DAR LA VIDA, PRACTICANDO LA GENEROSIDAD Mc 12, 38-44

DAR LA VIDA, PRACTICANDO LA GENEROSIDAD
Mc 12, 38-44
Luis Fernando Castro P.
Teólogo

Estamos en una sociedad donde nos encontramos con algunas personas que pasan su vida pensando que para solucionar los distintos problemas y situaciones de nuestra vida es necesario tener mucho dinero, privilegio y reconocimiento. Sin embargo, en la experiencia de nuestro camino nos damos cuenta que el dinero no lo es todo, como muchas veces los expresamos, porque el dinero no es una herramienta primordial para resolver las situaciones adversas, ya que podemos vivir y desarrollar otras capacidades como la solidaridad y la generosidad cuando nos atrevemos a compartir lo que somos como personas y lo que tenemos a través del servicio, de las habilidades, del tiempo, de la ternura y del conocimiento, más aún cuando decidimos desprendernos para dar desde la necesidad y la escasez. A la Luz de la Palabra de Dios, Jesús después de hacer una crítica fuerte a los escribas por su hipocresía, centrados más en el prestigio, la fama y el poder y a los ricos generosos que con sus donativos estruendosos buscaban hacerse notar, instruye a los discípulos sobre el tema de la generosidad, basado en la acción de una viuda que echando dos moneditas, dio todo lo que tenía para vivir, reparando el valor inmenso de lo pequeño. Veamos: 

1. Vivir buscando el reconocimiento y el prestigio no siempre es fácil porque nunca llenaremos los vacíos inmensos que sentimos dentro de nosotros, impidiendo que seamos felices plenamente. En esta maravillosa página de vida nos encontramos con tres personajes interesantes porque todos tienen algo en común: servir a Dios desde distintas formas y enfoques. Los escribas, los dirigentes religiosos lo hacen con la enseñanza de la ley; los ricos generosos sostienen con sus ofrendas la labor del templo y, la viuda que sin tener el prestigio de los escribas como tampoco el poder y el dinero de los ricos generosos se da a sí misma, dando hasta lo último que tenía para vivir. Jesús mirando las acciones de estos tres personajes invita a realizar un discernimiento para aprender a distinguir entre quienes practicas los valores del Reino y entre quienes usando sus privilegios y reconocimientos sirven buscando su propio provecho para ostentar lo que hacen. En un primer momento, Jesús alerta a la gente (invita a mirar con atención para hacer un discernimiento: Guardaos...) frente a las autoridades religiosas sobre sus comportamientos, los cuales pueden hacer mucho daño porque están centrados en exhibir su ropaje, recibir el reconocimiento y las reverencias, buscar ocupar los primeros puestos de honor y lo más grave, apropiarse del dinero de las viudas que piden asistencia religiosa a partir de largas oraciones (vv. 38-40). El lenguaje usado por Jesús es duro y certero, quiere poner en evidencia la falsa religiosidad de los escribas. El Maestro parece no soportar la vanidad y el afán de ostentación que buscan estas autoridades, quienes dicen servir a Dios, pero en realidad actúan contrario a las acciones del Reino porque visten de un modo especial para sobresalir sobre los demás, queriendo imponerse y dominar engañando a la gente humilde poniendo a Dios como excusa. Su posición religiosa es usada para alimentar su fatuidad. Hacen largos rezos para impresionar y aprovecharse de la gente. Son hombres que no buscan crear una comunidad de vida, pues quieren mantenerse siempre por encima de las demás personas. En el fondo alimentan el egoísmo porque piensan solamente en sí mismos, aprovechándose de las personas a las que debiera servir con generosidad. Detrás de actuaciones donde el prestigio y el privilegio es la prioridad se ocultan muchas veces dinámicas perversas capaces de hacer cualquier cosa por ser primeros. Por eso, Jesús advierte la necesidad de estar alertas para evitar este tipo de actuaciones porque en el fondo sólo causara mucho daño a las personas. Cuando se deja de servir o cuando olvidamos lo que es esencial, todos corremos peligro porque nos quedamos actuando en la apariencia en lugar de ser solución para los demás. Cuidarnos del "escriba" que llevamos dentro es cuidarnos de reproducir comportamientos falsos, obsesionados más por la imagen y por la apariencia. Lo que alegra a la vida no es tanto el éxito y las ganas por triunfar, sino los gestos y las palabras sencillas. Cambiar nuestros pensamientos centrados en el dinero, poder, fama y prestigio por el aporte que podemos dar a través de nuestras capacidades generosas muestra en principio las riquezas que tenemos para compartir lo mejor de cada uno de nosotros, superando las crisis y los obstáculos (cf 1Reyes 17, 10-16), contribuyendo a edificar y beneficiar con el amor el progreso de muchas personas.

2. Cuando damos y compartimos algo con los demás nos desprendemos de algo de nosotros mismos para que otros sean también bendecidos, una labor de quienes aman como amor verdadero. Jesús sentado frente al arca del Templo miraba cómo la gente echaba monedas en el arca del Tesoro: muchos ricos echaban mucho (vv. 41). Tenemos aquí al segundo personaje, los ricos generosos quienes en contraste con otras personas que echaban también sus monedas, llaman la atención porque lo hacían usando una gran cantidad. El problema no es la procedencia, ni la cantidad de monedas que echaban aquellos ricos, sino la manera estruendosa que lo hacían causando que aquellos, como la viuda pasara desapercibido sus donativos caracterizándolos como menos o de poco interés. Repara el valor de lo pequeño casi siempre se ve opacado por las cantidades de otros. Las ofrendas para el mundo judío ha sido de gran importancia, todos debía pagar el diezmo de todo incluido el diezmo del perejil. Dentro del templo de Jerusalén se localizaba el Arca del templo, la cual tenía trece recipientes de bronce para recibir el dinero con el propósito de sustentar al clero, el culto y la conservación del altar. Otra parte de ese dinero se buscaba atender a los pobres. A estos lugares llegaban los ricos quienes hacían resonar las monedas cuando las echaban en estos recipientes. Pero, esto no es lo que quiere Jesús para sus discípulos porque no es posible ser generoso cuando se actúa con egoísmos y presunción, pues Dios no se fija tanto en lo que damos, sino en la manera que lo damos. Algunos dan mucho buscando beneficios personales con propósitos variados. Muchas veces estas actuaciones son causa de una ansia de poder, de prestigio y de reconocimiento centrado en un ejercicio narcisista y escrupuloso,  contrario a descubrir un ejercicio sano y libre que nos ponga en el plano de la generosidad. Dar para que otros nos reconozcan o para que ganemos un privilegio no hace parte de los valores y de las acciones del Reino de Dios.

3. Dar no consiste solamente en entregar algo, sino además en desprendernos de algo, incluso que nos duela, que nos cueste por hacer felices a otros. Cuando se ama verdaderamente se entrega todo aunque nos duela, sin exigencias, ni condiciones. En contraste a las dos escenas anteriores, Jesús sentado frente al arca de las ofrendas, donde muchos ricos van echando cantidades importantes de dinero, se acerca una mujer viuda y pobre, tal vez maltratada por la vida, sola y sin muchos recursos, echa dos moneditas de cobre (lepton). Jesús conmovido y reparando el valor de lo pequeño llama rápidamente a sus discípulos para que centren su mirada en esta mujer, quien aún pasando necesidades ha dado lo que tenía para vivir (vv. 42-44). Parece que ha dado muy poco y comparado con las ofrendas de los ricos a quienes les sobraba es insignificante. Pero, Jesús ve lo que otros no observan: la capacidad grandiosa de dar incluso lo que se tiene para vivir. La mujer dio su vida a Dios (bios). Mientras los maestros de la ley se aprovechan de estas mujeres, esta viuda se desprende, se vacío por los demás, confiando su vida totalmente en Dios. Los discípulos de Jesús por su parte pensaban que los problemas de la gente se solucionaban con dinero, por eso valía más lo que echaban los ricos. Para Jesús los problemas no se resuelven con dinero, sino con entrega generosa. De esta manera, cuando les llama para que fijen la mirada en aquella viuda, quiere mostrar, qué vale más a los ojos de Dios, pues lo que le agrada a Dios no es la apariencia ni el engaño, sino la confianza del pobre porque sólo él puede enderezar a quienes se doblan, dando pan a los hambrientos, ojos a los ciegos (cf. Salmo 145, 7-10). Las viudas eran lo más vulnerable de la sociedad, sin embargo su ofrenda hizo poco ruido, no es estruendosa, pero sí es generosa porque ha dado lo que tenía para vivir. Su silencio es tan inmenso y sorprendente que no ha notado que la están observando. La viuda ha echado más que los ricos, pues lo ha hecho de corazón, mostrando que el culto verdadero a Dios no esta basado en criterios de reconocimiento, de dinero y de bienes materiales, sino de una entrega generosa a Dios. Es decir, frente al dar de lo que nos sobra, lo importante es darnos para servir con generosidad, dando lo que hemos recibido de Dios. De esta manera, comprendemos un sacerdocio nuevo (cf. He 9, 24-28) en el que el servicio se centra practicando la generosidad con gestos de confianza en Dios, actuando con gratuidad sorprendente, amor solidario, humildad y sencillez, pues la historia no se escribe solamente con libros ni tampoco con grandes discursos, sino con corazones que superando la apariencia se disponen a dar sus vidas, practicando la generosidad para que otros también sean bendecidos. Todos aquellos que se dan así mismos, multiplicando el camino de la vida, revierten la escalada de la actuación perversa en un trato amable, sencillo y humilde, haciendo posible que las ganas rapaces de poder, de éxito y de prestigio se conviertan en generosidad y servicio solidario. Por tanto, nadie es tan pobre que no tenga algo para dar, manifestando su más alta confianza en Dios y en sí mismo para actuar con generosidad. Como nadie es tan rico que tenga mucho para dar, pero sin hacerse notar. Compartir con las demás personas, de lo que la vida nos ha dado, facilita que las personas crezcan y avancen y, al mismo tiempo podemos darnos cuenta de lo que hemos recibido, valorando y reparando el valor de lo que se considera pequeño e insignificante, dándonos cuenta lo afortunados que somos para promover una sociedad más justa donde todos podemos ganar, pues quien sabe reconocer sus riquezas y sus pobrezas, cierra el paso a la maldad, a la envidia para dar paso a la fraternidad y al amor, causando una auténtica libertad y felicidad para todos.
Luis Fernando Castro P.
Teólogo- Magister en Familia
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es

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