CAMINOS PARA CRECER: HUMILDAD Y GRATUIDAD Lc 14, 1. 7-14

CAMINOS PARA CRECER: HUMILDAD Y GRATUIDAD
Lc 14, 1. 7-14
Luis Fernando Castro P.
Teólogo

Estamos en un mundo donde la competitividad, el éxito y la rivalidad quieren ocupar los primeros puestos de honor, mostrando, escalafón superioridad de unos sobre otros sin interesar la persona. Parece que el objetivo o la función de estos aspectos dejan muy poco espacio para quienes también con su esfuerzo y dedicación van a otro ritmo y quieren avanzar, quieren llegar a ver sus metas propuestas o sus sueños proyectados porque clasificamos a las personas. Sentirnos hinchados por ciertos protocolos que manejamos y por lo que somos y lo que tenemos sólo ha causado que cada vez más nos distanciemos más entre unos y otros, dejando de lado la acción de calidad y el deseo asombroso de entrar en relación y en contacto con otras personas, con otras experiencias de vida que, seguramente les podemos llenar de alegría, pero al mismo tiempo, dejando que ellos nos puedan contribuir a nuestro crecimiento integral sin que esto implique rivalidad o rigor.  A la luz de la Palabra de Dios, Jesús observando en un día sábado cómo los invitados en una comida con los fariseos, buscan sentarse en los primeros puestos, les narra una parábola a sus comensales para exhortarlos sobre la práctica y la grandeza de la humildad, haciendo un camino creciente de gratuidad en el que es posible servir generosamente sin esperar nada a cambio, superando los comportamientos diferenciados. Veamos:  

1. Luchar y dedicar la vida por desear estar por encima de las demás personas, por hacer notar los privilegios y la autoridad sin que nadie pueda pronunciar o hacer alguna objeción no es recomendable porque por una parte puede pasar la vergüenza de dejar el primer lugar o los primeros puestos para irse a sentar en el último puesto y, por otra, porque los primeros puestos están reservados para quienes de una forma humilde sin búsqueda de figuración y de reconocimiento piensan no sólo en sí mismos, sino también en el bienestar de los demás. Jesús entrando en casa de unos de los principales fariseos en un día sábado para comer, ellos le estaban espiando (vv. 1), observa que los invitados más que tejer una amistad o experimentar un momento de compartir, corrían con afán por sentarse en los primeros puestos (vv. 7). Un comportamiento que no nos puede sorprender porque una de las necesidades que todos tenemos como personas es la búsqueda constante de ser reconocidos, estimados, apreciados por otros. Queremos ser siempre los primeros en todo que nos guarden honor y reverencia. Una costumbre que en la cotidianidad de nuestra existencia se ve normal porque nos han formado para que estemos siempre posicionados en los primeros lugares, sobresaliendo en todas las formas y en todos los aspectos. Sin embargo, este no es el problema porque hace parte de nuestra dignidad como seres humanos. Lo que queremos señalar es la forma cómo queremos ser reconocidos, buscando con afán, con ansiedad ser superiores, estar por encima de los demás, teniendo posiciones más altas, buscando los puestos de privilegio, los más visibles para sentirnos que somos más grandes o más importantes que otras personas. Es como tener un ego tan inflado que creemos que es más grande que la vida. Este afán de superioridad y competencia que observamos en las distintas relaciones humanas y en todos los estratos sociales surge porque parece que no es fácil para algunos reconocer en las demás personas sus derechos y el valor que hay en cada persona sin interesar su rol o su cualidad. Son comportamientos diferenciados en el que nos damos el lujo de excluir y clasificar a las personas, según sus pertenencias y condiciones de vida. Muchas veces llegamos a sentirnos tan autosuficientes y orgullosos de nosotros mismos, que olvidamos a los demás, sintiéndonos como dicen por ahí en nuestro lenguaje coloquial, la última Coca-Cola del desierto; creemos que somos los únicos, el ombligo, el centro del mundo y de la atención, sin darnos cuenta que hacemos parte solamente de una feria de vanidades y de apariencias que tienen como función solamente de compararnos con las otras personas, cayendo en el deseo de sentirnos superiores o mejor que los otros. Esta actitud nos encanta y nos llama la atención porque queremos que todos nos vean como hombres o como mujeres envidiables, que todos nos hagan caso y nos traten con reverencia para sentirnos afirmados en el ambiente de la sociedad. Esta valoración errada de la persona y del comportamiento que asumimos no es recomendable porque quien se enaltece así mismo, será humillado (cf. Lc 14,11; 18, 14).

2. La clave para lograr grandes alcances y proyectos en nuestra vida, creciendo de modo integral y aportando para que la sociedad se transforme se llama Humildad. Jesús a través de una parábola propone un comportamiento diferente para evitar buscar los primeros puestos de forma directa o con mucho afán porque se puede correr el riesgo de ser humillado (vv. 7b -10): ...porque todo el que se ensalce será humillado; y el que se humille, será ensalzado (vv. 11). Se dice que cada vez que subimos un escalón de triunfo y de logros en nuestra vida, es importante que subamos dos escalones de humildad. Una verdad que hace parte de quienes en su comportamiento han decidido abrir las puertas de la vida, perseverando y poniendo el esfuerzo para alcanzar objetivos, metas y sueños: Cuanto más grande seas, más debes humillarte (Sir. 3, 18). Practicar constantemente la grandeza de la humildad trae como consecuencia que los humildes sean exaltados (cf. Lc 1, 52), amados por las personas y por Dios porque nos sentiremos necesitados...porque grande es el poder del Señor, pero son los humildes quienes le glorifican (Sir. 3, 20) Sin embargo, es lamentable hacer parte de un mundo ferozmente competitivo y complejo, lleno de normas y de reglas que etiquetan a la personas por lo que tienen y no por lo que son como personas. Una regla que nos impide alcanzar buenas relaciones humanas y ambientes agradables y saludables para todos en una comunidad o en una familia. Una norma que fortalece el orgullo, la prepotencia, la soberbia y el acto despiadado de lastimar y pisotear a los demás vanagloriándose por el poder y la riqueza. La desgracia es poderosa cuando reina el orgullo porque cuando dejamos que éste reine provocamos que los ambientes sean cada vez más desagradables: ...la desgracia del orgulloso no tiene remedio, pues la planta del mal ha echado en él sus raíces (Sir. 3, 28). Las personas que actúan con la muralla de la soberbia, el orgullo, la prepotencia, siendo sarcásticas, hirientes en la manera de referirse a los demás, actuando como un soldado dispuesto a mantener sus posición por encima de cualquier otra idea o alternativa, traen como consecuencia fatiga, soledad, apegos que lo esclavizan, causando poca productividad en sus quehaceres. Quien desprecia a las demás personas para exaltarse a sí mismo por la búsqueda, el reconocimiento de todos, hará que los orgullosos queden avergonzados y humillados (cf. Lc 14 10-11). Por eso, las jerarquías de honor creadas en diferentes escenarios de nuestra existencia carecen de brillo y de valor cuando no tienen la presencia de la humildad. 

3. Casi siempre lo que se observa en los distintos escenarios son comportamientos de rivalidad y exclusividad, una ausencia de humildad, aunque no hay que descartar que algunas personas creyéndose humildes usan la estrategia de sentarse en los puestos de poco honor con la intención de lograr los primeros puestos y, así salirse con la suya a la hora de que el anfitrión quiera ascenderlo de lugar. Lo interesante es recordar, entonces que los puestos no son asignados directamente por nosotros, sino que es una función de quien es el dueño de la casa, de la comida, de la reunión. Los puestos no dependen de los méritos que creemos tener, los puestos son designados por la gratuidad y la generosidad del dueño de la casa. De esta manera, toda búsqueda de privilegios y honor fracasa delante de Dios, pierden su importancia y su brillo porque el verdadero puesto de honor es aquel que asignamos a todos como seres importantes donde nadie es superior a nadie (cf. Salmo 67, 4-11), cada uno con sus procesos, talentos y carismas, consiguiendo hacer un mundo de hermanos en el que no hay un arriba ni un abajo, sino personas que se sirven de una manera mutua (cf. He 12, 18-190.22-24) con humildad y gratuidad y, no el espacio que soñamos a partir de nuestra propia promoción para que sigan solamente nuestras ideas y propuestas. 

4. Todos tenemos algo que ofrecer sin interesar la condición. La vida es un constante aprendizaje. Todas las circunstancias y situaciones de nuestra existencia traen como efecto un fruto, una dicha que nos impulsa a ser mejores en lo que hacemos y, no tanto en lo que decimos porque nuestras obras hablarán por sí solas. Quien asume un estilo de vida con humildad ofrece con desprendimiento y sin esperar algo. Esa es la fuente de la generosidad y de la felicidad. El humilde está siempre en una actitud de aprendizaje, sabe que hay algo más para poder ser mejor de lo que ya es, actuando con prudencia  siempre meditando y atento con oído abierto en la profundidad y en las riquezas de Dios (Sir 3, 29). La dicha del humilde es saber compartir y trabajar con otros sin excluir, sólo quiere que todos crezcan y progresen en su vida de un modo integral. Para el humilde no importa si las condiciones de las personas no son las mejores: pobres, cojos, lisiados o ciegos (vv. 13), lo que le interesa es hacer un camino de gratuidad y de generosidad en el que la personas puedan crecer y proyectarse hacia algo más grande y mejor (vv. 14) sin esperar nada a cambio, celebrando con quienes nadie les celebra y con aquellos que por sus condiciones no están en la capacidad de devolver los favores. La dicha del humilde será entonces, encontrarse en una situación siempre favorable donde las relaciones humanas se fortalecen en amistad y fraternidad, compartiendo la vida y, en consecuencia la calidad de su vida mejore porque nunca se verá abandonado ni cargado, logrando continuar libremente hacia adelante, avanzando hacia sus sueños y hacia sus metas que se haya propuesto, siendo más productivo y dando frutos abundantes sin olvidar que aunque se alcancen metas, hay algo más por aprender para compartir, dando preferencia a las demás personas.

5. Los primeros puestos son ocupados por quienes con humildad, disposición y alegría actúan sacando lo mejor de ellos para servir y estar en función de las demás personas. El servicio caracterizado por la entrega y la humildad nos libera y nos conduce a la realización personal, nos lleva bien lejos. Jesús sintiéndose libre para exhortar se dirige hacia quien lo ha invitado para expresarle un camino de gratuidad y de dicha, cuando se da y se entrega sin esperar nada a cambio, basado en personas convidadas a la fiesta con aspectos y características que no pueden corresponder (vv. 12-14). El Maestro le propone al anfitrión hacer dos listas: a quien no se debe invitar (vv. 12) y en la otra lista a quienes por iniciativa deben hacer parte del banquete (vv. 13-14). Con este criterio dinámico no se busca excluir ni rechazar el amor familiar y las relaciones de amistad, sino crear nuevas relaciones humanas, buscando un mundo más humano y fraterno. donde nadie quede excluido, impregnados del amor y de la reciprocidad, pues el Padre de la misericordia, del amor y de la vida nos ama, nos recibe y nos espera a todos, sin interesar nuestra condición o la manera limitada a la que muchas veces nos ponemos por no estar a su altura para responder de la misma manera que él nos bendice. De esta manera, el honor no depende de nuestros esfuerzos y de nuestras luchas diarias, sino de la generosidad y de la gratuidad de Dios. La grandeza de lo humano se fundamenta en el servir, compartir sus alegrías y sus logros con los demás. Quien es humilde no se ve como un monarca sino como un servidor que quiere que los demás alcancen sus logros, sus sueños y sus metas. Por eso, una de las acciones del servidor humilde es saber trabajar en equipo, promoviendo a los demás sin exclusividad. El honor adquiere entonces un sabor diferente desde el evangelio, ya que conduce al servicio y, esto no tiene ningún tinte de vergüenza o de orgullo negativo, más bien será señal de dar la vida por los demás, siendo bendición y cooperación como aporte para la transformación del mundo social. Pensemos cómo sería nuestra sociedad si aprendiéramos a escuchar un poco más, si admitiéramos errores y dificultades y no nos preocupáramos tanto por los reconocimientos y los aplausos. Servir con humildad sería la clave de alcanzar mejores y sólidas relaciones, sacando lo mejor que existe en nosotros dando lugar a que nuestras vidas personales y comunitarias sean más libres y felices.

6. En resumen, el plan de buscar ser el primero, no se encuentra solamente en poner en prioridad nuestros caprichos o intereses personales, sino en dar, entregar nuestra vida superando la preferencias y las ansias de exhibición personal para que con decisión y prontitud nos hagamos cargo de nuestra vida, actuando con libertad, dando respuesta generosa y responsable a la humanidad, contribuyendo a contagiar al mundo de las bendiciones divinas, siendo un canal de vida en el que se da honor a quien honor merece, dejando de ver como normal a lo que nos ha acostumbrado la sociedad basada en protocolos rigurosos y jerárquicos para que haciendo un camino de crecimiento en la practica de la humildad y la gratuidad actuemos de un modo distinto, dando un aire nuevo a nuestras relaciones humanas en el que podemos dar el lugar privilegiado a cada uno, como alguien importante en nuestra vida, pues el más grande y el mayor no es quien busca los primeros puestos de honor (cf. Lc 22, 27) ni el protagonismos por sus acciones, sino aquel que con humildad y generosidad verdadera sirve a los demás, involucrándose en su realidad, actuando con sentido y dinamismo creciente, viendo a las personas como queremos que nos vean a nosotros, pues en la medida que aprendemos a ver a los demás con claridad, también aprendemos a vernos a nosotros claramente, sacando lo mejor para servir y estar en función cercana sin reservarnos nada y sin ventajas, dejando que el Padre de la misericordia, sea Dios y, así nuestra vida florezca en plenitud.
Luis Fernando Castro P.
Teólogo- Magister en Familia
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es

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