EL DINAMISMO DE LA NUEVA VIDA Lc 20, 27-38

EL DINAMISMO DE LA NUEVA VIDA
Lc 20, 27-38
Luis Fernando Castro Parra
Teólogo PUJ
En medio de una realidad en la que por ratos prima la desesperanza, la incertidumbre, el dolor y el sufrimiento surge para nosotros un nuevo dinamismo que llena de esperanza y seguridad nuestra existencia, poniéndonos en un camino hacia la meta, donde nuestra vida toma sentido y realización porque nos conduce a superar lo temporal e inmanente para vivir y alcanzar lo eterno y lo trascendente, como regalo de Dios que va más allá de las limitaciones, intereses y perspectivas personales, mostrando así, que la vida de todos los seres humanos sumergidas y proyectadas en una experiencia de Dios no tiene límites ni termino. A la luz de la Palabra de Dios la resurrección como experiencia de vida en Dios constante nos impulsa a vivir para el Señor, participando ya desde ahora de la vida que ha vencido la muerte, logrando llegar a condiciones de vida y de relaciones diferentes, donde la vida es plena y permanente, vivida en un nuevo nivel de los hijos de Dios. Veamos:

1. Construir nuestra vida con responsabilidad (vv. 27-33): Encontrar algo que nos guste y nos apasione es abrir la posibilidad a dedicarle tiempo para lograr una vida plena. Esta consigna es importante, pero no siempre funciona así, porque nos impide progresar y probar nuevas cosas. Más aún, si no encontramos lo que nos apasiona, entonces estaríamos en una posición en la que no sabríamos por dónde comenzar ni a dónde llegar. Los saduceos que forman parte de la aristocracia sacerdotal y, que niegan la resurrección de los muertos, la existencia de los ángeles plantean un problema demasiado remoto y rebuscado al Maestro, con el fin de poner duda sobre aquello que sucede después de la muerte. Usando una norma en la que si un varón muere casado y sin hijos, su hermano debe tomar la viuda y darle descendencia (cf. Dt 25, 5-7), pretendiendo asegurar la propiedad de la tierra (don de la alianza) en manos de la familia, pero un poco exagerada...siete hermanos murieron y después la mujer... cuestionan sobre ¿de cuál de ellos será esposa? Porque los siete estuvieron casados con ella (vv. 33). En la resurrección las condiciones de vida son distintas, las relaciones humanas son vividas y experimentadas de un modo diferente, llevadas a un nuevo nivel donde lo importante no es la procreación o el matrimonio, sino la relación plena de ser hijos de Dios, por ello hombres y mujeres se relacionan unos con otros como hermanos y como hermanas. Sin embargo, muchos dudan y se comportan como los saduceos, negando la resurrección y la vida eterna. Por una parte algunos viven buscando algo que les apasione para vivir plenamente, centrados en sí mismos, en su poder, en su autosuficiencia, en sus propios esfuerzos; otros en cambio viven con la mirada elevada hacia arriba, perdidos y lejos de la realidad que les rodea, ocupados más por lo que puede suceder después de la muerte, pero actuando sin responsabilidad con su existencia, desenfocados en sus discernimientos y decisiones familiares y sociales, creando incluso imágenes de miedo y de temor. Cuando tenemos como meta en nuestra existencia la vida eterna, las realidades terrenales en todos las esferas humanas toman un nuevo sentido en nuestra vida, llevándonos a tomar conciencia para actuar con compromiso y responsabilidad, contribuyendo, ayudando y proyectando desde nuestros quehaceres particulares para que la sociedad se transforme y sea cada vez mejor. La estrategia de la resurrección que nos ha regalado Dios, comienza cuando comprendemos que el dinamismo de la nueva vida comienza cuando aprendemos desde ya a construir nuestra existencia con responsabilidad en todos los aspectos familiares y sociales, como trabajar en equipo comunitaria o laboralmente; cuando construimos una familia, valorando y respetando a la pareja y a los hijos, proyectándolos para que continúen generando vida; cuando ayudamos a que otros también crezcan y progresen integralmente, aportando juntos para que la sociedad sea y se desenvuelva en sus relaciones humanas en un mejor nivel de vida.

2. Construir al nivel de los hijos de Dios (vv. 34-36): Las condiciones de vida en la resurrección son asumidas en una actitud diferente y superior a lo que estamos viviendo en el presente. Jesús afirmará que somos como ángeles, hijos de Dios, hijos de la resurrección...(vv. 36), es decir que estamos en la capacidad, el esplendor y la fuerza todos de construir, de generar un estilo de vida distinta en la que como participes de la vida divina, y por tanto libres y felices garantizamos lo que viviremos en nuestra futura experiencia celestial. Es así como siendo hijos de Dios e hijos de la resurrección la vida presente es la oportunidad para comenzar a construir y experimentar el cielo, que es una nueva relación en comunión y sintonía permanente con Dios, consigo mismo y con los demás, o la decisión libre de estar lejos de Dios y de la creación fraterna con los demás, esto es construir el infierno. De esta manera, construir nuestra vida al nivel de los hijos de Dios es comenzar hoy a generar y facilitar espacios más sanos y fraternos con los demás seres humanos en todos los escenarios donde pertenecemos y participamos, compartiendo con generosidad la vida de Jesús resucitado. Es aquí donde nace la esperanza plena no como una fantasía o una ilusión que nos saca del compromiso constructivo con nuestra realidad, sino por el contrario nos sumerge en estas realidades con un estilo de vida responsable, dando lo mejor de nosotros con la certeza que como hijos y ángeles de Dios vivimos para el Señor participando desde ahora, en nuestra vida actual y presente de una vida plena que más allá de la muerte porque Dios es Señor que ama la vida. 

3. Todos viven para Dios (vv. 37-38): Considerar que Dios actúa con nuestra propio criterio y lógica es hacerse una imagen de que todas las relaciones humanas deben actuar a nuestro modo y a nuestro criterio. Sin embargo, la definición más hermosa que se encuentra de Dios en las palabras y enseñanzas de Jesús es afirmar que Él ...no es un Dios de muertos, sino de vivos porque para Él todos viven (vv. 38). La muerte de los patriarcas no quiebra la relación y la promesa de Dios, él sigue siendo su Dios después de su muerte y, por tanto ellos están vivos porque Dios no puede ser el Dios de un pueblo muerto, pues la vida reside en Dios y, solamente un pueblo vivo podrá alabarlo, amarlo y bendecirlo. Comprendemos entonces, que la vida de los hijos de Dios, viene de Dios y no termina con la muerte porque para Dios todos viven, pues Dios les da vida. El que vive para sí mismo, muere en su egoísmo y autosuficiencia, creando su propio infierno. El que vive para el Señor sabe que el cielo donde mora Dios no está arriba ni abajo ni a los lados, sino que Aquel reside en cada uno de nosotros, como seres humanos e hijos de Dios donde todos hacemos parte de Él y nos hacemos uno con Él. Esto nos impulsa a tomar una sorprendente y nueva posición clara y contundente de nuestra existencia en todas las esferas y espacios de nuestra realidad, ya que lo que hagamos o dejemos de hacer por decisión y acción de nuestra libertad, afectará nuestra realidad. Vivir para Dios es construir el cielo desde nuestra responsabilidad, personal, familiar y social que recorremos y llevamos en proceso en nuestra vida presente, entrando así, en el dinamismo de la vida nueva que es plena y permanente, la cual va más allá de nuestras expectativas, limitaciones y posibilidades, dando sentido y realización al regalo maravilloso de la resurrección.
Luis Fernando Castro Parra. Teólogo- Maestría en Familia

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