UN DIOS CERCANO Y CON ROSTRO PARA TODOS Jn 1, 1-18
UN DIOS CON ROSTRO Y CERCANO PARA TODOS
Jn 1, 1-18
![]() |
Luis Fernando Castro P. TEÓLOGO |
Todos como personas tenemos un origen, una identidad y una fuente de vida que nos hace grandiosos y admirables. No estamos caminando en la historia por un golpe de suerte ni mucho menos por un acto mágico ni tampoco por un accidente o un mal cálculo. No estamos aquí en este mundo por una equivocación o por un error. Cada uno de nosotros venimos con unos orígenes, con una historia, con una raíz y con un rostro que nos hace visibles y semejantes a otras personas. Tenemos un principio, unas fuentes de vida, dadas por el amor de unos padres, pero también por el amor de un Dios que se nos hace cercano. Nacemos y nacimos en un tiempo, en un espacio determinado. Nacimos dentro de una familia con luces y sombras, en medio de unas condiciones de vida, algunas colmadas de deterioro, de exclusión y de mentira, pero otras llenas de oportunidades, de esperanza y de crecimiento progresivo. A la Luz de la Palabra de Dios, el Verbo, la Palabra de Dios irrumpe, nace, se encarna en la historia humana como fuente de luz y de vida. Palabra divina y creadora para toda la humanidad. Palabra que crea una relación nueva. Palabra que es amor y se entrega totalmente. Palabra que nos hace hijos de Dios. Veamos:
1. Tenemos como personas una identidad única e irrepetible que nos hace personas especiales, merecedoras de respeto y de un gran valor. Una identidad que nos proporciona pertenencia en la historia, que perdura en el tiempo y nos hace distintos, reconocibles. En el centro de este maravilloso himno del evangelio de Juan (Prólogo) está el anuncio de la encarnación de Jesús, revelando la identidad de un pequeño niño nacido en un humilde pesebre, la Palabra (Lógos) de Dios, el Hijo del Dios viviente desde la eternidad: En el principio estaba la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios (vv. 1). Por eso, Dios, que es amor (cf. 1Jn 4, 8) es también Palabra. Una Palabra que existía antes del mundo, desde siempre, porque es Dios. En el origen de todo no está la fatalidad, ni el azar como tampoco la equivocación, sino la Palabra que es amor, luz y libertad, comunicación y escucha. Una Palabra dinámica típico de una relación, de una comunicación y de un diálogo entre el Padre y el Hijo. Una palabra hablada, dirigida hacia alguien, pero al mismo tiempo una palabra recibida y escuchada. Jesús nacido en un sencillo pesebre es la Palabra, el Enviado de Dios por excelencia, el rostro de la vida que se ha metido en la historia (misterio de la encarnación), el regalo maravilloso del Padre para hacernos conocer al Padre que nos ama de una manera sin medida, un Dios cercano con rostro de vida, de esperanza y de gracia para todos.
2. Por eso, en este tiempo maravilloso, tiempo de la Navidad es una oportunidad para dejarnos envolver por el Misterio sorprendente de Dios porque él siendo Dios se ha hecho pequeño y sencillo sin perder su identidad, su esencia y su santidad; porque siendo Dios se ha hecho hombre (vv. 14) proclamando la cercanía y la proximidad de su divinidad; así, ha decidido confiar y creer en nosotros, no por nuestros méritos, ni tampoco por nuestros esfuerzos, sino por iniciativa misma de Dios, poniendo... su Morada (su tienda) entre nosotros (vv. 14b) para que también nosotros seamos testigos constructores de lo que hemos oído, visto y tocado de la Palabra de vida que estaba desde el principio (vv. 1), la cual se hace visible para que podamos aceptarnos como somos, mirándonos de una manera distinta, sin ahogar la gracia maravillosa que está en nosotros, pues... hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Unigénito lleno de gracia y de verdad (vv. 14c) para que vivamos grandiosamente como hijos del Padre en plenitud nuestra condición humana, logrando ir más lejos de lo que vemos y lo que tocamos, recibiendo con alegría su amor, viviendo libres y felices.
3. Dios nos ha mostrado su rostro a través de su Hijo, él no se ha quedado mudo; Dios se nos ha revelado. Dios se ha querido comunicar para hablarnos de su amor, explicándonos su proyecto, el cual se ha hecho carne. Entonces podemos ahora ver cara a cara el rostro vivo de Dios a través de Jesús de Nazaret, Palabra hecha carne (vv. 14a). Él nos ha explicado y nos ha hecho conocer con su presencia entre nosotros quién es Dios y cómo actúa (vv. 18). Jesús es el rostro de la verdad, de la Palabra, de la luz y de la vida. Quien contempla al pequeño nacido en Belén hace visible el rostro de Dios (cf. He 1, 1-6). Por eso, quien recibe y acoge a este pequeño nacido en un pesebre, al Hijo de Dios, la Palabra que estaba desde el principio nos hacemos hijos de Padre. De este modo, quien nos ve en nuestra vida contempla y está en la capacidad de ver, captar en nuestro vida y en nuestras acciones a Dios (cf. Jn 14, 9) porque en Jesús, Dios ha revelado al ser humano verdadero, auténtico como él lo había pensado, como Dios lo había soñado y como Dios lo ha creado para que podamos comunicar el amor de Padre a los demás sin interferencias ni obstáculos, llenos de gracia y de verdad (vv. 14d). Este misterio nos impregna de alegría porque reconocemos en un pequeño niño el amor y la ternura de un Padre que desborda todo su amor para la humanidad.
4. Jesús como hombre y como Dios nos enseña entonces el camino para participar de la condición divina, la condición que nos hace libres y felices, sin importar los momentos o las situaciones adversas. El amor de Dios no se ha comunicado por medio de conceptos, de ideas o de doctrinas, sino que su Palabra se ha encarnado en un pequeño niño para que todos podamos entender, de manera sencilla y cercana el amor, la bondad y la verdad que se encierra en la vida, dándonos así el fruto de la paz, la cual contribuye para que todos aprendamos a vivir pensando no sólo en nosotros, sino además en los demás, creando verdaderos lazos de unidad y fraternidad. Por eso, cada uno de nosotros como personas somos un anuncio de vida, un anuncio del amor desbordado y sin medida, un anuncio de Dios presente en el mundo para que brille la luz y la gloria de Dios. Estamos llamados a ser y a vivir como Dios en este mundo, en esta historia, pues el hecho de ser personas, seres humanos no perdemos por la Palabra hecha vida nuestra esencia, nuestra verdadera identidad. Por este motivo, Dios no se cansa de buscarnos, de estar cercano para que también nosotros le busquemos con el fin de humanizar nuestra vida, nuestro camino y nuestra historia. Ver el rostro de Dios es cantar la paz para que podamos construir como mensajeros y con responsabilidad la paz (cf. Is. 52, 7-10), regalando ternura, amor y afecto, haciendo que nuestra vida sea cada vez mejor para nosotros y para muchas personas.
5. El fluir de Dios hacia la humanidad, el trayecto que hace Dios de arriba hacia abajo, de lo divino a lo humano es un obrar incesante de un Padre que se desprende de sí mismo porque quiere levantarnos, porque quiere lo mejor para nosotros, porque nos ama sin medida (cf. Jn 3, 16-17). Y, sin perder su condición divina el Hijo ha decidido hacerse uno de nosotros (cf. Flp 2, 6-7) para darnos una vida en abundancia (cf. Jn 10, 10b): la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo (vv. 17). Con la presencia del Hijo en nuestra vida se muestra a un Dios que desea que todos redescubramos nuestra condición de ser hijos e hijas amados por Dios, dando cuenta de la presencia de Dios presente y actuante en nuestra vida: a todos lo que la recibieron les dio el poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; los cuales no nacieron de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nacieron de Dios (vv. 12-13). La distancias, entonces han desaparecido porque Dios habita entre nosotros para que encontrándonos con él, sin salir del mundo podamos acercarnos a él, buscando hacernos uno con Jesús porque él nos seguirá contando cómo es Dios, él nos hará que conozcamos y vivamos con alegría al Padre y caminemos siempre hacia Él.
6. La Palabra del Padre, el Hijo de Dios hecho carne, se hizo hombre, nacido en un pesebre para que todos nosotros comencemos a vivir con responsabilidad y sencillez como verdaderos hijos de Dios superando el obstáculo de la indiferencia y del egoísmo, haciendo más sencilla y clara nuestra vida, logrando abrirnos a Dios y a las demás personas, viviendo con plenitud lo que todos hemos recibido (vv. 16) por este amor incondicional y generoso. De esta manera, al hacerse Jesús uno de nuestra raza y de nuestra condición humana, todos comenzamos a ser parte de la gran familia de Dios para que aprendamos a mirarnos como Dios nos mira, sobre todo cuando nos perdemos o desviamos del camino que nos lleva a la realización, a la comunión definitiva con Él. Así que, este encuentro maravilloso de lo divino y de lo humano nos permite vivir, crecer y avanzar con esperanza sin ser de este mundo (cf. Jn 17, 14-16) viviendo de manera plena, gracia tras gracia (vv. 16b), acatando siempre la voluntad divina para nosotros y para bien de muchas personas.
7. En resumen, Navidad, fiesta de salvación, no está basada solamente en un sentimiento que responde plenamente a los deseos más hondos que hay en nuestro corazón, sino también a un tiempo constante de encuentro divino y humano para mantener abierto el horizonte de nuestra vida a algo más grande y pleno que todo lo que podemos conocer, descubriendo y compartiendo como verdaderos hijos de la vida, de la luz y del amor a un Dios cercano, abordable con rostro para todos; un Dios que a través de la encarnación se hace presente constantemente en nuestra existencia para que juntos celebremos con alegría y amor el regalo maravilloso de su hijo Jesucristo.
Luis Fernando Castro P.
Teólogo PUJ- Magister en Familia-ULIA
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es
Comentarios
Publicar un comentario