UN MUNDO NUEVO QUE BROTA DEL RESUCITADO Jn 20, 1-9 Domingo de Resurrección- Tiempo de Pascua (Ciclo C)
UN MUNDO NUEVO QUE BROTA DEL RESUCITADO
Jn 20, 1-9
Domingo de Resurrección- Tiempo de Pascua (Ciclo C)
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Luis Fernando Castro Teólogo PUJ |
Penetrar un poco más en la profundidad maravillosa de la vida nos permite ir descubriendo en el camino y en la experiencia cotidiana grandes y pequeñas situaciones que nos ayudan a hallar la importancia que tiene nuestra vida y todo lo que nos rodea y nos sucede, emergiendo en ella, la Ley de la alegría y del amor que nos envuelve, dándonos, asimismo cuenta que siempre habrá algo más de lo que nosotros podemos ver y percibir. A eso le llamamos transcender, ir un paso más lejos, es un mundo nuevo que brota de resplandor y de nueva vida. Es como comenzar a abrir los ojos, paso a paso a un nueva realidad, a un nuevo amanecer que nos conduce hacia una nueva y asombrosa experiencia de vida que nos asombra, que nos va a agradar de manera grandiosas. Este acto lo necesitamos como personas porque nos ayuda a romper con nuestros esquemas y comodidades, nos mueve a tomar una actitud distinta, nos facilita dar y realizar pasos interesantes de cambio, algunos de ellos inimaginables, que nos lleva a encontrarnos con algo mejor y, que a la postre nos beneficia para nuestra realización personal, fortaleciendo aun nuestras relaciones humanas con todos nuestros semejantes con los que compartimos, amamos y también los que necesitan ser más amados. A la Luz de la Palabra de Dios, hallados en el primer día de la semana María Magdalena, Simón Pedro y el Discípulo Amado buscan al Señor en el Sepulcro vacío, movidos por el amor. Cada uno de estos discípulos de Jesús reaccionan con gestos de una manera distinta frente a lo que van descubriendo en esta experiencia pascual como buscadores y testigos del Resucitado. Acciones muy valiosas que nos ayudan también a descubrir a Jesús vivo y resucitado en nuestra experiencia de vida, fuente de esperanza y de paz para todos. Veamos:
1. El modo como veamos nuestra vida y a las personas con quienes podemos compartir o simplemente la actitud que tengamos para relacionarnos con los demás para escuchar y aprender serán aspectos que inciden en lo que lleguemos a creer o no, superando limitaciones, expectativas, posibilidades de vida. María Magdalena va de madrugada el primer día de la semana, a visitar el sepulcro cuando todavía estaba oscuro (vv.1), y descubre que su Amado no está allí. Todo parece desgracia, tragedia, oscuridad e incomprensión, no es posible ver más allá hasta el momento porque María está buscando a un muerto, ella busca un cadáver: Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto (vv. 2). El amor de María; sin embargo, parece no esperar, su corazón late fuertemente por Jesús, sin percatarse del nuevo amanecer que está vislumbrando, el cual anuncia no sólo un nuevo día, sino también un cambio radical en nuestra existencia, en el que es posible ver todas las cosas de un modo diferente y con mayor claridad y forma sin apariencias ni excusas. María es el prototipo de quienes todavía siguen desorientados buscando al crucificado en medio de las tinieblas y la violencia. No sabe que la muerte ya ha sido vencida. Se ha vencido la violencia, tenemos ahora un tiempo y un mundo nuevo que brota del cuerpo resucitado de Jesucristo, pues no nacimos para morir, nacimos para vivir y eternamente.
2. Después de la violencia y de la muerte hay mucho más vida. La resurrección es un triunfo divino en todos los sentidos y nosotros participamos de esta victoria. Podemos seguir hacia adelante con todas nuestras fuerzas, creyendo en la resurrección, superando las dificultades, los momentos adversos, la humillación y el sufrimiento dejando a estos como una simple estación para valorar y crecer. Al encontrar María de Magdala la piedra movida del sepulcro se siente desconcertada y perdida. Todavía no ve con claridad el nuevo sol que se levanta para irradiar y dar sentido a la vida. Esto sucederá cuando haya un verdadero encuentro con el Resucitado (cf. Hch 10, 34a.37-43) en el que unimos dos experiencias, la de nosotros y la de Dios. Un encuentro tan cercano que nos mueve a funcionar de otra manera, irradiando gloria, júbilo y victoria, convencidos de que las crisis, los dolores, los sufrimientos y la muerte no tienen la última palabra en nuestra existencia. Todo es posible transformarlo en la esperanza de la resurrección, como fuente de vida para todos. Entonces, vemos como Cristo resucitado abre la migración de la humanidad hacia la vida, más allá de la cruz y de la muerte. De esta manera, comprendemos que la semilla de la vida y de la victoria está en nosotros y esta se despierta cuando aceptamos a Jesucristo, cuando lo recibimos en nuestro interior. Creer en el Resucitado es aceptar que nuestra vida no es solamente un pequeño paréntesis entre dos inmensos vacíos. Creer en la resurrección es tener la certeza de que Dios nos conduce hacia su plenitud de vida, de justicia y de paz, anhelo que encerramos todos como seres humanos en nuestro corazón.
3. María Magdalena entonces "corre" para avisar que la tumba está vacía (vv. 2a). Esta acción insinúa que el amor no se acaba con la muerte, que el amor por su amado sigue vivo y que a pesar de no encontrarlo para ella sigue siendo el Señor (Kýrios). El amor no se acabo en la cruz, ahora entra, penetra es recibido en el corazón. Esto es lo que experimenta María junto al Discípulo Amado y Pedro, personas que se dejaron amar por Jesús y quieren sentirse amadas por Él. Ellos han tomado conciencia de ser amados por el Maestro. Por eso en esta asombrosa experiencia pascual de la resurrección donde germina la vida, corren como quienes desean encontrarse con alguien que ha dejado de ver por mucho tiempo. Ahora hay luz, expectativa, más allá de los partos de la vida. Es posible correr porque no hay oscuridad no hay dan que nos pueda hacer tropezar. Los discípulos corren por curiosidad, tienen la esperanza de encontrarse con el Señor. Corren porque desean encontrarse con el amor de Dios. Creer en la resurrección es entonces evitar resignarnos a que Dios sea un Dios oculto, invisible, del que no podemos conocer su amor y su penetrante mirada, su ternura y sus abrazos siempre abiertos para nosotros. Con la experiencia de la resurrección encontraremos el amor siempre encarnado y glorioso en Jesús.
4. Creer en la experiencia victoriosa del Amor es tener la capacidad de poder ir más allá de lo que nos parece tangible, único e inesperado. Es salir de nosotros mismos para comenzar a abrir un nuevo camino, más allá de la polémica, la exclusión y la indiferencia (cf. Hch 10, 34a.37-43), que seguramente nos permitirá encontrarnos con nuevas experiencias, superando la soledad, el dolor, el sufrimiento, la necesidad de compartir meramente las incertidumbres, las dudas y los miedos porque la vida ha vencido a la muerte, a las tinieblas y a la oscuridad. Donde hay luz y vida no existe la noche oscura, todo se ve más claro, incluso nos permite ver más lejos, sabiendo que la muerte no tiene la última palabra en nuestra existencia. Es posible correr, aun volar porque hay un corazón conmocionado que quiere quitar todo lo que se impone ante el Amado, incluso las piedras pesadas. El amor no espera y mira con sed el abrazo, el encuentro. Algunas personas están deseosas de encontrarse con algo nuevo en su vida, pero sus actitudes y sus acciones las conducen a buscar en lugares y en direcciones erradas, provocando que sea difícil creer en la experiencia de la victoriosa vida y del amor. No buscan en las cosas y los bienes de arriba, donde está Cristo (cf. Col 3, 1-4). No van ni quieren beber de la fuente del amor y del servicio generoso y sin límites. Creen que todo está en contra de ellos y de sus expectativas, como si la experiencia de la resurrección, fuente de vida para todos, fuera un abstracto o la prolongación de la vida humana tras el evento de la muerte. Aceptar la experiencia victoriosa de la vida y del amor es dejarnos mover por este motor de fuerza para hallar cosas distintas que nos impulsa a compartir lo mejor de nosotros, elaborando caminos de solidaridad, de alegría, de perdón y apertura para el bienestar de muchas personas, convirtiéndonos en testigos de la resurrección, proclamando la vida plena como voluntad del Padre, pues: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos (Jn 15,13), logrando dar vida y amor más allá de la muerte.
5. Aprender a leer los signos, los acontecimientos de la vida, permitirá que podamos transformarlos en un canal de vida, mediante el desarrollo eficaz y eficiente de un proceso serio y responsable que ayude al crecimiento integral de sí mismo, pero también de muchas personas que están o hacen parte de nuestro entorno. Quien ama o es amado entiende mucho más a fondo. Mira la cosas de un modo más profundo, intuye que el amor no puede ser anulado ni vencido por la muerte. Ante la noticia desagradable que ha anunciado en un primer instante María Magdalena, Simón Pedro y el otro discípulo se encaminaron al sepulcro para verificar las palabras de María (vv. 3). Los dos salen corriendo hacia el sepulcro (vv.4). Una carrera que no depende del esfuerzo físico o de las condiciones que puede estar el cuerpo humano, sino de lo que los mueve desde el interior, el Amor por el Señor. Quien ama, llega antes y cree que el amor es más fuerte que las adversidades, que las situaciones o circunstancias que nos rodean o tocan a nuestra puerta (vv. 4-5.8). Quien duda, demora un poco más en llegar, y aunque no pierde su privilegio no tiene la claridad de lo que los signos de la vida están diciendo. Cada uno de los amigos de Jesús hacen un peregrinación hacia la vida. Creer en la resurrección es hacer una experiencia de amor pascual, confiando que nuestros esfuerzos no se perderán en el vacío ni quedaran en vano: Hay algo más por ver y por hacer.
6. El Discípulo Amado llega primero a la tumba pero no entra por respeto a la autoridad de Pedro (vv. 5). Sólo se limita a inclinarse y ver las vendas tiradas en la tierra. Este discípulo, entonces pudo ver algo más que María, quien sólo había podido ver la piedra movida del sepulcro. Por su parte, Pedro cuando llega ve lo mismo que el discípulo Amado, pero luego logra ver algo más: ve el sudario que cubría la cabeza de Jesús, éste estaba plegado aparte en un solo lugar (vv. 7). Este detalle indica que el cadáver de Jesús no ha sido robado porque los ladrones no hubieran tenido la delicadeza de ordenar todo el escenario. Entonces, se entiende que Jesús es quien se ha liberado de los lienzos y del sudario que lo envolvían y, a diferencia de Lázaro no necesitó ayuda para hacerlo (cf. Jn 11, 44), mostrando que las ataduras de la muerte han sido vencidas por el Maestro, por quien sabe dar vida y vida generosa, una vida sin reservas que se riega como manantial. El Señor es el vencedor (cf. Salmo 117, 1-2.16-17-22-23), él viene habitar y hacer morada en el corazón de los seres humanos. Él con su resurrección nos levanta con una nueva mirada sobre nuestra realidad. Creer en la resurrección como fuente de vida para todos toma para nosotros un nuevo amanecer, un nuevo tiempo y un nuevo significado porque nos impulsa con una fuerza poderosa que contiene savia que corre (cf. Jn 15, 4-5) y se extiende en todas las direcciones de nuestra existencia para que transformados podamos dar mucho fruto.
7. Pedro no comprende aún el signo, pero el Discípulo Amado, entrando en la tumba ve y creyó (vv. 8)...que según la Escritura, Jesús debía resucitar de entre los muertos (vv. 9). El Discípulo Amado dio un paso más que Pedro, creyó en la resurrección, fuente de vida y de esperanza para todas las personas (cf. Hch 10, 34a. 37-43): dichosos los que no han visto y han creído (Jn 20, 29); sin embargo, estos tres discípulos de Jesús han corrido, han llegado cada uno a su tiempo, van a su propio ritmo, corren por un amor ansiado y recibido. La clave de correr está no en la fuerza ni en el esfuerzo, sino en dejarnos amar porque en este amor se revela la presencia de Dios que es fecunda, un lugar para crecer en la experiencia del amor dado ahora por el Cristo Resucitado. Como personas, entonces tenemos metas y criterios fundamentados por lo que vemos y por lo que aprendemos, algunos en común, otros con carácter personal; pero, en el camino los pasos se desigualan, es aquí donde es importante hacer una pausa, un silencio para fijar metas claras que garanticen la unidad, rompiendo con el paradigma competitivo que impide avanzar y comprender que el amor es más fuerte que la muerte; que la muerte es posible vencerla con la vida (vv. 9) porque más allá de la muerte hay más vida y, la resurrección como fuente de vida es capaz de generar una nueva vida para todos, una metamorfosis personal que nos hace cambiar el rumbo de nuestra existencia sin interesar nuestro propio ritmo.
8. Pedro y el Discípulo Amado al entrar al sepulcro se dieron cuenta que sus planes y expectativas no eran los mismos que los de Dios. Quisieron hallar a un muerto, pero se encontraron con la sorpresa que la voluntad divina va mucho más lejos. Las expectativas de los discípulos son superadas por la experiencia del amor pascual, un amor que va más allá de la oscuridad y de la muerte. Leer los signos de la vida (vv. 5-8) nos sorprende, nos guía y nos abre la posibilidad de abrirnos a cosas mucho más grandes, aspirando a las cosas de arriba (cf. Col 3, 2), que nos es otra cosa que practicar la bondad, el servicio y la solidaridad, consiguiendo cambios que penetran el silencio activo de la vida y la transforman para que emerja el amor y se genere una nueva vida, sumergida en el servicio incondicional y generoso. Una actitud que en lugar de dar espacio a la perplejidad y a la incomprensión nos permite desarrollar el valor del agradecimiento y de la celebración festiva (Cf. Salmo 117, 1-2) y constante, sacándonos del dolor, de la soledad, de la tristeza, de la fatiga y del miedo que muchas veces nos ata y nos deja atrapados en el pasado. Creer en el resucitado es saber que lo que había quedado a medias, lo que creíamos que no era posible ser ni hacer, lo que había sido estropeado por nuestra necedad y torpeza, ahora todo alcanzará en Dios su plenitud. Nada se perderá en la experiencia del amor con el Resucitado, todo es nuevo, todo es posible.
9. Con la resurrección fuente de vida para todos no es suficiente las palabras o lo que se dice de este sorprendente evento porque puede llegar incluso a estorbar. Lo que importa ahora es ver y leer los signos de la vida que nos irradia, los cuales los hallamos en medio de las situaciones, de las circunstancias diarias y cotidianas, aun cuando todavía sea incomprensible o no podamos captarlas para asumirlas con responsabilidad, buscando ser mucho mejor. Las distintas herramientas que Dios nos ofrece para crecer en nuestra vida, como la oración, el consejo de un amigo, la dirección espiritual, el mensaje enviado por la red social, descubriendo con toda confianza (Cf. Salmo 27) que habrá siempre algo mayor que nos enriquece y nos beneficia a todos, pues la resurrección de Jesús nos libera de nosotros mismos para que lo descubramos a él vivo y operante en nuestro caminar, siendo testigos de su resurrección y, así alcancemos nuestra propia realización y plenitud hacia la vida facilitando el crecer como personas, asimismo como comunidad que se une con la certeza de que la luz del nuevo amanecer irradia con todo su esplendor, haciendo efectivo y eficaz nuestro caminar como manantial y fuente de vida, fundida en el inmenso corazón misericordioso de Dios, derramado constantemente y sin reservas para beneficio de muchas personas. Es aquí cuando podemos tener la seguridad que hemos renacido a una vida (cf. Jn 3, 3), a una nueva manera de vivir, a una experiencia de amor pascual con el Resucitado.
10. La experiencia de cada uno de los discípulos que llegaron al sepulcro vacío fue distinta. Cada uno tiene algo que contar al mundo como respuesta a la búsqueda y encuentro con el Señor: Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo (Jn 17,16). Una experiencia que no será igual a como partieron ante la noticia y el descubrimiento de la tumba vacía: Uno vio y creyó (vv. 8); el otro regresa a casa perplejo con la única seguridad que el Señor no está en el sepulcro (vv. 7); y María Magdalena, quien decide quedarse frente al sepulcro con el objetivo de hallar al Resucitado. Es decir, busca insistentemente hasta encontrar el amor. Tres buscadores del resucitado, tres reacciones frente a lo que vieron y experimentaron. Algunos entre las dudas, otros en la tristeza y el ensimismamiento, dejando ver la poco profundidad de la vida que nos impide ver el gran panorama de un Dios generoso que nos invita a comprender el sentido y el valor de lo que vivimos como personas, aún en medio de las batallas que se mueven en nuestro corazón. Cada uno como personas, al igual que los discípulos vamos dando el aporte, vamos delineando el proceso de fe pascual, convirtiéndonos en un impulso misionero, aún cuando no haya claridad sobre la experiencia del resucitado. La búsqueda del amor se convierte en una realidad que atrae y contagia a todos sin exclusión, pues la muestra del amor generoso de la resurrección como fuente de vida es para todos: Jesús nuestra esperanza ha resucitado. Y esta amistad, este amor con Jesús, será la que abona el camino para que elevemos nuestra vida. Entonces, todos estamos involucrados en este proceso de hallar los distintos signos de la resurrección de Jesús para que con alegría, esperanza y consolación permanezcamos en el amor (cf. Jn 15,9-10) haciendo mucho bien, venciendo la oscuridad y el mal. La resurrección nos pone a caminar mucho más rápido, nos pone a palpitar el corazón y nos pinta la vida de resplandor y de gloria. Asimismo la experiencia de la resurrección nos facilita entender que nuestra vida está siendo conducida por Dios hacia una verdadera plenitud caracterizada por la justicia, el perdón y la paz porque Dios habita nuestros corazones.
11. En resumen, cuando compartimos la experiencia del amor con el Resucitado con otros, ya sea de familia, de trabajo, las situaciones vividas, la relación que tengamos con Dios nos ayuda a conocer un poco más de la realidad con los demás y, también nos permite encontrarnos con algo nuevo que nos ayuda a mirar y revisar nuestra propia vida para continuar creciendo y avanzando en todos los aspectos que nos implican como personas. Es un mundo nuevo vestido de eternidad. Es interesante, por eso, sepamos o no, estar en una constante búsqueda del Señor resucitado porque en la medida intensa que lo hagamos, vamos penetrando y hallando el sentido al regalo sorprendente y maravilloso de estar vivos, logrando buscar y vivir encuentros (cf. Jn 1, 38; 18, 4) amando la vida, descubriendo en cada camino y gesto que nos ofrece la vida la presencia viva y activa de un Dios que nos acompaña; un Dios que se nos muestra con señales de vida, que no nos ha dejado solos ni abandonados; un Dios que nos continua hablando y animando para que podamos ir más allá desde en el interior de nuestro corazón, haciendo cosas mayores y de mejor calidad.
12. Creer en la resurrección, fuente de vida y de amor, no como un acto de conocimiento, sino como acto de donación y de entrega para podernos lanzar hacia lo que no alcanzamos a ver, pero con la certeza que saldremos en victoria es salir hacia el encuentro de Dios y de las personas. Esta es la Buena Noticia de la Resurrección de Jesús. Es la pascua que une lo inmediato con lo eterno, lo visible con lo invisible. Una buena nueva para amar y dejarnos amar volando hacia cosas mucho mejores porque Cristo ha resucitado. Así, de esta manera, la experiencia de la resurrección no se profundiza ni se conoce a partir de especulaciones o de cosas abstractas, como tampoco de lo que creemos conocer y poner como definitivo según lo vivido en nuestra existencia, sino teniendo una mirada nueva y confiada de la vida, más allá de relaciones divididas, de opciones estériles y vacías de amor. Creer en la resurrección como fuente de vida y de amor con el Resucitado es desarrollar la capacidad que todos tenemos para animar, aplicado con gestos que desbordan un amor gozoso que sabe compartir, edificar y contribuir en todo los sentidos de nuestra vida, dando valor a todas las cosas, superando la desesperanza, la resignación, como muestra y signo de la presencia amorosa del resucitado en la experiencia de la nueva Pascua, la cual siempre nos invita a entrar en el gozo y la alegría sin ocaso del Señor. Y, así Dios será todo en todos y para todos donde somos testigos de la esperanza, de la fortaleza y de la alegría, signos tangibles de creer en la resurrección, una experiencia pascual de amor con el Resucitado: ¡Aleluya!
Luis Fernando Castro P.
Teólogo- Magister en Familia
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es
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