SANADOS PARA DAR GLORIA A DIOS Lc 17, 11-19

SANADOS PARA DAR GLORIA A DIOS
Lc 17, 11-19
Luis Fernando Castro- Florecita 
Teólogo 

El poder inimaginable que encierra al pronunciar y practicar constantemente la palabra Gracias es de gran de profundidad, porque nos sana integralmente, nos renueva en nuestro pensar y actuar, abriéndonos un montón de puertas y de oportunidades que contribuyen a nuestro crecimiento personal y también al de los demás. La gratitud es uno de los valores que más nos nutre y nos fortalece cuando conscientes, vemos las ayudas y los regalos divinos que hemos recibido para compartirlos, practicando con responsabilidad en todas nuestras relaciones humanas y, en nuestra experiencia personal con Dios el poder sanador de la gratitud. Estar siempre agradecidos es muy saludable, pero, será mucho mejor cuando aprendemos a aprovechar cada oportunidad para hacerle saber a las personas, con quienes nos relacionamos, nuestra gratitud por haber contribuido a nuestro progreso en todos los aspectos de nuestra vida. A la Luz de la Palabra de Dios, Diez hombres leprosos pidieron compasión a Jesús, sin embargo, después de quedar limpios de su enfermedad, sólo uno que era de origen samaritano volvió a donde el Maestro, glorificando a Dios y, postrándose daba gracias. Aprender a ser agradecidos en todo momento, compartiendo nuestras riquezas, actuando con mayor responsabilidad, productividad y compromiso en nuestro quehacer constructivo y transformador de la sociedad es de quienes llenos de vida y con entusiasmo hemos sabido recibir el poder sanador de Dios en nuestra vida para cantar la gloria de Dios. Veamos: 

1. Para muchas personas, pedir ayuda resulta toda una odisea porque se mantiene diversas creencias en el que prima que nada se hace gratis. Para algunos hacer este acto es signo de limitación, fracaso y debilidad. En otros pensamientos, dentro de un mundo competitivo es común pensar que si pedimos ayuda estamos condenados a tener que devolver el favor con la creencia que todo lo que hacemos se hace esperando obtener algo a cambio porque nada es gratis. Jesús yendo de camino a Jerusalén, pasaba por los confines entre Samaria y Galilea y, al entrar en uno de los pueblos, salieron a su encuentro diez leprosos, que a distancia y levantando la voz, pedía al Maestro tener compasión de ellos: ¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros! (vv. 11-13). Los diez leprosos por su condición física eran apartados, rechazados porque no podían mezclarse con la gente sana (cf. Lv 13, 45-46). Estos seres humanos viven en su cotidianidad el dolor y el sufrimiento, no sólo de su cuerpo y de su aspecto físico, sino además porque están muertos en vida (cf. 2Reyes 5, 14-17), no pueden abrazar a su familia, a sus hijos, no pueden estar en el calor de su casa. Un rechazo familiar, y también social que, incluso los lleva a rechazarse a sí mismos y, en esa misma línea entran en conflicto con Dios porque se sienten marginados religiosamente. Sin embargo, estos diez leprosos se apoyan unos a otros para que a la distancia y levantando su voz piden ayuda, claman la compasión y la misericordia de Dios (vv. 13). Nos hemos hecho una imagen en nuestra vida en el que creemos que no necesitamos de nadie para crecer y salir adelante porque nos sentimos autosuficientes, solamente nosotros nos bastamos. Una actitud que hace crecer nuestro ego causando que nuestras acciones estén impregnadas de arrogancia y soberbia. Pedir ayuda es un acto de humildad y de valentía en el que podemos romper con falsas imágenes y prejuicios que tenemos de las personas, pero además nos permite dar un voto de confianza a las personas que nos ayudan a mejorar y crecer en nuestra existencia, aumentando nuestras posibilidades en la tarea de alcanzar objetivos que nos hemos llegado a proponer. 

2. Estar siempre agradecidos es muy saludable, pero será mucho mejor cuando aprendemos a aprovechar cada oportunidad para hacer saber a las personas, con quienes crecemos y nos relacionamos, nuestra gratitud por haber contribuido a nuestro crecimiento y progreso en todos los aspectos de nuestra existencia. Jesús al ver a los leprosos en su condición de dolor y sufrimiento no se hace esperar porque siente la angustia, el dolor y el sufrimiento de estos seres humanos y, los envía a los sacerdotes del templo como un acto de fe de estar ya curados, acabando así con la distancia, el rechazo y el sufrimiento (vv. 14). Efectivamente, los diez leprosos, aunque todavía no estaban curados totalmente se ponen en camino porque confiaron en el poder y en la palabra de Jesús. Y, yendo en camino se curan (vv. 14b). Es así como la providencia de Dios conoce solamente a las personas que escuchando y confiando en su palabra deciden avanzar, deciden ponerse en camino, dando pasos de fe. Estos leprosos creen en la curación antes de verla y, por eso en cada paso que van dando se van curando, se van renovando. Los leprosos creen antes de ver los resultados. Muchas personas esperan los resultados para dar gracias, pero lo maravilloso es descubrir que en cada paso que demos hacia adelante, aunque no veamos los resultados inmediatamente, ya nos estamos curando, ya estamos viendo algo nuevo. Esto es fe. Es posible sanar, y servir solamente por una palabra de confianza que llevemos en nuestro interior, mostrando que la esperanza de sanarnos es más grande que los resultados porque el camino y la experiencia que vivimos es más importante que llegar a la meta. Pero, quien se resigna o quien piensa primero en los resultados y en las evidencias es posible que se quede contemplando la zona de pánico poniendo en primer lugar a la seguridad que al riesgo de dar paso hacia adelante. La vida no se detiene. Nuestra existencia no se paraliza, está en constante movimiento, siempre nos trae novedades cuando nos dejamos sorprender, pero necesita de seres humanos que nos pongamos en camino, que comencemos a dar pasos con riesgo confiando en la palabra de Dios y en su compañía permanente. 

3. Sucedió, entonces, que mientras iban de camino, los 10 quedaron limpios, habían confiado en la palabra del Maestro, se han curado y ahora pueden reintegrarse a sus familias sin ningún impedimento. Sin embargo, uno de ellos, samaritano lleno de alegría realiza cinco acciones sorprendentes: viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz y, postrándose rostro a tierra a los pies del Maestro, le daba gracias (vv. 15-16). Mostrar nuestro agradecimiento ante el trabajo, la solidaridad y la generosidad de otros, va más allá de un dar las gracias. El samaritano sorprendido y admirado por la manera que obra Dios regresa a dar las gracias. El samaritano ha pasado de la obediencia a la gratitud, a la alabanza, a la adoración; ha pasado de los meros cumplimientos a la vida. No se ha quedado solamente en la petición a decidido crecer, paso a la acción de gracias, a la adoración. Los otros nueve, en cambio creen que lo que les ha sucedido es algo normal porque la imagen que tienen es función de las grandes obras de Dios y, por eso prefieren seguir su camino hacia el Templo de Jerusalén. Sin embargo, lo importante no es solamente estar sanados físicamente, es también y mucho más importante vivir la experiencia de la salvación, que nos es otra cosa que vivir de un modo distinto, libres y felices. Libres para hacer mucho bien. Y felices porque tenemos siempre algo para dar y compartir sin esperar nada a cambio.

4. Dar gracias constantemente por todo lo que hemos recibido, aún lo que todavía no comprendemos, puede llegar a quedarse en una respuesta espontánea, automática, como una palabra convencional de las relaciones sociales, un formalismo que cierra un diálogo creyendo que ya hemos agradecido por lo que han hecho por nosotros. Dar por sentado este acto solamente puede ocasionar arrogancia, indiferencia, hipocresía, enojo, impidiéndonos crecer y mejorar en las relaciones con los demás y con Dios porque creemos que todo lo que hemos recibido es una obligación o que sencillamente nos lo merecemos por nuestras expectativas y esfuerzos, como si fuéramos el centro de la atención (Cf. Lc 17, 12-14.17). Estos convencionalismos no nos ayudan a mejorar ni a crecer familiar ni socialmente. Tampoco nos ayuda a ser consientes de la gracia recibida...¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios...? (vv. 18). Las personas agradecidas, salen de su zona de confort, de sus seguridades y apegos, de sus limitaciones y posibilidades para compartir con libertad y responsabilidad sus riquezas, dándolas sin medida, alabando, aportando y comprometiéndose, junto a otros en la construcción de nuestra vida. Quienes agradecemos actuamos con mayor generosidad y compasión, colaboramos en el crecimiento integral de los demás, sin esperar nada a cambio, sin búsqueda de intereses reconocimientos ni aplausos. Además, la acción de agradecimiento no está supeditada a un espacio, a un tiempo o a un momento, sólo queremos ser agradecidos para ser felices, haciendo felices a los otros, valorando lo que tenemos y contribuyendo para que otras personas crezcan, hallen sus riquezas interiores y sirvan compartiendo con generosidad.

5. La presencia de Dios no sólo está dentro de los que se relacionan en una comunidad o en un pequeño pueblo, también está en los alejados o en aquellos que consideramos distintos. Podemos ver esto el pasaje del samaritano, pero también en la experiencia de un rey sirio llamado Naamán. Este hombre es un antiguo militar sirio de la zona de Israel, enfermo de lepra. Él recibió las recomendaciones del Profeta Eliseo para que pudiera sanarse. Lo que debía hacer era muy sencillo, sumergirse siete veces en el río Jordán (2Re 5, 14). Naamán, no da por sentado el poder sanador de Dios, por eso regresa junto con su comitiva muy agradecido por lo que había recibido de parte de Dios y el profeta, mostrando su afecto y compromiso decidido a la experiencia divina (vv. 17). No dar por sentado por una parte es descubrir sorprendentemente nuestras riquezas, más allá de lo económico para encontrar nuevas formas de mostrar a las personas que nos ayudan el agradecimiento auténtico, asumiendo un estilo de vida distinto y comprometido en el que agradecemos a Dios y a los demás (papás, benefactores, hermanos de comunidad, entre otros) por las ayudas y esfuerzos que generosamente nos dan. Nadie está obligado a darnos nada, pero si estamos obligados a agradecer para ver y compartir las riquezas que tenemos y, así continuar aprendiendo y creciendo integralmente. Por otra parte, vemos como aquellos que han sido despreciados por la sociedad, reconocen el don recibido de Dios, dando gracias, mostrando que la verdadera curación no es solamente física, sino además integral abriendo la puerta al compromiso y a la responsabilidad con la vida, convirtiéndonos en unos servidores y adoradores del Dios misericordioso.

6. Así que, cuánto mas crezcamos en el valor de agradecer más posibilidad nos damos para descubrir lo rico que somos para ofrecerlo con generosidad. Un samaritano que no tenía nada que ver con los ritos y la experiencia del Templo de Jerusalén, después de verse sanado de la lepra por la Palabra de Jesús, rompe con los esquemas, los protocolos y decide regresar glorificando a Dios en alta voz, activando una nueva fuerza espiritual en el que reconoce a Jesús, como su nuevo templo y Señor (Lc 17, 16). Este samaritano, viéndose curado...(vv. 15) asume una actitud distinta a muchos, desarrolla el valor del agradecimiento, pero además va mucho más lejos porque glorifica a Dios en alta voz. El samaritano se ha permitido pasar de la sencilla sanación al gran regalo y tesoro de la salvación. Con frecuencia nos encontramos con muchas personas que sin hacer parte de una comunidad específica obran con fidelidad al evangelio porque no sólo se quedan con la palabra recibida o con la curación, sino además la ponen en práctica (cf. Lc 8, 19-21), dando un sentido salvador a sus vidas: ...tu fe te ha salvado...(vv. 19). Dentro de las pequeñas o grandes historias de las personas, hallamos que algunas han sido probadas en sus enfermedades, dolencias y aflicciones; sin embargo, esta experiencia inevitable de vida se convierte en una oportunidad para reconocer el regalo de Dios y para dar gloria al Dios que sana y que salva todo nuestro ser. El Poder sanador que recibió Naamán y el samaritano, provoca en éstos seres no sólo una curación física, también una fuerza inigualable de Dios (cf. 2Tim 2, 8-13) que los impulsa a sumergirse en su proyecto, conectándose con la vida para transformarla. Todas las adversidades y dificultades las asumimos en la causa de la vida que nos proyecta a algo más grande con la ayuda de Dios, quien nos conduce hacia adelante para continuar su obra de vida y de salvación.

7. Entendemos que salvación y sanación aunque vayan juntas de la mano, no son lo mismo. Diez leprosos fueron sanados, pero uno solamente fue salvado. Un don que se reconoce con humildad y gratitud. Los diez hombres que clamaron, que hicieron una petición a distancia fueron sanados, pero nueve de ellos desaparecieron porque creyeron que era una obligación de Dios, manteniéndose meramente fieles a un cumplimiento de Ley. Pero, aquel samaritano, quien no seguía ninguna Ley, no se sentía con algún derecho desarrolla la capacidad de admirarse, dejándose sorprender, evitando que cada día sea lo mismo. No siente en su vida que Dios en su bondad y misericordia tiene el derecho de hacer cosas por nosotros, sino que descubre en su experiencia de camino que todo lo que ocurre es una gracia, un regalo, una bendición que recibimos de parte de Dios, aunque creamos que no la merecemos. Muchas veces nos puede suceder como personas o como familia que llegamos a habituarnos o a acostumbrarnos tanto a recibir las cosas y los servicios de Dios y de otras personas, que poco a poco se nos va olvidando volver para agradecer. Llegamos a creer que los favores recibidos son una obligación sin darnos cuenta que lo mejor y más importante es aprender a dejarnos sorprender por la vida, la cual nos permite leer en los pequeños gestos de nuestro proceso y de nuestra historia el amor de Dios para que estemos siempre alegres, dispuestos a vivir con intensidad cada experiencia, siendo libres y felices. El secreto de nuestra existencia no está entonces en la sanación, sino en el sanador y en el modo como nos comprometemos con él para responsabilizarnos con las demás personas.

8. De esta manera, agradecer y dar gloria a Dios constantemente por el poder y la riqueza recibida se convertirá en un elogio para Dios y para la vida, dándonos la oportunidad, la alegría y la fuerza para avanzar, progresar y continuar construyendo amable y positivamente, más allá de nuestras dificultades o épocas de "vacas flacas", sacando lo mejor de nosotros, enfocados y actuando de una forma distinta a lo que nos ofrece el poder sanador de la gratitud. Al ver las acciones Jesús del samaritano, tomó de nuevo la palabra y dijo: ¿no quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No han habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero? Y Le dijo al samaritano: Levántate y vete; tu fe te ha salvado (vv. 17-19). Los interrogantes planteados por el Maestro hacen eco no sólo a tener una acción de gracias, esto sería lo más sencillo, sino además de continuar con responsabilidad su obra comprometidos con nosotros mismos, pero también con las demás personas. Para esto es importante tomar la actitud de aprender, de querer algo más que un sencillo conocimiento o cumplimiento de cosas, que pueden con el tiempo olvidarse: ...se echó por tierra a los pies de Jesús... (vv. 16). Dar gracias a Dios tiene mucho sentido, pero dar gloria a Dios nos facilita servir con generosidad en nuestro presente, abriendo perspectivas nuevas que nos mueven hacia adelante, ayudando a muchas personas. 

9. En resumen, sanados para dar gloria a Dios no se trata solamente de una curación física, pues todos los hombres leprosos, recibieron la sanación, sino de tener una vida con un sentido pleno en el que es posible hacer conciencia de Dios en nuestra existencia como personas, con la capacidad de admirarnos y de dejarnos sorprender por un Padre de misericordia que es fundamento y fuente de una vida nueva e integral donde es posible pasar de la indiferencia a tener una fuerza espiritual que nos lleva a caminar mucho más lejos porque nos puede enraizar de una manera saludable y liberada en el que prima la acogida por encima de los miedos; la confianza más allá de los vacíos y de las heridas que nos hacen daño; y el amor como estímulo para comenzar una nueva relación de comunión con Dios que salva y que toma siempre la iniciativa de darnos más de lo que hemos pedido y de lo que esperamos recibir, por eso alabamos y glorificamos a Dios, dándonos cuenta de sus abundantes bendiciones; un Dios para el cual la gloria y la alabanza no se fija solamente en la práctica de ritos, sino en ver a todo ser humano restaurado, salvado con la capacidad de volver para estar a sus pies escuchando y aprendiendo de Él con gratitud y para dar gloria a Dios.
Luis Fernando Castro P.
Teólogo- Magister en Familia
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es

Comentarios

Entradas populares de este blog

SABER ESCUCHAR PARA AMAR Mc 12, 28b-34 Domingo Trigésimo Primero del Tiempo Ordinario (Ciclo B)

EL ARTE DE VIVIR JUNTOS PARA SIEMPRE Mc 10, 2-16 Domingo Vigésimo Séptimo. Tiempo Ordinario (Ciclo B)

RESCATAR LA VIDA, SIRVIENDO CON GENEROSIDAD Mc 10, 35-45 Domingo Vigésimo Noveno del Tiempo Ordinario (Ciclo B)