BAUTIZADOS POR LA TRINIDAD Mt 28, 16-20
BAUTIZADOS POR LA TRINIDAD
Mt 28, 16-20
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Luis Fernando-Florecita |
La capacidad para dar respuesta a las distintas situaciones de nuestra vida es lo que hace posible que una promesa se haga realidad, transformando palabras en acciones concretas que contribuyen a mejorar integralmente, facilitando crecer y avanzar en todos los aspectos, haciendo tiempo aún cuando creamos que no lo hay para cumplir con lo que se nos ha encomendado a pesar de las inevitables circunstancias y momentos adversos. Una responsabilidad que nos hace salir de nosotros la mejor versión porque nos forja el carácter, nos permite esforzarnos por hacer algo más para nuestra vida, nuestra sociedad y nuestras relaciones personales, nos hace conocer nuestro propio rostro, como imagen visible de la Trinidad de Dios, logrando renovar y continuar construyendo en medio del escepticismo como posibilidad de vida y de amor constante en apertura. Es poner al máximo, lo que nos han delegado para sacar adelante lo que nos han encomendado con bondad y misericordia. A la Luz de la Palabra de Dios, Jesús resucitado, convoca y confía a sus discípulos el compromiso de continuar la misión que él ha comenzado en todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Veamos:
1. Para asumir como propios los objetivos de la misión, superando obstáculos es importante estar en relación con Aquel que nos ha encomendado. La confianza del Maestro supera la fragilidad del discípulo. No ha citado ni ha llamado a otros. Jesús insiste con los mismos porque a pesar de que el discípulo ha sido desleal, lo ha abandonado y lo ha negado confía en lo que puede dar. Algunos podrán afirmar que no se lo merecen o que la misión nada tiene que ver con ellos (vv. 17), sin embargo, siempre habrá un nuevo punto de partida, una nueva oportunidad para continuar avanzando, acogidos a Jesucristo, pues lo que nos corresponde nadie lo hará. Por eso, es un nuevo hoy con una nueva visión de la vida, del amor, de la felicidad y de la amistad. Una nueva relación que nos une con la Trinidad: Bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (vv. Mt 28, 19b) porque todos lo que acogen y reciben al Hijo de Dios, reciben al Padre que nos lo ha dado todo (cf. Jn 3, 16-17) y al Espíritu Santo, que es el amor de Dios y el dinamismo, la fuerza que nos sostiene y nos anima a vivir en la verdad completa (cf. Jn 16, 13). No interesa cuál sea nuestra decisión y mejor relación con alguna persona de Dios, cualquiera de las tres, Padre, Hijo y Espíritu Santo, nos conducen hacia la realización y plenitud de nuestra vida. Tener una relación cercana e intima con una de las personas de la Trinidad, no significa menospreciar o anular a las otras, por el contrario, amar a una de las personas de la Trinidad es amar a las tres personas divinas, un solo Dios cercano a nosotros (cf. Dt 4, 39), un Dios inhabitando en nuestros corazones, con toda la confianza y la entrega que constituye nuestra vida y nuestras distintas relaciones, formando una gran familia de amor, una fraternidad que vive de una manera diferente porque supera las diferencias y los distintos obstáculos sociales y culturales atrayendo a otros hacia este mismo amor. De esta manera, entrar en contacto con los demás, sin ningún límite ni espacio, superando toda expectativa, es comenzar a subir la montaña (vv. 16) porque no hay tiempo para el ocio para el descanso para construir un mundo mejor por el amor que se ha derramado en nosotros, por el amor sin medida de un Padre que es la fuente de todo lo maravilloso que encontramos en la creación y por el amor del Espíritu Santo (cf. Rm 5, 5) que es el poder transformador. Entonces, tenemos motivos para ascender y para continuar escalando, poniendo algún esfuerzo, algunos sacrificios para vivir como herederos de la promesa divina. Hay que continuar la obra para llegar a la cima y encontrarnos con la plenitud de la vida, superando las tentaciones (cf. Mt 4,8), aquello que nos mantiene sentados en un sofá o estancados mientras otros disfrutan de los distintos retos que nos coloca la vida, dando origen a nuevos proyectos para ver nuevas metas (cf. Mt 17, 1s). Así que escalar el monte es el punto de inicio, es el lugar del encuentro, de la intimidad con Dios y el envío con del Resucitado. Es escalar una nueva montaña para encontrarnos e intimar, hacer comunión constante con Dios uno y Trino, logrando creer en nosotros mismos con nuestras cualidades, dadas por el don de la Trinidad, pero también con nuestras debilidades, caminando a nuestro propio ritmo con libertad y con la certeza de continuar construyendo para contribuir y para crecer integralmente.
2. Lo maravilloso de subir las montañas está en lograr llegar a la cima, pero también está en la experiencia que se aprende y se enseña en el trayecto. Al que escala la montaña no sólo se le confiere el poder, la autoridad de Dios, de la Trinidad para que llevemos a cabo y adecuadamente la misión de hacer discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (vv. 19), también nos damos cuenta que al ascender estamos acompañados (cf. Mt 1, 23; 18,20), no estamos solos, tenemos personas que nos aportan y nos enriquecen cada instante de esta aventura, haciéndonos sentir que lo importante no es llegar rápido, sino llegar lejos, el Espíritu nos hace vivir como herederos de las abundantes riquezas de nuestro Padre (Abbá) (Rm 8, 17). De esta manera, podemos actuar con confianza y seguridad en Dios (cf. Salmo 32, 21-22), pues no hemos sido enviados para la misión sin nada y sin nadie, vamos caminando y construyendo con la autoridad divina y junto con otros, sin detenernos por alguna frontera, vamos conducidos por el dinamismo y el amor de Dios hacia la plenitud. Por eso, todo lo que aprendemos y enseñamos, la paleta de emociones que despierta el subir una cumbre, la gente con quien nos encontramos, las experiencias que hallamos en esta aventura, son razones interesantes para no poner la atención solamente en el objetivo final, sino también para asumir un nuevo estilo de vida responsable y comprometido como bautizados por la Trinidad, como lugares sagrados por el amor de Dios que ocupamos el puesto del Hijo sin ningún temor para apreciar lo que realmente es importante para nuestra vida, gastándola y enseñándola a guardar (vv. 20a), no como una receta doctrinal, sí, contribuyendo a encontrarnos con un mundo mucho mejor, que viva conforme y a la altura de estar insertados en una comunidad de vida Trinitaria que nos impulsa a salir de nosotros mismos y nos envía para caminar más lejos de lo que nos imaginamos, llenando de dinamismo nuestra existencia humana en todas las direcciones con la fuerza del amor (cf. Salmo 32, 5).
3. Ser enviados a la misión no es un carga, es un honor que nos compromete con nuestra realidad como parte de la familia Trinitaria de Dios, bautizados por la Trinidad. Pero, también nos hace pensar que podemos conquistar a muchas personas para que juntos podamos atraer justicia, libertad, solidaridad y vida para todos. Es decir, que podemos ayudar a descubrir a otros lo ricos que somos, descubrir que somos la imagen no sólo del Hijo, sino también del Padre (cf. Jn 14, 9), y en esta relación la imagen del amor que es el Espíritu Santo, pues: los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios son hijos de Dios (Rm 8, 14). De esta forma maravillosa y sorprendente, quienes nos sentimos hijos de Dios por el amor que es el Espíritu Santo, no estamos fuera del proyecto y de la familia de la Trinidad, estamos invitados a ser hijos en el Padre, y a ser hijos en el Hijo por la acción amorosa del Espíritu Santo para servir rescatando. Esto no nos puede causar miedo, duda, trancón y parálisis mental para avanzar porque contamos con la compañía de Dios uno y Trino, contamos con su bondad y misericordia permanente, su respaldo pleno: Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (vv. 20b). Tener el respaldo divino, el respaldo de la Trinidad es estar apoyados, protegidos, defendidos, seguros, cimentados en la Roca (cf. Mt 7, 24ss) ante las circunstancias de angustia, de adversidad que suelen surgir en el proceso y desarrollo de la misión (cf. Mt 10, 16-23). Por tanto, como hijos en el Hijo es posible continuar hacia adelante, viviendo un estilo de vida distinto, a la manera de la Familia de la Trinidad con cambios sorprendentes que nos da la fuerza para perseverar hasta el final, progresando y viendo las promesas de Dios cumplidas en nosotros por el amor inagotable de Dios.
Luis Fernando Castro P.
Teólogo- Magister en Familia
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es
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