RESTAURADOS PARA ENTRAR EN EL DINAMISMO DE LA MISERICORDIA Lc 15, 1-32
RESTAURADOS PARA ENTRAR EN EL DINAMISMO DE LA MISERICORDIA
Lc 15, 1-32
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Luis Fernando Castro Parra Teólogo |
Cuando hacemos balance de nuestra vida de un modo responsable nos podemos dar cuenta que hemos tenido y deseado mucho más de lo que incluso nos hemos imaginado, pero también nos damos cuenta que hemos perdido cosas porque desaprovechamos la oportunidad para saber recibir y compartir las riquezas que se nos han sido dadas con bondad y misericordia. Como personas estamos dotados de muchos talentos, cualidades y capacidades que por estar desenfocados no hemos descubierto o no hemos sabido recibir para compartir con muchas personas. Estos talentos, carismas no han sido dados por un mérito especial, sino por un don gratuito manifestado en un Padre que no da nada por perdido, aún cuando le toque asumir riesgos, pues no todos estamos siempre en la disponibilidad de cuidar adecuada y eficazmente los regalos que nos ofrecen para crecer, avanzar y compartir. Esto afecta muchas veces las relaciones humanas porque si no sabemos recibir tampoco aprendemos y, en efecto, dejamos pasar el tiempo sacando mil excusas que nos alejan del compromiso y de la responsabilidad de tomar buenas decisiones que nos comprometan con nosotros mismos, con los demás y con toda la creación. Muchas veces sin darnos cuenta despilfarramos lo que se nos ha dado con tanto amor porque no vemos el cariño ni el esfuerzo que hacen otras personas por nosotros y, en consecuencia competimos, exigimos, excluimos, manipulamos, rivalizamos, no compartimos, manteniendo una actitud aislada, lejos de la cercanía y de la experiencia de otras personas. En últimas tomamos opciones de vida inadecuadas que nos ponen en situaciones precarias e indignas. Sin embargo, en el caminar de nuestra vida, esta nos sigue dando oportunidades para restaurar, reparar y tomar con discernimiento nuevas decisiones que nos mueven a caminar con sentido y hacia la plenitud, experimentando sorprendentemente un cambio de relación cono nosotros mismos, con las demás personas y con el Padre, despertando un nuevo dinamismo de vida donde podemos disfrutar con otras personas, como si estuviéramos constantemente en una gran celebración colmada de gozo, de alegría, y de libertad. A la Luz de la Palabra de Dios, Jesús frente a la indignación de escribas y fariseos por acoger a los publicanos y pecadores narra tres parábolas: la oveja perdida, la moneda extraviada de una mujer y el padre misericordioso, mostrando por una parte un cambio estratégico y pastoral en el mundo de hoy en el que es posible comprometer mucho para arriesgar por uno solo y, por otro lado, anunciar la praxis de la misericordia como característica de la cercanía de un Dios dispuesto a perdonar, a acoger y a crear una nueva y profunda comunión con él, reavivando la alegría de sentirnos restaurados como hijos y como hermanos. Una visión que todavía está por aprender para entrar en el dinamismo de la amistad y la misericordia con Dios y las distintas personas. Veamos:
1. En un mundo tan convulsionado y complejo que vivimos hoy podemos preguntarnos, cómo estamos practicando el dinamismo de la misericordia en el transcurrir de nuestra experiencia de vida. Frente a la murmuración de algunos adversarios de Jesús por acoger y comer con pecadores (vv. 2), el Maestro expone inicialmente dos maravillosas lecciones de vida: la oveja perdida (vv. 4-6) y la dracma perdida de una mujer (vv. 8-9), cada una de ellas con una conclusión (vv. 7.10). Un camino estratégico distinto que nos hace falta mucho por aprender porque nos muestra a través de estas dos parábolas algunas características de un Dios que acoge y no da nada por perdido, aunque le toque asumir riesgos: ...habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve que no tengan necesidad de conversión (vv.7). Un Dios que no se cansa de buscar a tiempo y a destiempo, pues quizás mañana puede llegar a ser tarde para encontrar algo nuevo:...hay alegría entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta (vv. 10). Por mucho tiempo de la historia hemos pensado que los sufrimientos y los males son causa de un castigo divino por un pecado personal o comunitario. Esto nos ha provocado alejarnos muchas veces de Dios o de verlo de un modo distante y amenazador que no tiene control y, en efecto, responde con violencia. Sin embargo, llama mucho la atención ver a un Dios misericordioso que a pesar de los caprichos de los seres humanos no nos aleja de él (cf. Ex. 32, 7-14), sino por el contrario nos restaura, nos recibe y nos incluye en su proyecto para que aprendamos a caminar con sentido, a fin de que podamos realizarnos con plenitud en él. De esta manera, somos restaurados para entrar en nuevo dinamismo de vida en el que damos un paso definitivo para desarrollar nuestra libertad de hijos y de personas que deseamos crecer y alcanzar nuestros objetivos y metas que, a su vez, aportan y ayudan a la construcción permanente de la vida y de la sociedad, aunque esto nos resulte en ocasiones un poco incómodo y, tal vez para algunas personas insensato porque no es fácil salir en busca de otras personas, arriesgando a otras e incluso a nosotros mismos, como tampoco barrer y "desbaratar" la casa por hallar una sola moneda. Esto es insólito, pero, si nos falta algo o alguien es posible que todo esté roto porque habrán vacíos, ausencias, las cuales no podemos llenar con cualquier cosa, pues si nos falta alguien de la familia, un padre, una madre, un hijo o un hermano, la familia está incompleta. Toda persona por "pequeña" que sea es importante y digna. No podemos ser indiferentes a las personas y a su situación de vida, perdiéndonos la posibilidad de conocer y crecer; de ayudar y sanar; de servir y celebrar. Por eso, entrar en este dinamismo nuevo, estratégico y sorprendente es clave y esencial porque nos facilita fortalecer la distintas relaciones humanas, mirando a los demás de un modo distinto en el que podemos acercarnos, compartir y vivir con intensidad nuestra experiencia de vida. Además, porque aprendemos a asumir con responsabilidad, solidaridad, y decisión todas nuestras acciones, causando, al mismo tiempo, que otras personas crezcan, vivan alegres y compartan con nosotros las bendiciones que Dios nos da: convoca a los amigos y vecinos y les dice: Alegraos conmigo...(vv. 6. 9).
2. Superar la torpeza de la autosuficiencia, la envidia, la indiferencia, el excesivo silencio y la rigidez es abrir la posibilidad a tener actitudes y acciones solidarias y generosas que nos facilitan plantearnos nuevas metas que nos permitan compartir y celebrar junto a otras personas, mejorando nuestra calidad de vida. Jesús cuenta la Parábola del Padre de la Misericordia como respuesta a un grupo de fariseos y escribas que murmuraban y estaban escandalizados porque el Maestro dejaba que los pecadores y los publicanos se acercarán y comieran en una misma mesa con él (vv. 1-3). La parábola tiene como centro al papá quien tiene dos hijos (el hijo menor y el hijo mayor). La historia del hijo menor lleva más renglones porque se describe la actitud negativa que tuvo frente al Padre, pues ha pedido la herencia antes de tiempo, la ha despilfarrado, pero estando en crisis, decide volver, dándose cuenta que el Amor del Padre es incondicional y más grande. Este hijo hace un camino de conversión, un proceso de ida y de vuelta (vv. 11-24): El hijo que pide la herencia de su padre y se aleja de la casa (vv. 11-13); la escases y la crisis en la lejanía del hogar (vv. 14-16); hace conciencia, entra en sí mismo y decide emprender el camino devuelta a la casa del padre (vv. 17-20); experimenta el encuentro con el Padre (vv. 20-21); y la celebración del Padre con el hijo que arrepentido a vuelto a la vida (vv. 22-24). El camino que emprende el hijo menor hacia el Padre surge después de darse cuenta que cuánto más se alejaba de la casa del Padre, más perdía su identidad, lo cual lo conducía hacia la degradación total de su sentido de vida y de su identidad como persona. Malgastar todos los bienes y sentir que le niegan hasta las algarrobas con las que alimentaban a los cerdos, los que él cuidaba, es reflejo de un bajo nivel de humillación. Nuestra historia de vida está atravesada por unos rostros de indiferencia y de arrogancia, caras que se entrelazan y se retroalimentan por el despilfarro y la poca conciencia de la vida y de la fraternidad. Actos que encarnan la figura de quienes se han alejado de la casa del Padre, de quienes han malgastado su vida confiados en sí mismos y en sus decisiones poco oportunas porque creen que todo ha sido dado para vivir a sus anchas y solamente para sí mismos sin interesar los demás. Sin embargo, llega ahora el momento de entrar en nosotros mismos, haciendo conciencia de lo que estamos haciendo con nuestra cotidianidad para que podamos hoy levantarnos y emprender el camino hacia Dios, identificados más por el sendero del amor, del perdón, de la reconciliación y de la paz con la posibilidad de crecer y avanzar en todos los aspectos y de un modo integral, facilitando al mismo tiempo caminos de crecimiento que ayuden con alegría celebrar (cf. Josué 5, 9-12) y devolver la dignidad de muchas personas, mejorando y fortaleciendo la calidad de nuestras relaciones y, en ellas la de nuestra existencia que nos ha sido heredada.
3. El deseo de entrar en un nivel más alto en nuestro proceso de vida consiste en ejercitar la misericordia con brazos abiertos, asumiendo con responsabilidad todas las acciones, buscando mejorar y hacer más saludables los ambientes en los que nos movemos, facilitando y promoviendo con alegría el crecimiento integral de muchas personas. La Parábola del Padre misericordioso ahora centra la mirada en la actitud del Padre en el encuentro con el hijo menor (vv. 20-24). Un Padre que está lleno de amor y de misericordia; un Dios que quiere que todos los seres humanos vivan libres y felices sin distancias, rivalidades o rechazos (cf. 1Tim 1, 12-17). Esto es un motivo de agradecimiento y de gran confianza para estar en una actitud continua de salida hacia muchas personas con el fin de que estos se sientan invitados a la fiesta de la comunidad y de la vida. Dios es un Padre que sin interesar los comportamientos y la conducta de su hijo (cf. Salmo 50, 3-19), nunca se le ha salido del corazón, lo tiene siempre presente, está atento a su llegada.
4. Estas son las actitudes del padre misericordioso, que a la vez se convierten en un anuncio para quienes queremos entrar en el dinamismo de la misericordia: El Padre es quien toma la iniciativa para correr, conmovido en su interior (sintió dolor físico agudo en sus entrañas- splagchnizomai) cuando ve a su hijo menor acercarse a la casa. No es el hijo quien regresa a la casa, es el Padre quien sale a su encuentro con brazos abiertos; lo abraza sin esperar explicaciones ni exigirle condiciones. Sólo quiere estar cerca a él sin poner distancias ni barreras. Lo besa efusivamente antes de cualquier confesión de arrepentimiento por parte del hijo menor (vv. 21). Aquí lo que interesa es el perdón y el amor del Padre. Él no quiere humillaciones como tampoco imponer castigos. No exige ni pide ningún rito de expiación. Le manda a poner un nuevo vestido restituyendo su dignidad y sus privilegios como hijo. El pasado ha quedado atrás. Todo vuelve a empezar. Le manda a poner el anillo en su mano restaurando la confianza que como Padre tiene por su hijo. Algo insólito para alguien que había derrochado tanto dinero, pues con este gesto le estaba entregando de nuevo sus bienes. Le mando a poner sandalias, privilegio de los hombre libres. El hijo no es un jornalero (vv. 18. 21), ni un esclavo de sus desacertadas decisiones. Es hijo del Padre, aun cuando el hijo menor crea que no se lo merece (vv. 21). Hace sacrificar un novillo cebado (vv. 23), el cual se cuidaba y se guardaba para una celebración importante en la casa. Y, finalmente, convoca a todos a la fiesta, dejando ver su generosidad abundante y sin medida, pues hay un motivo todavía más grande: celebrar la vida y el hallazgo de su hijo (vv. 24).
5. La visión o la imagen que muchas personas tienen de Dios es la de ser capaz de poner poca alegría en nuestra vida. Se despierta la idea de un ser superior amenazador y muy exigente que hace de nuestra vida más incomoda, fastidiosa y peligrosa, cargada de exigencias y de normas. Algunos de esta manera, prescinden de él, usan todo lo que él nos ha heredado y lo despilfarra sin darse cuenta de donde proviene las bendiciones. Otros, entre tanto se sienten reprimidos y no saben si creer o no creer en él, decidiendo mejor no hacer caminos ni proyectos de vida hacia Dios. Sin embargo, sin interesar las decisiones que hayamos tomado, el protagonista de esta parábola sigue siendo el Padre quien con alegría repite: este hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido hallado (vv. 24. 32), acogiendo y mostrando lo que hay en su corazón. Por eso, más allá de lenguajes morales y el trato de su hijo, quien lo había declarado muerto al pedir su herencia y había abandonado el hogar, lo que le interesa es la vida y la dignidad de su hijo, esta es su prioridad. Un padre que desea que todos vivamos de un modo libre y feliz. Un Padre que desea y anhela estar cerca de su hijo para que no se destruya ni siga perdido sin disfrutar de la verdadera felicidad y gracia de la vida. Esta es la gran noticia de nuestra vida, un Padre que no actúa con paradigmas ni acciones mezquinas, él sale al encuentro de sus hijos (vv. 20.28) con misericordia para que todos gocemos y disfrutemos de su casa, de su fiesta y de su mesa, pues todo lo que le pertenece al Padre es nuestro también para que podamos realizarnos como personas, como hijos del Padre y, así compartir sus riquezas con generosidad. En este proceso el hijo no sólo entonces lo reconoce como padre, además ha de conocer junto a su padre la vida digna y dichosa que no había podido disfrutar y celebrar por estar lejos de él, viviendo con sentido y alegría su vida. Comprender esto nos permite asumir una vida con responsabilidad y alegría junto a Dios, siendo agradecidos para que ejercitando la misericordia con brazos abiertos nos transformemos en verdaderos testigos del amor y de la misericordia de un Padre que nos muestra constantemente el amor único e incondicional: gusten y vean cómo es de bueno el Señor (cf. Salmo 33); un Padre que nos reconcilia para que dejando lo que es "viejo" comencemos a vivir un nuevo tiempo, saliendo de nosotros mismos, de nuestros propios intereses para compartir nuestra alegría y nuestro gozo de estar en casa con el Padre misericordioso.
6. Solemos pensar que somos mejor que los demás porque hacemos cosas que no hacen las demás personas o porque hemos alcanzado algunos logros que otros por más esfuerzo no han llegado a capitalizar poniendo una barrera entre unos y otros. La parábola del Padre misericordioso centra su ojo en el hijo mayor (vv. 25-32), quien tampoco estaba en la casa...estaba en el campo y, al volver cuando se acercó a la casa (vv. 25), aunque el padre quería que estuviera para que todos pudieran participar de la fiesta. Al escuchar la alegría que había por la llegada de su hermano menor y persuadido por los criados no comprende la actitud de su padre, queda desconcertado prefiriendo quedarse fuera de la celebración, protestando (vv. 28.30). El hijo mayor y el criado no comprenden las actitudes del Padre misericordioso y, por eso no les causa ninguna alegría ni el deseo de entrar a disfrutar de la fiesta. En cambio reflejan rabia y envidia en sus palabras y gestos: se indigno y se negaba a entrar en la fiesta... El hijo mayor cree que por estar cerca a su padre estaba actuando rectamente sin darse cuenta que en realidad no estaba disfrutando de su amor y de su compañía porque aun cuando nunca se había marchado de casa estaba lejos de la casa, su corazón estaba lejos del Padre y, por supuesto vivía como si no tuviera nada, no ha podido descubrir las riquezas del Padre, sus actitudes solidarias y generosas, se siente un extraño entre los suyos. Estaba presente, pero al mismo tiempo ausente. No conocía a su Padre. No tenía una relación cercana e íntima. Más aún se había acostumbrado a estar sin su hermano. Había sido indiferente, no le interesaba su realidad y su situación. Lo esencial de la familia se había desvirtuado para él. La fiesta, entonces no era solamente para celebrar el regreso del hijo menor, también lo era para celebrar el regreso del hijo mayor, pero éste se rehusó a entrar a la fiesta porque no termina de reconocer al Padre ni tampoco reconoce al hijo menor como hermano ni mucho menos reconoce el amor y el sentido de una familia. Reconocer al Padre es aceptar su misericordia sintiéndonos alegres por ser hijos, amando como el Padre ama, pero al mismo tiempo nos permite reconocer a las otras personas como hermanos, como parte de una gran familia, que aún equivocadas y no merecedoras de compasión pueden ser acogidas para compartirles las riquezas y las actitudes maravillosas del Padre, rescatando el sentido de la fraternidad y del amor gratuito que va más allá de merecimientos hechos por simples cumplimientos y actitudes rígidas. De esta manera, nuestra opción de vida consiste ahora en escuchar las acciones del Padre misericordioso que restauran para que podamos entrar en una dinámica distinta o preferimos quedarnos como esclavos de nuestro auto- rechazo sin darnos cuenta que faltan muchas personas por las que tenemos que arriesgar porque hacen parte de nuestro caminar y, que más allá de una actitud egoísta las extrañamos y las necesitamos para que juntos celebremos y vibremos de alegría y de gozo en el amor y la misericordia del Padre.
7. En resumen, la misericordia del Padre acoge y comparte con alegría, con generosidad y sin medida; con brazos abiertos y con un corazón lleno de amor a todos porque todo lo del Padre es para nosotros sin exclusividades. Él sin importar lo que hagamos con ellas nos lo ha heredado y no se cansa de hacerlo con toda confianza, no porque se lo hayamos pedido, sino por iniciativa de él mismo para que nosotros no nos alejemos de él, y así las disfrutemos de una manera adecuada, las compartamos y celebremos con generosidad con muchas personas, mostrando un Dios-Padre cercano para todos, un Dios que hace parte de una gran familia que nos sabe recibir, acoger y compartir sus riquezas y generosidades sin exclusiones ni privilegios: Todo lo mío es tuyo (vv. 31). Un padre que nos restaura con su misericordia, que no agota nada para continuar, dándonos lo mejor para que actuemos con libertad, amor y felicidad, es decir dando lo mejor para quien es siempre el Mejor.
Luis Fernando Castro P.
Teólogo- Magister en Familia
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es
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