ADORAR A DIOS AMOR COMO TRINIDAD Jn 3,16-18 Solemnidad de la Santísima Trinidad
ADORAR A DIOS AMOR COMO TRINIDAD
Jn 3,16-18
Solemnidad de la Santísima Trinidad
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Luis Fernando Castro P. Teólogo PUJ |
1. El amor verdadero, generoso y sin límites consiste en saber salir de sí mismo para entregarse y darse para bien de muchas personas. En el diálogo de Jesús con Nicodemo se revela cómo detrás de la experiencia del Jesús crucificado está el amor generoso del Padre, fuente de vida, quien lo ha dado y entregado todo por amor a la humanidad. Un amor que se ocupa de todos sus hijos para dar lo mejor y de buena calidad: Porque tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna (vv. 16). Este amor de Dios Padre es inmenso y asombroso porque le llevó a dar, a entregar, al único Hijo, manifestando su gran amor a través de lo humano, mostrando que su amor al mundo y a todos nosotros está por encima del amor a su Hijo y, así tengamos una vida abundante, vida generosa, vida en Dios. El amor del Padre es signo de un amor siempre permanente y nuestro, el cual se abaja y no abandona nuestra vida y nuestras realidades, comprometido constantemente hasta dar a su propio Hijo como don valioso para bendición de todos los seres humanos. Asimismo, podamos identificamos como hijos amados del Padre. Un amor siempre presente que acompaña a la humanidad por medio de su bondad y de su misericordia (cf. Ex 34, 4b-9). Este amor tiende su mano de modo gratuito y sin reservas para que todos entremos en comunión y, en una nueva relación con Él, viviendo la condición de hijos, pero también la condición fraterna entre unos y otros con la certeza de que el Padre nos ama a todos con un amor eterno, unidos en la misma gracia de su amor. Es decir, nos incorporemos y participemos del amor y de la familia Trinitaria.
2. El amor del Padre como fuente de vida nos hace renacer constantemente, es un amor que brota de lo más intimo del Padre en el que él mismo se complace de hacer parte de nosotros en todas las situaciones y las circunstancias de nuestra vida. Un amor que se presenta como acogida para que todas las relaciones humanas y personales crezcan y se fortalezcan en esta misma fuente de vida y de amor. Por eso, Dios no es alguien lejano y extraño para nuestra vida. Antes bien el amor del Padre es digno de confianza, de gloria y de alabanza (cf. Daniel 3, 52-56) porque no sólo es Dios de nuestros padres, también es Dios nuestro, Dios cercano. Un Padre que nos ama y nos acompaña, que abraza lo que más ama porque él así lo quiere. No es condicionado. Este amor muestra la esencia, la característica de un Padre que es amor (1 Jn 4,8), que tiene la capacidad de desprenderse para dar lo mejor a sus hijos para que seamos libres y felices: Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él (vv. 17), es decir un amor preocupado por la salvación y el bienestar de lo que él más ama y aprecia. Dios quiere lo mejor para nosotros y lo da de buena calidad. Por eso, este amor sale al encuentro de nosotros para que también nosotros despertemos la capacidad de salir de nosotros mismos y, así nos dispongamos a servir a muchas personas y, de esta manera reflejemos la identidad de hijos del Padre.
3. Este amor no se limita, lo da todo y de una manera abundante, enriqueciendo y bendiciendo a todos los seres humanos. Este amor honra a sus hijos sin escatimar nada para que nosotros como hijos sin distinciones ni exclusiones seamos amados. Y si el Padre ama a todos, asimismo estamos invitados a amar a todos creando lazos fraternos que nos permitan sanar heridas y avanzar, dando lo mejor de nosotros para los otros. El amor del Padre es sinónimo de dar y hacerlo con abundancia (cf. Jn 10, 10b), con generosidad y sin límites. Por eso, Dios, mundo y amor no caminan por separado porque el amor que se nos da, acorta las distancias y crea una conexión entre Dios y el mundo, en el que el mismo Dios, quien es amor (cf. 1Jn 4,16) desborda de manera sorprendente sobre nosotros, sumergiéndonos en un gran océano, llamado Amor. Es, así, como podemos proclamar que en nosotros hay una vida trinitaria caracterizada por un amor digno de aceptar y adorar. La relación del Padre, del Hijo y la de su Amor es la inspiración y la gracia de nuestras relaciones comunitarias y de nuestros distintos núcleos familiares (cf. 2Cor 13, 11-13). Un amor generoso y comunitario: distintos y diversos, pero unidos en el amor.
4. El Padre no sólo nos ha dado a su Hijo, también nos ha dado la creación para que la disfrutemos y nos gocemos en contribuir a que sea mejor. Esto puede cambiar nuestra perspectiva porque nos surge una nueva manera de apreciar y de ver el mundo con todas sus implicaciones porque a la luz de los ojos de la vida hay esperanza a pesar de las resistencias y de lo adverso que suele muchas veces mostrarse el mundo para nosotros. Quien acoge y abraza la fuerza del amor abre la posibilidad al servicio incondicional y generoso, favoreciendo y facilitando caminos y herramientas para que muchas personas se sientan amadas, acompañadas y bendecidas. Por eso, cuando tendemos a centrarnos en nosotros es necesario salir de sí mismo desarrollando acciones y servicios de vida que beneficien y conserven (salvar) a los demás porque sólo saliendo de nuestro egoísmo nos encontramos no sólo con la grandeza que está en nosotros, también nos encontraremos entregando y dando amor sin límites.
5. El Padre no sabe dar otra cosa que lo mejor para todas las personas. Nos ha dado también la presencia maravillosa del Espíritu Santo, es decir el Amor pleno para que nosotros vivamos y disfrutemos nuestra existencia de una manera plena donde nuestros esfuerzos ni nada se pierde. Todo lo que podamos hacer por los demás dando lo mejor de nosotros impactará y se obtendrá grandes y mayores cosas (cf. Jn 14,12). Es aquí donde el Amor sin límites toma sentido porque se convierte en la capacidad que todos tenemos de centrarnos en favor de otras personas, pensando más allá de nosotros mismos, ayudando a los demás, haciendo una donación desinteresada de nosotros para que otros descubran su identidad de hijos y logren crecer y facilitar caminos de vida abundante. Quienes nos entregamos y aportamos a los demás, por una parte somos más felices, y, por otra, logramos dejar que se desborde abundantes bendiciones para muchas personas. De esta manera, la vida eterna no será una vida dilatada o lejana, sino distinta, transitada por el amor, por el servicio y por la entrega, superando situaciones adversas que nos conducirán seguramente a una vida plena, pues a Dios no le interesa los juzgamientos ni los tribunales: el que cree en él no es juzgado (vv. 18)
6. La acción de querer lo mejor para los demás se llama amor incondicional. El presente, el obsequio generoso y maravilloso del Padre ha sido su Hijo porque su amor es incondicional, un amor de calidad...de tal manera...(vv. 16), un amor constante que tiene como objetivo la salvación inmediata y definitiva de sus hijos para que crezcan, progresen en todos sus aspectos y lleguen así a realizarse en este mismo amor. Por eso, el amor incondicional es una decisión que tomamos desde nuestra libertad. El amor no es algo impuesto, por el contrario, es una fuerza inmensamente potente para servir y aportar, no importando las consecuencias ni las decepciones porque se ama la esencia de las personas, sin interesar si se ha equivocado o ha fallado a través de sus actitudes y acciones. Es un amor, por tanto que no juzga ni busca condenar, es un amor que busca conducir hacia la realización personal (...tengan vida eterna...vida abundante) en el que es posible vivir en relación adecuada con otros que son distintos a nosotros, de una manera plena, superando las limitaciones, transformando la vida completamente haciéndola mejor de lo que ya es sin excepciones. El que ama incondicionalmente apoya el crecimiento personal e integral de las personas amadas, consciente de que ningún esfuerzo se perderá. El que ama siente la fuerza de cuidar y de ayudar más a las personas, cultivando talentos y, en consecuencia, cuidando con responsabilidad personas libres y felices. Este amor, empero no evitará el dolor y el sufrimiento, los conflictos y las adversidades pero, siempre será un apoyo para acompañar en la forma de superar y de aprender lo que nos propone la vida, creando fuertes lazos de amor necesarios para manifestar la bondad amorosa de la vida por la vida. Quien ama refleja la vida eterna que existe en su interior y, por ende adora a Dios amor como Trinidad: Un Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
7. Ahora bien, uno de los grandes aspectos que tenemos como personas, es la libertad con decisión y responsabilidad. Ésta es la capacidad que todos, como seres humanos tenemos para dar respuesta adecuada y buena para los demás. El amor sin límites e incondicional del Padre quiere que sus hijos crean en Él para que aceptando a su Unigénito permanezcamos en la unidad y en fuerza maravillosa del amor: el que cree en él no es condenado (vv. 18). Sin embargo, no aceptar este amor gratuito no es responsabilidad del Padre. Este amor constante y constructivo, no requiere si es recibido o no, pero sí es para nosotros importante para nuestra realización personal y desarrollo eficaz de nuestro proyecto en la vida. Aceptar este amor sano y constructivo es un acto de decisión y de libertad responsable que nos conduce a vivir saludablemente consigo mismo y en relación con los demás. Quien se deja amar conduce y entrega su vida para que otros también se sientan amados y vivan de una manera nueva, proyectada y enfocada más allá de sus posibilidades y limitaciones. Esto es posible por el Espíritu Santo que nos guía hasta la verdad completa (cf. Jn 16,13), el Paráclito, el Espíritu que viene en nuestra ayuda para que caminemos hacia la plena realización como personas, como hijos del Amor trinitario y eterno.
8. Es el Espíritu de la verdad, del amor y el consuelo, quien en medio de la fragilidad de los seres humanos, nos da la fuerza para transformar nuestra vida y, así orientarla hacia la plenitud. Por eso, la calidad del amor es aceptar y renovar el amor del Padre para mostrar el amor y, conducir hacia el amor con la decisión de aportar, de construir y desarrollar acciones de vida en bien de los demás. Asimismo para que todos juntos gocemos de las sorprendentes maravillas que distingue el amor de Dios trino.
9. En resumen, Adorar a Dios como Trinidad es sumergirnos en el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, caminando siempre en dirección hacia la verdad completa, en sintonía con este mismo amor en el que podemos participar de la gloria de la Trinidad. Y bajo la luz de esta gloria todos nosotros quedemos envueltos en la fuerza y en la intensidad maravillosa del amor que es propio de Dios, fuente de la vida y del renacer de nuestra existencia para que viviendo en este mismo amor crezcamos en todas nuestras relaciones humanas, superando la soledad, las incomunicaciones y los aislamientos, colocando nuestra existencia en un plano distinto: en el amor generoso y sin límites que viene de Dios, pues todos fuimos creados para vivir y, por tanto tenemos la capacidad de amar con el amor de la Trinidad que habita en nosotros y, así renacer con confianza y con las ganas de amar y de continuar siempre hacia adelante. Además, el amor que nos identifica con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo nos facilita compartir de su vida para que estemos siempre iluminados y movidos por este amor transformante del Dios familia que nos acoge y nos bendice a todos, símbolo y germen del nuevo mundo querido por el Amor generoso del Padre que lo ha dado todo por amor a sus hijos.
Luis Fernando Castro P.
Teólogo- Magister en Familia
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es
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