EL RESUCITADO CON NOSOTROS PARA ASCENDER Y ABRIR NUEVOS HORIZONTES Mt 28, 16-20 Séptimo Domingo de Pascua (La Ascensión del Señor)

EL RESUCITADO CON NOSOTROS PARA ASCENDER Y ABRIR NUEVOS HORIZONTES
Mt 28, 16-20
Séptimo Domingo de Pascua (La Ascensión del Señor)
Luis Fernando Castro P.
Teólogo PUJ

La capacidad de dar respuesta a las diversas situaciones de nuestra vida es lo que hace posible que una promesa de vida y de esperanza se haga realidad y visible para muchas personas; transformando palabras en acciones concretas que contribuyen a mejorar y crecer integralmente; facilitando ascender y avanzar en los distintos aspectos personales, saliendo de lo que nos acomoda y nos estanca; haciendo tiempo oportuno aún, cuando se crea que no lo hay para cumplir con lo que se ha encomendado a pesar de las inevitables circunstancias y momentos adversos. Un compromiso que nos acompaña siempre porque nos hace salir de nosotros mismos, sacando la mejor versión de nosotros, facilitando forjar el carácter e impulsando el corazón y las ganas por esforzarnos y por hacer algo más para que nuestra vida, nuestra sociedad y nuestras relaciones personales se renueven constantemente y, así logremos continuar construyendo en medio del escepticismo y de las distintas situaciones que buscan impedir el deseo de aportar para mejorar en todos los aspectos de nuestra existencia. Es poner al máximo nuestra confianza y creatividad para que lo que nos han delegado lo saquemos adelante sin escatimar nada, dejando que la esperanza, el amor y la misión se desarrolle y resplandezca en todo su esplendor para beneficio propio y también para muchas personas. A la Luz de la Palabra de Dios, Jesús Resucitado no abandona a sus discípulos. Él los vuelve a convocar en un monte para confíarles el compromiso de continuar desarrollando hacia adelante, con su autoridad y con su permanente asistencia la misión que él ha comenzado de hacer crecer e integrar la familia de Dios en todas las naciones. Veamos:

1. Para asumir como propios los objetivos de la misión, superando obstáculos es importante estar en relación con Aquel que nos ha encomendado. Jesús resucitado ha convocado, ha invitado a sus discípulos a un encuentro en un monte de Galilea (vv. 16-17). No ha llamado a otros. Son los mismos discípulos que el Maestro había invitado en la orilla del lago para que fueran los primeros destinatarios de su obra (cf. Mt 4, 18-22). Jesús resucitado los devuelve al punto inicial. Los discípulos acuden a la invitación y van al lugar indicado por el Maestro, suben a la montaña. Al verlo algunos le adoraron y otros dudaron (vv. 17). El reconocimiento y la duda van de la mano, no se trata en este proceso nuevo saberlo todo. Muchas de las cosas que van sucediendo en el camino nos ayudará a crecer y ha continuar avanzando (cf. Mc 9, 24). El monte por su parte se convierte en lugar muy especial, es el lugar de las renuncias y de las tentaciones (cf. Mt 4,1-11); es el lugar donde se ha anunciado la ley esencial de la vida cristiana a través de las bienaventuranzas (Mt 5-7); La montaña es también el lugar de la sanación, muchos enfermos subieron y se acercaron y el Maestro los sanaba (cf. Mt 15, 29-31). Asimismo, el monte es el lugar de la Transfiguración (cf. Mt 17, 1-8) donde es posible ver las metas antes de que sucedan, superando los miedos al compromiso y a lo definitivo. Ahora, la montaña es el lugar de encuentro con el resucitado. Desde este monte en Galilea, junto al resucitado se aprecia mejor el panorama, es posible ver y abrir nuevos horizontes: ...se acercó a ellos y les habló así...(vv. 18a). 

2. Con el resucitado la montaña se convierte en el lugar de sanar la herida de la infidelidad y de la fragilidad, pues los discípulos habían interrumpido y roto el seguimiento, pero ahora deben continuar hacia adelante. De esta manera, Dios con nosotros, siguen contando con nosotros. Él llama a quienes le habían fallado recordando las palabras en la pasión: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño. Más después de mi resurrección, iré delante de vosotros a Galilea (Mt 26, 31-32). Los discípulos llegan al monte de Galilea cargando el peso de la fragilidad, de la traición y del abandono, pero se encuentran con la confianza del Maestro, la cual supera y es mayor que la fragilidad, la traición y el abandono de sus discípulos. En Jesús no hay reclamos ni tampoco ironías contra sus amigos, más aún los considera sus hermanos (cf. Mt 28,10). Jesús insiste con los mismos porque a pesar de que el discípulo ha sido desleal, lo ha abandonado y lo ha negado confía en lo que podemos dar y ofrecer para lograr ascender y, así toda la realidad se impregne de un nuevo tiempo y de una nueva vida caracterizada e identificada por el testimonio, obra del espíritu y de la verdad (cf. Hch 1, 1-11). 

3. Algunos como personas podrán afirmar que no se lo merecen o que la misión nada tiene que ver con ellos, dudan (vv. 17); sin embargo, siempre habrá un nuevo punto de partida, una nueva oportunidad para volver a comenzar y para continuar avanzando, pues lo que nos corresponde a nosotros nadie lo hará. Somos nosotros los que haremos, junto al resucitado posible que las cosas nuevas sucedan. Es el nuevo hoy con una nueva visión de la vida, del amor, de la felicidad, de la amistad. Es un nuevo punto de partida para desarrollar y entrar en contacto con los demás, sin ningún límite ni espacio, superando toda expectativa que conlleve comportamientos que atraigan a otros hacia quien es la fuente de la vida (cf. Salmo 46, 2-3.6-7). Es comenzar de nuevo a subir la montaña (vv. 16) porque no hay tiempo para el ocio, para el descanso. Hay que comenzar a ascender, hay que escalar poniendo algún esfuerzo, algunos sacrificios, trazando rasgos de esperanza para nosotros y, asimismo para muchas personas. Un paso nos invita a superar las infidelidades para continuar la obra para llegar a la cima y encontrarnos con la plenitud de la vida, superando las tentaciones (cf. Mt 4,8), aquello que nos mantiene sentados en un sofá o estancados mientras otros disfrutan de los distintos retos y desafíos que nos pone la vida, dando origen a nuevos proyectos para ver nuevas metas (cf. Mt 17, 1s). Es el punto de inicio, es el lugar del encuentro, de la intimidad y del envío con el Resucitado. Es escalar una nueva montaña para encontrarnos constantemente con Dios, creyendo en uno mismo con sus cualidades y debilidades, caminando a nuestro propio ritmo, pero con la certeza de contribuir para crecer integralmente irradiando el servicio único del Señor, como aquellos seres humanos, conscientes que le pertenecemos a Dios.

4. Lo maravilloso de subir a las montañas, no está solamente en lograr llegar a la cima, también lo está en la experiencia que aprendemos y enseñamos en el trayecto. Muchas personas miran con anhelo y con alegría las metas, pero poco gustan de los esfuerzos y de los sacrificios que necesitamos para llegar a los más alto, al lugar más cercano al cielo, a sentirnos plenos y victoriosos, lo que vamos construyendo paso a paso en el camino. Las palabras de Jesús a sus discípulos toman ahora un acento de victoria definitiva sobre el mal y la muerte porque les delega su autoridad, su poder (vv. 18b); les confiere a los discípulos un mandato de ir y hacer discípulos (vv. 19a) con dos acciones concretas: bautizar y enseñar (vv. 19b-20), con el fin de guardar (practicar, asumir un nuevo estilo de vida) lo que se ha aprendido (vv. 20a). La tarea de recibir el poder de Dios consiste en hacer posible que otras personas también sean pescadores de hombres (cf. Mt 4,19), conozcan y se apropien del proyecto del Reino de los Cielos, configurando su vida, su existencia a la propuesta del Maestro, entablando la cercanía y la orientación plena con él. Sabernos abandonar en el proyecto de Dios es dejarnos conducir con humildad por los caminos de la firmeza y de la seguridad para alcanzar nuevas gentes sin ninguna restricción, que quieran experimentar con alegría pertenecer a la gran familia de Dios: bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijos y del Espíritu Santo (vv. 19a). De esta manera, ascender con el resucitado no es hacer un cambio de lugar ni tampoco dejar de ser lo que somos como personas, sino más bien un cambio de vida para darnos hacia los demás sin tener el cuenta límites o espacios en todos los momentos (cf. Ef. 1, 17-23), creciendo y avanzando hacia adelante, viviendo con plenitud cada instante de nuestra existencia.

5. Al que escala entonces la montaña y asciende a lo más alto, no solo se confiere el poder y la autoridad de Dios, de la Trinidad para que llevemos a cabo y adecuadamente la misión de hacer discípulos a todas las gentes, bautizándolas...también nos damos cuenta que al caminar, al ascender hacia la montaña, no estamos solos, estamos acompañados (cf. Mt 1,23) porque tenemos personas que nos aportan y nos enriquecen cada instante de esta maravillosa aventura, haciendo posible que nos sintamos también importantes con la capacidad de aportar, pero al mismo nos permite hacer consciencia de que la esencia de los procesos y del camino no es llegar rápido, sino saber llegar y llegar lejos, a lo más alto que podamos y que se nos permita. La acción de bautizar nos pone en relación al amor de Dios. Un amor que se manifiesta para que todos nosotros podamos entrar en relación con él y, así facilitar su conocimiento. Jesús nos ha hecho conocer al Padre y al Espíritu Santo acercando a la humanidad a Dios. De esta manera, la acción de bautizar nos pone bajo la protección y el poder de Dios, posibilitando la gracia de ser hijos de lo divino, hijos del Padre, hermanos del Hijo, comunión de amor con el Espíritu. Un proyecto de vida que nos empuja a mantenernos fieles, despiertos y con la mirada enfocada solamente en él. Podemos, así entonces, aseverar y actuar con toda confianza, sabiendo que no estamos solos, que no hemos sido enviados para la misión sin nada y sin nadie. Vamos construyendo y edificando con la autoridad divina, pero al mismo tiempo junto a otros, sin detenernos por alguna frontera; vamos conducidos por el dinamismo y el amor de Dios hacia la plenitud.

6. Por esta razón, todo lo que aprendemos y lo que podamos enseñar cuando despertamos la paleta de emociones que sugiere subir a una cumbre para que mucha gente se encuentre y crezca integralmente es hallar una serie diversa de experiencias en esta aventura, basada en una fuerte roca de razones interesantes para no poner solamente la atención en el objetivo final, sino también para asumir desde ahora un nuevo estilo de vida que busca apreciar cada momento y cada instante, lo que es realmente importante en la vida: enseñar a guardar, a practicar con el ejemplo de vida (vv. 20a), contribuyendo o aportando a encontrarnos con un mundo mucho mejor, conforme a la altura de quienes le pertenecemos a la familia trinitaria. Una familia que nos convoca, que nos une y nos envía para caminar e ir mucho más lejos de lo que nos hemos caminado y nos hemos imaginado. Enseñar es facilitar caminos y herramientas que ayuden a decidir por un estilo de vida diferente, que los conduzcan en el camino de la felicidad, de la bienaventuranza (cf. Mt 5-7), funcionar y actuar a la manera de nuestra verdadera identidad y dignidad, ser hijos de Dios. Por eso, enseñar como acción de vida no es una opción, es una posibilidad de hacer que la voluntad de Dios esté siempre presente en nosotros y en las distintas relaciones comunitarias. Dicho de otra manera, todo lo que hemos recibido y nos ha hecho tanto bien, es necesario evitar guardarlo solamente para nosotros, también es importante compartirlo para que muchas personas lo conozcan. Todo lo que recibimos deber ser transmitido para extender la gran familia de Dios, ascendiendo y abriendo nuevos horizontes, junto al espíritu del Resucitado.

7. Ser enviados a la misión no es un carga, es un honor que nos compromete con nuestra realidad, pero también nos hace pensar que podemos conquistar a muchas personas para que juntos podamos traer justicia, libertad y vida para todos. Jesús en sus palabras y promesas a sus discípulos le hace la promesa de estar siempre con ellos hasta el final del mundo (vv. 20b). Es decir, que los esfuerzos, las luchas, las enseñanzas toman valor hasta el final. El encuentro con el Resucitado en el monte de Galilea toma un gran significado porque el nombre de Emmanuel, el Dios con nosotros, ahora estará presente hasta el final del mundo, mostrando su fidelidad y su asistencia permanente. Celebrar la Ascensión del Señor no es un acto de ausencia y de poco interés, sino la presencia de Dios permanentemente hasta la plena comunión con la Trinidad. El Resucitado con nosotros es tener la seguridad que Dios no nos abandona a nuestras propias fuerzas ni a nuestras luchas y esfuerzos. La potestad de Dios es su presencia y su ayuda permanente en la misión y en el proceso de nuestra existencia. Dios nos acompaña con todo su poder, con su proyecto y con todo lo que implica su corazón a lo largo de nuestra vida.

8. Esta gracia nos facilita que podamos ayudar a descubrir en nosotros y, asimismo en otros lo ricos que somos, como personas dignas. Pero, estas acciones también nos pueden causar miedo, duda, trancón y parálisis mental para avanzar y para arriesgarnos a construir y extender la familia de Dios; sin embargo, no estamos solos, contamos con la compañía de Dios, con su respaldo pleno y asistido para que podamos llevar a cabo de un manera eficaz la tarea de cooperar en el crecimiento integral de muchas personas: Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (vv. 20b). Contar con el respaldo divino es estar apoyados, protegidos, defendidos y seguros que ante las circunstancias de angustia, de adversidad que suelen surgir en el proceso y desarrollo de la misión (cf. Mt 10, 16-23) es posible continuar hacia adelante, viviendo un estilo de vida distinto con cambios sorprendentes que nos impulsan a perseverar hasta el final, progresando, siguiendo instrucciones adecuadas y viendo las promesas de Dios cumplidas en nosotros, un Dios con nosotros, siempre presente y nunca ausente, abriendo nuevos horizontes que nos permiten ascender y vivir de una plena en comunión con el Padre.

9. En resumen, ocuparnos solamente por los logros inmediatos y por pequeñas aspiraciones corremos el riesgo de empobrecer nuestro camino de vida, perdiendo el anhelo y la riqueza de lo eterno. Desear un mundo mucho mejor no es posible solamente con la expectativa humana. Necesitamos progresar constantemente en un mundo digno, humano y con ganas de hacer de su camino, el camino de felicidad, superando las fragilidades, los conflictos, los momentos adversos y las infidelidades. Encontrarnos con el resucitado será el punto de partida para poder ascender y abrir nuevos horizontes para que aún en medio de reconocimientos y dudas, interrogantes e incertidumbres trabajemos con la confianza y la convicción de un Dios presente que nos acompaña, que ha querido en su voluntad no sólo acompañarnos con su respaldo, sino además contar con nosotros para que la vida no se cierre ni se extinga, mantenga la puerta abierta a la vida eterna, al amor que crea, que salva y que santifica. Un amor que no tiene límites ni reservas y, por esta razón nadie puede cerrar ni retener.
Luis Fernando Castro P.
Teólogo- Magister en Familia
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es

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