DIOS ADENTRO PARA QUE DEMOS MUCHO FRUTO Jn 15, 1-8 Domingo Quinto de Pascua (B)
DIOS ADENTRO PARA QUE DEMOS MUCHO FRUTO
Jn 15, 1-8
Domingo Quinto de Pascua (B)
Los distintos cambios que tenemos en nuestra vida, no siempre son fáciles de asumir ni tampoco de permanecer firmes ante las tareas o las actividades que hemos proyectado y que se nos han encomendado para lograr mayores resultados, mucho más fruto. Todos como personas tenemos la intención de mejorar lo que ya hemos hecho, de actuar con amor beneficiando a los demás, pero cuando estamos más entusiasmados por alcanzar las metas, aparecen las situaciones adversas que en muchos casos nos afectan, provocando que el camino se marchite, se haga estéril y nos impida avanzar. Sin embargo, la clave para generar más vida, alcanzado los objetivos que nos hemos propuesto consiste en permanecer enfocados en dar fruto, en lograr que los resultados sean mejores, beneficiando nuestra vida y también la de muchas personas. A la Luz de la Palabra de Dios, Jesús usando la imagen maravillosa de la vid y de los sarmientos nos muestra como Dios está adentro de nosotros para que demos mucho fruto, permaneciendo fieles a su amor, a lo que hemos aprendido de él, logrando como resultado constante dar el fruto abundante que irradie la vida de alegría y de amor. Veamos:
1. La diferencia de muchas personas en este dinamismo de la vida consiste en que unos se esfuerzan por permanecer para producir mucho fruto, mientras otros estimados en sus seguridades y en sus propios intereses no logran dar el fruto adecuado. Jesús, en el discurso de despedida insiste a sus discípulos sobre el tema de permanecer para lograr dar fruto porque lo propio, lo característico de sus discípulos es dar fruto (vv. 2b. 5.8), pero no con palabras solamente, sino con hechos concretos que manifiesten el amor del Padre, fuente y generador de la vida: Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras (1Jn 3,18), pues el objetivo de crecer en el amor es lograr que todos nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó (1Jn 3,23), haciendo que la comunidad, lugar donde se comparte la experiencia con la vid verdadera (Jesús), crezca y avance en todos los aspectos, de un modo integral.
2. Para lograr dar el fruto abundante es necesario que los discípulos permanezcan unidos a Jesús, la Vid verdadera en el amor (vv. 1.4. 4b. 5. 5b.6.7), porque el fruto esperado por mucho tiempo y a lo largo de la historia es producido por Jesús, vid verdadera. Lo novedoso de las palabras de Jesús en esta despedida es afirmar que él es la vid verdadera y nosotros somos los sarmientos (vv. 5). La enseñanza se basa en el mundo de los viñedos, hijos de la tierra y el sol. La vid es el resultado que después de un proceso, se convierte en una fuerza de vida y de amor, donde la savia que escurre en el sarmiento da vida interior para que dé frutos abundantes y buenos que sirvan de alimento. Es un milagro de la naturaleza, transformando lo oscuro en un gran color de vida, lo seco en un buen fruto de vida. Esta es la imagen de un Dios viñador: ...mi Padre es el viñador... (vv. 1) que hace florecer nuestras propias espinas para que nuestra vida no se quede en la esterilidad, no se quede sin dar frutos buenos y abundantes.
3. Tres pronombres se relacionan en esta dinámica: él (Padre), Yo (la vid) y ustedes (los sarmientos). El Padre es el viñador, descrito en la sencillez. Un Dios que empuña tijeras y azadón para que nosotros podamos dar mucho más fruto. Él trabaja constantemente en nosotros para que podamos permanecer. Este trabajo no se hace solamente desde afuera, también lo hace desde adentro: Yo soy la vid y ustedes los sarmientos (vv. 5). Algo que es maravilloso porque estas palabras nos dice que no somos tan distintos porque hacemos parte de la misma planta, de la misma chispa, del mismo océano de vida. Jesús, vid verdadera y nosotros somos los sarmientos, en una misma vida, en una misma planta, una única raíz y fuente, una única savia, como un hijo en el vientre de la madre que son inseparables. Hacemos parte de un mismo amor como la respiración es del aire porque Dios está presente en nuestra vida (cf. Jn 1, 14). Con la encarnación el viñador se ha hecho vid, el sembrador se ha hecho semilla, el creador se ha hecho criatura. Él se ha hecho uno de nosotros para que nosotros podamos dar vida generosa y sin límites.
3. Dios está en nosotros no como algo que se impone o como el patrón que solamente exige resultados, él está como una savia que nos da vida para que no nos sequemos (vv. 6) y estemos llenos de su amor y, así demos mucho fruto abundante (vv. 8). Esta savia de vida y de amor corre en nosotros para que seamos en él y él en nosotros, una sola vida que logra dar mejores resultados: ...separados de mí no podéis hacer nada (vv. 5b). De esta manera, recibimos mucha vida si estamos en este tronco de generosidad y de amor porque el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo (vv. 4). Somos alimentados y podados por el Padre, él es quien trabaja para que limpios demos mas fruto (vv. 2). Podar la vid no es amputarla ni mandar males, tampoco se trata de separar, es darle fuerza a la vida para que no se detenga y permanezca. Podar es hacer de la planta algo siempre nuevo. Entonces, dar fruto es llegar a poseer la vida divina porque Dios viene a nuestra vida para sumar y no para restar. Dios trabaja en nosotros para que podamos florecer de manera maravillosa, irradiemos nuestra vida de su amor y de su belleza. Esta es una relación vital caracterizada por el amor donde el viñador es capaz de hacer florecer nuestras propias espinas para que como discípulos hagamos cosas mucho más grandes y mejores.
4. Aceptar a Jesús como la vid verdadera es aceptar la fuerza de la vida y del amor para producir este amor de forma abundante (cf. Jn 10, 10b), como verdaderos discípulos que damos buenos frutos. Buscar o apegarnos a otra fuente de vida y de amor que no sea él, los resultados no serán adecuados porque impedirá que la savia de la vida y del amor fluya y corra para producir la vida y el amor. Podemos decir que existen don tipos de sarmientos o de ramas: las ramas que dan fruto (vv. 5b) y las ramas que no dan fruto (vv. 6). La diferencia está en permanecer unidos a quien es el amor sabiendo recibir lo que por amor corre a través de estas venas que nos vitaliza y nos hace crecer integralmente. Si queremos avanzar, si queremos generar vida y amor alcanzando metas como un modo de testimoniar el amor y la vida del Padre, de quien es la obra (viñador), es necesario permanecer unidos a esta fuente de vid verdadera. Permanecer, aun a personas que con sus palabras y acciones nos inspiran para llevar a cabo acciones concretas que nos facilitan dar el fruto abundante, fructificando nuestra vida y también dando el mejor alimento de vida a los demás. Sólo puede surgir quien permanece unido al amor y a la vida asumiendo un estilo de vida activo para manifestar obras y actividades cargadas de abundante amor y vida que contribuya a una mejor calidad de vida donde vivamos identificados con el Padre, quien es el generador de la vida y la fuente del amor.
5. En este proceso de dar fruto el agricultor (El Padre) realiza dos tareas importantes con el objetivo de dar más fruto. La primera actividad es arrancar y cortar la rama que no da fruto (vv. 2a), que está impidiendo que crezcan las uvas del viñedo y no logran dar el mejor sabor. La segunda tarea es limpiar y podar cuidando las ramas que si dan el fruto para que después se puedan recoger los mejores frutos. En esta tarea también se poda los sarmientos infecundos, los que roban la energía y los esfuerzos. Las dos acciones son dolorosas, hace parte de un esfuerzo, de un sacrificio que se hace necesario para llevar a cabo el objetivo de permanecer para dar más fruto. La fecundidad de nuestra vida no consiste en regalar los mejores discursos poniendo follajes excesivos, que roban la libertad y la justicia trasmitida por el canal de la savia, reduciendo la capacidad de dar mayores frutos, sino en realizar una vida impregnada de amor y de justicia para los demás. Dios está en cada uno de nosotros para que nosotros podamos dar mucho frutos. La condición está en permanecer unidos a la vid verdadera (vv. 5). Quienes sabemos entregarnos y darnos sin medida, sabemos aportar para que mejore nuestra calidad de vida, logrando que paso a paso vaya creciendo y avanzando para hacer posible que se manifieste el amor del Padre, fuente de vida y del amor. Por eso, los sarmientos que dan fruto también son podados y retocados con inteligencia por parte del agricultor (vv. 2) para que todavía continúen dando mucho más fruto.
6. El agricultor sabe que hay ramas que pueden llegar a dar más fruto de lo que que han dado y lo que han logrado; sabe que sus potenciales son prometedores para lograr mejores y mayores resultados (cf. Hch 9, 26-31). No es posible quedarse estancado en las obras ya hechas, es necesario continuar avanzando, descubriendo algo más de lo que ya hemos hecho. Estas son las actitudes de las personas que sin interesar los cambios, las diversas situaciones de la vida, permanecen firmes con una vida responsable y comprometida, buscando alcanzar mejores resultados de los que ya hemos logrado percibir. Avanzan, dando y generando vida abundante con sus palabras y sus acciones, encontrando mucho más de lo que tal vez se habían imaginado. Trabajan con disciplina y dedicación, usan algunos momentos para revisar si en algunas partes de sus áreas el fruto es inmaduro o se encuentra en mal estado para evaluar, limpiar y, así continuar produciendo más vida que facilite caminos hacia nuevas metas (vv. 7b). Dicho de otra manera, sus esfuerzos, sus palabras y sus actividades quieren estar sintonizados con el querer y la voluntad del Padre, llevando a cabo su obra. Pero, quien se marchita y se seca en sus labores, en sus sueños y en sus proyectos, quien actúa improductivo en sus funciones, quien siente que muere en el intento, que no vale la pena continuar hacia adelante porque hay que tomar algo de tiempo, provoca que se obstruya la labor de la savia, y en efecto, no puede dar fruto (cf. 1Jn 2, 19). De esta manera, es necesario cortar lo que sobra de la rama para que pueda dar más fruto: pues, toda rama que en mí no da fruto, lo corta (vv. 3a). Por eso, los esfuerzos, grandes o pequeños que hagamos para contribuir al crecimiento activo de nuestra vida son regalos de amor, que al ser esparcidos darán resultados sorprendentes que facilitan un camino de realización que hace visible a quien es el generador de la vida: El Padre.
7. Los verdaderos discípulos de Jesús, no sólo se identifican y permanecen con el Maestro, sino que también son aquellos que esparcen frutos de vida y de amor por donde caminan en el transcurso de su propia vida, logrando ser mejores, haciendo cosas mejores y mayores de las que ha hecho (cf. Jn 14,12). Pasamos así del sacrificio a la fecundidad, pasamos de la sencilla obediencia a una gran expansión de vida donde estamos en la capacidad de irradiar el amor y la alegría. Por eso, no se piden penitencias ni renuncias, sino buenos frutos que sacien la sed de todas las cosas de la vida y de la existencia. Algo que sí debemos tener en cuenta es que el árbol da frutos, pero el mismo árbol no consume sus propios frutos. Los frutos alimenta a otros, se ofrecen como don y alegría, generando vida y belleza de amor para el mundo. El Padre es glorificado cuando el discípulo de Jesús se realiza en el amor y en la plenitud de la vida dada por el Maestro, pero a su vez cuando se convierte en un hombre o una mujer valiente y decidida a generar vida para dar frutos abundantes (vv. 8), limando y sanando toda aspereza en las distintas relaciones, haciendo posible que la comunidad del amor y de la vida continúe hacia adelante irradiando el rostro maravilloso y sorprendente del Padre (cf. Jn 14, 9.23).
8. Aquí toma sentido la oración que implora la fecundidad del servicio a la vida: pedid lo que queráis y lo conseguiréis... (vv. 7), pues la actividad que desea transformar el mundo basado en la permanencia con Jesús, actúa la obra maravillosa y liberadora del Padre dando mucho fruto. Por eso, es fundamental afirmar que tenemos un Dios que espera mucho de nosotros para que lleguemos a dar el vino de la vida, el vino que facilita que la fiesta siga adelante y no se acabe, permanezca siempre unida en el amor y en la alegría de la vida, dada en abundancia. Un Dios que guarda la esperanza en quienes él mismo ha trabajado para que los frutos jugosos que se recojan sean compartidos. Un Dios que no se pone a nuestro lado solamente, ha querido quedarse en nosotros para que su savia, su vida circule generosamente en nosotros. Esto es admirable y digno de toda alabanza (cf. Salmo 21, 26-32) porque Dios está en nosotros y nosotros estamos en él: esto es permanecer en él y él en nosotros, haciéndonos uno sin ningún temor ni ningún miedo. No hay que buscar lejos a Dios, él está en nosotros, está en nuestras venas y su gloria es que demos mucho fruto, siendo discípulos verdaderos de Jesús, la vid verdadera (vv. 8). Entonces, Dios y cada uno de nosotros hacemos parte de la misma materia, él ha querido hacerse uno de nosotros y nosotros queremos permanecer unidos a él. De esta modo, somos gotas que hacemos parte del gran océano divino, parte del mismo fuego de amor y de vida. Nada nos puede separar de él. Luego, en nosotros hay mucha fuerza porque llevamos a Dios adentro, llevamos un océano de vida inagotable que nunca nos faltará porque son como ríos de agua viva que corre dentro de cada uno de nosotros, vitalizando y dando fuerza a nuestro interior para que a través de nosotros se continua haciendo su proyecto más humano y más feliz para todos.
9. En resumen, la obra del Padre nos pide permanecer en Jesús, vid verdadera para dar más fruto, este es el compromiso y la responsabilidad para estar involucrados constantemente en el dinamismo de nuestra vida, viviendo de un modo distinto en el que es posible reconocer y acoger la obra del Padre dando respuesta con libertad y alegría (cf. Jn 8, 31-32) a nuestra historia y sociedad, avanzando hacia adelante, colaborando y aportando a una mejor calidad de vida, irradiando el gozo, el amor y la paz que son regalos del resucitado (cf. Jn 20,19-23). Dios está adentro de nosotros como savia que corre por nuestras venas para que nuestra vida no esté desconectada de él y, así no seamos discípulos estériles. Dios adentro nos exige una experiencia vital, un conocimiento interior con Jesús la vid verdadera para que desarrollemos en nosotros una pasión por el proyecto del Padre, logrando buenos resultados de vida, buenos frutos que irradien la belleza, el amor de un Dios que es admirable y digno de ser alabado y amado por sus acciones y por su forma de amar incondicional.
Luis Fernando Castro Parra
Teólogo- Magister en Familia
Teólogo- Magister en Familia
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es
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