COMPARTIR LA MESA DEL AMOR Y DEL PERDÓN PARA SER TESTIGOS Lc 24, 35-48 Tercer Domingo de Pascua (B)

COMPARTIR LA MESA DEL AMOR Y DEL PERDÓN PARA SER TESTIGOS
Lc 24, 35-48
Tercer Domingo de Pascua (B)
Luis Fernando Castro 
TEÓLOGO PUJ 

Algunas personas sostienen su experiencia de vida en lo que se han acostumbrado a vivir desde sus tradiciones familiares y sociales, impidiendo innovar y vivir la novedad que surge constantemente en el proceso de nuestra existencia. Esto no es porque lo anterior no sea importante, sino porque se corre el riesgo de aferrarse tanto a su modo de ver y de percibir lo que hacen, que ante un suceso de algo que les parece novedoso, que está fuera de su alcance de comprensión, cierran la puerta a la escucha, cierran su interior a experimentar algo diferente, causando alarma, duda, miedo y terror. Algunos huyen y dan la espalda a sus sueños y proyectos, se apartan y se asustan de los nuevos retos que están para ser asumidos. Para muchos es mejor lo conocido que llegar a arriesgarse a conocer, pues si está funcionando lo que hacemos, si esto nos mantiene tranquilos en nuestra zona de confort, para qué cambiarlo o para qué entrar en una nueva forma de relación y de estilo de vida. Pero, aceptar la novedad, que nos regala nuestra vida constantemente nos facilitará ver algo más para conseguir llegar a cumbres más altas, viviendo de un modo pleno, con un espíritu nuevo, confirmando la presencia activa de Dios en nuestros caminos y en los distintos rumbos que se desbordan en el progreso creciente de nuestra vida. A la Luz de la Palabra de Dios, Jesús resucitado se acerca y se pone en medio de sus discípulos para compartir la mesa del amor y del perdón y, así fortalecidos con su presencia y con sus dones salgan del miedo y de la duda para ser sus testigos en todo el mundo. Veamos: 

1. Existe una gran diferencia entre ser un testigo y la acción de un reportero. El testigo ha escuchado, ha visto y ha experimentando en suceso de una manera fidedigna, el reportero por su parte narra, cuenta lo que le ha contado el testigo. Acomoda su información a su modo, la edita, pero realmente desconoce lo sucedido en el evento. Una cosa es haber tenido la experiencia y otra muy distinta a que se la cuenten: Jesús después de haber caminado con los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13-35), se acerca a los discípulos que estaban reunidos en una casa, compartiendo con alegría y asombro lo sucedido en el camino de Emaús, pero también escuchando la experiencia de quienes estaban con los Once reunidos en Jerusalén (vv. 35-36), aquellos que también había visto al resucitado. Es asombroso que Jesús en las distintas apariciones de resurrección no haga presencia en lugares religiosos, sino en las casas, en los lugares de la cotidianidad donde comparte sus discípulos. Otro dato interesante es observar que Jesús se pone en medio... (vv. 36) de ellos, mostrando que el Maestro es el centro de esta gran familia de Dios, es la luz, el fuego que nos ayuda para continuar hacia adelante prolongando su vida y su obrar.

2. Cuando regresaron los discípulos que iban para Emaús a la comunidad de Jerusalén, Jesús se pone en medio de ellos y aclara que él no es un fantasma (vv. 37). Jesús siente extrañeza por la reacción de sus discípulos: ¿por qué os turbáis? ¿Por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? (vv. 38). El Maestro quiere entrar en una realidad mucho más profunda con sus amigos, él muestra sus manos y sus pies, quiere que lo palpen, lo abracen, lo toquen (cf. vv. 39), signos de quien vuelve, de un amigo que regresa para entrar en contacto y quitar el miedo, las dudas y las turbaciones en el interior que impiden avanzar. Los discípulos mientras tanto están entre el asombro y la alegría:... asombrados y llenos de alegría (vv. 41). Jesús entra en la cotidianidad de las personas, les pide algo de comer, es decir la presencia de Jesús está en lo más familiar, alrededor de una mesa. Jesús, quiere ser reconocido como parte vital de la comunidad, y todo ello por la misión, pues no se anuncia a un fantasma, ni tampoco es un rito que sólo se celebra cada semana. La bella noticia es saber que Jesús no es una realidad que se evapora, él tiene manos y pies; huesos y sangre. Esto nos hace testigos. Comer juntos es el signo de la vida, de una relación que se acrecienta y supera los miedos, fortalece en la esperanza. El testigo habla, asegura de lo que ha visto, de lo que ha escuchado, habla de lo que ha experimentado junto al resucitado, incluso se compromete. No improvisa no habla de apariencias ni de cosas fantasiosas. En el camino de Emaús Jesús les explica las escrituras para que los discípulos comprendan la resurrección, pero cuando se presenta en Jerusalén y, después de comer con ellos, les explica las escrituras con el fin de que ahora sus discípulos, abriendo sus inteligencias..., sean testigos (vv. 45-46). Esto pone al descubierto un nuevo estilo de vida, una vida con la capacidad de entregarse a favor de los demás, manifestando la cercanía de un Dios que lo ha dado todo para que sus hijos sean mejores de lo que ya son como personas, sean servidores de su palabra y de su obra (cf. Hch 3, 13-19). Un dinamismo nuevo que se concreta en la confianza y en la seguridad de un Dios que quiere participar activamente en nuestra vida (Salmo 4, 7b) para que también nosotros compartamos y seamos testimonio de su vida (vv. 48) en todo el mundo.

3. Jesús resucitado se pone en medio de ellos en una casa que está cerrada para reanudar la comunión de vida y, así, entrar en una nueva forma de contacto mucho más profunda con las personas que él ama. Jesús no es un huésped, él comparte nuestra mesa, nuestra casa, vive en la cotidianidad, él quiere que comamos con él, que compartamos su vida, como él comparte su vida con cada uno de nosotros: el tomó y comió delante de ellos (vv. 43). En esta experiencia sorprendente y maravillosa el resucitado trae algunos obsequios: la paz, la alegría, el asombro, la comunidad, la presencia misma del resucitado, la palabra de Dios y la gracia de ser testigos, servidores de su palabra. Una experiencia que rompe con los paradigmas cuyo fin es fortalecernos para hacernos mejores de lo que ya somos y, de esta manera compartir la vida de Jesús con otros sin ningún límite o frontera. Y, mientras los discípulos se mantienen callados, las palabras de Jesús trae paz: La paz con vosotros (vv. 36). El Shalom es la síntesis de todos los regalos de Dios. No es la serenidad del espíritu solamente como debemos identificar el don de la paz, es asimismo, distinguir una luz entre las relaciones donde aprendemos a ver a Jesús como Señor, pues sólo un corazón que esté lleno de paz lo entiende, lo comprende y lo vive para sí mismo y en el compartir con otras personas. El don por excelencia es el resucitado y quien nos lleva a comprensión de una lógica en la historia de nuestra existencia basada en líneas de paz, es él mismo resucitado.

4. En un ambiente de comida la conversación se prolonga (vv. 44), las mentes de los discípulos se abren para comprender las Escrituras (vv. 45). Hasta ahora los discípulos comprendían lo que les era lo más fácil, lo que les convenía, lo que confirmaba sus ideas, no iban muy lejos; sin embargo, es necesario descubrir una lógica distinta y nueva de Dios, esto no se logra entender cuando estamos aturdidos ni tampoco a la primera vista. Las búsquedas constantes del corazón las descubrimos en una lógica narrada en la Escritura, en el evangelio, pues el proyecto de Dios no es algo improvisado ni tampoco concebido como un fantasma. El proyecto de Dios tiene una lógica. Es ahí donde podemos entender que el evangelio encaja en toda cultura y en toda nuestra vida. Y, lo que nos parece ilógico para nosotros ahora es posible encajarlo y aprender a verlo de una manera distinta. Esta experiencia con el resucitado no se impone, se comparte. Jesús puesto en medio de ellos le muestra sus heridas en las manos y en los pies (vv. 39), unas heridas que ya no duelen, no se han quedado en el sufrimiento y en el dolor del pasado, ya han cicatrizado, ahora han transcendido, han dado origen a un nuevo tiempo, a un amanecer que trae consigo comenzar con espíritu nuevo, con un ánimo y con una actitud de perseverancia en todas las cosas, dejando ver que la lógica de Dios va mucho más allá del sufrimiento y del dolor, más allá de la cruz y de la muerte. Esta es nuestra esperanza.

5. Jesús entonces, les pide a estos discípulos que han hecho la experiencia pascual que sean testigos con su vida y su predicación, recomponiendo al mundo, fundamentados en el perdón: en su nombre se predicará la conversión y el perdón...(vv. 46-48). Esto es hacer un cambio de vida apoyado en la pasión, muerte y resurrección de Jesús donde el perdón se convierte en la herramienta de vida para que el mundo no se pierda, siga una ruta de vida que nos ayude a crecer en todos los aspectos de nuestra existencia. Jesús con el perdón recomponía vida, levantaba y sanaba personas. El perdón no es solamente un hacer las paces ni tampoco es una sencilla excusa que pronunciamos cada que nos equivocamos o fallamos. Perdonar es reconstruir vidas que nos hace crecer, nos lleva al triunfo de nuestra existencia convirtiéndose en una oferta irrevocable que recompone a las personas, nos hace amigos, nos facilita hacer comunidad. De esto somos testigos para anunciar al mundo entero, la esperanza que todo puede ser recompuesto por el amor y el perdón logrando caminar de una manera nueva en esta mesa que es nuestra casa, nuestro mundo.

6. El perdón nos saca del miedo, de la incertidumbre y de las dudas para hacernos testigos. Ser testigos nos abre la posibilidad de escuchar también la experiencia del otro, perdonando y recomponiendo la vida de una manera integral. Cada persona sentada en la mesa ha tenido su propia experiencia; pero, aunque estemos sentados en la misma mesa y nos parezca estar en la misma medida podemos contar cada uno lo que nos mueve y lo que tenemos como expectativa en el proceso de nuestra vida. Los discípulos de Emaús tuvieron su experiencia, pero la experiencia de los Once y de los que estaban con ellos, fue otra (cf. Lc 24, 34). Es decir, comparto la experiencia propia, pero también estamos abiertos a escuchar y a recibir la experiencia de los otros. Una experiencia que es distinta, pero que al ser recibida nos enriquece nuestra propia experiencia. Compartir esta experiencia de vida es compartir la mesa de la vida, del amor y del perdón, esto significa dar y recibir para profundizar en nuestra experiencia de vida, enriqueciendo nuestra labor y nuestra existencia. Cerrarnos solo provocará empobrecer lo que somos y lo que tenemos para dar y compartir sin medida. Somos testigos del amor y del perdón esto es lo estamos invitados a realizar para vivir en plenitud; sin embargo, esto no es fácil de convertir cuando estamos enredados en el miedo y en el desconcierto de lo que nos sucede en nuestro interior. Muchas veces todo nos puede parecer demasiado hermoso cuando nuestro corazón esta turbado e incrédulo. Nos movemos entonces, entre la turbación y la alegría (vv. 41), pero al final estamos llamados a compartir lo que se nos ha dado.

7. Para esto es importante renovar nuestra forma de pensar hallando herramientas de vida posibles que nos permiten encontrarnos con nuevas opciones y alternativas que nos ayudan y nos facilitan fortalecer nuestro camino. Jesús regenera la fe de sus discípulos porque lo importante es sentir que no están solos. La clave es la paz que recibimos como don. No se trata solamente de un saludo, sino saber que le pertenecemos a un Dios vivo. La resurrección de Jesús no es un invento o una imaginación. Jesús es el mismo que murió y ahora está resucitado, transformado, está en medio de nosotros, es él centro de nuestra existencia. La resurrección es un paso hacia adelante, un paso que nos lleva hacia cosas nuevas que nos transfigura. Por eso, lo interesante de estar vivos es comprender que nuestra vida tiene nuevos tiempos para dar pasos hacia adelante, superando obstáculos, logrando avanzar en todos nuestros aspectos de vida y no para quedarnos fuera de la mesa compartida con el resucitado (vv. 41-43): en esto sabemos que le conocemos, en que guardamos sus mandamientos (cf. 1Jn 2,3) para disfrutar de un modo pleno, perseverante y constructivo nuestra existencia. Hemos nacido no para morir, sino para edificar y contribuir junto con otros. Ser testigos del resucitado no es una actitud meramente individual, también lo es comunitariamente, pues somos más fuertes, cuando estamos unidos, cuando nos apoyamos, cuando trabajamos en equipo, cuando estamos respaldados por la oración, por la intercesión de que aquellos con quienes compartimos nuestra vida.

8.  Hablar de la experiencia de Jesús no hace parte solamente de una reunión o de una asamblea, sino de un reto que implica nuestra vida porque nos suscita elementos que nos conducen a desarrollar una misión compartida, fundamentados en la palabra del resucitado. Una palabra de vida que nos fortalece, nos abre el entendimiento, dándonos una nueva visión que nos conduce hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1,8): ...Quien guarda su palabra, ciertamente en él, el amor de Dios ha llegado a su plenitud (cf. 1Jn 2, 5). Por eso, olvidar la presencia viva de Jesús en medio de nosotros es dejar de compartir el amor y el perdón. Así no es posible ser testigos. Compartir la mesa del amor y del perdón nos facilita participar de la gracia de la resurrección, nos hace testigos que irradian el Espíritu, logrando hacer que nuestra vida no sólo se quede en palabras, sino en rostros que revelan testimonio de vida, prolongando el rostro del resucitado que es amor y el perdón para todas las gentes en el mundo. 

9. En resumen, la experiencia con el resucitado no es una experiencia para dar pasos atrás o para quedarnos en el pasado. El encuentro con el resucitado es para emprender un nuevo estilo de vida donde compartimos a otros la vida y la experiencia de Jesús, en esto conocemos que estamos en él (cf. 1Jn 2, 5b). Un paso que transforma, llevándonos a vivir una vida plena, asombrados de las bendiciones constantes de Dios. Un estilo nuevo de vida donde podemos predicar en su nombre (vv. 47), enfrentando con valentía todas la situaciones de nuestra vida, seguros del triunfo y de la victoria (cf. Salmo 4, 9) que nos ofrece ser testigos de la vida, del amor, de la paz, de la libertad y de la esperanza activa de dar testimonio del resucitado, la experiencia de compartir la mesa del amor y del perdón para ser verdaderos testigos de estas cosas, con la capacidad de contagiar a todas las personas de la Buena Noticia.
Luis Fernando Castro Parra
Teólogo- Magister en Familia
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es

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