SACRAMENTO DE FIDELIDAD Y SOLIDEZ Mc 14, 12-16.22-26

SACRAMENTO DE FIDELIDAD Y SOLIDEZ
Mc 14, 12-16.22-26
Florecita-LuisFer

Todos, como personas, necesitamos alimentarnos bien para vivir y también para mantener una vida saludable en todos los aspectos. Algunas personas se preocupan y son fieles en el tiempo de consumir sus alimentos, logrando alimentarse adecuadamente, previniendo enfermedades o situaciones adversas que afecten su salud. Entre tanto, otras no tienen los mejores hábitos alimenticios, provocando estilos de vida poco saludables y, aunque intentan realizar algunas dietas no logran obtener mejores resultados. Por eso, Aprender a comer sano nos da la posibilidad y la motivación para construir bases maravillosas y sorprendentes en nuestra vida, permitiéndonos progresar y gozar integralmente con fidelidad y solidez. A la Luz de la Palabra de Dios, Jesús, el Hijo de Dios, el Cristo, el resucitado se da a sus discípulos como pan "roto- partido" y como sangre derramada, sacramento eucarístico y alimento de fidelidad y solidez para continuar siempre hacia adelante, construyendo una vida con sentido y con realización hasta el final. Veamos: 

1. Muchas personas desean mejorar su alimentación para vivir de una forma más saludable, pero les cuesta incorporar en su experiencia de vida, hábitos que le ayuden a ser mejor de lo que ya han sido, hábitos que le faciliten vivir de un modo libre y feliz. Jesús, después de que sus discípulos han tomado la iniciativa de preparar la cena pascual (vv. 12-16), les entrega en un ambiente de banquete y de despedida, en el pan y en el vino, su cuerpo (sacrificio en favor de toda la humanidad) y su sangre (vv. 22-26). Este aparente final constituye un nuevo comienzo (vv. 24), una nueva forma fiel de la presencia de Jesús (vv.25), quien permanece constantemente en medio de la comunidad para darle solidez y para acabar con todo prejuicio, toda esclavitud y búsqueda de privilegios, de divisiones e intereses particulares (cf. Mc 10, 35-45), mostrando así, en los distintos gestos de la celebración el amor definitivo de Dios por toda la humanidad que conduce a la plenitud. Celebrar la eucaristía, la acción de gracias, es celebrar la fidelidad y la solidez, la cual no se refiere solamente a la presencia de Dios, sino también el compromiso fiel de nosotros hacía él. Por eso, sentarnos en la mesa de Jesús es buscar acabar con todo signo de violencia, de división y de desigualdad social, familiar y personal (cf. Ex. 24, 3-8) para lograr vivir de un modo diferente y transformado. La acción de comulgar es el encuentro de dos libertades, es un misterio de amor, es la acción de recibir la vida, identificándonos con asombro con quien es la fuente de la vida para conseguir también compartir la vida, gastándola y entregándola libremente para que otros puedan vivir mucho mejor, pues a Dios le duele mucho la situaciones adversas e infrahumanas por las que suele pasar su creación más preciada y, en efecto el Dios del amor, de la vida, quiere que su obra se levante y camine en libertad (cf. Mc 1,31; 10, 45). De esta manera, comer del pan y beber del vino son signos que nos dan solidez, plenitud y fortaleza, pero también nos compromete a ser fieles a lo que recibimos, renovando permanentemente el servicio, el compromiso constructivo, cuyo fin busca vivir relaciones fraternas que generen vida, honren y sean bendición para los demás (cf. Salmo 115, 12-18).

2. Todos los gestos, las acciones y las palabras que pronunciemos tienen sus consecuencias, algunos las podrán recibir de una manera adecuada, otros empezarán a cuestionar las afirmaciones que hagamos, dando pie para crear las más absurdas interpretaciones de lo que se ha expresado o de lo que se ha reflejado a través de nuestro cuerpo. Entre tanto, otros encerrados en sí mismos no asimilan lo que se ha dicho ni tampoco lo que se ha comido y bebido, causando así disgustos enormes, estados de tensión, de conflicto, de rivalidad que a la postre se convierten en rompimientos, distancias de amistades y de distintas relaciones personales que ponen de manifiesto una realidad de egoísmo y de encierro en sí mimo (cf. Mc 14,18-21.26-31). Los gestos realizados por Jesús mientras estaba comiendo con su discípulos: bendecir el pan, partirlo y darlo (vv. 22), tomar la copa de vino y dar gracias (vv. 23) señala la misión y la tarea pastoral de él en el mundo, pero además la participación, el papel protagónico, fiel y directo de sus discípulos (cf. Mc 6, 34-44). Poner el pan y el vino en las manos de sus discípulos significa no sólo abrir la puerta de la confianza, también exige compartir la vida de Jesús. Esto incluye el camino de la cruz: ...bebieron todos de ella. Un camino fundado en la fidelidad y en la misericordia. Una vida entregada, solidaria y dispuesta para dar el mejor alimento a los demás (cf. Hb 9, 11-15) con acciones que nos identifican con la practica de la unidad, la comunión, la mejor eucaristía. No podemos correr el riesgo de comulgar con Cristo en la misma mesa sin poner atención a las demás personas, a su realidad y a su sufrimiento: dadles vosotros de comer (Mc 6, 37; 8, 5-7). Muchos de los problemas que surgen en el camino y en la experiencia de nuestra vida radica no estar dispuestos al esfuerzo, al dolor y al sufrimiento y, por eso es complejo perseverar en comunión con las acciones de Dios, manteniendo la fidelidad y la solidez de lo que recibimos en su mesa para avanzar y salir victoriosos en todas las crisis y situaciones adversas. La fidelidad y la solidez de lo que comemos y bebemos no depende de un momento o de una celebración ritual sino de la respuesta que podemos ofrecer en nuestra vida, aun cuando las situaciones que nos implican o nos rodean no sean las mejores, pues algunos podrán traicionar (cf. Mc 14, 18-21), otros abandonar y negar, a pesar de sus intentos por mantener solida su fidelidad (cf. Mc 14, 66-72), sin embargo, cuanto más nos disponemos y más nos entregamos como respuesta libre más posibilidad abrimos para que se genere lazos de esperanza, de justicia, de vida y de alegría...yo os aseguro que ya no beberé del producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios (vv. 25). Por eso, evitar caer en los malos hábitos alimenticios facilitará que nuestras responsabilidades y acciones se conviertan en alimento de vida, de alegría y de esperanza para nosotros y para los demás; una vida eucarística, como pan y como vino nuevo que manifiestan el señorío de Dios en nuestra historia (vv. 25), logrando avanzar en el camino hacia pequeñas y grandes metas que responden a la misión encomendada de servir, yendo hasta el final.

3. Comer y beber, entonces adecuadamente, abre la posibilidad de construir una vida saludable y activa, la cual esta sometida a tensiones y a constantes amenazas. Pero, estas situaciones no son suficientes para salir corriendo y abandonar el camino y el proceso que se ha proyectado realizar (cf. Mc 14,50-52). Con los gestos y acciones de Jesús en la institución de la eucaristía, se pone de manifiesto un rasgo relevante, la entrega y la fidelidad. Esta decisión de entregarse y de mantenerse fiel no depende de ningún momento y de ninguna circunstancia, como tampoco de la fidelidad de sus discípulos. La fidelidad de Jesús no se fundamenta en una doble dirección, en dar para recibir o viceversa. La fidelidad tiene que ver con la firmeza y la constancia en los compromisos establecidos y en la misión que se nos ha encomendado o que hemos decidido hacer como propósito para levantar la vida. La fidelidad es permanecer con solidez en todo momento de nuestra vida, superando los obstáculos y las distintas dificultades (cf. Mc 5, 25-35) para compartir el pan de la vida. Jesús ha sellado su fidelidad al Padre con su sangre:...esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos (14, 24; cf. Mc 10, 45). En esto comprendemos el proyecto del amor, en que el amado se convierte en la vida de quien lo ama (cf. Gal 2, 20), permaneciendo unidos, en una misma comunión, dando lo mejor para rescate de muchas personas. La clave consiste en masticarlo, triturarlo para que lo asimilemos y seamos también asimilados por él, logrando ser un sacramento de vida y de fidelidad. De esta manera, cada vez que comulgamos recibimos una fuerza dinámica del don personal de Dios, que es Jesucristo, que va más allá de algo material o de ver y recibir un signo transitorio porque nos permite tener un estilo de vida saludable, constructivo que comparte el pan de la vida dando lo mejor, disminuyendo las probabilidades de enfermarnos, de quedarnos en hábitos egoístas que nos impiden ir más allá de las posibilidades estancando así, la realización personal y el crecimiento posible de los demás. Comer y beber de la mesa eucarística es escuchar el llamado del evangelio a mantenernos constantes, fieles en cualquier situación sin olvidar el compromiso de hacernos más generosos y solidarios, facilitando caminos de crecimiento integral, orientados a crear bases sólidas de fraternidad donde aprendemos sencillamente a ser más humanos, entregando la vida para salvación de todos. Por tanto, quienes nos alimentamos de la mesa eucarística causa una relación recíproca, una unión inseparable con el pan y el vino inagotable, trayendo en efecto, vivir permanentemente el sacramento de la fidelidad y de la solidez, un pan que se entrega y se rompe por los demás.
Luis Fernando Castro P.
Teólogo- Magister en Familia
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es

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