BUSCANDO AL RESUCITADO Jn 20, 1-9

BUSCANDO AL RESUCITADO
Jn 20, 1-9
Florecita-LuisFer

Penetrar en la profundidad maravillosa de la vida es descubrir en el camino y en la experiencia, grande o pequeña, la importancia que tiene la vida y todo lo que le rodea, emergiendo en ella, la Ley del Amor. Es comenzar a abrir los ojos, paso a paso a una nueva realidad que nos conduzca a una nueva vida. Un acto que tanto necesitamos como personas porque nos mueve a tomar una actitud distinta, a realizar pasos interesantes de cambio, de encontrarnos con algo mejor, que a la postre nos beneficia en nuestra realización personal y en la relación con nuestros semejantes. A la Luz de la Palabra de Dios, nos hallamos en el primer día de la semana con María Magdalena, Simón Pedro y el Discípulo Amado, quienes buscan al Señor en el sepulcro vacío por amor, pero también hallamos las distintas reacciones de estos discípulos de Jesús frente a lo que van descubriendo en esta experiencia como impulso para ser testigos de la Resurrección. Veamos:

1. El modo como veamos nuestra vida y a las personas o simplemente la actitud que tengamos para relacionarnos con los demás para aprender, para escuchar serán aspectos que inciden en lo que lleguemos a creer o no, superando limitaciones, expectativas, posibilidades de vida. María Magdalena va de madrugada el primer día de la semana, a visitar el sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y descubre que su amado no está allí. Todo parece desgracia, tragedia, no es posible ver más allá hasta el momento porque María está buscando a un muerto, un cadáver: Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto (vv. 2). Creer en la experiencia victoriosa del Amor es tener la capacidad de poder ir más allá de lo que nos parece tangible, único e inesperado. Es salir de nosotros mismos para comenzar a abrir un nuevo camino, más allá de la polémica y de la indiferencia (cf. Hch 10, 34.37-43), que seguramente nos permitirá encontrarnos con nuevas experiencias, superando la soledad, el dolor, el sufrimiento, la necesidad de compartir meramente las incertidumbres, las dudas y los miedos. Algunas personas están deseosas de encontrarse con algo nuevo en su vida, pero sus actitudes y sus acciones las conducen a buscar en lugares y en direcciones erradas, provocando que sea difícil creer en la experiencia de la victoriosa de la vida y del amor. Creen que todo está en contra de ellos y de sus expectativas, como si la experiencia de la resurrección fuera un abstracto o la prolongación de la vida humana tras el evento de la muerte. Sin embargo, creer en la experiencia victoriosa de la vida y del amor es dejarse mover por este motor para hallar cosas distintas que nos impulsa a compartir lo mejor de nosotros, elaborando caminos de solidaridad, de alegría, de perdón, de apertura para el bienestar de los demás, convirtiéndonos en testigos de la resurrección, proclamando la vida plena como voluntad del Padre, pues: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos (Jn 15,13).

2. Aprender a leer los signos, los acontecimientos de la vida, permitirá que podamos transformarlos en vida, mediante el desarrollo eficaz y eficiente de un proceso serio y responsable que ayude al crecimiento integral de sí mismo, pero también de las personas que están o hacen parte de nuestro entorno. Ante la noticia desagradable que ha anunciado en un primer instante María Magdalena, Simón Pedro y el otro discípulo se encaminaron al sepulcro para verificar las palabras de María. Los dos salen corriendo hacia el sepulcro. Una carrera que no depende del esfuerzo físico o de las condiciones que puede estar el cuerpo humano, sino de lo que lo mueve desde el interior, el Amor por el Señor. Quien ama, llega antes y cree que el amor es más fuerte que las adversidades, que las situaciones o circunstancias que nos rodean o tocan a nuestra puerta (vv. 4-5.8). Quien duda, demora un poco más en llegar, y aunque no pierde su privilegio no tiene la claridad de lo que los signos de la vida están diciendo. Como personas tenemos metas, criterios, algunos en común otros con carácter personal, sin embargo, en el camino los pasos se desigualan, pero es aquí donde es importante hacer una pausa, un silencio para fijar metas claras que garanticen la unidad, rompiendo con el paradigma competitivo que impide avanzar y comprender que el amor es más fuerte que la muerte; que la muerte es posible vencerla con la vida (vv. 9) porque más allá de la muerte hay más vida y, que la resurrección es capaz de generar una nueva vida, una metamorfosis personal que hace cambiar el rumbo de nuestra existencia. Leer los signos de la vida (vv. 5-8) nos abre la posibilidad de abrirnos a cosas más grandes, aspirando a las cosas de arriba (cf. Col 3, 2), que nos es otra cosa que practicar la bondad, el servicio y la solidaridad, consiguiendo cambios que penetran el silencio activo de la vida y la transforman para que emerja el amor y se genere nueva vida. Una actitud que en lugar de dar espacio a la perplejidad y a la incomprensión nos permite desarrollar el valor del agradecimiento (Cf. Salmo 117, 1-2) constante, sacándonos del dolor, de la soledad, de la tristeza que nos ata, superando aquellas cosas que al revisar y evaluar, solamente nos han dado cierta seguridad, pero que nos han impedido comenzar a mejorar y a vivir de una forma plena, realizada y distinta nuestra vida, siendo testigos de la esperanza, de la fortaleza y de alegría, signos tangibles de la resurrección de Jesús. Aquí, ya no es suficiente las palabras o lo que se dice, puede llegar incluso a estorbar. Lo que es importante es leer los signos de vida, los cuales los hallamos en medio de las situaciones y de las circunstancias diarias y cotidianas de nuestra vida, aun cuando todavía sean incomprensibles o no podamos captarlas para ser mejores, descubriendo que habrá siempre algo mayor que nos enriquece y nos beneficia a todos, pues la resurrección de Jesús nos libera de nosotros mismos para que seamos testigos de su resurrección y, así alcancemos nuestra propia realización y plenitud.

3. La experiencia de cada uno de los discípulos que se acercaron al sepulcro fue distinta. Cada uno tiene algo que contar como respuesta a la búsqueda del Señor. Una experiencia que no es igual a como partieron ante la noticia y el descubrimiento de la tumba vacía: Uno vio y creyó (vv. 8); el otro regresa a casa perplejo con la única seguridad que el Señor no está en el sepulcro (vv. 7); y María Magdalena, quien decide quedarse frente al sepulcro con el objetivo de hallar al Resucitado. Es decir, buscar insistentemente hasta encontrar el amor. Cuando se comparte las experiencias con otros, ya sean de familia, de trabajo, de las situaciones vividas, de la relación que tengamos con Dios nos ayuda a conocer un poco más de la realidad de los demás y a encontrarnos con algo nuevo que nos permite mirar y revisar nuestra propia vida. De ahí que es interesante, sepamos o no, estar en una constante búsqueda del Señor resucitado porque vamos penetrando el regalo sorprendente y maravilloso de estar vivos para que  buscando (cf. Jn 1, 38; 18, 4) y amando la vida, descubramos en ella la presencia viva y activa de un Dios que nos acompaña, un Dios que se nos muestra con señales de vida, hablándonos y moviéndonos a ir más allá desde en el interior de nuestro corazón. Por tanto, la experiencia de la resurrección no se profundiza ni se conoce a partir de especulaciones o de cosas abstractas, sino con una mirada nueva de la vida, que busca incesantemente, aplicada con gestos que desbordan un amor gozoso que comparte, que edifica y que contribuye en todo los sentidos de nuestra vida, como muestra y signo de la presencia amorosa del resucitado en la experiencia de la Pascua. 
Luis Fernando Castro P.
Teólogo- Magister en Familia
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es

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