NO ESTAMOS SOLOS ¡DIOS NO ABANDONA! Jn 14, 15-21 Domingo sexto (VI) de Pascua
NO ESTAMOS SOLOS ¡DIOS NO ABANDONA!
Jn 14, 15-21
Domingo sexto (VI) de Pascua
Estamos con la certeza que, como seres humanos, no estamos solos. Las personas no somos seres aislados, somos seres humanos que esperamos de otros, ocupados por el bienestar y la seguridad de todos. Por eso, contamos con alguna persona que nos acompaña, que nos expresa sus buenos deseos y sentimientos, nos orienta y nos facilita muchas veces herramientas claves para continuar avanzando. Esto nos permite hacer conciencia que somos miembros de una sociedad y, en efecto podemos caminar, crecer y trabajar juntos enriqueciendo lo que ya está elaborado o lo que otras personas ya han comenzado a desarrollar para beneficio personal y de muchas otras personas. Sin embargo, hay momentos y episodios de nuestra vida que parece que no sabemos cómo actuar, ni cómo salir de las encrucijadas vitales que son inevitables en el transcurrir cotidiano. Nos sentimos solos, abandonados, impotentes, huérfanos y sin salidas claras y contundentes para responder a los desafíos que nos propone la vida y para desarrollar la misión, el proyecto que hemos establecido o que nos han encomendado para continuar hacia adelante. A la Luz de la Palabra de Dios, Jesús en un ambiente del cenáculo, reunido con sus discípulos, anuncia su paso de este mundo al Padre, dejando la promesa del otro Paráclito (Consolador): El Espíritu de la Verdad para que acompañados y sostenidos por su gracia, seamos testigos de su luz, dando también con generosidad y, de manera desinteresada frutos abundantes. Veamos:
1. La importancia de amar nos mantiene en estrecha relación consigo mismo, con los demás y también con la acción creadora de Dios para que unidos apostemos por una vida plena. Jesús reunido en el cenáculo con sus discípulos en un ambiente de despedida, caracterizado por la nostalgia y la incertidumbre anuncia la venida de otra ayuda, el Espíritu de la verdad (vv. 15-17) y, asimismo su propia venida (vv. 18-21): No os dejaré huérfanos; volveré a vosotros (vv. 18). De esta manera, las enseñanzas y las obras del Maestro no pierden vigencia, como tampoco de invalidan en el tiempo, sino que permanecerán para siempre. Para esto es importante hacer conciencia del amor incondicional y estrecho llevado a la práctica de sus mandamientos (vv. 21), pues quien recibe al Paráclito de la verdad, acoge y acepta el amor del Padre y el Hijo. Asimismo este amor es una invitación para que los discípulos hagan lo que ha hecho el Maestro: El que crea en mí hará él también las obras que yo hago...(Jn 14,12a). Ejercitar, entonces la práctica del amor en el proceso de nuestra historia de vida, no sólo nos facilita estar sintonizados en el amor, sino además dejamos que las enseñanzas de Jesús estén siempre presentes y conducidas por él a través del Espíritu de la Verdad para que se muestre y se verifique en lo que decimos y hacemos. Desarrollar la capacidad de amar es permanecer en Él y en él asumamos con responsabilidad su voluntad maravillosa y siempre generosa, desbordada y caracterizada de abundancia y de vida.
2. Amar no consiste en expresar solamente palabras, sentimientos o hacer presente recuerdos y detalles. Amar es una locura maravillosa y sorprendente del Espíritu, un fuego inextinguible, que no descansa, que no tiene reposo, es un gran motivo de celebración cotidiana que nos conduce y nos ayuda a llevar a cabo el desarrollo de los sueños y de los proyectos establecidos en busca de nuestra realización personal, pero también y, no menos importante, el bienestar de los demás (cf. Hch 8, 5-8.14-17) porque genera equilibrio en todos los espacios de diversidad y relación humana, dando así razón de vuestra esperanza (1Pe 3,15). Amar nos puede sonar familiar, sin embargo, va más allá de nuestras posibilidades porque se convierte en un compromiso consigo mismo y con los demás, reconociendo en la otra persona la acción del Espíritu de la verdad que habita en ella: vosotros le conocéis, porque mora con vosotros (vv. 17). Dejarnos, entonces conducir por el Amor es dar sentido a nuestra vida, es encontrarnos actuando y relacionándonos de una manera distinta, teniendo la capacidad de desprendernos de nosotros mismos, de nuestras ideas y conocimientos para llegar a ser vida para los otros: amarnos unos a otros como Él nos amó (cf. Jn 13, 34; 15,12).
3. El amor es un amor que se integra en un "nosotros" de una forma saludable, capaz de crecer constante e integralmente (vv. 21b). Este amor exige sacrificios porque busca contribuir al crecimiento integral de los demás, busca su mejor bien: ...sirva de confusión a quienes critiquen vuestra buena conducta en Cristo (1Pe 3, 16). Cabe señalar eso sí, que el dinamismo del amor se ofrece desde la reciprocidad: si me amáis, guardaréis mis mandamientos (vv. 15). Esto supone, por tanto, que el amor es dinámico, no es pasivo, no estanca, exige la práctica del bien, nos mueve para desarrollarnos y realizarnos como personas libres y felices que contribuyen con responsabilidad y con coherencia, ejecutando y manifestando acciones de amor hacia muchas personas y sin alguna condición en todo momento; discerniendo qué es lo mejor, qué hay que hacer en cada situación, en cada circunstancia y en cada relación donde participamos para que el otro también se sienta amado, perdonado y libre para manifestar el verdadero amor: El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es quien me ama(vv. 21a), porque quien ha resucitado y nos ha conducido hacia el Padre (cf. 1Pe 3,18), aún en medio del dolor, de los sufrimientos y de las circunstancias adversas nos enseñó a orar y ha perdonar a quienes nos perseguían y nos lastimaban; pues más vale padecer por obrar el bien, si esa es la voluntad de Dios, que por obra el mal... (1Pe 3, 17).
4. Todos necesitamos de un amigo o de alguien que nos ayude en todo momento y circunstancia de nuestra vida para continuar progresando en todos los aspectos, para ofrecer un servicio creciente y vivificante. Jesús lo llama el otro Paráclito, el Consolador, el Espíritu de la Verdad (vv. 17). Una presencia maravillosa que nos capacita para practicar el verdadero en amor (guardar). Él nos asiste en los momentos oscuros de nuestra vida para darnos claridad en nuestras decisiones y acciones a fin de que permanezcamos manifestando el amor a la vida, haciendo posible una mejor calidad de vida en nuestras relaciones personales y en nuestras responsabilidades. El Espíritu de la verdad es el nuevo Paráclito, la nueva ayuda que nos acompaña y nos fortalece para que permanezcamos unidos al Maestro, a su proyecto y al buen desarrollo de su obra, haciendo mucho bien constante y sin ninguna frontera. Es el Espíritu que nos capacita con su gracia y su fuerza para vivir el amor, aún en los momentos de persecución y de adversidad: ...el mundo ya no me verá, pero vosotros si me veréis (vv. 19). Así que, no estamos solos. ¡Dios no abandona! Jesús se va, pero deja su Espíritu. Su Amor nos guiará y nos conducirá para que logremos hacer cosas mayores y más grandes que se conviertan en bendición para muchas personas.
5. La presencia del otro Paráclito (alguien que está en nosotros, al lado de nosotros y con nosotros) no está solamente en nuestro interior también está junto a nosotros para acompañarnos, auxiliarnos y guiarnos a ejecutar acciones de vida y de amor, obras que contribuyan al crecimiento integral de nosotros mismos y de los demás...mora con vosotros y estará en vosotros (vv. 17). Quien está unido al verdadero amor y lo práctica, recibe la presencia del otro Consolador y, por tanto no se siente solo, abandonado ni desamparado en el transcurso de su vida: No os dejaré huérfanos...(vv. 18). Jesús en el desarrollo de su ministerio se había ocupado de sus discípulos, se puso a su servicio, los alimento con el Pan de vida, lavó sus pies, los ánimo y nunca los dejó, como buen Pastor a su suerte. Siempre estuvo con ellos. Por eso, ahora en su despedida anuncia al Espíritu de la verdad para que el discípulo sepa que siempre él estará con ellos, al lado de ellos y en ellos, evocando su poder y su acción creadora (cf. Salmo 65, 1-3.5-7). Es decir, nada se escapa del Espíritu del Amor para que podamos dar testimonio (no somos propietarios de la vida, somos testigos de la vida y de la verdad), superando incluso las equivocaciones y las malas opciones: ...el mundo no lo puede recibir porque no le ve ni le conoce...(vv. 17a). No se trata entonces, de imponer como tampoco entrar en discusiones buscando derrotar adversarios. El Espíritu del Amor y de la verdad nos anima a amar, mostrando el rostro presente del Padre en medio de la sociedad y del mundo de hoy. Él nos fortalece para que nos quedemos encerrados, apegados y atrapados en los miedos y en el pasado. El Espíritu nos saca de nuestras propias "tumbas", nos resucita. Por eso, la muerte no podrá tampoco con esta fuerza creadora, Jesús va a morir, pero también resucitará: volveré a vosotros. y en él resucitaremos también. El Resucitado vendrá al encuentro de sus discípulos para continuar animando y dando lo mejor de su riqueza, de su amor y de su vida generosa (cf. Jn 20, 19-23) para que no nos vayamos a quedar estancados, miedosos, ausentes y escondidos frente a los avatares continuos e inevitables de la realidad.
6. Algunos en su proceder querrán alcanzar lo que es pasajero, temporal e inmediato, lo que mejor les acomode, alejándose de los demás, pero la presencia del otro Paráclito nos anima y nos acompaña en los esfuerzos, en la luchas, en las opciones y en las acciones que pasamos para conseguir con la experiencia de la alegría, la valentía y la paz, las metas que nos proponemos sin perder nuestra identidad, haciendo que nosotros seamos, obra del amor para el amor, transparencia viva, amada del rostro del Padre, que conduce al Amor: Comprenderéis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros (vv. 20), pues Dios en su generosidad sorprendente no sólo es rey del universo, es también oyente de quien le reconoce, le recibe y le implora por su gracia. Dos experiencias de amor que se unen para funcionar como el Amor. De esta manera, la ausencia de Jesús da paso a una nueva relación, a una nueva presencia de su amor. Lo importante es sentir y percibir que el amor no está lejos de nuestra vida, ni tampoco creer que es una decisión inalcanzable: No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros (vv. 18). EL amor estará siempre presente para compartirnos su vida, y de esta manera funcionemos y disfrutemos de su gracia y de su plenitud hasta el final.
7. En resumen, Dejarnos acoger por la presencia del otro Paráclito es dejar manifestar el amor en nuestra cotidianidad, fruto abundante que se produce a través de nosotros: ...porque yo vivo y también vosotros viviréis (vv. 19b). El amor defenderá la justicia, la vida, la libertad, la serenidad y la verdadera sinceridad. El amor da frutos de alegría, de paz y de perdón. El amor cuida lo propio y también lo de los demás, generando miradas vivas que reconocen una vida constructiva y siempre novedosa, visible para el aporte responsable e integral en el crecimiento personal y de muchas personas. ¡Este es nuestro reto! Porque no bastará solamente con ver, también es importante participar del proyecto de Dios para que permaneciendo en Él tengamos una vida nueva conducida hacia la plenitud. Quien vive de la vida que posee el resucitado, vive como resucitado. Quien no conoce la vida y el amor vive distraído, como si estuviera dormido. Dios está a nuestro lado en todo momento con todo su amor, su bondad y su fuerza. Dios no abandona, el camina y acompaña como buen Pastor a sus hijos, creando un vínculo gigante y profundo que hace posible que le veamos siempre presente entre y con nosotros. No estamos solos. Está es la Buena Noticia, es nuestro aliento y nuestra esperanza.
Luis Fernando Castro P.
Teólogo- Magister en Familia
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es
Comentarios
Publicar un comentario