TENER HAMBRE DE LA VIDA PARA SERVIR SIN MEDIDA Jn 6, 24-35

TENER HAMBRE DE LA VIDA PARA SERVIR SIN MEDIDA
Jn 6, 24-35
Luis Fernando Castro P.
TEÓLOGO

Algunas personas según su formación profesional, académica, familiar se mueven más por los esquemas aprendidos sin darse el permiso de entrar a conocer y a descubrir nuevos elementos, nuevos aspectos que logren enriquecer y alimentar su experiencia de vida. Es como si al hacerlo pensarán en llegar a ser infieles a su pasado a lo que han aprendido. Sin embargo, mantenerse fiel a lo visto y a lo aprendido, no significa que no sea posible abrirse a la innovación, a la aceptación de la renovación. Ser fiel al pasado es aceptar también la novedad, lo nuevo que nos ofrece la vida para continuar avanzando, dando otros frutos, desde lo que se plantó y lo que se aprendió en el pasado, alimentando de un modo distinto y complementario nuestra existencia. Esto nos impulsa a estar constantemente dando saltos de calidad a lo que hacemos y a lo que vivimos, generando rumbos diferentes, enriquecedores que fortalezcan nuestra vida para que en la medida del tiempo y de los días que transcurrimos no se apague lo que hemos construido, elaborado y proyectado, muchas veces con tanto esfuerzo y gran dedicación. A la Luz de la Palabra de Dios, Jesús pide dar un salto de calidad a la personas que lo buscan y lo interrogan, que se han alimentado hasta saciarse por el signo de multiplicar los panes y los peces, pero  todavía no comprenden el sentido ni el significado de la señal para adentrarse en el proyecto constructivo y de la fe en el Padre. Veamos: 

1. Desarrollar la capacidad de apertura, de atreverse a dar un nuevo paso, de desear algo más, de acoger lo que viene con una actitud de aprendizaje, tener "hambre" de la vida, seguramente facilitará la renovación, el mejoramiento de nuestra vida en todos los aspectos a los que pertenecemos como personas privilegiadas, dotadas, respaldadas por el regalo de la vida y el amor incondicional de Dios, pero esto requiere de un proceso, de ir paso a paso. Después de la multiplicación de los panes y los peces a orillas del mar de Tiberíades la gente que se había saciado subieron a las barcas dirigiéndose hacia Cafarnaúm, fueron en busca de Jesús. Cuando la gente curiosa encuentra al Maestro le preguntan sobre ¿cuándo has llegado aquí? La respuesta de Jesús no se queda en estos detalles, sino que ahora él tomando la iniciativa los confronta preguntando sobre el por qué lo buscan, cuál es el motivo que los mueve a encontrarse con él, qué los está moviendo a acercase al Maestro (vv. 24-25), cuáles son los verdaderos motivos de su búsqueda, pues vosotros me buscáis, no porque habéis visto signos (vv. 26), sino porque quieren soluciones rápidas e inmediatas a sus situaciones y dificultades. Estamos en un mundo donde todo lo queremos ya, impregnados del inmediatismo sin ningún esfuerzo ni proceso de vida. Hablamos de soluciones rápidas y efectivas sin dejarnos sorprender y admirar por lo que es verdaderamente importante. Queremos alimentarnos de la vida, de lo nuevo, pero no queremos esperar los momentos oportunos, todo lo queremos solucionar ya, y más aún cuando las situaciones críticas e inevitables de nuestra vida requiere de soluciones rápidas (cf. Ex 16, 2-4). Se trabaja por lo inmediato, por conseguir el sustento del día, pero sin preguntarse si esto tiene algún sentido y realización en nuestra vida. Queremos solamente escuchar los resultados, no nos interesa cómo se han logrado ni tampoco aprender algo más, nos quedamos con lo que vemos y recibimos, eso nos parece suficiente para que los otros sigan haciendo lo que nosotros deseamos, mucho más si somos hábiles para manejar lo aprendido. De esta manera, nos encontramos con personas que andan por el mundo en la superficialidad, como si les hubieran entregado un guión en el que todo está escrito; les cuesta ir más lejos de los signos, de las situaciones y de las oportunidades y, aunque se sienten insatisfechos no buscan porque hay que sobrevivir. Se estancan en lo que ven y en lo que ya conocen, en lo que perece. No encuentran la razón ni el motivo por la cual madrugan mucho cada día para ir al trabajo. Se han alimentado hasta la saciedad pero repiten y repiten palabras, acciones y actitudes. No cambian de ruta, parece que no tienen hambre de la vida. Y, si se les habla de compromiso se alejan. No se meten al ruedo. Prefieren mantenerse haciendo lo mismo, antes que asumir su vida con responsabilidad. Es mejor ser espectador. Dejan de preguntarle algo a la vida para no desacomodarse. Quieren que su vida mejore, pero algunos dejan de buscar, de caminar, de cruzar los mares y de escudriñar. Sin embargo, cuando deseamos algo y, sobretodo en los momentos cruciales hay que trabajarlo, y eso requiere de esfuerzo, de sacrificios significativos y de confianza en sí mismo y en Dios (cf. Ex 16, 12-15) porque es por este camino donde es posible crecer y lograr ver un poco más lejos de lo que tenemos ahora. Requiere de un proceso que pueda mantenerse firme y estable en el tiempo dando pasos adecuados y asertivos: obrad (trabajad) no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna (vv. 27). Por eso, es importante limpiar los motivos, renovando el espíritu de nuestra mente, revestíos del Hombre Nuevo creado según Dios (Ef. 4, 23) por el cual estamos buscando algo mejor, el motivo de caminar y de buscar a Dios, pues no puede ser tanto por el signo o el milagro, sino porque él es el único que puede satisfacer nuestra vida, es él quien nos da una nueva vitalidad para que trabajando por lo que es esencial vivamos siempre en comunión con él, de una manera cercana, íntima en todo momento: ...el que os dará el hijo del hombre...porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello (vv. 27b).

2. Para que las cosas sucedan y cambien se hace necesario dar un paso más profundo, sabiendo leer los acontecimientos que aparecen en nuestra experiencia de vida para ir descubriendo en ellos el rumbo que tenemos que seguir, pues no basta con ir detrás de los signos, si estos no se interpretan, si no se leen para lograr avanzar para que otros también se beneficien. Ante la respuesta de Jesús sobre el tema de trabajar, obrar por lo que no perece, la gente entendió lo que ya sabían, aquello por lo que estaban convencidos y habían aprendido desde pequeños: Ganar el favor de Dios haciendo buenas obras. Por eso, la pregunta de la gente es ¿Qué hemos de hacer para hacer las obras de Dios? ¿Qué es lo que agrada a Dios para recibir su favor? La respuesta de Jesús no se centra en poner una gran lista de acciones, sino en crear una nueva relación con Dios donde es posible leer los signos del amor y de la vida: La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado (vv. 29). Para esto es necesario usar la fe, ver algo más que un milagro o una señal, es ver a alguien porque para la gente el signo de la multiplicación de los panes y de los peces no era un signo extraordinario, pues eso ya lo había hecho Moisés en el desierto (vv. 30-32)  y había que superarlo ¿Qué signo haces para que viéndolo creamos en ti? (vv. 30). Tener hambre de la vida es tener también la capacidad de interpretar los signos y las señales que suelen suceder en nuestra experiencia de vida para poder ir más lejos (proyecto de fe) logrando aplicarlo y vivirlo en nuestra cotidianidad. Quedarnos solamente con lo que vemos en lo superficial, nos puede anquilosar y estancar nuestro proceso y nuestro trabajo sin que esto impacte en la realidad y en el proceso que estamos construyendo. Por eso, acoger a quien es el Pan de vida es "alimentarnos" de Jesús en su banquete, en su mesa...el que venga a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá nunca sed (vv. 35b) para que alimentados y saciados de él, logremos ser también nosotros un alimento de vida, de esperanza, de amor, de fortaleza y de justicia para el mundo. Esto nos suscita y nos da nuevas pistas para ir más allá de un milagro para lograr asumir con responsabilidad nuestra existencia, consiguiendo vivir mucho mejor, poniendo esmero a lo que hacemos en estos tiempos ofreciendo lo mejor que hay en nuestro interior, aquello que comemos en la mesa de Dios, dando y sirviendo un alimento que no tiene fecha de vencimiento porque nada será igual cuando alimentados de Dios, dinamizamos, nutrimos, sustentamos y damos un nuevo aire, un nuevo esfuerzo que renueva nuestra vida y contribuye a que la vida de los demás crezca y avance.

3. Evitar caer en la rutina, en la rigurosidad, en oscilar sobre lo mismo, corriendo el riesgo de confundirnos con una moda, una costumbre o con aceptar meramente lo obvio sin dar permiso a la novedad, a ver más allá del signo, acogiendo una nueva opción es importante usar la oración. La reacción de la gente que interroga a Jesús ahora toma un sentido de petición en oración: Señor, danos siempre de ese pan (vv. 34). La oración nos facilita sintonizar y comulgar, estar en una nueva relación con Dios y con los demás. Nos posibilita ver de una manera distinta nuestra vida. Por eso, cuando la gente dice "Señor" esta señalando y reconociendo que el alimento de vida procede de Dios. No es tanto de nuestro esfuerzo y de nuestro trabajo. Quien nos alimenta es Dios desde nuestro interior. El decir "danos" es realizar una petición grandiosa y sorprendente del pan que nos genera vida, que nos saca de hacer lo mismo para lograr servir sin medida. Danos hoy el pan del amor, de la libertad, de la alegría; el pan para construir y avanzar, el pan que no perece. Recibir este regalo requiere de un corazón abierto y dispuesto que sintonice con quien es el camino, la verdad y la vida (cf. Jn 14,6). El "siempre" confirma lo anterior, es una relación constante, firme y permanente que no perece ni se acaba con el tiempo ni tampoco por las diversas e inevitables situaciones de la vida: Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor (Jn 15, 9). "De ese pan": no es una visión estrecha como el pan multiplicado en las orillas del Tiberíades, sino es el nuevo pan donde es posible interpretar la obra de Dios en su Hijo Jesús. Un pan que nos asombra porque es generoso, nos abre el camino para que vivamos libres y felices porque le da orden a lo que vivimos, dando el primer lugar a Dios por siempre (cf. Salmo 78 (77), 3-4). Por tanto, el alimento de Jesús, el Pan de vida es fuente de bendición que nos fortalece y nos vitaliza para que saciando nuestra hambre en el transcurrir de la vida se convierta en alimento y en comunión permanente con Dios y, de esta manera, llena de Dios y de vida, también nosotros seamos capaces de generar y alimentar de vida a los demás.
Luis Fernando Castro P.
Teólogo- Magister en Familia
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es

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