EJERCITAR LA MISERICORDIA CON BRAZOS ABIERTOS Lc 15, 1-3. 11-32

EJERCITAR LA MISERICORDIA CON BRAZOS ABIERTOS
Lc 15, 1-3. 11-32
Luis Fernando Castro Parra
Teólogo

Al hacer un balance de nuestra vida podemos darnos cuenta que hemos tenido y deseado mucho, pero también hemos perdido porque desaprovechamos la oportunidad de vida para saber recibir y compartir riquezas que se nos han sido dadas. Como personas estamos dotados de talentos y de capacidades que no hemos descubierto o que no hemos sabido recibir para compartir con muchas personas. Estas no han sido dados por un mérito especial sino por un don gratuito de nuestra vida manifestada en un Padre que no da nada por perdido, aún cuando le toque asumir riesgos, pues no todos cuidamos adecuadamente el regalo que se nos ha dado, afectando incluso, muchas veces las relaciones personales, familiares y sociales. No aprender a recibir lo que se nos ha dado es dejar pasar el tiempo de nuestra vida sacando excusas, evitando tomar decisiones que nos comprometan, despilfarrando lo que se nos ha regalado porque no vemos el cariño ni el esfuerzo de los otros y, en consecuencia competimos, excluimos, manipulamos, rivalizamos, no compartimos, manteniéndonos aislados, lejos de la cercanía con otras personas. En últimas se toman opciones de vida inadecuadas que nos ponen en situaciones muchas veces precarias e indignas para una persona. Sin embargo, la vida nos sigue dando oportunidades para restaurar, reparar y tomar nuevas decisiones que nos mueven a caminar con sentido y realización, experimentando un cambio de relación con nosotros mismos, con los demás y con el Padre, despertando a un nuevo tiempo donde podemos disfrutar junto a otras personas, como si estuviéramos constantemente en una gran celebración colmada de alegría, de gozo y de libertad. A la Luz de la Palabra de Dios, Jesús cuenta la parábola del Padre de la Misericordia a sus adversarios anunciando la cercanía de un Dios dispuesto a perdonar, a acoger y a crear una nueva y profunda comunión con él. Una visión distinta de encuentro, de amistad y de misericordia que estamos por aprender, reavivando la alegría de sentirnos hijos y de recuperar nuestra actitud y relación de hermanos. Veamos: 

1. Superar la torpeza de la autosuficiencia, la envidia, la indiferencia, el excesivo silencio y la rigidez es abrir la posibilidad a tener actitudes y acciones solidarias y generosas que nos facilitan plantearnos nuevas metas que nos permitan compartir y celebrar junto a otras personas, mejorando nuestra calidad de vida. Jesús cuenta la Parábola del Padre de la Misericordia como respuesta a un grupo de fariseos y escribas que murmuraban y estaban escandalizados porque el Maestro dejaba que los pecadores y los publicanos se acercarán y comieran en una misma mesa con él (vv. 1-3). La parábola tiene como centro al papá quien tiene dos hijos (el hijo menor y el hijo mayor). La historia del hijo menor lleva más renglones porque se describe la actitud negativa que tuvo frente al Padre, pues ha pedido la herencia antes de tiempo, la ha despilfarrado, pero estando en crisis, decide volver, dándose cuenta que el Amor del Padre es incondicional y más grande. Este hijo hace un camino de conversión, un proceso de ida y de vuelta (vv. 11-24): El hijo que pide la herencia de su padre y se aleja de la casa (vv. 11-13); la escases y la crisis en la lejanía del hogar (vv. 14-16); hace conciencia, entra en sí mismo y decide emprender el camino devuelta a la casa del padre (vv. 17-20); experimenta el encuentro con el Padre (vv. 20-21); y la celebración del Padre con el hijo que arrepentido a vuelto a la vida (vv. 22-24). El camino que emprende el hijo menor hacia el Padre surge después de darse cuenta que cuánto más se alejaba de la casa del Padre, más perdía su identidad, lo cual lo conducía hacia la degradación total de su sentido de vida y de su identidad como persona. Malgastar todos los bienes y sentir que le niegan hasta las algarrobas con las que alimentaban a los cerdos, los que él cuidaba, es reflejo de un bajo nivel de humillación. Nuestra historia de vida está atravesada por unos rostros de indiferencia y de arrogancia, caras que se entrelazan y se retroalimentan por el despilfarro y la poca conciencia de la vida y de la fraternidad. Actos que encarnan la figura de quienes se han alejado de la casa del Padre, de quienes han malgastado su vida confiados en sí mismos y en sus decisiones poco oportunas porque creen que todo ha sido dado para vivir a sus anchas y solamente para sí mismos sin interesar los demás. Sin embargo, llega ahora el momento de entrar en nosotros mismos, haciendo conciencia de lo que estamos haciendo con nuestra cotidianidad para que podamos hoy levantarnos y emprender el camino hacia Dios, identificados más por el sendero del amor, del perdón, de la reconciliación y de la paz con la posibilidad de crecer y avanzar en todos los aspectos y  de un modo integral, facilitando al mismo tiempo caminos de crecimiento que ayuden con alegría celebrar (cf. Josué 5, 9-12) y devolver la dignidad de muchas personas, mejorando y fortaleciendo la calidad de nuestras relaciones y, en ellas la de nuestra existencia que nos ha sido heredada.

2. El deseo de entrar en un nivel más alto en nuestro proceso de vida consiste en ejercitar la misericordia con brazos abiertos, asumiendo con responsabilidad todas las acciones, buscando mejorar y hacer más saludables los ambientes en los que nos movemos, facilitando y promoviendo con alegría el crecimiento integral de muchas personas. La Parábola del Padre misericordioso ahora centra la mirada en la actitud del Padre en el encuentro con el hijo menor (vv. 20-24). Un Padre que está lleno de amor y de misericordia. Un Padre que sin interesar los comportamientos y la conducta de su hijo, nunca se le ha salido del corazón, lo tiene siempre presente, está atento a su llegada. Estas son sus actitudes: El Padre es quien toma la iniciativa para correr, conmovido en su interior cuando ve a su hijo menor acercarse a la casa. No es el hijo quien regresa a la casa, es el Padre quien sale a su encuentro con brazos abiertos; lo abraza sin esperar explicaciones ni exigirle condiciones. Sólo quiere estar cerca a él sin poner distancias ni barreras. Lo besa efusivamente antes de cualquier confesión de arrepentimiento por parte del hijo menor (vv. 21). Aquí lo que interesa es el perdón y el amor del Padre. Él no quiere humillaciones como tampoco imponer castigos. No exige ni pide ningún rito de expiación. Le manda a poner un nuevo vestido restituyendo su dignidad y sus privilegios como hijo. El pasado ha quedado atrás. Todo vuelve a empezar. Le manda a poner el anillo en su mano restaurando la confianza que como Padre tiene por su hijo. Algo insólito para alguien que había derrochado tanto dinero, pues con este gesto le estaba entregando de nuevo sus bienes. Le mando a poner sandalias, privilegio de los hombre libres. El hijo no es un jornalero (vv. 18. 21), ni un esclavo de sus desacertadas decisiones. Es hijo del Padre, aun cuando el hijo menor crea que no se lo merece (vv. 21). Hace sacrificar un novillo cebado (vv. 23), el cual se cuidaba y se guardaba para una celebración importante en la casa. Y, finalmente, convoca a todos a la fiesta, dejando ver su generosidad abundante y sin medida, pues hay un motivo todavía más grande: celebrar la vida y el hallazgo de su hijo (vv. 24). La visión que muchos tienen de Dios es la de ser capaz de poner poca alegría en nuestra vida. Se despierta la idea de un ser superior amenazador y muy exigente que hace de nuestra vida más incomoda, fastidiosa y peligrosa, cargada de exigencias y de normas. Algunos de esta manera, prescinden de él, usan todo lo que él nos ha heredado y lo despilfarra sin darse cuenta de donde proviene las bendiciones. Otros, entre tanto se sienten reprimidos y no saben si creer o no creer en él, decidiendo mejor no hacer caminos ni proyectos de vida hacia Dios. Sin embargo, sin interesar las decisiones que hayamos tomado, el protagonista de esta parábola sigue siendo el Padre quien con alegría repite: este hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido hallado (vv. 24. 32), acogiendo y mostrando lo que hay en su corazón. Por eso, más allá de lenguajes morales y el trato de su hijo, quien lo había declarado muerto al pedir su herencia y había abandonado el hogar, lo que le interesa es la vida y la dignidad de su hijo, esta es su prioridad. Un padre que desea que todos vivamos de un modo libre y feliz. Un Padre que desea y anhela estar cerca de su hijo para que no se destruya ni siga perdido sin disfrutar de la verdadera felicidad y gracia de la vida. Esta es la gran noticia de nuestra vida, un Padre que no actúa con paradigmas ni acciones mezquinas, él sale al encuentro de sus hijos (vv. 20.28) con misericordia para que todos gocemos y disfrutemos de su casa, de su fiesta y de su mesa, pues todo lo que le pertenece al Padre es nuestro también para que podamos realizarnos como personas, como hijos del Padre y, así compartir sus riquezas con generosidad. En este proceso el hijo no sólo entonces lo reconoce como padre, además ha de conocer junto a su padre la vida digna y dichosa que no había podido disfrutar y celebrar por estar lejos de él, viviendo con sentido y alegría su vida. Comprender esto nos permite asumir una vida con responsabilidad y alegría junto a Dios, siendo agradecidos para que ejercitando la misericordia con brazos abiertos nos transformemos en verdaderos testigos del amor y de la misericordia de un Padre que nos muestra constantemente el amor único e incondicional: gusten y vean cómo es de bueno el Señor (cf. Salmo 33); un Padre que nos reconcilia para que dejando lo que es "viejo" comencemos a vivir un nuevo tiempo, saliendo de nosotros mismos, de nuestros propios intereses para compartir nuestra alegría y nuestro gozo de estar en casa con el Padre misericordioso.

3. Solemos pensar que somos mejor que los demás porque hacemos cosas que no hacen las demás personas o porque hemos alcanzado algunos logros que otros por más esfuerzo no han llegado a capitalizar poniendo una barrera entre unos y otros. La parábola del Padre misericordioso centra su ojo en el hijo mayor (vv. 25-32), quien tampoco estaba en la casa...estaba en el campo y, al volver cuando se acercó a la casa (vv. 25). Al escuchar la alegría que había por la llegada de su hermano menor y persuadido por los criados no comprende la actitud de su padre, queda desconcertado prefiriendo quedarse fuera de la celebración, protestando (vv. 28.30). El hijo mayor y el criado no comprenden l as actitudes del Padre misericordioso y, por eso no les causa ninguna alegría ni el deseo de entrar a disfrutar de la fiesta. En cambio reflejan rabia y envidia en sus palabras y gestos: se indigno y se negaba a entrar en la fiesta... El hijo mayor cree que por estar cerca a su padre estaba actuando rectamente sin darse cuenta que en realidad no estaba disfrutando de su amor y de su compañía porque aun cuando nunca se había marchado de casa estaba lejos de la casa, su corazón estaba lejos del Padre y, por supuesto vivía como si no tuviera nada, no ha podido descubrir las riquezas del Padre, sus actitudes solidarias y generosas, se siente un extraño entre los suyos. Estaba presente, pero al mismo tiempo ausente. No conocía a su Padre. No tenía una relación cercana e íntima. La fiesta, entonces no era solamente para celebrar el regreso del hijo menor, también lo era para celebrar el regreso del hijo mayor, pero éste se rehusó a entrar a la fiesta porque no termina de reconocer al Padre ni tampoco reconoce al hijo menor como hermano ni mucho menos reconoce el amor y el sentido de una familia. Reconocer al Padre es aceptar su misericordia sintiéndonos alegres por ser hijos, amando como el Padre ama, pero al mismo tiempo nos permite reconocer a las otras personas como hermanos, como parte de una gran familia, que aún equivocadas y no merecedoras de compasión pueden ser acogidas para compartirles las riquezas y las actitudes maravillosas del Padre, rescatando el sentido de la fraternidad y del amor gratuito que va más allá de merecimientos hechos por simples cumplimientos y actitudes rígidas. En resumen, la misericordia del Padre acoge y comparte con alegría, con generosidad y sin medida; con brazos abiertos y con un corazón lleno de amor a todos porque todo lo del Padre es para nosotros sin exclusividades. Él sin importar lo que hagamos con ellas nos lo ha heredado y no se cansa de hacerlo con toda confianza, no porque se lo hayamos pedido, sino por iniciativa de él mismo para que nosotros no nos alejemos de él, y así las disfrutemos de una manera adecuada, las compartamos y celebremos con generosidad con muchos, mostrando un Dios-Padre cercano para todos que hace parte de una gran familia que sabe recibir, acoger y compartir las riquezas y las generosidades del Padre sin exclusiones ni privilegios: Todo lo mío es tuyo (vv. 31).
Luis Fernando Castro P.
Teólogo PUJ- Magister en Familia- ULIA
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es

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