RENACER EN EL AMOR PARA VIVIR EN LA LUZ Jn 3, 14-21
RENACER EN EL AMOR PARA VIVIR EN LA LUZ
Jn 3, 14-21
Hablar del amor en nuestra experiencia de vida parece que es más importante de lo que hoy podemos imaginar y pensar porque siempre nos está comprometiendo, impulsándonos a tomar nuevas decisiones para actuar de un modo diferente, logrando caminar más lejos de nuestras propias expectativas y fuerzas con el objetivo de generar una vida nueva y constructiva en todo momento. De esta manera, el amor se convierte como en un motor, en un poder de vida que nos facilita mejorar y avanzar en nuestra calidad y experiencia de vida para ser mejor de lo que somos y para hacer mejor lo que hacemos. A la Luz de la Palabra de Dios, Jesús, conversando con Nicodemo hace notar las profundidades del amor de Dios, las cuales se desbordan desde la mirada de la cruz, reconciliando al ser humano y haciendo que germinen signos de una nueva vida a través de la resurrección. Veamos:
1. Amar es un todo un arte, un acto de decisión y de libertad que requiere desarrollar una entrega incondicional que comunique y promueva encuentros de vida para que florezcan señales de esperanza y de vida nueva. Jesús, dialogando con Nicodemo lo invita a renacer en el amor, mirando la cruz como manantial de un amor intenso del Padre y del Hijo que viene al encuentro de todos los seres humanos, asumiendo su sufrimiento y abriendo puertas de vida y de esperanza. Para esto, Jesús alude a un evento del pueblo de Israel por la travesía del desierto (cf. Nm 21, 6-9) donde Dios interviene a favor de la vida para salvarlo de la muerte. El sentido significante de mirar y exaltar la cruz no se comprende como un acto meramente heroico ni como "el fracaso" y la desgracia de un hombre como puede llegarse a pensar o a imaginarse por algunos, sino como el amor intenso de un Dios-Padre que entrega todo sin mezquindad (Jn 3,16), como fuente de la vida para hacer florecer un camino de libertad, de perdón y de felicidad para todos nosotros (cf. 2Cr 31, 14-23) que somos obra, hechura de Dios (Ef. 2, 10). Un amor que se desborda sin límites, no tanto por mérito propio de cada uno de nosotros, sino por pura gracia de un Dios que... es rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, pues estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo (cf. Ef. 2, 4-5). Así que, al observar la cruz más allá de un simple objeto, es reconocer un símbolo luminoso del amor de un Dios que muestra cuán lejos puede ir por nosotros sin interesar qué tan cerca estemos de él o cuánto nos hayamos entregado por este amor. El amor de Dios significa que su mirada ha sido puesta no para juzgar ni condenar sino que ha sido puesta en atención a nosotros, de una manera grandiosa y generosa, queriendo lo mejor por lo que ama, buscando siempre favorecernos en todos los sentidos de nuestra vida. Dicho de otra manera, el amor de Dios es un amor desbordado, comprometido que no escatima darlo todo sin esperar nada a cambio (Jn 3, 17). Por eso, mirar la cruz es descubrir continuamente señales de amor y de vida de un Padre que a través de los brazos extendidos de su Hijo nos continúa acogiendo y sosteniendo, mostrando que el amor no se termina, que el amor no se agota ni tiene fronteras para realizar un camino que nos permita profundizar no sólo en el valor y el sentido de nuestra vida, sino para facilitar un camino donde podemos ir descubriendo las profundidades del amor de un Padre que constantemente y sin medida desborda todo su amor en favor nuestro y para toda la humanidad sin tener alguna exclusión.
2. Pero, en este proceso de vida y de amor, no siempre nos encontramos con la misma respuesta y la misma entrega del amor del Padre. En este amor se corren y se asumen riesgos, pues muchos hablan del amor, pero pocos llegan a conocerlo porque prefieren mantener sus rutinas, sus paradigmas o sencillamente sus propias costumbres y conductas de vida. Jesús continuando su conversatorio con Nicodemo afirma: Quien cree en él, no es juzgado, pero quien no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios (vv. 18), prefiriendo actuar en la oscuridad, en las tinieblas, antes que acercarse y dejarse ver de la luz (vv. 19-20). En muchas ocasiones las decisiones por las que optamos no siempre son las mejores a pesar que se nos muestren caminos sorprendentes que nos conduzca a hacer cosas mayores. Preferimos optar por tener una vida cargada de estrés, de angustia y de oscuridad, de dolor y de sufrimiento, donde se presume de fe y de amor, pero sin mirar al amor que es luz resplandeciente provenida de la cruz. El dinamismo del amor de Dios es vigente y permanente, sin embargo, la respuesta de algunos se esconde detrás de la oscuridad para no ser vistos, evitando asumir una vida con un estilo responsable y comprometido consigo mismo y con los demás. Estar cerca a la luz, a la claridad y a la verdad (cf. Jn 14, 9) es permitir que todo se vea, tal como es, una obra creada por amor, que reconoce al amor y actúa para el amor. Un amor que se recibe y un amor que se da, que se ofrece sin condiciones, sin tapujos y sin alguna excusa. Pero, decidir estar más al lado de la oscuridad es mostrar que no hay ni existe el menor interés de complacer ni recibir al amor, huyendo de la luz para actuar de una forma peculiar sin percatarnos del amor que se mueve en nuestro interior, encerrándonos en nosotros mismos, abrazando criterios de indiferencia y de actos egoístas que nos conduce a correr el riesgo de permanecer cerrado al motor del amor y al vínculo capaz de movernos a ir más lejos de lo que podemos lograr y alcanzar para vivir con plenitud. De esta manera, mucho se escucha del amor, pero se disfraza y se reduce no a la cruz que es luz del amor, sino a un corazón flechado, a una hipótesis, a un discurso que nos mantiene en la oscuridad en lugar de asumir una realidad constructiva de vida concreta que nos permita obrar permanentemente el bien. Por eso, quien cree en el amor que hay en nuestro interior nada esconde, busca sacar lo mejor que hay dentro de cada uno para obrar de un modo responsable, transformando sin límites como el amor que se ha recibido en la cita reconciliada de la cruz.
3. Hemos sido creados con libertad de elección. Esto significa que todos podemos decidir por hacer lo peor o lo mejor en el camino y proceso de nuestra vida. Todo depende de la relación que se tiene con el amor, pues...quien hace la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios (vv. 21). Recibir la luz del amor es optar por vivir en la luz para contribuir a la libertad, a la esperanza y a la vida. De esta manera, Dios ha enviado a su Hijo para que nosotros acogiendo su amor como una elección de vida, porque no es impuesta, tomemos la mejor opción de transparentar en lo que hacemos a quien es el mismo Amor. Por tanto, creer en el amor no es tanto buscar señalar si se actúa bien o mal, como sí creer para renacer en el amor que se desborda a través de la cruz, logrando en nuestra cotidianidad transformar nuestra vida en todos los sentidos, sin creernos superiores a otros, viviendo en la luz que nos impide en un buen sentido, huir de nosotros mismos (cf. Jn 3, 30) para permanecer continuamente trabajando con decisión y disponibilidad incondicional por el amor y la verdad.
Luis Fernando Castro P.
Teólogo- Magister en Familia
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es
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