ENALTECIDOS PARA ENALTECER CON HUMILDAD Lc 18, 9-14

ENALTECIDOS PARA ENALTECER CON HUMILDAD 
Lc 18, 9-14
Luis Fernando Castro Parra
Teólogo PUJ

Todos como personas tendemos a mejorar en lo que somos y en lo que hacemos, buscando cultivar no sólo una relación con Dios a través de la espiritualidad y la oración, sino también con los demás seres humanos, dejando que la admiración, el respeto, el amor y el reconocimiento por el otro sea cada vez mejor, vaya en crecimiento y en disponibilidad de servir con eficacia. Esto hace parte de un acto de personas que van más allá de sí mismas, actuando con solidaridad y con actitudes que se caracterizan por construir buenas y fortalecidas relaciones, basadas en el valor de la humildad en el que se desea y se quiere también lo mejor para la otra persona dando el mejor puesto. Algo que nos ayuda para no caer en la trampa de la autosuficiencia, el orgullo y el señalamiento negativo. Respetar y elogiar a los demás sin interesar sus condiciones hace parte de una vida que enaltece al otro con libertad,  responsabilidad y humildad. A la Luz de la Palabra de Dios, Jesús narra la parábola del fariseo y el publicano que suben a orar al Templo de Jerusalén, pero con actitudes y palabras distintas, con el fin de mostrar a aquellos que confiaban en sí mismos, despreciando y excluyendo a los demás, la grandeza de la humildad como herramienta para enaltecer, facilitando que nuestro quehacer de vida sea un canal de bendición y transformación para muchas personas. Veamos: 

1. Respetar y elogiar a los demás sin interesar sus condiciones hace parte de una vida con libertad,  responsabilidad y humildad. Jesús propone para los que se consideraban por justos y despreciaba a las demás personas la parábola de un fariseo y de un publicano que subieron a orar al Tempo de Jerusalén (vv. 9,10). Cada uno de estos hombres tenía una postura diferente frente a la presencia de Dios. Las palabras que usaban para expresar su oración era distinta, aunque estaban en mismo lugar y en las mismas condiciones. Mientras el fariseo se centraba y se contempla en sí mismo en su itinerario interior, el publicano sin excusarse, reconoce en su itinerario que es un pecador. Los golpes en su pecho y las pocas palabras que susurra lo expresan todo: ¡Oh Dios! Ten compasión de mí, que soy pecador (vv. 13). De esta manera, la imagen que podemos ver en esta parábola no sólo contrapone las acciones de subir y bajar, sino también en mostrar a un hombre piadoso que se distinguía entre los diferentes grupos judíos y un publicano que por su condición de recaudador era considerado o rotulado como un pecador. Pero, esta diferencia no sólo ve la parte externa, sino también como su interior aparece completamente opuesto uno del otro. Dicho de otra manera, esta narración de principio a fin muestra la imagen que tenemos de Dios y la imagen que tenemos de nosotros mismos como personas frente a la presencia de Dios, pues podemos tener una imagen muy particular de Dios, pero al mismo tiempo muy distinta a cómo Dios nos ve.

2.  El punto central de esta parábola surge cuando el fariseo, aunque da gracias, comienza a compararse con el pecador, emitiendo juicios positivos hacia sí mismo con complacencia, sintiéndose incapaz de realizar un examen de conciencia hacia él, pero sí emitiendo expresiones negativas hacia el publicano: Yo no soy como este... (vv. 11). Una simple y pequeña frase en un ambiente de oración, pero que ha marcado una gran distancia frente a las otras personas, creyendo que esto era adecuado para mantener la cercanía con Dios, quien al final escuchará o no la oración, pues él es el que decide cómo es que se entra de una manera adecuada a estar en relación con él. Existen dos caminos que podemos optar. El primero se inclina por la búsqueda del poder, el aplauso, el reconocimiento y la opulencia, mendigando su conciencia sin interesarle la situación de los demás, provocando en consecuencia, explotación, discriminación, marginación y exclusión. El segundo camino nos conduce a orar y obrar en todos los aspectos de nuestra vida con humildad, reverenciando a quien es la Fuente de la vida y a su obra más preciada, los humildes, éstos que no sólo se dejan sorprender por las maravillas de Dios, sino además sirven sin alguna limitación a muchas personas, sabiendo que su oración y sus acciones no quedarán sin respuesta, pues si el afligido invoca al Señor, él lo escucha, venciendo las angustias, los enemigos y los lamentos (cf. Salmo 33, 2-23). Así que Dios no señala ni juzga a las personas en función de su clase o estrato social (Eclo 35, 12) porque su presencia en los humildes es cercana y representa seguridad, firmeza y fortaleza para avanzar Algo distinto sucede en nosotros quienes optamos por compararnos con otros, creando una falsa imagen de ellos, de Dios y de nosotros mismos. Dios...no hace acepción de personas...Él valora y aprecia a cada uno en sí mismo. Por eso, ante las dificultades y las distintas crisis que muchas veces nos hacen sentirnos limitados y nos hacen sufrir descubrimos que Dios está siempre a favor de nosotros y de nuestra causa dándonos fuerzas para continuar hacia adelante, aún cuando todo parezca oscuro y sin sentido (cf. 2Tim 4, 6-8.16-18). 

3. Dios simpatiza con el pobre, el oprimido, el huérfano, la viuda, el forastero, el abandonado, con aquellos que son diferentes a nosotros (cf. Eclo 35,13-16). Estos seres humanos son sus preferidos por ser personas o grupos que  son excluidos y nadie quiere escuchar ni tener alguna consideración especial con ellos. Esto se nota porque respalda y aprecia a los humildes (cf. Lc 1, 52-53) escuchando la oración que...atraviesa las nubes...(Eclo 35, 17) del oprimido...la súplica del huérfano...el desahogo y lamento de la viuda, la plegaria que sube hasta las nubes de quien sirve de buena gana e insiste hasta alcanzar su destino. De esta manera, Dios, como el Padre que está más allá de las nubes hace justicia a los justos (Eclo 53, 18) librándoles de sus angustias, enjugando sus lágrimas, fortaleciéndoles en sus dificultades y sufrimientos, levantando al caído y al empobrecido para que sea señal de vida, con actitudes constructivas que consuelen, ayuden y compartan con agrado y generosidad lo mejor a muchas personas.

4. El dinamismo de los humildes se convierte en una experiencia que fija y acorta distancias en las relaciones humanas, abre caminos, llena, alegra y fortalece el interior de la vida, dando un fruto abundante que ayuda a mantener encendido el servicio y la disponibilidad colaborativa hacia el progreso y crecimiento de los otros. Después de que Jesús narra la parábola con sus respectivas descripciones y el modo cómo cada uno de estos dos hombres salen de su oración: Uno volvió a su casa justificado y el otro no... (vv. 14a) concluye diciendo cuál es el punto de vista de Dios, mostrando al mismo tiempo cuál es el rostro de Dios que buscamos en nuestra oración, pues quien se exalta así mismo será humillado y el que se humilla será exaltado (vv. 14b). Es decir, que Dios invierte la situación del fariseo y del publicano, pues quien admitió que era un pecador, Dios lo proclama justo y, quien se comparó y se exalto así mismo es despojado de la justicia que creía poseer. En este sentido, el Maestro no elogia el comportamiento del publicano, como tampoco pretende despreciar las obras del fariseo, pero si pone sobre la mesa cómo el amor de Dios perdona más allá de unos cumplimientos o de unas condiciones. Dios tiene la capacidad de darnos con generosidad y con gratuidad sin excluir a nadie. Nuestra vida no es de merecimientos, sino de gracia de Dios simplemente porque es misericordioso (cf. Lc 15, 11-32). Esto necesita ser reconocido con humildad sincera para que delante de Dios evitemos caer en la tentación de enaltecernos a nosotros mismos, discriminando a las demás personas.

5. Quienes asumimos o nos esforzamos por optar en un estilo de vida, en el que esté la práctica de la grandeza de la humildad, descubrimos constantemente las maravillas de Dios y, así orientamos nuestra existencia familiar, comunitaria y social, trayendo beneficios importantes de crecimiento y progreso integral para sí mismos y para muchas personas. Sin embargo, cuando la actitud es creerse seguro y capaz de sí mismo, con una confianza que anula la confianza en Dios, poniéndonos como ejemplo sin medida y sobriedad, los resultados no son agradables porque los frutos son negativos, cargados de prepotencia, soberbia, autosuficiencia, narcisismo, orgullo y desprecio por las demás personas: Jesús veía que algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás (vv. 9). El fariseo no es criticado por orar de pie, eso es lo menos importante, sino por lo que dice en su oración y la manera que se refiere a los demás, buscando incluso el agradecimiento y el aplauso de Dios por lo que hace, con lo cual anula la confianza en Dios. La humildad nos enaltece cuando nos presentamos delante de Dios y de los demás sin prejuicios, sin envidia y sin orgullo, reconociendo nuestras equivocaciones y fiándonos de la bondad y de la misericordia de Dios. Esta es la actitud del publicano que en el momento de su oración se presenta humilde (vv. 13). La oración humilde no forja seres creyentes con espíritu egoísta que quieren apoderarse de todo a costa de los demás, presumiendo de sus logros, preponderando las injusticias y desigualdades sociales, sino que quiere formar personas humildes y solidarias que sean canal de esperanza y de vida para la sociedad. Dios respalda y enaltece a los humildes a quienes se sienten siempre necesitados y tienen el deseo de aprender y de mejorar para ser mejores de lo que ya somos como personas, conduciéndonos hacia nuevas realidades de servicio y construcción de vida familiar y social, que llegan a ser sorprendentes porque van más allá de nuestras limitaciones y posibilidades, ya que nos encontraremos ayudando a otros a que manejen y superen sus sufrimientos, puedan alcanzar sus metas, sus sueños en su proyecto sin que se excluya la propia dignidad. Esta es la clave de la humildad que con el dinamismo de Dios podremos continuar avanzando con confianza hacia nuestras propias cumbres.

6. Las personas que actúan y practican la humildad se caracterizan por ser seres humanos modestos y sencillos ante el alcance de sus logros, piden ayudan cuando lo necesitan, aceptan sus propias limitaciones, admiten que no todo lo saben y lo pueden explicar, no tienen complejos de superioridad ni tienen miedo a equivocarse, están siempre en la actitud de aprender, sabiendo ganar o perder, comparten sus logros con aquellos que también lo merecen por su esfuerzo por su dedicación y ayuda de trabajo, reconocen las cualidades de los demás y les ayudan para que se fortalezcan y lleguen a desarrollar con eficacia nuevas capacidades, comparten sus conocimientos y saben trabajar en equipo, generando opciones y decisiones de vida. Ejercitar la humildad engrandece, pero también ayuda a engrandecer y favorecer a los demás con humildad. Es asombroso cómo el dinamismo de los humildes se convierte en una experiencia que fija y acorta distancias en las relaciones humanas, abre caminos, llena, alegra y fortalece el interior de la vida, dando un fruto abundante que  ayuda a mantener encendido el servicio y la disponibilidad colaborativa hacia el progreso y crecimiento de los demás. Esto es grandioso y agradable. Qué bueno estar con personas humildes. Personas que no miran la altura de los otros como tampoco se excluyen de pedir perdón, aún cuando muchas veces lo hayamos hecho, pues hemos sido amados cuando hemos equivocado.

7. En resumen, quien confía humildemente en Dios, no sólo es enaltecido, sino además estará en la capacidad de enaltecer a muchas personas, actuando con la práctica de la humildad, logrando con confianza avanzar en todos los aspectos de la vida, en el que es posible aportar y construir cosas grandiosas que expresen el amor, la acogida y la misericordia de Dios a favor de todos los seres humanos.
Luis Fernando Castro P.
Teólogo- Magister en Familia
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es

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