VOLVER AL PADRE DANDO LO MEJOR DE NUESTRO CORAZÓN Lc 6, 27-38 Séptimo Domingo Tiempo Ordinario (Ciclo C)
VOLVER AL PADRE DANDO LO MEJOR DE NUESTRO CORAZÓN
Lc 6, 27-38
Séptimo Domingo Tiempo Ordinario (Ciclo C)
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Luis Fernando Castro Teólogo PUJ |
La expectativa que tengamos en relación con otras personas, nos pone en busca de aprovechar con alegría al máximo nuestra vida cotidiana, superando toda situación adversa con las demás personas. El propósito de actuar con libertad y con felicidad nace del sentido de dar a nuestra vida, sacando lo mejor de nosotros, haciendo algo extraordinario a favor de las demás personas, viviendo y reaccionando de una manera adecuada y diferente, superando toda actitud egoísta, violenta e interesada en beneficio solamente propio, logrando vivir a otro nivel. A la Luz de la Palabra de Dios, Los discípulos de Jesús después de bajar de la montaña con el Maestro, se ponen en la llanura en una actitud de escucha frente a la enseñanza de Jesús, donde él desarrolla un proyecto nuevo de vida en tres aspectos, centrados en el amor a los demás, en especial al enemigo, a los que actúan de una forma violenta, abriendo la posibilidad a crear nuevas y mejores relaciones personales, actuando como el Padre de la compasión y la misericordia. Veamos:
1. Los retos que nos proponemos cada día alcanzar brindan claridad a las acciones y a las actitudes que nosotros podemos desarrollar en nuestra cotidianidad, moldeando nuestra forma de reaccionar frente a las demás personas, consiguiendo siempre algo mejor que nos facilite avanzar en nuestras relaciones personales. Jesús enseña a todos los que le escuchan a amar a los enemigos con un estilo de vida diferente a la violencia. El Maestro propone hacer el bien, aunque nos odien, a bendecir a los que nos maldigan, a orar por los que nos difaman, a presentar la otra mejilla a quienes nos hieran (vv. 27-30). Notamos que estas acciones no son pasivas, buscan que actuemos saliendo de nosotros mismos, dando lo mejor para hacer todo lo bueno posible a muchas personas. No es con mal como se vence el mal. El mal se vence haciendo mucho bien. Aquí el amor no se basa solamente en una reciprocidad, sino en amar al enemigo de manera adecuada, a quien muchas veces nos hace pasarla mal, nos mira con desprecio y no nos ama. El verbo amar es transformar la contienda en abrazos, dándole un giro a las situaciones, generando actos constructivos que nos conduzcan a crecer y fortalecer relaciones. En el amor no hay enemigos, este es el nuevo concepto del evangelio.
2. Responder a comportamientos violentos no siempre es fácil porque casi siempre se reacciona de la misma manera, acrecentando el conflicto y trayendo mayores problemas que nos distancian de los demás. Esto sucede porque no somos de madera ni de palo, ni tampoco de acero ni de hierro, somos tremendamente humanos y sensibles, nos duelen las agresiones y los actos violentos de otras personas. No vivimos dentro de una caja de cristal, estamos siempre en relación con muchas personas, comenzando por nuestra familia, amigos, compañeros de labores; personas desconocidas. Sin embargo, cuando nuestras acciones y comportamientos no se basan en actitudes y reacciones violentas, mostramos por una parte que la violencia, el robo y los abusos no es lo que nos identifica ni nos hace libres y felices. Y, por otra parte que ningún acto violento nos puede afectar y someter si aprendemos a no recibirlo para dar lo mejor. Quien es adversario y enemigo siempre tendrá las puertas abiertas para ser acogido y bendecido con la gratitud que procede del corazón de Dios. Lo que nos identifica a nosotros es la paz y el amor, la gracia de hacer el bien porque todos somos ungidos, somos presencia del creador (cf. 1Sam 26, 2-23), pero, al mismo tiempo porque en el manejo que damos a nuestras relaciones se nos convierte también en la manera de vivir a otro nivel como hijos de Dios, reconociendo en cada persona el valor de su dignidad y la justicia.
3. Al centrar nuestros pensamientos, decisiones y actos alrededor de lo que buscamos para ser mejor nos sentimos gratificados y plenos. Jesús continúa su enseñanza a sus discípulos dando un paso más, basado en una regla de oro: tratar a los demás como queremos ser tratados (vv. 31), pues ¿Qué mérito tiene amar a quienes nos aman, hacer el bien, a quienes nos hacen bien y prestar a quienes nos pueden devolver lo correspondiente? (vv. 32-34). Estas acciones son básicas y fáciles de realizar, no nos exige mucho cuando de amar se trata a los que nosotros amamos. La enseñanza del Maestro se centra ahora en una esfera nueva de vida que exige al discípulo dar lo mejor de lo que ha recibido, progresando con generosidad hacia la plenitud de la vida, la cual nos identifica con la acción misericordiosa del Padre (cf. Salmo 102), pero al mismo tiempo, nos suscita actuar de una manera diferente, con actitudes diferentes frente a las personas, logrando actuar con misericordia como el Padre es misericordioso y compasivo (vv. 35).
4. Comprendemos, entonces que las actitudes del discípulo van más lejos y más profundo de lo que podemos imaginar porque amar, hacer bien y ayudar a muchas personas no están centradas solamente para algunos y para los más cercanos, sino que ahora se extiende, se abre para muchos, incluso para aquellos que no conocemos e incluso nos lastiman y muchas veces consideramos enemigos. Todos sin excepción estamos invitados a amar desinteresadamente sin importar las situaciones o las adversidades. No hacerlo causamos en nuestra vida vacíos que nada ni nadie podrá llenar. Muchas veces rehusarnos de dar el paso al amor causa problemas psicosomáticos que hacen daño a nuestro cuerpo y a nuestras distintas relaciones humanas porque nos distancian de unos y de otros, nos aleja de la alegría y de la unidad, de la amistad y de la vida con sentido. Amar y hacer el bien no es ingenuidad porque el secreto de la vida, lo que nos puede devolver la alegría y el gozo de vivir a otro nivel es el amor. De esta forma, las distintas relaciones se caracterizan no sólo por decisiones, también por la iniciativa y la práctica del amor que rebosa no sólo hacia nosotros, sino además se expande hacia muchas personas.
5. Cuando una persona verdaderamente ama a otra persona, lo demuestra de muchas maneras, con detalles, palabras, regalos, es su centro de atención; sin embargo, esto no es suficiente si el amor se basa solamente en estas cosas. Hacer el bien, amar y dar lo mejor al otro, aunque no lo merezca, hace parte de la gracia de amar, de no caer en el juego del abuso y de la violencia, como tampoco en el deseo de devolver mal por mal. Amar consiste en ocuparme de los otros, aunque los demás nos llamen metidos o no quieran que nos involucremos con ellos. Pero, el amor lo requiere porque amar al otro no nos exige pretender cambiarlo ni que la otra persona sea como yo deseo que sea. Se trata es de ponerla en el centro de la atención para acogerla, abrazarla, darle lo mejor de nuestro corazón sin tener que violentarla. Por eso, Jesús depone en este sentido todo sentimiento de venganza y de desquite para que los impulsos que nos muevan sean de amor buscando el encuentro con el otro para hacer por las personas, en especial aquellas que nos hacen pasarla mal, todo lo bueno posible, rebosando en estos seres humanos amor y misericordia.
6. Estas acciones no es para complicarnos la vida, sino porque estamos hechos para amar y sólo en el amor encontramos sentido a nuestra vida y a nuestras relaciones con los demás en cualquier situación y circunstancia. Es así como entendemos que el amar no es posible a medias y solamente para algunos, como si fuera que el corazón estuviera partido o dividido puesto en dirección solamente para algunas personas. Amar es posible en su totalidad actuando de una manera extraordinaria y majestuosa, dando más de lo que recibimos sin límites y sin tacañerías, superando el individualismo, mostrando que podemos vivir humanamente el amor a otro nivel (cf. 1Cor 15, 45-49), donde las decisiones y las acciones que tomemos frente a muchas personas revelen la grandeza del Padre misericordioso, él lleno de compasión, de amor y de vida.
7. Desarrollar con dinamismo una actitud superior y distinta a las que marcan muchas personas, dando oportunidad a destacarse por hacer todo el bien posible, sin poner límites a la capacidad de ser respuesta atractiva y constructiva, sacando la mejor versión de nosotros, actuando como un canal de vida, venciendo la mezquindad y la expectativa ligera que tenemos de las demás personas, nos enfoca en el sentido de hallar la verdadera libertad y la felicidad. Jesús sigue avanzando en su enseñanza a sus discípulos dejando ver que las decisiones y acciones que tomen los discípulos frente a los demás tiene una medida que supera las expectativas (vv. 35-38). En primer lugar las decisiones de amar a los enemigos, de actuar con compasión y de dar tienen un referente y un secreto, el Padre de la misericordia: sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo (vv. 36). El Padre es bueno con los desagradecidos y los perversos (vv. 35). Entonces, la raíz de nuestros comportamientos y reacciones frente a los demás a otro nivel se basa en mirar las acciones del Padre de amor y de misericordia que nos habita para que no pongamos límites al amor ni tampoco caigamos en la mezquindad de encogernos por hacer el bien a otros, aunque no se lo merezca. Si Dios lo ha hecho por nosotros, también nosotros estamos en la capacidad de darle a los otros (vv. 38), lo que el Padre misericordioso nos ha dado. Es una manera de servir y de compartir lo mejor de nosotros haciendo crecer la vida.
8. Este es el sentido de estar facultados en la gracia, en la gratuidad. Esto debe mover nuestro comportamiento: Prestad sin esperar nada a cambio (vv. 35), sin desesperar, esperando que el mismo Dios sorprenda porque siempre llega con un plus de alegría y de gozo que nosotros no imaginamos: y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo (vv. 35b). Pero, también hay otra acción que hace parte de lo que somos, saber dar lo que Dios mismo nos ha dado: Dad y se os dará (vv. 38). Vivir como hijos de Dios consiste en estar impregnados a la manera de ser de Dios dando no sólo lo que nos corresponde dar, sino dando mucho más en medidas desbordadas porque el amor y la misericordia no cesa de rebosar sobre nosotros y sobre muchas personas. Esta misericordia de Dios que hemos recibido se desborda hacia las demás personas, funciona a través de nosotros para que poniendo la mirada en el Padre aprendamos a dar lo mejor de nosotros en nuestra concurrir de la vida. Por eso, en segundo lugar el ritmo que propone el Maestro en esta dinámica de dar lo mejor para vivir a otro nivel, consiste en no juzgar, no condenar (estos hay que saber frenar), perdonar y dar (estas acciones acogen y bendicen), pues los efectos de estas acciones serán sorprendentes y multiplicadas (vv. 38) porque al estar en sintonía con el mover y el corazón del Padre nuestra vida se colma de dones y de dinamismos a otro nivel sin medida y sin tener ningún cálculo que impida acoger y ofrecer al otro lo mejor, superando con amor y con altura todo momento difícil.
9. En resumen, ser bienaventurados es hacer conciencia de un Dios misericordioso que nos habita, que está presente en nosotros para que asimismo, nosotros hoy frente a situaciones adversas de desprecio, de odio y de violencia, respondamos de manera adecuada y sorprendente, pues nuestra recompensa no se mide en propiedades y en dinero, sino en ser hijos del Padre de la misericordia, del amor y de la gracia. Dar lo mejor de nosotros para vivir a otro nivel como verdaderos hijos de Dios, abre la posibilidad de crecer como personas, facilitando que las situaciones y problemas que se originan en la relaciones humanas no nos afecten negativamente ni nos conduzcan a reaccionar de un modo violento, sino que nos fortalezcan para que podamos actuar con el amor y la misericordia del Padre, mostrando que desde lo que somos como seres humanos es posible ser y actuar de una manera solidaria y generosa, maravillosa y distinta, viviendo con altura y a otro nivel cada uno de los aspectos relacionales que nos implican como personas, como hijos de la vida, hijos del Padre colmado de misericordia. La clave está en dar lo mejor de nuestro corazón, este es el primer paso para lograr grandes cosas en el amor y la misericordia del Padre. Un amor y una misericordia que se vierte constantemente en nuestra vida y que nos hace rebosar de alegría.
Luis Fernando Castro P.
Teólogo PUJ- Magister en Familia- ULIA
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es
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