APRENDER A PENSAR COMO DIOS Mc 8, 27-35 Domingo Vigésimo Cuarto (Tiempo Ordinario) Ciclo B

APRENDER A PENSAR COMO DIOS
Mc 8, 27-35
Domingo Vigésimo Cuarto (Tiempo Ordinario) Ciclo B
Luis Fernando Castro P.
Teólogo PUJ

Hemos escuchado muchas veces la frase "¿Usted no sabe quién soy yo?" en un contexto de presunción, de evadir responsabilidades, de orgullo y de manipulación, algo que no es recomendable porque sencillamente no muestra lo que verdaderamente somos como personas. Tener claridad de lo que somos y de lo que son también los demás facilitará que podamos afrontar de una mejor manera y con humildad nuestras relaciones humanas, sabiendo que habrán espacios para rectificar, para renovar y para continuar avanzando en nuestra existencia sin interesar las consecuencias o los peligros que podamos correr por las actitudes y las acciones que tomamos por hacer bien. Saber quiénes somos porque tenemos una identidad, de qué estamos hechos y hacia dónde nos dirigimos es clave para crecer integralmente en todo los detalles cotidianos de nuestra vida. Lo que somos es más grande de lo que tenemos. A la Luz de la Palabra de Dios, Jesús caminando con sus discípulos les realiza dos preguntas que busca responder sobre su identidad, provocando al mismo tiempo que los discípulos frente a la respuesta se distingan de las otras personas y conozcan en consecuencia el proyecto a seguir, hasta dar la vida si fuere necesario. Veamos: 

1. Muchos tienen diversidad de opiniones sobre lo que son y sobre lo que hacen las personas. Todo depende de lo cerca y de lo lejos que están de ellas. Algunas especulan según su experiencia. Otras en cambio hablan de lo que han visto y de lo que han experimentado con la persona cuando han convivido con ella. Jesús después de haber caminado y convivido con sus discípulos un tiempo, saliendo de Galilea y llegando a los pueblos de Cesárea de Filipo los interroga sin testigos y con toda confianza haciendo dos preguntas referidas a su identidad: Quién dicen los hombres que soy yo?... ¿Quién decís que soy yo? (vv. 27.29). La primera se refiere a lo que piensa la gente del común. La segunda pregunta es decisiva porque es directa a los discípulos. Es decir, se han hecho dos preguntas y se han obtenido dos respuestas totalmente diferentes. Sobre la primera pregunta las opiniones de la gente son diversas, pero tienen algo en común: Jesús es un verdadero Profeta, alguien u otro más entre muchos con autoridad y voluntad divina, alguien que reconoce a Dios en el sufrimiento como un amigo quien lo salva y lo defiende, alguien que abre el oído para escuchar la palabra de Dios y así cumplir la misión como servidor (cf. Is 50, 5-10).

2. Jesús no está pidiendo referencias personales de alta teoría, como tampoco pide definiciones de él de un modo abstracto, sino más bien sus preguntas tienen que ver con la experiencia: cómo se han dejado tocar por él, por sus palabras y sus acciones, cómo a partir de esto nos hemos involucrado en su proyecto. Lo que dice la gente acerca de él es verdadero, pero no es suficiente hay que ir un poco más lejos para reconocer la singularidad de Jesús y su novedad, necesita de una experiencia mucho más profunda. Jesús no espera repetición de lo que dicen o cuentan las otras personas. Él necesita que respondamos desde nuestra experiencia personal, cercana con el Maestro. Un giro importante que nos conduce a preguntarnos para desbordar nuestra vida, hecha en el camino de nuestra vida y desde el corazón. Por eso, para la segunda pregunta, Pedro tomando la vocería y en nombre de todos los discípulos le contesta al Maestro sin dudar: Tú eres el Cristo (vv. 29) o Mesías. Jesús se había revelado como el Cristo; pero en este punto del camino la pregunta es dirigida a sus seguidores, a quienes han estado cerquita de él. 

3. Entonces, parece que ante semejante respuesta del discípulo todo está claro sobre la identidad que los discípulos tienen de Jesús porque al decir Pedro que el Maestro es el Cristo, está afirmando que Jesús es el enviado por Dios, el definitivo rey, el que hace bien todas las cosas (cf. Mc 7, 37) para que conduzca a su pueblo hacia la plenitud de la vida y, por lo tanto, los discípulos lo siguen para colaborar en su proyecto. Jesús no encaja en las perspectivas de la gente, él no es un político, como tampoco es un restaurador del culto religioso. Ante la confesión de fe de Pedro Jesús les manda enérgicamente que a nadie hablarán acerca de él (vv. 30) porque este reconocimiento de Pedro todavía es incompleto. Los discípulos deben aceptar que Jesús no es solamente un Maestro, el Cristo, sino que al mismo tiempo es el Cristo crucificado (cf. 1Cor 1, 23), es decir, que Jesús les exige a  sus discípulos tomar en serio lo que él es como persona y, a su vez lo que él hace como obra. El concepto de la identidad casi siempre se refiere a nuestro sentido de lo que somos como personas y como parte de un grupo social o comunitario; sin embargo, la identidad no sólo se enfoca en nuestra propia creación, sino además crece en respuesta a factores internos como también externos. Es así como el Maestro después de la respuesta de Pedro anuncia su pasión, su muerte y su resurrección (vv. 31) para decir que su identidad tiene que ver también con la cruz. Nada de lo que esté fuera de este evento no tiene sentido cuando de abrir caminos de vida hace parte de nuestra existencia y de nuestro futuro.

4. Por eso, aprender a conocernos es importante porque nos facilita aprender a saber quiénes somos y hacia dónde vamos como personas sin interesar muchas veces lo que piensen las otras personas de nosotros. Quizás y es probable que hoy no podamos saber quiénes somos ni mucho menos responder quién es Jesús para nosotros porque sencillamente hemos oído de Jesús, pero sin tener un encuentro , una experiencia clara con el Maestro. Muchas personas se acercan y caminan con Jesús por muchos años, pero aún no han comprendido quién es Jesús porque es considerado siempre como otro de tantos fundadores de religiones, no permiten que la persona de Jesús condicione y nos identifique en nuestra vida para que comprometidos continuemos su obra. A lo largo de nuestra experiencia de vida vamos adquiriendo algunas experiencias sobre todo aquello que va sucediendo. Algunos momentos son clave porque marcan nuestra existencia y nuestro interior dejando una gran huella que a la postre nos servirá para comprender y mejorar la calidad de nuestra vida. 

5. Después de la confesión de Pedro, Jesús empezó a enseñar a sus discípulos sobre cómo él debía, aún siendo el Cristo, sufrir mucho (vv. 31); sin embargo la actitud de Pedro es apartar al Maestro para reprenderlo, es decir que Pedro ante el anuncio de la pasión, muerte y resurrección del Maestro comienza a retractarse de lo que antes había confesado y había dicho con tanta pasión. Pedro esta molesto y desilusionado con la enseñanza de Jesús, quiere corregir las palabras del Maestro. Pedro se escandalice, parece que no logra entender que para dar la vida en Plenitud hay que cruzar el camino de la pasión y de la muerte. A Pedro le parece absurda la enseñanza del Maestro, la rechaza y no está dispuesto a seguir ese camino, más aún quiere que Jesús cambie esa manera de pensar. Pedro no admite que la imagen que él mismo había proclamado, ahora parezca totalmente contraria en el anuncio de Jesús. Es como si la cruz y el Cristo fuera dos polos opuestos. Ese intento de corrección de Pedro al Maestro tiene una razón, el Dios que tiene el discípulo es un Dios de victoria que nunca pierde y, en efecto no cabe en su cabeza la idea de sufrir ni mucho menos ser crucificado, ser un humillado. Pero, precisamente la revelación de Dios no sólo se centra cuando todo va bien en el camino, asimismo él se muestra en el sufrimiento de la cruz. Un Mesías de la cruz que nos lleva a la gloria.

6. La imagen que podemos tener de Jesús nos centra según nuestras expectativas y comprensiones, lejos de la expectativa y la comprensión del proyecto de Dios. El Cristo que tenemos no nos pide, él siempre nos da, nos ofrece su vida y su sangre. Esto suena extraño, pero transforma todo en vida y resurrección. Un camino de muerte que hala hacia lo más alto de la vida. Por eso, la reacción y respuesta de Jesús ante la reprensión del Pedro e involucrando a los demás discípulos (vv. 33a) es también fuerte porque lo define como un tentador que quiere dominar la mente de Pedro para que no vea más lejos: ¡Quítate de vista, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres (vv. 33b). Jesús con sus palabras pone en su sitio a los discípulos. Ellos no son maestros, son discípulos que caminan detrás de él hasta la cruz. Ir detrás es lo que nos distingue como discípulos. Creer que por conocer algo de Jesús ya lo sabemos todo, nos puede convertir en personas arrogantes que a la postre caminamos por otro lado del proyecto de Dios. No basta, entonces con hacer confesiones correctas, es necesario que la vida esté en el mismo camino de lo que nosotros confesamos con nuestra boca. Lo que confesamos con nuestra boca debe estar acompañada de las acciones y compromisos con la vida.

7. Las palabras de Jesús lejos de amedrantar a Pedro o de hacer que el discípulo se sienta mal lo que tienen es el objetivo de que el discípulo logre madurar y crecer en la fe, pues los planes de Dios son distintos a los planes que muchas veces nosotros elaboramos. Jesús no estimula conferencistas ni profesores de su palabra. El Maestro quiere y busca testigos de una novedad que mirando su corazón no sólo confiesan con su boca, sin además responden con su vida. En este sentido, no es Dios quien se tiene que acoplar a nuestras lógicas y deseos. No es Dios quien tiene que adaptarse a nuestros derechos, expectativas, caprichos y sugerencias. La tarea del discípulo no es estar delante de Jesús sino atrás de él (cf. Mc 1, 17), para que el Maestro sea quien dirija y señale el camino a seguir. Confesar a Jesús meramente con las palabras es algo que podemos hacer muy fácilmente, pero seguir su camino de cerca, compartiendo su proyecto, su obra y su destino es algo que nos conduce a tomar con seriedad lo que profesamos con nuestra boca. Del dicho al hecho hay mucho trecho decimos por ahí: La fe no es nada sin las obras (cf. Santiago 2, 14-18). La fe es una semilla activa operante que nos impulsa al compromiso con los demás, con nosotros mismos y con el proyecto de Dios. 

8.  De esta manera, las palabras toman sentido cuando desarrollamos las capacidad de hacerlas vida en nuestra vida sin dejar vacíos o palabras que sencillamente se las lleva el viento. Dejar que la palabra tenga valor y confianza es hacer lo que hemos anunciado con nuestros labios, encarnando con hechos concretos lo que hemos pronunciado con mucha pasión y confianza sostenidos por la oración y la confianza en Dios (cf. Salmo 114, 1-6.8-9). Jesús quiere que nuestra vida se identifique con él, haciendo nuestro el pensamiento de Dios y no sólo, nuestra mentalidad. Es necesario aprender a pensar como Dios para no caer en la tentación de creer que lo sabemos todo, cuando en realidad no sabemos nada. Jesús a dicho con claridad y sin ocultar nada lo que le acompañará en el camino del anuncio del reino de Dios, pero al mismo tiempo ha hablado de la resurrección donde se verá que Dios está con él. Tal vez nuestras actitudes y nuestras acciones no reflejan siempre lo que somos y los decimos con nuestras palabras, pero esto no puede llegar a ser impedimento para que hoy tomemos la decisión de mejorar y de mantener con firmeza lo que hemos emprendido para aportar con servicio al crecimiento de las demás personas. 

9. Cuánto más aprendemos a conocernos y a conocer lo humano de las personas, más posibilidad habrá que podamos reflejar lo grandioso de lo que somos, de lo que Dios nos ha dado para compartir con los demás, aunque esto implique correr riesgos y peligros. Saber hacia dónde vamos, cuáles son las metas, a dónde queremos llegar nos permitirá avanzar superando los obstáculos, los miedos y las adversidades, admitiendo no sólo unas verdades de fe sino que al mismo tiempo aceptando un compromiso con la vida y con el crecimiento integral de nuestra existencia, amando sin medida y de una manera más eficaz. Podemos, incluso confesar en nuestra vida que Jesús es lo mejor que nos ha pasado en nuestra vida, confesarlo con nuestra boca; pero a su vez admitir nuestro compromiso con la vida. Seguir a Jesús no es un acto obligatorio e impuesto, causado por un miedo o interés particular, tampoco es algo restringido para algunos: llamando a la gente a la vez que a sus discípulos (vv. 34a): si alguno quiere venir es pos de mí... (vv. 34b). La decisión de confesar a Jesús y de seguirlo solamente lo puede hacer una persona que actúa con libertad, pues no es suficiente las palabras y la confesiones fáciles. El seguimiento es total y sin ningún otro interés que continuar la obra de Dios, desde el pensamiento y el actuar de Dios, sumergidos en sus expectativas y proyecto. 

10. Seguir a Jesús tomando en serio lo que hemos profesado tiene unas condiciones porque el seguimiento no es una acción meramente parcial y de momentos emocionales, sino que es un seguimiento permanente y estable que pone todo lo de Dios por encima de lo demás, superando el egoísmo y los conformismos. Para esto, hay que realizar tres acciones concretas. La primera condición es negarse a sí mismo, esto es desapegarse de los proyectos y de los planes que se oponen al reino de Dios. La segunda condición es tomar la cruz aceptando los sufrimientos que nos pueden llegar y que serán inevitables cuando aprendemos a identificarnos con el proyecto y la causa de Dios. La tercera acción en esta decisión es seguir a Jesús como único camino que conduce hacia la plenitud de la vida. De esta manera, estamos invitados a dar una respuesta de vida desde adentro de nosotros. Este es el caminar de nuestra existencia, evitando quedarnos en las orillas, dejando que la vida pase sin adquirir compromisos y responsabilidades verdaderamente serias y constructivas.

11. En resumen, responder a la pregunta de Jesús no es cosa fácil como tampoco hacerlo meramente con palabras hermosas y cargadas de emoción. La pregunta como la respuesta pone en juego sobre la mesa las cartas abiertas para decidir rechazar o aceptar el camino que propone el buen Dios, logrando enriquecer nuestra vida con esperanza y con amor conquistando una mejor calidad de vida. Para esto es importante aprender a pensar como Dios para que podamos responder a su proyecto, identificados con su caminar y con su obrar que siempre nos sorprende y, que nos conduce a la cruz y a su resurrección.
Luis Fernando Castro Parra
Teólogo- Magister en Familia
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es

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