incesante de un Padre que se desprende de sí mismo porque quiere levantarnos, porque quiere lo mejor para nosotros, porque nos ama sin medida (cf. Jn 3, 16-17). Y, sin perder su condición divina el Hijo ha decidido hacerse uno de nosotros (cf. Flp 2, 6-7) para darnos una vida en abundancia (cf. Jn 10, 10b): la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo (vv. 17). Con la presencia del Hijo en nuestra vida se muestra a un Dios que desea que todos redescubramos nuestra condición de ser hijos e hijas amados por Dios, dando cuenta de la presencia de Dios presente y actuante en nuestra vida: a todos lo que la recibieron les dio el poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; los cuales no nacieron de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nacieron de Dios (vv. 12-13). La distancias, entonces han desaparecido porque Dios habita entre nosotros para que encontrándonos con él, sin salir del mundo podamos acercarnos a él, buscando hacernos uno con Jesús porque él nos seguirá contando cómo es Dios, él nos hará que conozcamos y vivamos con alegría al Padre y caminemos siempre hacia Él.
8. La Palabra del Padre, el Hijo de Dios hecho carne, se hizo hombre, nacido en un pesebre para que todos nosotros comencemos a vivir con responsabilidad y sencillez como verdaderos hijos de Dios superando el obstáculo de la indiferencia y del egoísmo, haciendo más sencilla y clara nuestra vida, logrando abrirnos a Dios y a las demás personas, viviendo con plenitud lo que todos hemos recibido (vv. 16) por este amor incondicional y generoso; sin embargo, esta Palabra de vida que ha venido a nosotros no ha sido acogida (vv. 9-11) y, solamente algunos la recibieron y se dejaron irradiar por su luz, se han dejado transformar en hombre nuevos, en hijos de Dios (vv. 12). La verdadera Luz que irradia a la humanidad estaba en el mundo, aunque el mundo no ha querido saber de ella, pero quien la acogió y creyó recibe la gracia de ser hijos de Dios porque Dios nos da la vida. Y esto ocurre porque el Hijo de Dios se hizo carne (Sarx...humanidad, vulnerabilidad).
9. De esta manera, al hacerse Jesús uno de nuestra raza y de nuestra condición humana, todos comenzamos a ser parte de la gran familia de Dios para que aprendamos a mirarnos como Dios nos mira, sobre todo cuando nos perdemos o desviamos del camino que nos lleva a la realización, a la comunión definitiva con Él en medio de la humanidad y la fragilidad. Dios se hace carne para compartir nuestra vulnerabilidad y fragilidad. Dios es el amor cercano hecho carne, él puso su tienda su casa en medio de nosotros, ya no está en un arca, él viene en persona y habita en nosotros en todo su esplendor y gloria. Está es la verdad escandalosa para muchas personas porque no se concibe que en Belén a través de una mujer llamada María ha nacido un niño que es la Palabra misma de Dios, Palabra humanizada, Jesús, hijo de Dios que se ha hecho uno de nosotros. Un hombre que nos ha mostrado al Dios invisible con sus palabras, sus obras y acciones. Así que, este encuentro maravilloso de lo divino y de lo humano nos permite vivir, crecer y avanzar con esperanza sin ser de este mundo (cf. Jn 17, 14-16) viviendo de manera plena, gracia tras gracia (vv. 16b), acatando siempre la voluntad divina para nosotros y para bien de muchas personas, mostrando que el Amor generoso de Dios se hace carne, está visible, lo podemos captar y vivir en nuestra existencia.
10. Entonces, este maravilloso evento de la vida nos permite contemplar la victoria de nuestro Dios (cf. Salmo 97, 1-6), manifestada en un recién nacido, presentado en los brazos de una mujer como María para ser adorado, reconociendo que el Verbo se ha hecho carne, y habitó entre nosotros, hemos contemplado su gloria (vv. 14). Por eso, este acontecimiento nos exhorta a despertar porque por nosotros Dios se ha hecho carne, se ha hecho uno de nosotros. Hombre y Dios se hace una sola cosa. Despertar es interpelar nuestra vida y el modo cómo la concebimos, pues aunque no hemos visto la inmensidad de Dios (vv. 18), él se nos ha revelado a través de su hijo. Esto nos debe alegrar porque en Jesús podemos ver a Dios. Él nos ha hecho conocer al invisible. Y, nosotros seres humanos en Jesús nuestro hermano en la carne, hombre como nosotros, estamos llamados a ser y actuar como Dios.
11. En resumen, Navidad, fiesta de salvación, no está basada solamente en un sentimiento que responde plenamente a los deseos más hondos que hay en nuestro corazón, sino también a un tiempo constante de encuentro divino y humano para mantener abierto el horizonte de nuestra vida a algo más grande y pleno que todo lo que podemos conocer, descubriendo y compartiendo como verdaderos hijos de la vida, de la luz y del amor a un Dios cercano, abordable con rostro para todos; un Dios que a través de la encarnación se hace presente constantemente en nuestra existencia porque nos mira cuando sufrimos o cuando nos desviamos, no para juzgarnos, sí para perdonarnos, amarnos con generosidad, logrando que juntos celebremos con alegría y amor el regalo maravilloso de su hijo Jesucristo. Entonces, ir a Belén para adorar a la Palabra hecha carne es también abrazar a la humanidad para exaltar la dignidad y animar a la auténtica solidaridad, pues se nos ha revelado la gracia y la verdad de Dios.
Luis Fernando Castro P.
Teólogo PUJ- Magister en Familia-ULIA
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es
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