SERVIR Y SANAR PRACTICANDO LA MISERICORDIA Lc 10, 25-37

SERVIR  Y SANAR PRACTICANDO LA MISERICORDIA 
Lc 10, 25-37
Luis Fernando Castro Parra
Teólogo

Tenemos en nuestra mente una gran cantidad de limitaciones que hemos cargado porque hemos aprendido y absorbido desde nuestra infancia, algunas de ellas impuestas por las relaciones familiares que nos restringen y nos han impedido actuar con eficacia y fluidez en algunos aspectos de nuestro proceso de vida, otros por la rigidez de las normas y de las leyes que han demarcado como una línea o un alto muro las relaciones sociales, religiosas y económicas, creando en consecuencia abismales distancias entre una y otra persona. Entre tanto, otras por las acciones y las distintas estructuras que se realizan en los distintos ámbitos sociales han afectado las relaciones y la cercanía con otras personas, haciendo creer que somos algo que en realidad no somos, dejando crecer la indiferencia y el infravalor de la existencia, trayendo como resultado incluso la discriminación frente a quien es y piensa diferente o es necesitado de ser acompañado en su proceso. Muchas veces esos factores externos han generado desconfianza, miedos, estrés, frustración y hasta problemas de autoestima entre las personas porque se pierde de vista la realidad y la gracia de poner nuestras habilidades, talentos en pro de favorecer y ayudar a muchas personas, volviéndonos cercanos a ellas, facilitando la posibilidad de servir sin ninguna restricción ni límite. A la Luz de la Palabra de Dios, Un legista, doctor de la ley para poner a prueba al Maestro  y justificarse por su acción hace dos preguntas a Jesús ¿Qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna? Y ¿Quién es mi prójimo? La respuesta del Maestro desde la parábola y la escuela de vida del buen samaritano, tiene como enseñanza la concepción del amor y la misericordia del Padre, la cual se concreta en la relación fraterna y en la entrega hacia el bien del otro. Nos hacemos prójimo para servir sin condiciones y sin ninguna limitación para hacer mucho bien a las personas. Veamos:

1. Existe una estrategia que nos facilita superar los pensamientos rígidos que nos afectan y nos alejan de las demás personas. Esta es la capacidad de preguntar y dialogar. Cuando preguntamos y dialogamos esta acción nos ayuda a abrir posibilidades de encuentro, dándonos las oportunidad para hallar nuevos elementos que nos aportan para servir y para compartir sin ninguna restricción, abriendo el abanico de posibilidades que nos ayudan a estar más cercanos a muchas personas. Un doctor de la Ley se dirige a Jesús para preguntarle primero sobre ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna? (vv. 25). La pregunta de este legista tiene un contenido profundo e inteligente, pero por debajo sigue estando latente la intención de poner a prueba al Maestro. La intención del doctor de la Ley no es provocar un diálogo con su pregunta sino de poner a prueba a Jesús, pues él sabe desde su experiencia religiosa que la vida eterna es un don de Dios que él debe ganarse, pero quiere saber la forma práctica o las acciones que se debe seguir para lograr la meta. Sin embargo, la respuesta de Jesús, como buen maestro y pedagogo pone la mirada no en dar una receta de acciones o de claves, sino que hace una nueva pregunta al legista basado en el querer de Dios y en lo que conoce el experto en la ley: ¿Qué está escrito en la Ley? (vv. 26). Por supuesto, que el doctor de la Ley responde de acuerdo a lo que él conoce sobre la manera de amar a Dios y al prójimo (vv. 27). En este punto los criterios del legista y de Jesús están en acuerdo porque se trata de amar a Dios y al prójimo como se ama así mismo. Pero, aquello que se ha dicho y es correcto le falta algo más: vivirlo, ponerlo en práctica para tener vida: Haz eso y vivirás (vv. 28). Entonces, el legista para no salir malparado de esta conversación y al verse perdido en este diálogo agrega otra pregunta: ¿quién es mi prójimo? (vv. 29) Es decir, ¿A quién debemos amar como se ama a Dios y así mismo? Jesús siguiendo la dinámica del diálogo le responde contándole la parábola del buen Samaritano (vv. 30-35). Algo que es muy curioso porque el personaje central de esta parábola es un samaritano que ayuda con misericordia a un judío que había sido despojado de sus pertenencias y había sido golpeado por unos salteadores, quienes lo habían dejado casi muerto. De esta manera, el experto de la Ley descubre que el prójimo no son solamente las personas que están en su entorno familiar, social, político o religioso, cercanas a él o que pertenecen a su entorno solamente, sino que además son todas aquellas personas que están más allá de su distancia, o sea, que la visión de Jesús se extiende mucho más lejos porque no es cuestión de algo cercano, sino que ahora la visión del Maestro es universal. Es decir, que la ayuda y la práctica de la solidaridad y la misericordia no es sólo para las personas que conocemos y que hacen parte de nuestra vida cotidiana, también lo es para todos aquellos que necesitan de nuestra ayuda, más allá de nuestra familia, nuestras relaciones sociales o religiosas. Lo importante aquí es la persona sin interesar su condición o si se tiene buena relación (cf. Jn 4,9). No es saber a quién debo amar y a quién puedo excluir de este amor, lo que interesa es ocuparnos de los sufrimientos y de las distintas situaciones de toda la gente sin exclusión alguna, incluso de aquellos con quienes no tenemos las mejores relaciones personales y humanas o que consideramos enemigos. Necesitamos aprender a servir practicando la misericordia, haciendo vida lo que conocemos y llevamos en nuestra boca y en el corazón. Para esto necesitamos apertura, decisión de hacernos cercanos sin condiciones a las personas, prestando ayuda y amando en las acciones con el fin de que todas o muchas personas crezcan y avancen en todos los aspectos de su vida. Se trata de escuchar y de vivir en nuestra vida la palabra propia de Dios con todo el corazón para ponerla en practica (Cf Dt 30, 10-14), de un modo integral, involucrándonos en la realidad y en la situación de muchas personas para ayudarlas. Cuando aprendemos a involucrarnos contribuimos a ser mejor de lo que ya somos, saliendo de nosotros mismos para transformar realidades, sanando relaciones personales y facilitando una mejor calidad de vida para todos.

2. Actuar con misericordia nos facilita restaurar a las personas, indiferente de las condiciones familiares, sociales y religiosas, ocupados mejor de irradiar vida con prácticas y acciones nos hacen cercanos a las personas, superando límites y fronteras entre unos y otros. Jesús respondiendo al legista sobre ¿quién es el mí prójimo? Narra la parábola de buen samaritano (vv. 30-35), no para juzgar ni para condenar a nadie, sino para invitar a observar las acciones de misericordia que realiza el samaritano porque la cuestión no es tanto en saber ¿quién es mí prójimo?, sino cómo me hago prójimo, o sea ¿de quién debo hacerme prójimo? ¿Cómo puedo hacer que el amor y la misericordia se concrete, se haga vida? Cada una de las acciones de misericordia del samaritano están movidas por el corazón a diferencia del sacerdote que al ver al hombre sin identidad y maltratado hace un cambio de dirección y no hace nada por este ser humano maltratado y herido. No se ocupa de él, no le interesó porque quizás puso en prioridad evitar la impureza que supuestamente causaba el tocar a un herido o a un cadáver. Por supuesto que la situación de aquel hombre siguió siendo la misma. Pero, más tarde pasó un levita de menor categoría que el mundo sacerdotal, pero al igual que el sacerdote no hizo nada por este hombre herido. De manera, que hubo dos hombres, dos oportunidades para cambiar la situación de aquel ser humano, herido y maltratado, pero ninguno hizo absolutamente nada para cambiar la situación de aquel hombre asaltado y dejado a la deriva en medio del desierto sin posibilidad de ayuda inmediata. Estos dos hombres no resolvieron el problema, aunque hicieron sus propios análisis, prefirieron continuar su camino, no se involucraron con la situación. Cuánto necesitamos hoy trabajar e insistir para llevar a cabo el plan salvador de Dios con el fin de ayudar a las personas a vivir reconciliadas, amadas y dispuestas al servicio de la vida y del amor, superando prejuicios, afanes e intereses propios, logrando continuar la obra de Dios en su Hijo (cf. Col 1, 15-20), rescatando la identidad y la imagen que se nos ha dado de ser hijos de Dios, misioneros de la misericordia.

3. Es posible superar nuestros propios límites que entorpecen nuestro crecimiento integral cuando servimos con generosidad y solidaridad, haciendo algo más de lo común a favor de muchas personas, evitando imponer cargas para construir de una manera libre y responsable. En este camino descampado donde unos salteadores han dejado en extrema necesidad a un hombre aparece un samaritano que estremecido por la misericordia percibe la gravedad del asunto que le estaba sucediendo a aquel hombre herido y maltratado y, sin interesar sus prejuicios y su relación con los judíos, desencadena en él una serie de acciones (siete) de misericordia con el fin de que este hombre herido se curé, restaure su vida y viva. Siete acciones que restauran a la persona, pero que al mismo tiempo muestran la manera de servir y sanar practicando la misericordia (vv. 33-35). Las acciones que realiza el samaritano las podemos sintetizar: él se aproxima al hombre sin interesar quién es, cura las heridas, le cede el puesto en su cabalgadura, lo lleva a una posada, cuida de aquel hombre herido, y además, da de su propio bolsillo para que el tratamiento del hombre herido llegue a buen termino: Cuando vuelva, le dice el samaritano al posadero (vv. 35b). De esta manera, no es suficiente con saber quién es mí prójimo, sino también es necesario saber cómo hacernos prójimo, es decir, saber cómo desacomodarnos para darle el lugar al otro, sirviendo y practicando la misericordia. Las acciones del samaritano muestran el amor por la persona por encima de prejuicios y de relaciones personales, dándole su puesto y saliendo de su zona de comodidad. Hacerse prójimo practicando la misericordia entonces, no basta solamente con acercarse también es necesario realizar hechos concretos, esfuerzos significativos que faciliten y abran el camino al bienestar de la persona en todos sus sentidos. Algunos podrán quedarse sólo con alentar basados en palabras o con decir "Dios te bendiga", y aunque es valioso poco sirve si la situación de las personas es crucial y urgente, pues quien es ignorado y rechazado es visto con cariño y amor por Dios (Cf. Salmo 68). Así, que lo importante es tomar en serio lo que pronunciamos muchas veces con nuestros labios, porque el amor y la misericordia no es sólo una decisión, es también un hacer fundamentado en la practica de la misericordia: ...el que practicó la misericordia... (vv. 37), la cual está por encima de la Ley con el fin de involucrarnos en las necesidades y en la situación de las personas, para que éstas logren ser restauradas y, así podamos ayudar a progresar integralmente. Dicho de otra forma, la ley del amor y de la misericordia prima sobre la ley del culto y de los propios intereses. Practicar la misericordia nos ayuda a sanar y a servir de una manera más adecuada y sorprendente.

4. En resumen, servir y sanar practicando la misericordia no es una cuestión de asistencialismo ni de inmediatismo. Es necesario atender lo que es más urgente sin descuidar lo que es importante. Lo urgente consiste en vivir y servir en función de los demás, poniendo al otro como prioridad. El samaritano actúa de acuerdo a la urgencia que está sucediendo en el presente, pero también toma previsiones para lo que sigue más adelante (cf. vv. 35), incluso vemos como el samaritano se va alejando del herido para confiarlo a otro que lo puede continuar acompañando sin perder de vista alguna responsabilidad, pues se compromete a responder por los gastos necesarios. Es decir, que lo importante no puede se opacado por la urgencia. Una persona no puede hacerse cargo de todas las necesidades de todos, es necesario que emerja el trabajo comunitario para que juntos basados en diversas iniciativas aportemos al bienestar de muchas personas y de la sociedad o como expresó Jesús al experto de la ley al final del diálogo: Vete y haz tú lo mismo (vv. 37). Esto es interesante porque no se trata de quitarnos de encima a las personas heridas y maltratadas que nos encontramos en nuestra cotidianidad, sino de aprender a trabajar juntos por los demás, de una manera fraterna y comunitaria, asumiendo cada uno, desde donde estemos la tarea que nos corresponde. No se trata de rivalizar, como tampoco de saber quién dio, da más o da menos. Se trata es de complementar todos juntos el servicio practicando la misericordia, dándonos cuenta que Dios no nos ha abandonado a la deriva del camino, sino que él sigue presente mostrando todo su amor y su misericordia para que sanando nuestras relaciones y practicando su misericordia, facilitemos una mejor calidad de vida para muchas personas.
Luis Fernando Castro P.
Teólogo- Magister en Familia
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es

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