¡LA RESURRECCIÓN FUENTE DE VIDA Y DE AMOR PARA TODOS! Jn 20, 1-9 Domingo de Resurrección-Tiempo de Pascua
¡LA RESURRECCIÓN FUENTE DE VIDA Y DE AMOR PARA TODOS!
Jn 20, 1-9
Domingo de Resurrección-Tiempo de Pascua
Penetrar un poco más en la profundidad maravillosa de la vida nos permite ir descubriendo en el camino y en la experiencia cotidiana grandes y pequeñas situaciones que nos ayudan a hallar la importancia que tiene nuestra vida y todo lo que nos rodea y sucede, emergiendo en ella, la Ley de la alegría y del amor que nos envuelve, dándonos cuenta que siempre habrá algo más de lo que nosotros podemos ver. A eso le llamamos transcender, ir un paso más lejos. Es como comenzar a abrir los ojos, paso a paso a un nueva realidad, a un nuevo amanecer que nos conduce hacia una nueva y asombrosa experiencia de vida. Un acto que necesitamos como personas porque rompe con nuestros esquemas y comodidades, nos mueve a tomar una actitud distinta, nos facilita dar y realizar pasos interesantes de cambio, algunos de ellos inimaginables, que nos lleva a encontrarnos con algo mejor y, que a la postre nos beneficia para nuestra realización personal, fortaleciendo incluso nuestras relaciones humanas con todos nuestros semejantes con los que compartimos, amamos y asimismo con los que necesitan ser más amados. A la Luz de la Palabra de Dios, hallados en el primer día de la semana María Magdalena, Simón Pedro y el Discípulo Amado buscan al Señor en el Sepulcro vacío, movidos por el amor. Cada uno de estos discípulos de Jesús reaccionan con gestos de una manera distinta frente a lo que van descubriendo en esta experiencia como buscadores y testigos del Resucitado. Acciones muy valiosas que nos ayudan también a descubrir a Jesús vivo y resucitado en nuestra experiencia de vida, fuente de esperanza para todos. Veamos:
1. El modo como veamos nuestra vida y a las personas con quienes podemos compartir o simplemente la actitud que tengamos para relacionarnos con los demás para escuchar y aprender serán aspectos que inciden en lo que lleguemos a creer o no, superando limitaciones, expectativas, posibilidades de vida. María Magdalena va de madrugada el primer día de la semana, a visitar el sepulcro cuando todavía estaba oscuro (vv.1), y descubre que su Amado no está allí. Todo parece desgracia, tragedia, oscuridad e incomprensión, no es posible ver más allá hasta el momento porque María está buscando a un muerto, ella busca un cadáver: Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto (vv. 2). El amor de María, sin embargo, parece no esperar, su corazón late fuertemente por Jesús, sin percatarse del nuevo amanecer que se está vislumbrando, el cual anuncia no sólo un nuevo día, sino también un cambio radical en el que es posible ver todas las cosas de un modo diferente y con mayor claridad y forma sin apariencias ni excusas. María es el prototipo de quienes todavía siguen desorientados buscando al crucificado en medio de las tinieblas. No sabe que la muerte ya ha sido vencida. Y que ahora después de la muerte hay mucho más vida. Algo porque seguir hacia adelante. Por eso, al encontrar María de Magdala la piedra movida del sepulcro se siente desconcertada y perdida. Todavía no ve con claridad el nuevo sol que se levanta para irradiar y dar sentido a nuestra vida. Esto sucederá cuando haya un verdadero encuentro con el Resucitado (cf. Hch 10, 34a.37-43) en el que se unen dos experiencias, la de nosotros y la de Dios. Un encuentro tan cercano que nos mueve a funcionar de otra manera, irradiando gloria, júbilo y victoria, convencidos de que las crisis, los dolores, los sufrimientos y la muerte no tienen la última palabra en nuestra existencia. Todo es posible transformarlo en la esperanza de la resurrección, como fuente de vida para todos.
2. María Magdalena entonces "corre" para avisar que la tumba está vacía (vv. 2a). Esta acción insinúa que el amor no se acaba con la muerte, que el amor por su amado sigue vivo y que a pesar de no encontrarlo para ella sigue siendo el Señor (Kýrios). Pero, corren también Pedro y el discípulo Amado como quien desea encontrarse con alguien que ha dejado de ver por mucho tiempo. Los discípulos corren por curiosidad, porque tienen la esperanza de encontrarse con el Señor. Corren porque desean encontrarse con el amor de Dios. Creer entonces, en la experiencia victoriosa del Amor es tener la capacidad de poder ir más allá de lo que nos parece tangible, único e inesperado. Es salir de nosotros mismos para comenzar a abrir un nuevo camino, más allá de la polémica, la exclusión y la indiferencia (cf. Hch 10, 34a.37-43), que seguramente nos permitirá encontrarnos con nuevas experiencias, superando la soledad, el dolor, el sufrimiento, la necesidad de compartir meramente las incertidumbres, las dudas y los miedos porque la vida ha vencido a la muerte, a las tinieblas y a la oscuridad. Donde hay luz y vida no existe la noche oscura, todo se ve más claro, incluso nos permite ver más lejos, sabiendo que la muerte no tiene la última palabra en nuestra existencia. Sin embargo, algunas personas están deseosas de encontrarse con algo nuevo en su vida, pero sus actitudes y sus acciones las conducen a buscar en lugares y en direcciones erradas, provocando que sea difícil creer en la experiencia de la victoriosa de la vida y del amor. No buscan en las cosas y los bienes de arriba, donde está Cristo (cf. Col 3, 1-4). No van ni quieren beber de la fuente del amor y del servicio generoso y sin límites. Creen que todo está en contra de ellos y de sus expectativas, como si la experiencia de la resurrección, fuente de vida para todos, fuera un abstracto o la prolongación de la vida humana tras el evento de la muerte. Aceptar la experiencia victoriosa de la vida y del amor es dejarnos mover por este motor de fuerza para hallar cosas distintas que nos impulsa a compartir lo mejor de nosotros, elaborando caminos de solidaridad, de alegría, de perdón y apertura para el bienestar de muchas personas, convirtiéndonos en testigos de la resurrección, proclamando la vida plena como voluntad del Padre, pues: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos (Jn 15,13), logrando dar vida más allá de la muerte.
3. Aprender a leer los signos, los acontecimientos de la vida, permitirá que podamos transformarlos en un canal de vida, mediante el desarrollo eficaz y eficiente de un proceso serio y responsable que ayude al crecimiento integral de sí mismo, pero también de muchas personas que están o hacen parte de nuestro entorno. Ante la noticia desagradable que ha anunciado en un primer instante María Magdalena, Simón Pedro y el otro discípulo se encaminaron al sepulcro para verificar las palabras de María (vv. 3). Los dos salen corriendo hacia el sepulcro (vv.4). Una carrera que no depende del esfuerzo físico o de las condiciones que puede estar el cuerpo humano, sino de lo que lo mueve desde el interior, el Amor por el Señor. Quien ama, llega antes y cree que el amor es más fuerte que las adversidades, que las situaciones o circunstancias que nos rodean o tocan a nuestra puerta (vv. 4-5.8). Quien duda, demora un poco más en llegar, y aunque no pierde su privilegio no tiene la claridad de lo que los signos de la vida están diciendo. El discípulo Amado llega primera a la tumba pero no entra por respeto a la autoridad de Pedro (vv. 5). Sólo se limita a inclinarse y ver las vendas tiradas en la tierra. Este discípulo, entonces pudo ver algo más que María, quien sólo había podido ver la piedra movida del sepulcro. Por su parte Pedro cuando llega ve lo mismo que el discípulo Amado, pero luego logra ver algo más: ve el sudario que cubría la cabeza de Jesús, éste estaba plegado aparte en un solo lugar (vv. 7). Este detalle indica que el cadáver de Jesús no ha sido robado porque los ladrones hubieran tenido la delicadeza de ordenar todo el escenario. Entonces, se entiende que Jesús es quien se ha liberado de los lienzos y del sudario que lo envolvían y, a diferencia de Lázaro no necesitó ayuda para hacerlo (cf. Jn 11, 44), mostrando que las ataduras de la muerte han sido vencidas por el Maestro, por quien sabe dar vida y vida generosa. El Señor es el vencedor (cf. Salmo 117, 1-2.16-17-22-23), él viene habitar y hacer morada en el corazón de los seres humanos. Él con su resurrección nos levanta con una nueva mirada sobre nuestra realidad. La resurrección como fuente de vida para todos toma para nosotros un nuevo amanecer, un nuevo tiempo y un nuevo significado porque nos impulsa con una fuerza poderosa que contiene savia que corre (cf. Jn 15, 4-5) y se extiende en todas las direcciones de nuestra existencia para que transformados podamos dar mucho fruto.
4. Pedro no comprende aún el signo, pero el discípulo Amado, entrando en la tumba ve y creyó (vv. 8)...que según la Escritura, Jesús debía resucitar de entre los muertos (vv. 9). El discípulo Amado dio un paso más que Pedro, creyó en la resurrección, fuente de vida y de esperanza para todas las personas (cf. Hch 10, 34a. 37-43): dichosos los que no han visto y han creído (Jn 20, 29). Como personas tenemos metas y criterios fundamentados por lo que vemos y por lo que aprendemos, algunos en común, otros con carácter personal; sin embargo, en el camino los pasos se desigualan, pero es aquí donde es importante hacer una pausa, un silencio para fijar metas claras que garanticen la unidad, rompiendo con el paradigma competitivo que impide avanzar y comprender que el amor es más fuerte que la muerte; que la muerte es posible vencerla con la vida (vv. 9) porque más allá de la muerte hay más vida y, que la resurrección es capaz de generar una nueva vida para todos, una metamorfosis personal que hace cambiar el rumbo de nuestra existencia.
5. Pedro y el discípulo amado al entrar al sepulcro se dieron cuenta que sus planes y expectativas no eran los mismos que los de Dios. Quisieron hallar a un muerto, pero se encontraron con la sorpresa que la voluntad divina va mucho más lejos. Leer los signos de la vida (vv. 5-8) nos sorprende, nos guía y nos abre la posibilidad de abrirnos a cosas más grandes, aspirando a las cosas de arriba (cf. Col 3, 2), que nos es otra cosa que practicar la bondad, el servicio y la solidaridad, consiguiendo cambios que penetran el silencio activo de la vida y la transforman para que emerja el amor y se genere una nueva vida, sumergida en el servicio incondicional y generoso. Una actitud que en lugar de dar espacio a la perplejidad y a la incomprensión nos permite desarrollar el valor del agradecimiento y de la celebración festiva (Cf. Salmo 117, 1-2) y constante, sacándonos del dolor, de la soledad, de la tristeza, de la fatiga y del miedo que muchas veces nos ata y nos busca dejarnos atrapados en el pasado. Acciones de vida que nos facilitan superar aquellas cosas que al revisar y evaluar nuestra existencia, solamente nos han dado cierta seguridad, impidiendo dar nuevos pasos para aprender, mejorar, vivir y proyectar de una forma plena, realizada y distinta nuestra vida, siendo testigos de la esperanza, de la fortaleza y de alegría, signos tangibles de la resurrección de Jesús.
6. Con la resurrección fuente de vida para todos no es suficiente las palabras o lo que se dice de este sorprendente evento porque puede llegar incluso a estorbar. Lo que importa ahora es ver y leer los signos de la vida que nos irradia, los cuales los hallamos en medio de las situaciones, de las circunstancias diarias y cotidianas, aun cuando todavía sea incomprensible o no podamos captarlas para asumirlas con responsabilidad, buscando ser mucho mejor. Las distintas herramientas que Dios nos ofrece para crecer en nuestra vida, como la oración, el consejo de un amigo, la dirección espiritual, el mensaje enviado por la red social, descubriendo con toda confianza (Cf. Salmo 27) que habrá siempre algo mayor que nos enriquece y nos beneficia a todos, pues la resurrección de Jesús nos libera de nosotros mismos para que lo descubramos a él vivo y operante en nuestro caminar, siendo testigos de su resurrección y, así alcancemos nuestra propia realización y plenitud hacia la vida facilitando el crecer como personas, asimismo como comunidad que se une con la certeza de que la luz del nuevo amanecer irradia con todo su esplendor, haciendo efectivo y eficaz nuestro caminar como manantial y fuente de vida, fundida en el inmenso corazón misericordioso de Dios, derramado constantemente y sin reservas para beneficio de muchas personas. Es aquí cuando podemos tener la seguridad que hemos renacido a una vida (cf. Jn 3, 3), a una nueva manera de vivir.
7. Es así como la experiencia de cada uno de los discípulos que llegaron al sepulcro vacío fue distinta. Cada uno tiene algo que contar al mundo como respuesta a la búsqueda y encuentro con el Señor: Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo (Jn 17,16). Una experiencia que no será igual a como partieron ante la noticia y el descubrimiento de la tumba vacía: Uno vio y creyó (vv. 8); el otro regresa a casa perplejo con la única seguridad que el Señor no está en el sepulcro (vv. 7); y María Magdalena, quien decide quedarse frente al sepulcro con el objetivo de hallar al Resucitado. Es decir, buscar insistentemente hasta encontrar el amor. Tres buscadores del resucitado, tres reacciones frente a lo que vieron y experimentaron. Algunos entre las dudas, otros en la tristeza y el ensimismamiento, dejando ver la poco profundidad de la vida que nos impide ver el gran panorama de un Dios generoso que nos invita a comprender el sentido y el valor de lo que vivimos como personas, aún en medio de las batallas que se mueven en nuestro corazón. Cada uno como personas, al igual que los discípulos vamos dando el aporte, vamos delineando el proceso de fe pascual, convirtiéndonos en un impulso misionero, aún cuando no haya claridad sobre la experiencia del resucitado. La búsqueda del amor se convierte en una realidad que atrae y contagia a todos sin exclusión, pues la muestra del amor generoso de la resurrección como fuente de vida es para todos. Entonces, todos estamos involucrados en este proceso de hallar los distintos signos de la resurrección de Jesús para que con alegría, esperanza y consolación permanezcamos en el amor (cf. Jn 15,9-10) haciendo mucho bien, venciendo la oscuridad y el mal. Asimismo la resurrección nos facilita entender que nuestra vida está siendo conducida por Dios hacia una verdadera plenitud caracterizada por la justicia, el perdón y la paz.
8. En resumen, cuando compartimos las experiencias con otros, ya sean de familia, de trabajo, las situaciones vividas, la relación que tengamos con Dios nos ayuda a conocer un poco más de la realidad con los demás y, también nos permite encontrarnos con algo nuevo que nos ayuda a mirar y revisar nuestra propia vida para continuar creciendo y avanzando en todos los aspectos que nos implican como personas. Es interesante, por eso, sepamos o no, estar en una constante búsqueda del Señor resucitado porque en la medida intensa que lo hagamos, vamos penetrando y hallando el sentido al regalo sorprendente y maravilloso de estar vivos, logrando buscar y vivir encuentros (cf. Jn 1, 38; 18, 4) amando la vida, descubriendo en cada camino y gesto que nos ofrece la vida la presencia viva y activa de un Dios que nos acompaña; un Dios que se nos muestra con señales de vida, que no nos ha dejado solos ni abandonados; un Dios que nos continua hablando y animando para que podamos ir más allá desde en el interior de nuestro corazón, haciendo cosas mayores y de mejor calidad.
9. Necesitamos creer en la resurrección, fuente de vida y de amor, no como un acto de conocimiento, sino como acto de donación y de entrega para podernos lanzar hacia lo que no alcanzamos a ver, pero con la certeza que saldremos en victoria. Esta es la Buena Noticia de la Resurrección de Jesús. La experiencia de la resurrección no se profundiza ni se conoce a partir de especulaciones o de cosas abstractas, como tampoco de lo que creemos conocer y poner como definitivo según lo vivido en nuestra existencia, sino teniendo una mirada nueva y confiada de la vida, más allá de relaciones divididas, de opciones estériles y vacías de amor. Creer en la resurrección como fuente de vida y de amor es desarrollar la capacidad que todos tenemos para animar, aplicado con gestos que desbordan un amor gozoso que sabe compartir, edificar y contribuir en todo los sentidos de nuestra vida, dando valor a todas las cosas, superando la desesperanza, la resignación, como muestra y signo de la presencia amorosa del resucitado en la experiencia de la nueva Pascua, la cual siempre nos invita a entrar en el gozo y la alegría sin ocaso del Señor. Y, así Dios será todo en todos.
Luis Fernando Castro P.
Teólogo- Magister en Familia
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es
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