Todo cambio y proceso que realizamos en nuestra vida implica dar un paso importante para continuar progresando en todos los aspectos de nuestra existencia. Mejorar para enriquecer lo que somos como personas y lo que hacemos, dando lo mejor nos facilita desarrollar la capacidad que tenemos de progreso. Progresar nos facilita fortalecer constantemente nuestras relaciones personales, familiares y sociales, donde hallamos como meta y clave central una nueva relación con el Padre. Esta relación integra los sentimientos, los pensamientos, las palabras y el desarrollo eficaz de las acciones que conducen a transformar realidades. Además, expande y ayuda a que nuestros procesos y proyectos crezcan, de una manera constante, contribuyendo a construir en el mejoramiento y crecimiento en la calidad de nuestra vida. Una propuesta que nos conduce a vivir desaprendiendo para volver a aprender, viendo las relaciones, la realidad y al mundo de una forma distinta, ordenada y en progreso. La clave para alcanzar buenos resultados es la perseverancia, entendida ésta como un esfuerzo continúo que activamos para poder mantenernos firmes en lo que emprendemos y seguimos en el proyecto que nos hemos propuesto. A la Luz de la Palabra de Dios, Jesús enseña a la comunidad a orar con perseverancia, poniendo todo nuestro ser en sintonía al mover y al proyecto maravilloso de Padre que nos da su Espíritu de manera desbordada. Veamos:
1. Ocuparnos de aprender algo nuevo cada día enriquece nuestra experiencia y calidad de vida en todos los aspectos. Cuando Jesús termina de orar en algún lugar, uno de los discípulos con el deseo de aprender algo más se acerca al Maestro para pedirle que le enseñe a orar, como Juan enseñó a sus discípulos (vv. 1). Jesús los instruye en la forma de orar desde un modo sorprendente porque sus palabras están enfocadas en crear una relación constante con el Padre (vv. 2-4. 11-13). La oración de Jesús tuvo que ser muy atractiva y maravillosa porque los discípulos querían aprender a orar como lo hacía el Maestro. Parece que ellos quieren sentirse como Jesús se sentía después de orar con el Padre. Es decir, la forma de orar se aprende, aunque sea espontánea y nazca del corazón de la persona. Para el momento, todo profeta como Juan Bautista, enseñaba a su grupo de seguidores a orar, por eso, los discípulos que seguían a Jesús no podían ser la excepción. Ellos quieren descubrir un tipo de oración que los identifique como seguidores del Maestro, pues Jesús siempre estuvo en oración, sobre todo para los momentos clave de decisión y de misión. Para él era tan importante la oración que los discípulos lo notaban, queriendo tener la actitud de aprender a orar como el Maestro. Así que, Jesús respondiendo a la petición y sin ninguna tardanza educa a la comunidad para orar con un sentido de cercanía y de intimidad con el que él llama Papá, Papito (Abbá). Este aspecto llega a ser novedoso para el tiempo y para la cultura porque la gente no se atrevía a llamar a Dios por su nombre (lo llamaban Adonaí- Mi Señor) ni mucho menos llamarlo con tanta cercanía y confianza, pues Dios era considerado rey y Señor. Su nombre era impronunciable. El respeto y la imagen que las personas tenían de Dios era inmensa, pero lamentablemente lejana y exclusiva solamente para algunos. Las personas se referían a él como el Dios Todopoderoso, Señor creador del cielo y de la tierra, sin tener alguna relación íntima y cercana. Pero, Jesús prefiere relacionarse de una manera distinta y más cercana, mostrando no sólo cercanía con Dios, sino además a un Padre cercano que no abandona a sus hijos. Por eso, las palabras iniciales de la oración se dirigen al Padre, fuente de la vida y de todo lo creado. Al decir Padre, Jesús y todos en él somos sus hijos, "pequeños" que aman al Padre, pero al mismo tiempo se saben amados por él. Jesús al llamar a Dios, Padre, supera cualquier barrera que distancia a Dios de las personas. Entonces, en este tipo de oración se crea una nueva relación donde ya no hay terceros ni intermediarios para hablar con Dios, pues todos tenemos acceso a él y podemos hablar con toda confianza, recibiendo la bondad, la misericordia, el amor y la ternura del Padre, dejando que él mismo por su Espíritu nos sature de su gracia y de su fuerza para que también nosotros como hijos tengamos y desarrollemos las mismas características, incluso para aquellos que se han apartado y se han ido de casa, pero que después deciden volver (cf. Lc 15, 11-32), encontrándose con el abrazo y la fiesta de un Padre que se alegra porque su hijo perdido, ahora es recuperado. Orar al Padre nos acerca a Dios con toda confianza, pero además aprendemos a vivir y crear nuevas relaciones que nos acercan también a otras personas para que podamos orar intercediendo (cf. Gen 18, 20-21.23-32). Orar al Padre nos involucra y nos acerca con la realidad de otros hijos del Padre, abriendo nuevos contactos que al profundizar nos facilita encontrar nuevas experiencias que nos ayudan a aportar en la transformación de la sociedad.
2. Dar sentido a lo que pedimos y hacemos en nuestro proyecto de vida es practicar el amor, la libertad, la justicia y la misericordia, facilitando un estilo de vida que nos ayuda a avanzar en lo que somos como personas y en los que podemos lograr desarrollar para nuestro beneficio personal y el crecimiento de muchas personas, garantizando una mejor comunicación conectada con la relación del Padre. Jesús animando a la comunidad a orar presenta un modelo de oración que facilita al discípulo entrar en una relación cercana con el Padre: Cuando oréis, decid: Padre (vv. 2a). En este modelo de vida encontramos un saludo (Abbá-Padre) y cinco (5) peticiones (vv. 2-4). Jesús comienza su oración diciendo, Padre, reconociendo no sólo la confianza, sino además la intimidad, la cercanía con Dios, suscitando en nosotros la conciencia de ser hijos del Padre. Tener una relación cercana con el Padre nos distingue no sólo porque hallamos en él la fuente, el manantial desbordado de vida, sino también nos abre la posibilidad de que a través de la oración descubramos su voluntad, su proyecto. Este es el sentido de la primera petición: santificado sea tu Nombre (vv. 2b) porque al pronunciarlo queremos ser como el Padre. Es decir, que el mejor elogio, el más grande milagro que podemos hacer es parecernos al Padre, haciendo de nuestra vida un estilo de vida en santidad en el que transmitimos su bondad, su misericordia y su amor sin medida ni límite. Pero en este modelo de oración hay algo más grande, la segunda petición en el que dejamos que Dios como Padre intervenga en nuestra vida como Rey, sintiendo que no estamos solos y que él puede verse a través de cada uno como personas. Cuando el Padre es nuestra prioridad su Reino se impregna en cada página de nuestra existencia. Para ello es necesario aprender a escuchar para que podamos amar como el Padre. El que no sabe escuchar no sabe orar: Venga tu Reino. Además, le pedimos al Padre, el pan cotidiano, el pan que nos da vida; un pan que se renueva cada día en nuestro presente. Aquí en esta petición no se trata sólo de pedir la abundancia material, sino también y lo más importante Espíritu Santo: ¡Cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan! (vv. 13) para que vivamos practicando el amor, la justicia y la misericordia siendo libres y felices como hijos del Padre. Pero, hay una cuarta petición, el lenguaje del Perdón: Y perdónanos nuestros pecados... (vv. 4a). Saber recibir el perdón de Dios nos da la autoridad para perdonar a los demás: porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe...(vv. 4b). El perdón compartido nos sostiene y nos fortalece en nuestras relaciones personales con alegría, garantizando una mejor calidad de vida, o sea, que el perdón del Padre no sólo satisface al quien ha fallado, sino también a quien ha sido afectado creando una solidaridad fraterna y mucho más fuerte (cf. Col 2, 12-14) donde las renuncias, y las decisiones de vida de todos como personas marcan nuestra experiencia y proceso de existencia. De esta manera, el perdón fraterno muestra lo auténtico de Dios, un Padre que nos ama y nos perdona, nos declara inocentes (cf. Lc 23, 34) para que vivamos sanos y en paz. Y, finalmente la quinta petición que hacemos al Padre se caracteriza en una suplica que pide que salgamos victoriosos en el momento o la hora de la tentación, de las seducciones del mal: ...y no nos dejes caer en tentación (vv. 4c). Para el discípulo no faltarán las pruebas, las tentaciones que provocan desánimo y hasta abandono del proyecto maravilloso y sorprendente de Dios. Las metas, los objetivos y los proyectos de vida pueden quedar expuestos y en peligro de culminarse; sin embargo, la mano del Padre estará siempre presente, él no estará ausente para escuchar y para liberar. Por eso, es importante atrevernos a orar con perseverancia y con toda confianza al Padre, aún cuando las respuestas no sean inmediatas y las situaciones no tengan la claridad. Dar entonces sentido a lo que pedimos y a lo que hacemos a través de esta ventana de la oración nos facilitará enriquecer, avanzar y crecer en todos los aspectos de nuestra vida, logrando ser un canal de bendición para muchas personas porque aprendemos a mirar el mundo presente con sus momentos y con sus distintas situaciones de una forma diferente, con los ojos y el corazón de Dios para que fortalecidos y liberados en sus brazos paternos podamos levantar con constancia nuestra mirada para ver qué hay más adelante y, así continuar el camino donde aprendemos a vernos a nosotros mismos como el Padre nos mira, superando los obstáculos y por consiguiente, llegar a la meta.
3. Conseguir lo que nos hemos propuesto, buscando soluciones a las dificultades y obteniendo mejores resultados hace parte de quienes perseveran con eficacia superando la comodidad y los fracasos para llegar al cumplimiento de las metas. Jesús después de mostrar un bello modelo de oración al Padre, cuenta dos parábolas a sus discípulos. La primera trae como contenido a un amigo que satisface la petición de un amigo suyo en una hora inapropiada (vv. 5-8). La segunda cuenta a un padre bondadoso y generoso que tiene oídos y corazón para atender las solicitudes de sus hijos (vv. 11-13). La parábola del vecino amigo se caracteriza por lo que es prioritario, pues aunque era media noche y nada hay abierto en esa hora, como tampoco es fácil que el vecino se levante y ante la importunidad se moleste, la suplica de aquel amigo que llega no es posible evadirla porque lo importante es el servicio, la hospitalidad y la amistad: le dará cuanto necesite (vv. 8c). De esta manera, es posible comprender que si somos capaces de ayudar a las demás personas, haciendo incluso, cosas que nos parecen imposibles, cuánto más lo hará el buen Dios como Padre que está cerca, escucha y ama a sus hijos con amor desbordado y misericordioso. Orar siempre será oportuno porque no se recibe nada si nada se pide. Esta es la primera motivación para orar con insistencia: pedid y se os dará... porque el Padre no negará nunca su respuesta ni dejará con mano extendida a quienes como hijos han pedido su ayuda. La segunda motivación es buscar con confianza: buscad y hallaréis...Dicen que el que no busca no encuentra. Quien busca a Dios siempre se verá sorprendido de sus riquezas y de sus grandes y abundantes bendiciones para con sus hijos, descubriendo un estilo de vida a la manera del Espíritu Santo. Una tercera motivación para orar con perseverancia y confianza al Padre es tocar: ...llamad y se os abrirá...Quien toca la puerta o llama se le abre un nuevo espacio, un bien mayor para permanecer unido al proyecto maravilloso del Padre donde es conducido a ir más lejos. Abrir la puerta es descubrir que la vida no tiene límites y, en consecuencia lograremos mejores cosas de las que ya hemos hecho. La cuarta motivación es implícita: La importunidad. Puede sonar para algunos como un aspecto negativo esta actitud, sin embargo es una herramienta que da confianza porque si nosotros podemos dar cosas buenas aún cuando no nos sentimos cómodos o no estamos de acuerdo porque es importante hacer lo que es más importante y prioritario, cuánto más puede dar el Padre si oramos con perseverancia y con confianza. El Padre de la misericordia sabe dar cosas buenas y, con generosidad a sus hijos. En resumen, perseverar en la oración con confianza en el Padre no es un opción de vida, sino una "obligación" para mantenernos firmes en situaciones adversas, donde fácilmente podemos tirar la toalla, incluso esta capacidad nos ayuda a romper con ciertos protocolos, logrando que los resultados sean satisfactorios para todos. Perseverar en la oración nos impulsa a continuar hacia adelante sin desfallecer superando los miedos y los temores, dando oportunidad para transformar realidades, mejorando en nuestro quehacer diario, renovando y facilitando caminos para que otros también lleguen a sus metas, unidos por el maravilloso Espíritu Santo quien hace de nuestra vida siempre nueva y radiante.
4. Toda oración personal es importante porque nos facilita entrar en la comunión y la voluntad del Padre, pero también es importante orar como familia, como comunidad porque esto nos permite crecer en la practica de la misericordia y el amor. Tener una vida de oración compartida nos permite crecer y avanzar en todos los aspectos de nuestra vida porque no sólo podemos percibir el amor y la compañía del Padre, sino además, la compañía y el amor de muchas personas que nos aman o que necesitan ser amadas. De esta manera, la oración comunitaria o familiar nos fortalece y nos anima a crecer porque evitaremos quedarnos solamente en pedir ayuda, sino también podemos expresar con nuestros labios la gratitud y la alabanza (cf. Salmo 137,1-8) que brota de nuestro corazón cuando hacemos conciencia de las bondades generosas del Padre. Para esto es importante que perseveremos y con decisión en orar, en sacar el tiempo para estar en oración, dejando que fluya los mejores sentimientos y expresiones dirigidos hacia Dios y hacia las personas que amamos y que necesitan todavía ser amadas. Si algo debemos aprender en los tiempos de crisis y de desánimo es la practica de la confianza. No como una actitud o capacidad ingenua de quienes se sienten tranquilos esperando a que vengan mejores momentos, sino como un comportamiento de vida que nos permite continuar hacia adelante con responsabilidad, conscientes de nuestra realidad, pero con la mirada en el Padre que sabe dar lo mejor para sus hijos.
Luis Fernando Castro P.
Teólogo- Magister en Familia
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es
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