EL PAN MULTIPLICADO DE LA VIDA QUE NO SE ACABA Lc 9, 11b-17
EL PAN MULTIPLICADO DE LA VIDA QUE NO SE ACABA
Lc 9, 11b-17
Todos como personas podemos hacer algo tan sencillo, pero a la vez tan enorme como es el acto de compartir, haciendo posible que crezca la solidaridad en nuestro presente porque estamos en la capacidad de brindar algo de uno a muchas personas. Compartir implica pensar en los demás valorando y reforzando los lazos que nos unen y, que muchas veces por diversas situaciones u obligaciones personales se descuidan y se pierden. El acto de compartir es necesario para buscar el bienestar de otras personas, pues si miramos a nuestro alrededor nos podemos dar cuenta de las condiciones que viven muchas personas, algunas más lejos que otras, pero necesitadas de una mano solidaria que comparta de lo que tiene en conocimiento, en alimento, en tiempo y en dinero. Actos que van más allá de la indiferencia, del egoísmo y del éxito personal. Compartir nos permite acercarnos a los demás para enriquecer la vida porque podemos aprender cosas nuevas unos de otros a partir de la experiencia y el proceso que hayamos hecho. Para esto es necesario alimentarnos bien para vivir y también para mantener una vida saludable en todos los aspectos, logrando construir bases maravillosas y sorprendentes que nos permiten progresar, compartir y gozar junto a otros de la generosidad y la abundancia de lo que hemos recibido. A la Luz de la Palabra de Dios, Jesús en un ambiente de acogida y de enseñanza a la gente que le seguía sobre el Reino de Dios pide a sus discípulos darles de comer. Estos tenían sólo cinco panes y dos peces, pero el Maestro como buen anfitrión organiza a la multitud y pronunciando la bendición parte el pan y los peces, los da a sus discípulos para que sirvan, todos quedaron saciados, mostrando así, un pan que no se acaba porque tenemos un Padre de Misericordia que no se cansa de ser generoso con sus hijos. Veamos:
1. Después de cada batalla de nuestra cotidianidad es importante que demos Gracias, sea que las ganemos o sea que no salgan como las esperamos. Mucha gente se ha acercado a Jesús quien acogiendo y enseñando sobre el Reino de Dios y curando a quienes tenían alguna necesidad de curación pide a sus discípulos que les den de comer: Dadles vosotros de comer (vv. 11-13a). Los discípulos habían regresado de la misión (cf. Lc 9, 1-6.10). Jesús se retira con ellos hacia una ciudad llamada Betsaida, un lugar deshabitado. En este lugar el Maestro recibe y acoge a la gente que lo está buscando (vv. 9a) ofreciéndoles el don de su Palabra y la salud a quienes estaban necesitados de ser curados. Es decir, que el médico atiende a las personas enfermas (cf. Lc 5, 31), a las que están necesitadas y postradas en el dolor y el sufrimiento. De esta manera, Jesús respondiendo a esta búsqueda se hace servidor de la humanidad, se pone al frente de la situación sin escatimar nada, un acto de enorme calidad y generosidad que se prolonga hasta el final del día (vv. 12a). Pero, al declinar el día surgen nuevas necesidades: el hospedaje y la comida para la gente que estaba allí a la escucha del Maestro. Entonces Jesús pide a sus discípulos que se involucren en esta labor, que busquen resolver estas necesidades (vv. 13a). Surgen dos alternativas: dar de lo que se tiene (vv. 13b) o ir a comprar a la ciudad, pues los hombres era como unos cinco mil (vv. 14a). Jesús poniéndose de nuevo al frente de la situación hace que sus discípulos desarrollen la capacidad de servicio. Los discípulos serán quienes acomodarán a la gente (poner la mesa en un sentido de intimidad familiar) y servirán el alimento a las personas. Muchas son las personas que parecen estar en medio de un lugar deshabitado, algunas tristes, otras con diferentes crisis, ya sean de enfermedad o crisis económicas sin saber cómo resolver los problemas y los momentos adversos de su vida. Una situación que no es posible dejar de mirar en nuestra realidad ni mucho menos despedir como si fuéramos indiferentes al dolor y al sufrimiento de mucha gente. Facilitar herramientas y nuevos caminos de crecimiento para que la gente pueda avanzar mucho mejor es un acto de solidaridad (cf. Gen 14, 18-20) porque nos permite estar pensando en los demás, saliendo de nosotros mismos para dar de lo que tenemos, haciéndonos alimento de vida como bendición para muchos. Las crisis y las necesidades nos pueden ayudar a hacernos más humanos, buscando solucionar las dificultades, e incluso nos pueden enseñar a compartir más de lo que teneos sin escatimar nada a cambio, logrando estrechar lazos de vida muchos más fuertes y fraternos. Por eso, el gesto de compartir el pan que tenemos es vital porque nos enfoca siempre a estar al lado de la vida ofreciendo desde nuestras posibilidades lo mejor de nosotros con el fin de ayudar a aquellas personas que luchan por construir sus proyectos y su propia vida para que no desfallezcan, no pierdan sus fuerzas en sus batallas y esfuerzos, sino por el contrario, puedan levantarse y perseverar, siguiendo el camino de vida siempre hacia adelante saliendo victoriosas, dando gracias (Eucaristía) en todo momento al Dios de la fidelidad y de la generosidad que sabe acoger y bendecir a todos los que lo buscan.
2. Hallar el sentido de lo que celebramos es conquistar cada día lo que recibimos para vivir mucho mejor. Los discípulos de Jesús haciendo caso de lo que pedía el Maestro acomodan a las personas por grupos de unos cincuenta (vv. 14b) promoviendo así el sentido de comunidad y de familia que se integra. Esta acción evita la masificación y la exclusión, pues en la mesa de la vida no existen las excepciones. Todos son bien recibidos y acogidos para celebrar juntos la fiesta del alimento que no se acaba. La falta de atención y de desprecio que suele surgir en algunas personas contras otras (cf. 1Cor 11, 23-26) puede ocasionar que se pierda todo sentido de la vida y de lo que celebramos porque son actos que generan mucho daño a las personas, creando distancias, rivalidades y envidias que nos impiden conquistar, fortalecer la fraternidad y crecer en nuestra existencia. Celebrar la fiesta del alimento no se reduce solamente a comer y beber del pan y del vino (54 veces al año mínimo), sino además, es importante hacer conciencia de lo que nos esclaviza para poderlo vencer, pues al hablar de comunidad, de comunión y de Eucaristía, nos referimos también a liberación. El judío celebra cada año la Pascua. En esta celebración ellos conmemoran la liberación de Egipto, la victoria sobre el faraón, pero al mismo tiempo la travesía por el desierto hacia la tierra que habría de conquistarse. De esta manera comprendemos que el pan de vida que no se acaba, abraza y llena toda nuestra vida para que alimentados de esta gracia podamos desarrollar adecuadamente el proyecto de amor y de donación de Dios: en memoria mía (1Cor 11, 24) y con la expectativa de siempre y constante: hasta cuando él venga (1Cor 11, 26). En este sentido, es el momento de recuperar en nosotros la capacidad y la fuerza por compartir, ejercitando con constancia la práctica de la solidaridad, sacudiendo de nosotros la mediocridad y la rutina para comulgar y servir generosamente (cf. salmo 109) a muchas personas hasta quedar satisfechas (vv. 17a).
3. La mezquindad desaparece cuando aprendemos a realizar actos con grandeza y liderazgo. Jesús en una actitud de oración toma los cinco panes y los dos peces, levanta los ojos al cielo, bendice a Dios, parte los panes y los peces pensando en alimentar a toda la gente y se lo da a sus discípulos para que las personas reciban estos bocados (vv. 16). Todas las personas habían sido acogidas en la mesa, ahora el pan compartido, multiplicado trae como consecuencia la satisfacción total para todos: comieron hasta saciarse (vv. 17a) y hasta recogieron doce canastas con los trozos que sobraron (vv. 17b). Hacer por la gente lo que las personas no pueden hacer por ellas mismas es un gesto que hace parte de quien sirve con liderazgo. El Pan se multiplica cuando aprendemos a dar de lo que recibimos con tanta generosidad evitando caer en el banalismo de la mezquindad. Lo que se da con generosidad se multiplica y alcanza para todos sin exclusiones. Qué bueno sería revisar en nosotros todo lo que hemos recibido de un Dios siempre presente en nuestra vida para que haciendo conciencia no sólo nos alegremos, sino además podamos contemplar (participar), dar gracias, partir y compartir el pan que nunca se acaba ni se agota, haciéndonos verdaderos sacramentos de vida, movidos por el dinamismo del amor, buscando estar siempre al lado de la solución de muchas necesidades para que muchos se puedan satisfacer de la vida y de las bendiciones de Dios, logrando crecer en todos los aspectos de su vida, mirando siempre hacia quien es la fuente de este amor generoso, pues siempre hay más para bendecir y alimentar. En resumen, El pan multiplicado de la vida que no se acaba es una fiesta que nos sitúa siempre en un plano de unidad y de amistad con Jesús para que haciendo conciencia de esta relación sacramental que se realiza en la Eucaristía caminemos siempre en el dinamismo del amor, el cual se traduce en acoger, bendecir y alimentar a las personas con las bendiciones de Dios. Ofrezcamos lo que el buen Padre nos ha dado para que ayudados por la fuerza de su Amor podamos compartir y celebrar agradecidos y con generosidad, transformando con responsabilidad la travesía de nuestra historia y de nuestra vida hasta que él vuelva.
Luis Fernando Castro P.
Teólogo- Magister en Familia
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es
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