RECIBIR EL ESPÍRITU SANTO PARA RENOVAR LA VIDA Jn 20, 19-23 Domingo Solemnidad de Pentecostés (B)

RECIBIR EL ESPÍRITU SANTO PARA RENOVAR LA VIDA
Jn 20, 19-23
Domingo Solemnidad de Pentecostés (B)
Luis Fernando Castro
 TEÓLOGO PUJ 
El proceso vital de todas las personas es innegable, en el modo constante como vamos cambiando, renovando, rompiendo con paradigmas que superan pensamientos, conocimientos y experiencias personales y comunitarias. Los cambios, consecuencia muchas veces de las distintas crisis que experimentamos, abren la posibilidad de descubrir algo más allá de lo que conocemos y de lo que hemos hecho, pasando de la oscuridad y del miedo a la alegría y al gozo, por la oportunidad de triunfar y de celebrar, de recibir y de aportar. Asimismo, nos permite encontrar un sentido asombroso y relevante de la vida porque seguramente hallaremos elementos y herramientas novedosas, dinámicas y efectivas que nos mueven a salir de nosotros mismos para hacer mucho bien a muchas personas; provocando que todo se mueva de una manera integra; en un dinamismo distinto, constructivo y sorprendente con dimensiones grandiosas e incluso inigualables, marcadas por la solidaridad, el desborde de dar lo mejor a través del servicio; y por el crecimiento de nuestra historia y de nuestra realidad a la que pertenecemos y estamos constantemente llamados a seguir construyendo y aportando de una manera libre, sólida y responsable. A la Luz de la Palabra de Dios, Jesús Resucitado en el primer día de la semana da cumplimiento a sus promesas, se acerca de una forma nueva y plena para que sus discípulos encerrados y llenos de miedo, reciban el Espíritu Santo, la paz, la alegría y la misión; y, así desarrollen una vida con un dinamismo nuevo, desde dentro; participen como verdaderos resucitados llamados a bendecir y a vivir de una manera plena. Veamos: 

1. En el camino de nuestra experiencia de vida surgen algunas "rocas" que entorpecen el crecimiento y el progreso integral. Parece fácil decirlo ahora, pero lo que hay que hacer es quitarlas del camino para continuar avanzando y creciendo en todos los aspectos, siempre hacia adelante, superando lo que nos estorba o nos impide encontrarnos con una nueva manera de vivir por la acción y el dinamismo del Espíritu Santo, quien hace posible que nuestra vida tome sentido y significado a lo que somos y a lo que podemos hacer para continuar hacia adelante, participando en el proyecto de la vida que nos propone Dios. Por el Espíritu Santo la comunidad y la persona se renueva, no se queda anclada ni tampoco pensando meramente en el pasado, encerrada en sí misma. El Espíritu Santo aliento de vida, tan humilde que ni siquiera tiene nombre propio, pues Dios entero es espíritu y todo lo que hay en él es santo, no se puede reducir a un símbolo a un concepto. Tal vez no podamos decir quién es, pero sí, qué es lo que hace cuando una persona lo recibe y lo acepta en su corazón. El Espíritu Santo es libre; no se deja controlar y siempre está buscando un lugar donde residir. El Espíritu Santo es suave y viene como una ráfaga de viento sereno como es el amor y la paz; viene como un fuego admirable que aviva y transforma nuestro interior para que saliendo de nuestra frialdad y fragilidad actuemos con valentía, haciendo cosas que antes nos parecían inalcanzables realizar.

2. Jesús resucitado se presenta a la comunidad reunida de los discípulos al atardecer (oscuridad) del primer día de la semana y los encuentra con las puertas cerradas (el corazón cerrado y vacío), llenos de miedo, de temor y de dudas por las reacciones que podrían tener los judíos contra ellos (vv. 19). Los discípulos están en un estado de estancamiento, paralizados, permanecen como dentro de un sepulcro donde lo que reina es el miedo, el pánico, la muralla de la incredulidad y de la oscuridad como raíz de todos los males. Los discípulos reunidos y encerrados han levantado una gran barrera que les impide ver nuevas oportunidades, nueva vida de acción que los conduzca a la realización y a la bendición. Pero, Jesús tomando la iniciativa, se hace presente en medio de la comunidad (vv. 19c); él atraviesa todas aquellas barreras que están impidiendo caminar y experimentar la realidad y el dinamismo del Resucitado; los lleva hacia nuevas expectativas. Jesús había sido abandonado en el momento de la cruz, ahora presente en medio de la comunidad muestra que él no está ausente, él no abandona, el sigue pastoreando y acompañando a la comunidad con fidelidad. Jesús sigue fiel a sus discípulos; sus palabras mantienen la esperanza y la alegría. Él no nos ha dejado solos, aún cuando la comunidad o nosotros no lo llamemos y ni siquiera esperemos algo de él. La mano de Jesús resucitado está siempre tendida para ayudar, para levantar y para renovar nuestra existencia con el objetivo de continuar hacia adelante. Esta es la misma acción del Espíritu Santo que abre puertas y ventanas (cf. Hch 2, 1-11), que viene como energía, como luz que aviva y transforma los corazones que están cerrados y en oscuridad. 

3. Podemos ver que Jesús resucitado se pone en medio de nuestra vida o de nuestra comunidad para animar y para ayudar cuando la vida se nos cierra o cuando no hallamos sentido y significado a lo que somos y a lo que hacemos. El miedo es la parálisis de la vida que encierra, raíz de muerte que nos impide avanzar. Por eso, una comunidad replegada que no se abre se enferma, se estanca como un anclaje en el fondo del mar. En esta situación viene Jesús resucitado para gestionar nuestra fragilidad y por ende, los discípulos se alegran (vv. 20). La presencia plena del resucitado en el Espíritu Santo es constante para que la comunidad no se sienta confundida y desvalida ni tampoco desfallezca en su labor y en su proceso de vida creciente, antes bien son enviados a la misión (vv. 21). De esta manera, el Espíritu Santo se hace carisma, belleza distinta para toda persona que esté en la capacidad de afirmar desde lo más hondo del interior, Jesús es Señor (cf. 1Cor 12, 3-12). Experimentar una vida con dinamismo permanente desde dentro en el Espíritu es importante porque nos damos cuenta que Jesús sigue presente en nuestra vida y en nuestra realidad para que con él superemos lo que nos estorba, lo que nos impide avanzar, lo que nos oscurece el corazón y nos abre a un gran vacío, aprendiendo a mirar más allá de lo que hemos establecido como ley o una doctrina, logrando dar dinamismo a nuestra existencia en todos sus aspectos, hallando siempre algo nuevo, movido por las acciones sorprendentes del Espíritu Santo (Dios dándose constante y fielmente), superando, incluso lo que ya conocemos, pensamos y cómo lo estamos llevando a la acción (cf. Hch 2, 4), ordenando todo según la voluntad maravillosa y agradable del Padre. 

4. Este es el sentido de las lenguas de fuego (cf. Hch 2, 3) que posaba en cada persona en el cenaculo; enciende un corazón, desposa una libertad y consagra una diversidad, dando una santidad única e irrepetible. Dios con el Espíritu Santo hace de nuestra unicidad y diversidad una gran riqueza para el servicio de todos (cf. 1Cor 12, 4, 6) en el mundo. La comunidad Posada en el Espíritu Santo es entonces, el Cuerpo de Cristo que es unidad; un Pentecostés continuo en medio del mundo para transformar, renovar y vivificar. La presencia del Espíritu en la comunidad abre caminos, da sentido en la búsqueda constante de la vida. Un dinamismo maravilloso porque en Jesucristo somos uno, y en el Espíritu somos únicos; personas auténticas con una identidad única y asombrosa. Pretender quedarnos al lado de la oscuridad, de la preocupación, de la tristeza y del miedo, el resultado que conseguiremos solamente es encerrarnos en nuestra propia existencia, quedándonos anquilosados interiormente, encerrados en una burbuja, oscilando en lo mismo y sin darnos el lujo de disfrutar y de gozar la novedad creativa de la vida que siempre nos sorprende (cf. Hch 2, 2) y nos ayuda a experimentar la plenitud del poder divino que nos da vivir la experiencia del Espíritu Santo: todos quedaron llenos del Espíritu Santo (Hch 2, 4). 

5. Toda novedad creativa trae consigo aspectos vitales y constructivos que se convierten en una herramienta para continuar avanzando y compartiendo con los demás. La presencia de Jesús resucitado en medio de la comunidad de los discípulos ofrece un comienzo totalmente nuevo, pues en medio del miedo, de la oscuridad y la duda la comunidad tiene a quien es la luz y vencedor del mundo (cf. Jn 16,33) para que brote en el discípulo la posibilidad de avanzar y transformar las realidades personales, sociales y comunitarias (cf. 1Cor 12, 3-13), logrando ser una comunidad bien coordinada y atractiva que muestra el rostro del resucitado, proclamando la unidad y la fraternidad, aun en medio de las diferencias (cf. Hch 2, 6) y de la diversidad de un cuerpo que aparece como una obra del único Espíritu Santo (cf. 1Cor 12, 4). De esta manera, los apóstoles "embriagados" de esperanza, de confianza y de generosidad, de alegría hablan en otras lenguas (cf. Hch 2, 5-11) para consolidar a Cristo en nosotros, él plenitud de vida en lo humano. Es así, como nosotros estamos en él, y él en nosotros, en el gran océano de amor y de vida que nos permanece.

6. La presencia del resucitado que viene ahora plenamente en el don del Espíritu Santo en Pentecostés está en medio de la comunidad; él regala siete (7) obsequios para la comunidad; para cada uno de los que están presentes; trayendo cumplimiento y plenitud novedosa, que como herramienta vital crea una nueva relación de vida con la Vida, impulsada por la fuerza maravillosa y siempre sorprendente del Espíritu Santo, que es el amor personal del Padre y del Hijo y, así avancemos integralmente, transformando y contribuyendo al crecimiento y al progreso de nuestra vida y, asimismo, como aporte para muchas personas sin tener alguna prevención y/o presunción: 1. La Paz (insistencia de Jesús, pronunciada tres veces: vv. 19.21.26), como posibilidad de buena relación consigo mismo, con Dios y con los demás va más allá que un simple saludo, pues no se trata de un augurio o de un hecho meramente piadoso, sino de un acto caracterizado como don que muestra la cara de la victoria y de la transformación, la seguridad para hacer frente a las situaciones y a las distintas circunstancias que nos pueden suceder en el mundo. En este sentido, nuestra vida toma cuerpo y firmeza en la manera cómo podemos afrontar las distintas situaciones que suelen surgir en nuestra vida, algunas adversas y difíciles como desafíos por superar; otros porque en medio del dinamismo de la vida surgen conflictos que ocasionan el desvío de nuestra la mirada hacia el miedo y el fracaso, impidiendo que continuemos caminando hacia la meta. Dotados de la paz hará que sea posible salir vencedores en medio de las dificultades, persecuciones, calumnias o conflictos que surgen en la dinámica de la vida, destrancando las puertas y las ventanas que nos impiden ver más allá de lo que estamos viendo y experimentando en nuestro interior para que con confianza, unidos y aferrados al Espíritu caminemos hacia algo más grande y sorprendente. 

7. Sanar las heridas (2) causadas por la violencia, el abandono, la persecución, el dolor es el segundo obsequio (vv. 20a). Sanar las heridas, no sólo permite mostrar que se ha vencido sobre lo que puede llegar a enfermar las relaciones personales y comunitarias, también muestra el inmenso amor, el cariño por los demás. Por eso, aunque las heridas se toquen ya no dolerán porque ya han cicatrizado por la fuerza de la vida y del amor (vv. 20b). Entonces el amor no retrocede nunca a la hora de dar la vida por muchas personas. El amor se desborda y da vida, alegría, felicidad, da un nuevo modo de funcionar (cf. Hch 2, 1-11). Y esto vale la pena porque nos permite encontrarnos con la fuente de la vida, esa vida que nos hace nacer a una vida nueva en el Espíritu divino y. en el que podemos participar impulsados por esta fuerza a hacer cosas maravillosas y sorprendentes. 3. La Alegría (vv. 20c) es otro de los obsequios fundamentales para disfrutar más y mejor cada instante en el dinamismo de la vida. La alegría, por supuesto va más allá de un instante o de un momento sentimental o emocional, no depende de estas situaciones y circunstancias (cf. Jn 16, 20.22). Es la capacidad de reconocer que todo lo que está en el entorno influye para mejorar la calidad de nuestra vida. La Alegría es una decisión personal que nos ayuda a hacer conciencia que todo se convierte en bendición. Y, aunque en la dinámica de la vida algunos aspectos no salgan como se esperaba, esto no impedirá que la alegría se opaque porque hallará oportunidad para aprender y continuar avanzando, descubriendo nuevas expectativas que seguramente serán superadas, sintiendo el amor permanente, generoso y siempre fiel del Padre. 

8. El envío (4) (vv. 21c). No hay nada más emocionante saber que como personas somos una antorcha encendida, con una identidad propia para recrear, para renovar la dinámica de la vida, dejando que el Espíritu Santo insufle todo su poder y su fuerza para bendición de toda la creación (cf. Salmo 103, 1. 24-34). Con el Espíritu Santo se nos ha dado el poder de ser hijos de Dios con dignidad, bautizados en el mismo espíritu (cf. 1Cor 12, 3-7) y siempre dispuestos a hacer cosas mayores como familia de Dios convocados por el mismo espíritu que nos llama a la unidad y a la confianza. De esta manera, se vive para vivir y para aportar al crecimiento de muchas personas, participando de la vida del resucitado, continuando su misión en el mundo. Para esto es necesario acoger con sentido lo que se nos ha regalado, para que capacitados en la novedad y con el dinamismo de la vida, ofrezcamos elementos constructivos para el bienestar de los demás, conduciendo a vivir una vida con sentido y plenitud, pues el Espíritu Santo, es principio creador de esta vida. 5. El soplo (vv. 22a). Esta acción simbólica vivifica, alienta (cf. Gen 2, 7) y promueve, abriendo la puerta a un nuevo comienzo, a un nuevo amanecer sin ocaso. Nacen hombres y mujeres nuevas que tienen una vida común con el Padre para santificar nuestra vida y estar en la capacidad de llevar a cabo la misión de una manera adecuada y siempre constante. El soplo, abre una nueva creación compartida con el Padre. El soplo hace que aquello que parece acabado, seco y sin vida se levante, se renueve y se recree en el amor y en la fuerza de la vida para compartirlo, entregarlo o sencillamente para disfrutarlo junto con otros, despertando el Espíritu de la vida nueva en un espacio abierto donde nos encontramos con mucha gente (cf. Hch 2, 5-11), que aunque diversa, hablamos en un mismo sentir y en un mismo lenguaje llamado Amor, superando el egoísmo, la mediocridad espiritual y las confusiones para centrarnos meramente en el proyecto maravilloso de Dios que nos mueve y nos permite mantenernos avivados, despiertos superando la corteza de la vida para saborear la vida desde adentro. 

9. Recibir Espíritu Santo (vv. 22b) es aceptar el amor sin medida y generoso de Dios; la plenitud del poder divino dado con tanta generosidad por el Padre y el Hijo. El amor del Padre y del Hijo es un lenguaje (cf. Hch 2,7) que nunca se agota porque es el mismo Dios dándose a la humanidad. Tiene la finalidad de amar sin condiciones y sin ninguna reserva. Sumergirnos en este amor nos da la capacidad de amar, de disponer y entregar la vida para que otros también se realicen y se desarrollen en su libertad, actuando con responsabilidad. Pero además, recibir el Espíritu Santo nos suscita mantener una acción constante de adoración que nos permite estar unidos en un solo corazón (cf. Hch 2, 1), cantando la acción de Dios permanentemente en nuestra historia desde nuestro interior para comunicar la vida como testigos del amor eterno. Una gracia que nos hace sentir bendecidos por el Espíritu Santo para bendecir a muchas personas. 7. Perdonar los pecados (vv. 23). En la dinámica de la vida, amar va de la mano del perdón. Perdonar hace vivir a la otra persona porque facilita reconocerlo como lo que es, dejando la puerta abierta a una nueva relación. El Perdón como también el amor hace que todas las cosas sean nuevas para nosotros y para las relaciones que construimos. Dejarnos, recrear por el amor de Dios para entrar en una relación intima con él nos permite hacernos constructores y servidores de la misericordia abriendo un oasis de reconciliación en todos los desiertos donde está presente la violencia y el conflicto. Desarrollar la misión del Perdón nos acerca a las personas y nos permite abrir nuevos caminos que avivan el fuego de la vida, del amor y de la alegría, confortados así en el calor que nos une como la gran familia de Dios (cf. Hch 2, 3). Ofrecer el amor sin medida y perdonar es una tarea de quienes acogemos la novedad de la resurrección y la vivimos en el proceso de nuestro proyecto de vida como resucitados, lanzados y enviados hacia la misión, restaurando existencias devastadas y desanimadas para que sanados y fortalecidos en las relaciones personales vivan el encuentro desde la intimidad y la comunión con el buen Dios.

10. A la hora de establecer y desarrollar objetivos que aporten a nuestra vida es vital superar todo aquello que nos impide o nos encierra para que desarrollemos con dinamismo adecuada y responsablemente la misión (vv. 21). Con frecuencia no hemos percibido todo lo que hay en nosotros ni mucho menos haberlo recibido y aceptado. A veces se nos escapa porque creemos que es muy pequeño o porque esta reservado solamente para algunas personas. Como si la experiencia del Espíritu Santo fuera propia sólo para privilegiados. La presencia viva del Espíritu Santo trabaja constantemente desde dentro de nuestro corazón,  pues él nos comunica al mismo Dios en lo más intimo de nuestra existencia. Es el Espíritu, el poder divino, el amor desbordado que en la diversidad manifiesta sus múltiples dones y carismas (cf. 1Cor 12, 3-13) para que nosotros podamos tener un cupo responsable en nuestra realidad con la función única de edificar y construir comunidad de vida, de misericordia y de amor. Esto es posible cuando surgen personas nuevas, que dejándonos envolver y revestir de la fuerza, de la riqueza y del impulso del Espíritu Santo (vv. 22) aceptamos sus bendiciones y nos disponemos a bendecir. Este en el primer paso hacia la dirección correcta de vivir en plenitud. Nadie nos juzga si no perdemos la mirada en ideal claro, a pesar de las caídas y de las posibles fragilidades. Los perfectos no son lo que tienen los mejores compromisos, sino los que puestos en camino avanzan en el viento y el fuego del  Espíritu Santo.

11. Todos como personas hemos recibido la gracia y el poder de ser hijos de Dios para que superando la oscuridad, el miedo con el perdón y el amor, la angustia y la persecución con la acción creadora y santificadora del Espíritu Santo, logremos perseverar y avanzar en nuestras metas, renovando con dinamismo la comunidad y los distintos ambientes de nuestra vida, ayudando a ordenar la vida de otros por el obsequio del perdón (vv. 23) y el amor, abriendo la puerta de la libertad, del cambio y la transformación para lanzarnos hacia nuevas cumbres (cf. Hch 2, 7-9), como portadores de las abundantes gracias recibidas por la presencia del resucitado, viviendo así como apóstoles de la luz, no anónimos, sino públicos, llenando e iluminando el mundo hasta la faz y más allá de la tierra. Recibir el Espíritu Santo es sentirnos de forma perenne en Dios con el compromiso de cambiar y recomponer la vida, siendo una señal viva de la acción maravillosa del Espíritu Santo donde se abren caminos para renovar lo que se había congelado, recomponer caminos donde todo parece perdido. El Espíritu Santo lo recompone todo en la vida y en el amor. Él todo lo renueva, de manera maravillosa, sorprendente y siempre nueva.

12. En resumen, en este camino de vida suelen surgir las adversidades, los momentos en los que nos sentimos encerrados, cargados de miedo y de duda; pero, esto no puede opacar el desarrollo eficaz de la misión ni el valor sorprendente de continuar contribuyendo con humildad, con confianza y con seguridad en la tarea de mejorar la calidad en todos los aspectos de nuestra vida y de nuestras relaciones personales; pues, con la promesa cumplida de recibir y aceptar siempre el adorable Espíritu Santo, Él que trabaja constantemente y nos posee en el corazón podemos vivir como resucitados para bendecir a muchas personas, actuando desde adentro, en un Pentecostés eterno con la capacidad de mantenernos en alto y en una actitud constante para dar el testimonio del amor del Padre y de Cristo resucitado. Recibir el Espíritu Santo nos hace personas diferentes sin apariencias, viviendo en armonía con nosotros mismos para que difundamos el polen del amor y de la vida; atentos al amor que nos habita con ternura, viviendo en unidad con la creación entera.
Luis Fernando Castro Parra
Teólogo- Magister en Familia
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es

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