CREADOS PARA VIVIR LIBRES Y FELICES Lc 6, 17.20-26

CREADOS PARA VIVIR LIBRES Y FELICES
Lc 6, 17.20-26
Luis Fernando Castro Parra
Teólogo

En la travesía  cotidiana de nuestra vida nos encontramos con la opción de tomar algunos caminos que nos pueden conducir hacia el fracaso o hacia la victoria, hacia el crecimiento progresivo o a quedarnos haciendo lo mismo, apegados en el deseo caprichoso de no avanzar y de no dar, aun con riesgo otro paso para vivir de una manera grandiosa. Dos maneras aparentemente opuestas de vivir y de tratar ser lo que somos como personas libres y felices. Parece que esto es cuestión de decisión y de responsabilidad, de saber dónde tenemos puesta y cómo usamos nuestra libertad y nuestra felicidad, pues muchas veces la riqueza de lo que somos y de lo que tenemos nos exige tener una pisca de pobreza, de humildad, para mostrar la mejor versión, logrando vencer las apariencias y las actitudes que no nos permite vivir con verdadero sentido lo que somos y lo que podemos hacer de la mejor manera posible para nosotros y para el bienestar de muchas personas. A la Luz de la Palabra de Dios, Jesús bajando del monte y dirigiéndose a los discípulos en un paraje llano proclama cuatro bienaventuranzas y cuatro malaventuranzas o los "Ayes" para hacer entender los contrastes creados en todas las relaciones personales y en la vida social cuando de vivir y tratar de ser libres y felices buscamos y decidimos para compartir la plenitud con el Padre. Veamos: 

1. Muchas veces hemos escuchado que cada uno de nosotros, aunque nos parecemos como seres humanos, somos igualmente distintos, incluso estamos llamados a pensar y a actuar de una forma diferente en cualquier situación o cuando las circunstancias cambian, realizando acciones que beneficien, no sólo nuestra vida, sino también a las demás personas, evitando conductas que las dañen, desarrollando planes y estrategias que nos faciliten mejorar nuestros comportamientos. Jesús después de haber orado y llamado a los apóstoles en un monte (cf. Lc 6, 12-16), bajo con ellos a un paraje llano (vv. 17) y dirigiendo su mirada hacia sus discípulos, quienes están rodeados de mucha gente venida de diversos lugares, les proclamó cuatro bienaventuranzas (vv. 20b -23) y cuatro "Ayes" o malaventuranzas (vv. 24-26), poniendo a sus discípulos en una situación de decisión que los puede llevar a vivir como personas libres, responsables, comprometidos y alegres o cómo personas que solamente optan por su propio bienestar, su riqueza y su reconocimiento. Aquí en este estilo de vida, de acuerdo a la decisión que tomemos, podemos encontrarnos con una forma de pensar y de actuar diferente y más sorprendente, donde el amor por todas las personas sin condiciones, buscando su bienestar es la clave, es la llave para mejorar y crecer constructivamente nuestra vida personal y la de nuestro entorno, asumiendo así un modo de vida a la manera del Maestro. El balcón de las bienaventuranzas suscita siempre mirar la realidad para transformarla, buscando construir algo nuevo, empezando por nosotros mismos. Es posible que en la cotidianidad de nuestra vida tropecemos con algunas dificultades, pruebas y problemas que nos pueden hacer sufrir y llorar, que nos hacen sentir el hambre y vivir la pobreza, sin embargo, cuando sabemos aceptar y vivir de una forma diferente todos estos momentos, confiados en el amor de Dios y en su voluntad divina, superamos los obstáculos, miramos más lejos y nunca dejaremos de dar buenos frutos y mejores resultados con esperanza combativa, activa preservándonos del pesimismo (cf. Jer 17, 7-8; Salmo 1).

2. Todos estamos en la capacidad de compartir lo mejor que tenemos y lo que somos como personas, favoreciendo a muchas personas. Jesús proclama a sus discípulos cuatro bienaventuranzas donde los protagonistas son los pobres, los que tienen hambre, los que lloran y lo que son perseguidos y rechazados por causa del Hijo del hombre (vv. 20-23). La bienaventuranzas se caracterizan por un aspecto asombroso porque muestra el modo de saber vivir en sintonía con el querer misericordioso del Padre. Dejar que Dios obre en nosotros nos permite hacer conciencia de las necesidades personales de nosotros y de muchas personas. Creer que somos autosuficientes, que todo lo podemos solamente por nuestros esfuerzos y caprichos, que lo tenemos todo y no necesitamos de nada ni de nadie puede ocasionar que perdamos hasta nuestra propia vida. Vivir las bienaventuranzas nos conduce a identificarnos con Jesús para vivir un proyecto de vida en dirección al consuelo, la plenitud, el gozo y la alegría como don de Dios (vv. 23). Cuando miramos a nuestro alrededor nos encontramos con muchas personas que son pobres, que pasan hambre, que sufren, que son excluidos por su condición de vida, incluso algunos son ridiculizados y menospreciados. Son personas que en algunas ocasiones señalamos sin felicidad y sin dicha, algo que ellos mismos lo llegan a creer y logran sentirse como tal. Usan la frase: "algunos nacen con estrella y otros estrellados". Sin embargo, las personas que se dejan alcanzar por la fuerza de la bienaventuranza aprenden a vivir libres y felices porque nada los separa ni se aparta del Amor de Dios, abren nuevas dimensiones donde desarrollan la capacidad de descubrir la riqueza de compartir lo mejor que tienen como personas, de gozar la alegría de entregar, de experimentar el amor y la paz en medio de las situaciones adversas y complejas: bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios, ...los que tienen hambre porque serán saciados...los que lloran ahora porque reiréis...(vv. 20-21). Todos como personas sin exclusión alguna podemos hacernos pobres de ambicionar cosas superfluas con el fin de salir de nuestros egoísmos para lograr acercarnos a otras personas; reír con los ríen y llorar con lo que lloran. Todos como personas en momentos adversos podemos sacar lo mejor de nosotros, unidos a la bondad de Dios (Salmo 1, 6a), en favor nuestro y también en beneficio de muchas personas, logrando esperar con toda confianza la misericordia de un Padre que siempre está de nuestro lado para bendecirnos y darnos lo mejor de él. Es así, como muchas personas confiadas en la misericordia de Dios, deciden por identificarse con las bienaventuranzas, tomando en serio un camino de libertad y de responsabilidad constructiva, dedicados a emprender espacios y oportunidades que traen convivencia saludable y fraterna. Son personas insistentes, creativas, que buscan trabajar en equipo para estimular y animar, buscando que todos podamos crecer y avanzar en todos los aspectos, incluso en situaciones extremas. No para hacernos dependientes, sino para que adquiriendo algunas herramientas puedamos aprender a valernos por sí mismos, siendo proactivos, aflorando con discernimiento las capacidades y tomando las mejores decisiones para dar un paso más hacia adelante. Es así como la fuerza de vivir libres y felices, como bienaventurados transforma la mentalidad superficial y acomodada, descubriendo la riqueza de la solidaridad, de la alegría y de la disponibilidad constante por el servicio en todo momento y circunstancia de nuestra vida. Y, aunque odiados y perseguidos no nos acomodamos a los intereses y a los métodos mediocres y caprichosos que nos conduciría a una ruina total que se expresa en una sencilla y fuerte lamentación: ....los que se durmieron en Cristo perecieron (1Cor 15, 18).

3. Los triunfos, los reconocimientos, los elogios fáciles y las riquezas no suelen tener consistencia y base sólida porque los intereses personales y las conveniencias privan sobre la verdad y el amor fundamental. Jesús después de proclamar las bienaventuranzas pone en contraste un estilo de vida basado en cuatro "ayes" o malaventuranzas donde los protagonistas son los ricos, los que ahora están hartos, los que ríen y los que son elogiados y reconocidos (vv. 24-26). Todo esto es pura apariencia, un estilo de vida superfluo y sin sentido porque no precisa por conseguir los valores del Reino. Las bienaventuranzas y los apegos no son compatibles. Esto no quiere decir que no se pueda tener y disfrutar de algunas cosas. Lo que lamenta el Maestro es ver cómo se puede perder la vida, el amor al Padre por confiar en nuestras riquezas y deleites impidiendo ver el consuelo, la bondad y la misericordia que viene del Padre. En nuestra cotidianidad vemos a muchas personas que disfrutan de comodidades, que gozan de este momento presente como si poseyeran el mayor tesoro y, aunque es valido, poner la confianza solamente en esto puede ocasionar que se pierda el sentido de la vida personal y también la de muchas personas. Algunos toman el camino de buscar su felicidad poniendo la confianza en sus riquezas, en el poder, en la búsqueda de prestigio, en acumular bienes, satisfaciendo sus propios caprichos, olvidando la necesidades y la responsabilidad de compartir la vida con otros. Llevan muchas veces una vida de hartura, gracias a hacer sentir a los demás como personas pequeñas y, en ocasiones se convierten en obstáculo para que crezcan y avancen de un modo eficaz. Algunos, incluso llegan a distorsionar la verdad, usando sus conocimientos, sus elogios en favor de unos pocos, buscando conservar sus privilegios. No creen el amor como fuente de vida y felicidad. Se confunde el termino bienestar con felicidad. Y, aunque son pocos los que se atreven a precisar en dónde está su felicidad, algunos solamente creen encontrarla en el poseer dinero. Trabajan por dinero. Desean dinero para comprar cosas y adquirir un puesto dentro de la sociedad. Sin embargo, todo esto es una apariencia porque aunque suena muy agradable, al final lo que provoca es destrucción en la dignidad de la persona porque son capaces de mentir, de defraudar y de traicionarse así mismo por lograr un supuesto bienestar (cf. Jer 17, 5-6). La abundancia de nuestra vida nos puede ofrecer diversos medios de vida, pero no razones verdaderas para vivir y compartir. La insatisfacción de muchos no consiste en tener una crisis económica, sino en no tener verdaderos motivos para vivir, gozar y disfrutar de la vida; sabiendo vivir, esperando los momentos propicios y oportunos. Hemos crecido en muchos conocimientos, pero poco en saber vivir como personas libres y felices. Creemos necesitar de tantas cosas que no nos damos cuenta de lo que tenemos y de lo que somos. Es importante para vivir libres y felices evitar identificarnos con las malaventuranzas, teniendo mejor actitudes de servicio, de solidaridad, de amor, de desprendimiento que nos saquen de nuestra comodidad y monotonía para convertirnos en una posibilidad de vida y de esperanza para muchas personas. Hemos sido creados para vivir libres y felices, actuando con responsabilidad, compartiendo lo mejor que nos ha dado y bendecido el Padre del amor y de la misericordia. En resumen, Jesús nos pone frente a dos caminos, dos opciones y estilos de vida, que están estrechamente relacionadas, pero que necesita de discernimiento y de buena decisión para saber cómo actuar para vivir libres y felices, pues la alternativa por la riqueza requiere de una actitud humilde y de pobreza con el fin de saber recibir la misericordia entrañable de Dios que nos devuelve la vida, la libertad que nos hace hijos y el amor para servir a muchas personas, trayendo en el amor del Padre, abundantes bendiciones para todos. 
Luis Fernando Castro P.
Teólogo PUJ- Magister en Familia- ULIA
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es

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