LA NUEVA VISIÓN DEL TEMPLO Jn 2, 13-25

LA NUEVA VISIÓN DEL TEMPLO
Jn 2, 13-25
Luis Fernando Castro Parra
TEÓLOGO

Avanzar hacia una nueva visión y propuesta que renueve, comprometa y ofrezca un nuevo sentido a nuestra vida con el fin de mejorarla, no siempre obtendrá en principio reacciones positivas porque no siempre serán comprendidas ni acogidas por quienes buscan mantener  y preservar sus propios intereses, caprichos, privilegios, injusticias y criterios establecidos. Pero también porque necesita de un esfuerzo y de un proceso que facilite avanzar para lograr el objetivo de alcanzar la nueva comprensión y visión que se ha propuesto. Sin embargo, proponer una nueva visión de la vida existencial y espiritual tiene el propósito de ir un poco más allá, logrando evitar quedarse solamente en lo que consideramos que es posible, expandiendo el panorama que tenemos de nuestra vida, para dar comienzo a una nueva relación con nuevas actitudes y, en consecuencia nuevas acciones que manifiesten cosas mayores. A la Luz de la Palabra de Dios, Jesús aparece como el nuevo templo de Dios, donde es posible ofrecer un nuevo culto a Dios, suscitando una nueva relación que nos acerca a nuestro Padre. Veamos: 

1. Generar una nueva visión es considerar encontrarnos con algo distinto que nos comprometa y nos permita descubrir y comprender una nueva relación de vida en nuestra vida. Cuando se acercaba la Pascua de los judíos, Jesús sube a Jerusalén (vv. 13), pero no como un ser piadoso y peregrino que ofrecía sacrificios de animales y pagaba impuestos, sino como aquel que muestra que ha llegado tiempos nuevos de relación con el Padre: agarra un látigo y expulsa a todos del Templo...(vv. 15). A lo largo de la historia del pueblo de Israel se descubre varios lugares, que son importantes para la oración como el desierto (cf. Mc 1, 12-15) y la montaña (cf. Mc 9, 2-10), pero hay un lugar que por excelencia es para el pueblo de Israel, el lugar del encuentro con Dios, el Templo de Jerusalén, porque allí se encuentra el Tabernáculo o Santo de los santos o Lugar Santísimo o Santuario. Sin embargo, cuando sube Jesús a Jerusalén en la Pascua de los judíos se encuentra que el Templo, la casa del Padre ha sido transformado en comercio (vv. 14), en un mercado impregnado de algarabía y de gritos que no aluden ni muestra la imagen verdadera de un Padre que da la vida y, en efecto lo que se celebra no es una fiesta de vida, de encuentro y de libertad, sino de opresión, de exigencia y de explotación del pueblo. Es decir, que literalmente el templo se había convertido en un mercado (vv. 16) contraste a la experiencia y al encuentro con la casa del Padre. Muchas de las acciones y comportamientos que realizamos en nuestra experiencia de vida, como templos de Dios no siempre están en sintonía y en el sentido de encuentro con Dios porque se buscan otros intereses que afectan la relación y la imagen con Dios y también con las otras personas. Acciones que en lugar de mostrar a un Dios que da la vida porque ama, porque es misericordia, porque sabe dar lo mejor, es mostrado como un Dios exigente, lejano y poco misericordioso con su Pueblo. Quizás por esto, nos estamos equivocando porque le hemos puesto precio a la vida, al amor y a las distintas relaciones. Pareciera que pesa más el interés del dinero, del negocio en nuestras decisiones que la atención y el amor incondicional por nosotros mismos y por el otro que somos por excelencia el templo, la morada, la casa del Amor. Por eso, la acción de Jesús de tomar el látigo de expulsar a todos del Templo tiene el sentido no de purificar el templo, sino de decretar su fin porque en él, ya no hay un encuentro de Dios con el ser humano, ya no hay una relación cercana y misericordiosa. Una acción fuerte que trae como consecuencia para nosotros hoy, sacudir el interior del templo para abrirnos una nueva relación, a una nueva visión y comprensión del templo que mire más allá de lo que somos y de lo que tenemos, capaz de poner la atención y el desgaste por el bienestar propio y también por el bienestar del otro (cf. Ex 20, 1-17), sosteniendo relaciones armoniosas, en comunión y solidaridad, impregnadas de bondad, caridad, misericordia y no-violencia (cf. 1Cor 1, 22-25) sin interesar las situaciones y las circunstancias, inevitables en el proceso relacional y transformante de la vida.

2. Esta nueva comprensión y visión de templo es el cuerpo de Jesús como el lugar privilegiado de encuentro entre Dios y el ser humano: La Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros (Jn 1,14). Por esto, ante la nueva visión de templo de Jesús como verdadero lugar de salvación, la reacción de las autoridades religiosas no podían esperar, exigiendo señales que confirmará lo que Jesús estaba haciendo (vv. 18), pues para ellos lo importante es conservar y preservar el templo para actuar según sus criterios e intereses particulares. La respuesta de Jesús a los mercaderes del templo es una proclamación nueva en el que él mismo se proclama el nuevo templo, refiriéndose a su propio cuerpo (vv. 19.21). Es decir, que desde ahora ya no va a importar mucho el edificio material de piedra y de madera, sino el Cuerpo del Señor que será el verdadero templo, santuario del Espíritu (cf. 1Cor 6, 19), lugar de encuentro, de oración y de comunión entre el Padre y nosotros (cf. Jn 10, 38) y en donde nuestras acciones y actitudes se miden por las obras y la caridad hacia nosotros mismos, pero también hacia la otra persona, logrando hacer verdaderos intercambios de vida donde todos somos acogidos sin cabida alguna, para que creciendo juntos, contribuyamos a construir una comunidad de vida, responsable y comprometida, donde todos son importantes, donde todos tienen la posibilidad de trabajar por la dignidad y la amistad poniendo lo mejor de sí al servicio transformador de unos por los otros. Es aquí donde se comprende el significado del Resucitado como el lugar privilegiado, el lugar de la adoración y del definitivo del amor de Dios por su obra más preciada (vv. 22). 

3. Por supuesto, que esta nueva visión que conlleva una nueva relación no se logra de un momento a otro. Es importante desarrollar un camino, un proceso, un aprendizaje constante y prolongado para lograr el objetivo de actuar en espíritu y verdad (cf Jn 4, 23) a través de Jesucristo. Esto se comienza cuando revisamos nuestro propia vida, nuestro propio templo, que es templo, tienda del encuentro con el Espíritu para descubrir si estamos obrando en sintonía al sentido y significado de la presencia viva de la casa del Padre. Un proceso que sólo después de la resurrección de Jesús los discípulos tuvieron comprensión exacta de esta nueva visión del templo. De ahí, que Jesús, a pesar de haber realizado otras señales no confiaba en esas personas que habían creído, pues los conocía por dentro (vv. 23-25), sabía que había multitud, pero no un discipulado que se identificara y estuviera con él como posibilidad para acercar a otros a la casa del Padre. Por eso, en el proceso de alcanzar la comprensión y la visión nueva del templo es interesante descubrir un camino que supere los prejuicios y las barreras en relación a Jesús, pues la nueva visión de templo exige un nuevo cambio de relación con Dios y con las demás personas, desde nuestra propia morada, experimentando una nueva vida que se identifique con él, construyendo, aportando y amando: si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él (cf Jn 14,23). Por tanto, la nueva comprensión y visión de templo es un asunto que implica revisar y arreglar nuestro interior, sacando y expulsando lo que impide realizar un verdadero culto adorable a Dios para que después con toda libertad y amor podamos dar lo mejor de sí como resultado de un encuentro verdadero con Dios y con los demás, logrando vivir oportunamente al servicio renovador de la vida.
Luis Fernando Castro P.
Teólogo- Magister en Familia
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es

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