LA FAMILIA A LA MANERA DE DIOS Lc 2, 41-52

LA FAMILIA A LA MANERA DE DIOS
Lc 2, 41-52
Luis Fernando Castro Parra
Teólogo

Solucionar las dificultades y las distintas adversidades que suceden en nuestra experiencia y vida familiar hace parte de quienes con madurez, discernimiento y confianza nos adaptamos a los cambios, asumiendo una actitud responsable y humilde, logrando continuar hacia adelante con actitud de respeto y comprensión. Es posible que los acontecimientos que nos ocurren especialmente con nuestros hijos en este mundo nos asuste y nos llegue a causar angustia y apuros, sin embargo, si optamos por hacer frente a los problemas y a las diferencias, entonces estas se nos convierten en una herramienta de vida familiar que nos facilita desarrollar la creatividad, sacando lo mejor de cada uno de nosotros, rompiendo con lo que es rutinario y, así lanzarnos, proyectarnos hacia el objetivo, hacia lo que deseamos y buscamos para bienestar y crecimiento de nuestra familia. A la Luz de la Palabra de Dios, Jesús como ser humano y como hijo tuvo y vivió también en una familia, pero optó libremente y con decisión para hacer la voluntad de su Padre del cielo (Abbá), aunque esto causará desconcierto y agobio en sus padres, María y José, quienes aprendiendo a través del discernimiento y de los hechos amplios de familia que suceden con su hijo, van paso a paso entendiendo el sentido de los planes de Dios. Veamos:

1. Las recriminaciones en momentos de angustia y de perdida, particularmente  en el tema de una pareja, base de una familia nos puede hacer perder el objetivo, la meta y el carácter. Jesús y sus padres como buenos israelitas iban cada año a Jerusalén para cumplir sus deberes religiosos (vv. 41-42). Cuando Jesús cumple los doce años (para Israel el joven se convierte en adulto, sujeto a deberes y derechos dentro de una sociedad, podía casarse y era admitido en el culto de la sinagoga), decide quedarse en Jerusalén sin saberlo sus padres (vv. 43), quienes creyendo que su hijo estaba en la caravana, hicieron un día de camino, pero al buscarlo entre los familiares y conocidos sin encontrarlo se vuelven a Jerusalén muy angustiados (vv. 44-45). En este contexto y situación de familia, María y José están acompañando a Jesús en el paso a su adultez, donde este joven que ha sido siempre respetuoso, ha honrado a sus padres (cf. Si 3, 3-7.14-17), comienza a definir su proyecto de vida con relación a su familia, tomando sus propias decisiones, aunque esto cause desconcierto y angustia a sus padres porque sus acciones pueden estar fuera de lo que ellos estaban esperando. Pero, cuando no se comprenden los hechos que suceden a la luz de los planes de Dios, lo mejor es guardar todo en el corazón (meditar) (vv. 51). Experimentar momentos de angustia cortos o largos en una familia, causados por una perdida, porque la economía esta escasa, porque los hijos se han enfermado o porque creemos que no han tomado las mejores decisiones es inevitable, sin embargo, Dios acompaña la vida de quien obra bien, bendiciendo a la familia que amparada bajo su sombra no siente miedo, sino al contrario crece en la fidelidad del proyecto de Dios (cf. Salmo 127, 1-5). Una angustia cuando se trabaja acompañado, sentados en torno a una mesa, escuchando adecuadamente, con disponibilidad, actuando con solidaridad, apoyándose unos a otros como familia, buscando soluciones; caminando, revisando, evaluando juntos con confianza y responsabilidad, evitará que hayan distancias y búsqueda de culpables que ocasionan actitudes de discordia, de oposición y de imposición. Los instantes de angustia sin interesar si son grandes o pequeños episodios deben asumirse con una actitud de aprendizaje, teniendo discernimiento que nos ayude a tomar las mejores decisiones que, en consecuencia traiga bienestar para la familia, provocando alegría, crecimiento progresivo e integral, mostrando de manera tangible la bendición de Dios, pues no hay momentos malos, sino momentos para aprender y disfrutar en familia, haciendo de lo "desagradable", algo más agradable y placentero para todos con la ayuda de Dios.

2. Toda familia está constituida por un conjunto de relaciones humanas. La base de estas relaciones comienzan entre un hombre y una mujer, y se amplia cuando nacen los hijos, creando una relación nueva entre padres e hijos, que a su vez estos crean una nueva relación entre hermanos. Pero, este mundo de relaciones humanas, todavía se amplia un poco más si tenemos en cuenta en el círculo familiar a los abuelos, a los tíos, a los sobrinos que hacen parte de esta relación familiar. La familia de Nazaret dentro de su estructura, formación y educación no fue ajena a esta realidad. Sin embargo, defender de una manera abstracta el valor de la familia no es suficiente cuando se idealiza según el modelo de la familia de Nazaret o cuando nos sostenemos en una concepción meramente tradicional basada en una familia biológica. Después de haber recorrido unos tres días los padres de Jesús lo encuentran en el Templo sentado, debatiendo, en medio de los maestros: escuchando y preguntando (vv. 46), dejándolos estupefactos por su inteligencia y sus respuestas (vv. 47). Jesús en medio de los doctores de la ley aparece ocupado con autoridad de Maestro, pendiente a los asuntos de su Padre: ¿No sabían que yo debía estar en las cosas de mi Padre? (vv. 49). Comprendemos entonces que la sabiduría de Jesús consiste en entregarse desde joven a la voluntad divina del Padre. Esta es su dirección, su brújula que orienta su proyecto de vida y sus decisiones, trascendiendo el ámbito tradicional de la familia porque bajo la mirada del mismo Padre todos somos hermanos y hermanas, una gran familia para Dios, en medio de las diferencias y las desigualdades familiares y sociales. La experiencia del Padre no se acomoda a nuestras expectativas como tampoco se reduce a una pequeña familia. Jesús se dedica enteramente a que todos nos sintamos como hijos de un mismo Dios y Padre, aprendiendo a vivir como hermanos. Este es el camino que nos conduce a vivir libres y felices.

3. Tener una familia es algo maravilloso y sorprendente porque siempre será un espacio privilegiado para el crecimiento y el desarrollo integral de una persona: Jesús crecía en sabiduría (desarrollo de su personalidad), en estatura (desarrollo físico) y en gracia ante Dios (espiritualidad, experiencia de Dios) y ante los hombres (entorno social y relación humana) (vv. 52), sin embargo, es un estilo de vida donde nos encontramos con personas diferentes, que aunque nacemos de un mismo vientre no somos iguales, como tampoco hacemos parte de una misma generación. Pero esta familia no se detiene solamente por unos vínculos de sangre, sino que apunta más lejos implantando la fraternidad y el reconocimiento de muchas personas como hijos de un mismo Padre. Por eso, seguir el camino de Jesús en principio nos puede llegar a cuestionar: Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo angustiados, te andábamos buscando? (vv. 48), pero al mismo tiempo nos facilita también transformar esquemas y costumbres muy arraigados y tradicionales en cada uno de nosotros cuando ponemos la atención en otras personas, que semejante a una familia son diferentes, pero con capacidades de relación. Esto se convierte en una búsqueda constante donde podemos sentirnos en algunos momentos agobiados, abandonados y angustiados como si la confianza de familia estuviera moviéndose en medio de titubeos, incomprensiones y alegrías, hasta lograr comprender y profundizar el sentido y la misión de los hijos, quienes como Jesús lo decisivo de la familia no se enmarca dentro de un ámbito biológico meramente, sino dentro de una gran familia para Dios, una sociedad fraterna, justa y cada vez más solidaria, que juntos vamos construyendo como seres humanos, escuchando el deseo de un único Padre de todos. Esto lo deben aprender paso a paso también los padres de Jesús sin ningún problema y sin algún conflicto, aunque este nuevo paradigma en principio cueste comprenderse (vv. 50).

4. Desde este creativo modelo familiar a la manera de Dios es posible construir una verdadera cultura familiar fomentando la gratuidad y la unidad basada en el amor no sólo para los esposos y para los hijos, sino también para otras personas, pues Dios tiene un gran proyecto de construir en el mundo una gran familia humana. Una de las acciones familiares parte de reconocer lo bueno que hay en cada una de las personas con quienes convivimos, nos relacionamos y compartimos, ponderando la riqueza que existe en la diversidad y en el valor de la complementariedad, sabiéndolo usar en favor y beneficio para todos, para muchas personas. He aquí la importancia de la dedicación más allá de la ocupación. La primera requiere de disponibilidad. La segunda de tiempo. La familia como ambiente comunitario está para servir, pero además para ayudar a reforzar las acciones de las otras personas, trascendiendo el propio yo para comenzar a pensar y repensar en un nosotros, pues la gratuidad sólo es posible aprenderla a disfrutar cuando se aprende a compartir de una manera generosa como familia. María, su madre conservaba (meditaba) cuidadosamente todas las cosas en su corazón (vv. 51b). Ante el desconcierto de la respuesta de Jesús a sus padres, quien se ha comportado aquí como Maestro, la reacción de María es hacer una reflexión paciente como era su actitud frente a eventos importantes, pues las cosas que tienen que ver con el anuncio de la vida, del evangelio, de la gran familia de Dios no pueden ser tomadas a la ligera ni tampoco pueden dejarse pasar de largo. María con un corazón humano, un corazón de madre hace conciencia de sí misma meditando y aguardando pacientemente las distintas situaciones que suceden. Es un corazón que medita el sentido de su realidad para lograr con discernimiento y decisión, asumir con responsabilidad acciones adecuadas y libres que faciliten el crecimiento progresivo a la gran familia de Dios. Un corazón que frente a las incomprensiones o la ignorancia no se apresura, sino que deja con toda confianza que Dios conduzca las cosas según su pedagogía y su voluntad. En resumen, una familia a la manera de Dios sabe superar los obstáculos, las angustias, los momentos adversos y las diferencias inevitables, actuando con sabiduría para que viviendo comprometidamente en los asuntos del Padre, contribuyamos a construir una verdadera cultura familiar dentro de nuestra sociedad, caracterizada por la fraternidad, la solidaridad y el amor liberador (cf. Col 3, 12-21), con metas e ideales que nos faciliten fomentar la gratuidad de un Padre que nos hace sentir y vivir como hermanos, hijos de un mismo Dios.
Luis Fernando Castro P.
Teólogo PUJ- Magister en Familia- ULIA
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es

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