VIVIR CON DIOS ETERNAMENTE Lc 20, 27-38

VIVIR CON DIOS ETERNAMENTE
Lc 20, 27-38
Luis Fernando Castro
 TEÓLOGO PUJ

En medio de una realidad familiar y social en la que por ratos prima la desesperanza, el miedo, la incertidumbre, el dolor y el sufrimiento surge para nosotros un nuevo dinamismo que llena de esperanza y seguridad nuestra existencia, poniéndonos en el camino hacia la meta, donde nuestra vida toma sentido y se proyecta en realización porque nos conduce a superar lo temporal e inmanente para vivir y alcanzar lo eterno, lo trascendente como regalo de Dios que va más allá de las limitaciones, intereses y perspectivas personales, mostrando así, que la vida de todos los seres humanos sumergidas y proyectadas en una experiencia de Dios no tiene fronteras ni termino. A la luz de la Palabra de Dios,  los saduceos, un grupo que argumenta no creer en la resurrección, se acerca de manera cautelosa y capciosa a Jesús para preguntar sobre el tema que ellos mismos no daban mucha importancia, usando un ejemplo extremo. El Maestro basado en esta pregunta expone de manera sorprendente lo que nos aguarda para vida futura, pues la resurrección como experiencia de vida en Dios nos impulsa a vivir para el Señor, participando ya desde ahora de la vida que ha vencido la muerte, logrando llegar a condiciones de vida y de relaciones diferentes, donde la vida es plena y permanente, vivida en un nuevo nivel de los hijos de Dios. Veamos:

1. Encontrar algo que nos guste y nos apasione es abrir la posibilidad a dedicarle tiempo para lograr una vida plena. Esta consigna es importante, pero no siempre funciona así, porque nos impide progresar y probar nuevas cosas. Más aún, si no encontramos lo que nos apasiona, entonces estaríamos en una posición en la que no sabríamos por dónde comenzar ni a dónde llegar. Los saduceos, grupo formado por grandes propietarios de tierras, administradores de la justicia en el Sanedrín, parte de la aristocracia sacerdotal no creen en la resurrección de los muertos, la existencia de los ángeles y de los espíritus porque la concepción que tenían de Dios es la de un dios basado solamente en normas legales que no superan los límites humanos; éstos se acercan a Jesús para preguntar de una forma cautelosa, pero a la vez capciosa porque la intención era ridiculizar, poder duda sobre el tema que ellos mismos no le hallaban mucha importancia y, a lo cual se burlaban o se hacían de la vista gorda; pero, basados en la ley del levirato (vv. 28) y usando una historia exagerada y demasiado remota de una mujer que antes de morir se había casado siete veces con siete hermanos respectivamente (cf. Dt 25, 5-7), preguntan al Maestro: Ésta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque fue mujer de los siete (vv. 33). 

2. Los saduceos admitían el Pentateuco, los libros de la ley, aunque se oponían a las tradiciones de los fariseos, por eso, la pregunta expuesta a Jesús se basa en la ley del levirato (vv. 28), la cual tendía garantizar a todo varón la descendencia con el fin de que los padres pudieran ver al mesías esperado al menos con los ojos de los hijos. Es decir, que la generación de los hijos tenía como finalidad sustituir a los muertos porque hay que mantener viva la promesa de Dios. Esta ley, empero centrada en el varón no favorecía a la mujer, quien era tomada como objeto de posesión por parte del marido, quien la adquiere como un contrato mediante intercambio de bienes. Se habla por eso, de que el hombre toma a la mujer. Un acto que en realidad no engendra vida porque al tomar a una persona a la fuerza, obligada, pues lo que genera es una muerte estéril. Pretender poseer a una persona es expresar egoísmo. Sin embargo, la historia de los saduceos se basa en una sucesión de siete hermanos que mueren, con el deseo de suscitar y dar vida. Parece que en este deseo se encuentran el egoísmo y el amor, se relacionan la muerte y la vida. Cuando moría el marido sin dejar descendencia, sin dejar hijos, la mujer era esposada por uno de los hermanos de su marido, es decir esposada por sus cuñados varones. Pero, la pregunta de los saduceos va en dirección no solamente cuando los varones mueren, sino también la mujer: ¿de cuál de ellos, de esos siete hermanos será mujer en la resurrección? Porque aquí no sólo hay fracaso matrimonial, sino además de procreación: No hay hijos y, por tanto la historia se cierra con la muere de la mujer. En la resurrección las condiciones de vida son distintas, las relaciones humanas son vividas y experimentadas de un modo diferente, llevadas a un nuevo nivel donde lo importante no es la procreación o el matrimonio, sino la relación plena de ser hijos de Dios. Por eso, los seres se relacionan unos con otros como hermanos y como hermanas. Sin embargo, muchos dudan y se comportan como los saduceos, negando la resurrección y la vida eterna. Por una parte algunos viven buscando algo que les apasione para vivir plenamente, centrados en sí mismos, en su poder, en su autosuficiencia, en sus propios esfuerzos; otros en cambio viven con la mirada elevada hacia arriba, perdidos y lejos de la realidad que les rodea, ocupados más por lo que puede suceder después de la muerte, pero actuando sin responsabilidad con su existencia, desenfocados en sus discernimientos y decisiones familiares y sociales, creando incluso imágenes de miedo y de temor. Cuando tenemos como meta en nuestra existencia la vida eterna, las realidades terrenales en todos las esferas humanas toman un nuevo sentido en nuestra vida, llevándonos a tomar conciencia para actuar con compromiso y responsabilidad, contribuyendo, ayudando y proyectando desde nuestros quehaceres particulares para que la sociedad se transforme y sea cada vez mejor, pues Dios nos resucita para una vida nueva, aún en medio de las realidades fuertes y adversas por las que como seres humanos solemos pasar (cf. 2Macabeos 7, 1-2.9-14), pero que en Él siempre habrá la esperanza de algo nuevo y asombroso. 

3. La estrategia de la resurrección que nos ha regalado Dios, comienza cuando comprendemos que el dinamismo de la nueva vida comienza cuando aprendemos desde ya a construir nuestra existencia con responsabilidad en todos los aspectos personales, familiares y sociales, como trabajar en equipo comunitaria o laboralmente; cuando construimos una familia, valorando y respetando a la pareja y a los hijos, proyectándolos para que continúen generando vida; cuando ayudamos a que otros también crezcan y progresen integralmente, aportando juntos para que la sociedad sea y se desenvuelva en sus relaciones humanas en un mejor nivel de vida. Jesús como Maestro responde a los saduceos, primero deshaciendo las bases del argumento dado por aquellos que no creían en la resurrección (vv. 34-36); y segundo reafirma el tema de la resurrección, mostrando que Dios es un Dios de vivos y no de muertos, porque para él todos viven, sin excepción (vv. 37-38). Es decir, que Dios siendo la vida nos ha creado para la vida. Esta vida no se agota con la muerte, sino que transciende hasta la eternidad para que vivamos con Él eternamente. Esta eternidad tiene características nuevas porque nos facilita realizarnos con sentido y plenitud. Lo que ahora nos puede parece pequeño e insignificante como una semilla, se convertirá en un gran árbol de vida que dará mucho frutos, mostrando el potencial divino que llevamos en nuestro interior. Entonces, podemos comprender que existe una gran diferencia entre lo que vemos hoy y la vida plena, sustentada por el amor de Dios después de la muerte. Esta Vida es nueva, la cual podemos ver como una meta a la que todos queremos llegar, pero que no es posible ahora describir ni tampoco explicar. De esta manera, las condiciones de vida en la resurrección las asumimos en una actitud diferente y superior a lo que estamos viviendo en el presente...somos como ángeles, hijos de Dios, hijos de la resurrección...(vv. 36), mostrando que todos estamos en la capacidad, el esplendor y la fuerza de construir, de generar un estilo de vida distinta en la que como participes de la vida divina, y por tanto libres y felices garantizamos lo que viviremos en nuestra futura experiencia celestial. Es así como siendo hijos de Dios e hijos de la resurrección e hijos de la vida presente es la oportunidad para comenzar a construir y experimentar el cielo, que es una nueva relación en comunión y sintonía permanente con Dios, consigo mismo y con los demás, con la decisión libre de estar cerca de Dios y de la creación fraterna con los demás. 

4. Construir nuestra vida al nivel de los hijos de Dios es comenzar hoy a generar y facilitar espacios más sanos y fraternos con los demás seres humanos en todos los escenarios donde pertenecemos y participamos, compartiendo con generosidad la vida de Jesús resucitado. Es aquí donde nace la esperanza plena no como una fantasía o una ilusión que nos saca del compromiso constructivo con nuestra realidad, sino por el contrario nos sumerge en estas realidades con un estilo de vida responsable, dando lo mejor de nosotros con la certeza que como hijos y como ángeles de Dios vivimos para el Señor participando desde ahora, en nuestra vida actual y presente de una vida plena que más allá de la muerte porque Dios es Señor que ama la vida. La resurrección consiste en estar siempre con Dios, por lo cual no es absurdo creer en la resurrección solamente como algo que se dará después de la muerte, pues Dios se ha mostrado, como el Dios de la vida. Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos porque para él todos viven. De hecho después de la muerte nos encontramos con más vida porque Dios es la vida. La resurrección da al que ha muerto una vida nueva. Por eso, la respuesta de Jesús a los saduceos se aplica en el matrimonio no como un contrato o un intercambio de bienes, sino como un testimonio de amor y de fecundidad de Dios en el que es posible vivir para Dios, como Dios vive para nosotros, logrando nuestra realización plena y nuestra libertad. Esto quiere decir, cuidar del presente para que nuestro futuro sea grandioso y glorioso, perseverando con esperanza hacia el amor de Dios y la tenacidad de Cristo (cf. 2Tes 2, 15-3,15).

5. El matrimonio no es sólo tomar una mujer o un hombre, es signo donde podemos aprender a amar adecuadamente; amando como somos amados, no después de la muerte sino desde el transcurrir de nuestra historia, pues somos constructores del amor, de la vida como hijos de Dios. De esta manera, planteamos una diferencia sorprendente entre la manera que vivimos y concebimos nuestra vida y la forma como vivimos resucitados, pues aunque somos los mismos, no hay que colocar al mismo nivel la vida terrena con la vida en la resurrección. Una cosa es ser hijos de este mundo, y otra muy distinta ser hijos de la resurrección. La gran novedad la hallamos en el que los hijos de la resurrección son como ángeles, llamados hijos de Dios, que compartimos la vida del resucitado, en el que aún cuando muera nuestro cuerpo físico, tendremos un cuerpo espiritual que participa de la resurrección y de la filiación divina de Jesucristo. Ser hijos de Dios y de la resurrección significa vivir plenamente en condición de hijos de Dios. La raíz de nuestra resurrección es el hecho de que Dios es la vida, una vida que nos pertenece, así como nosotros le pertenecemos a él. Por eso, el que vive para sí mismo, encerrado en sí mismo, vive para el egoísmo, pero quien vive con amor y misericordia su vida, vive para Dios, contemplando eternamente su belleza y su rostro (cf. Salmo 16, 1.5-8.15).

6. Todos hemos sido creados para la vida, una vida que no tiene límites ni fronteras, una vida que no se agota en nuestra historia. Esta vida que hoy tenemos es una vida que trasciende, que va más allá de la muerte. Una vida que llevamos dentro, como una semilla, pero con la gracia de potenciar, de hacerla crecer para vivir en realización plena. Jesús citando la promesa de Dios a los patriarcas da argumento sobre la resurrección (vv. 37). Los saduceos se había basado en Moisés para preguntar al Maestro, pero ahora es Jesús quien usa la autoridad de Moisés para responder sobre el tema de la resurrección, pues Dios no se ha olvidado en la muerte de aquellos que él mismo protegió en los peligros que pasaron en su vida. Es decir, Dios a ejemplo de Jesús no ha dejado a los patriarcas en una tumba o en el Sheol (lugar de los muertos) porque Dios cumple sus promesas y, además porque es un Dios de vivos en el que para Él todos viven (vv. 38). La muerte de los patriarcas no quiebra la relación y la promesa de Dios, él sigue siendo su Dios, su amigo, su protector después de su muerte y, por tanto ellos están vivos porque Dios no puede ser el Dios de un pueblo muerto, pues la vida reside en Dios y, solamente un pueblo vivo podrá alabarlo, amarlo y bendecirlo. La muerte no tiene la forma ni la capacidad para destruir el amor y la fidelidad de Dios con los patriarcas, con su pueblo y con nosotros. Por eso, aunque lloremos a nuestros seres queridos que hemos perdido, el amor de Dios los contempla llenándolos de vida porque los acoge a todos en su amor de Padre bondadoso y lleno de misericordia. Comprendemos entonces, que la vida de los hijos de Dios, viene de Dios y no termina con la muerte porque para Dios todos viven, pues Dios tiene la capacidad de levantarnos, de darnos una vida, y vida en abundancia, más allá de nuestras limitaciones, es un Dios de vida. Por eso, el que vive para el Señor sabe que el cielo donde mora Dios no está arriba ni abajo ni a los lados, sino que Aquel reside en cada uno de nosotros, como seres humanos e hijos de Dios donde todos hacemos parte de Él y nos hacemos uno con Él.  Esto nos impulsa a tomar una sorprendente y nueva posición clara y contundente de nuestra existencia en todas las esferas y espacios de nuestra realidad, ya que lo que hagamos o dejemos de hacer por decisión y acción de nuestra libertad, afectará nuestra realidad. Vivir para Dios  y con Dios es construir el cielo desde nuestra responsabilidad, personal, familiar y social que recorremos y llevamos en proceso en nuestra vida presente, entrando así, en el dinamismo de la vida nueva que es plena y permanente, la cual va más allá de nuestras expectativas, limitaciones y posibilidades, dando sentido y realización al regalo maravilloso de la resurrección.

7. En resumen, la vida que hoy tenemos con Dios es una relación sin límites porque Dios en su bondad y misericordia traspasa, trasciende las fronteras de la muerte. La muerte no deja sin hijos y sin hijas a Dios porque Dios es fuente de vida inagotable. El amor de Dios es más fuerte y poderoso que nuestra extinción física. El amor no se acaba ni se destruye con la muerte. Por este motivo, vivir eternamente con Dios no es entender la resurrección como una prolongación después de la muerte, sino como una creación nueva de personas vivas que nos buscamos realizarnos y vivir con plenitud esta experiencia de vida, cuidando lo que se nos ha dado para que tengamos la esperanza siempre de algo mucho más grande y asombroso, confiados en el Padre del amor y de la misericordia que no da nada por perdido. Todos como personas tenemos la capacidad de centrar nuestra vida en Dios, que ama la vida para que en nuestro proceso de vida descubramos con confianza su poder inagotable, entablando una relación estrecha de amor sin medida, en coherencia con Él que es el Dios vivo; el Dios que no nos defrauda (cf. Salmo 25, 1-2); el Dios que nos hace sentir que estamos viviendo como ángeles del cielo que le amamos, le alabamos y le bendecimos constantemente a Él y en Él a muchas personas.
Luis Fernando Castro P.
Teólogo- Magister en Familia
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es

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