EL BAUTISMO, UNA RELACIÓN TOTAL CON EL PADRE Lc 3, 15-16.21-22

EL BAUTISMO, UNA RELACIÓN TOTAL CON EL PADRE
Lc 3, 15-16.21-22
Luis Fernando Castro P.
Teólogo

Tomar conciencia de la responsabilidad y la manera cómo recorremos cada día nuestra existencia nos permite descubrir momentos de alegría, de gozo y de constante búsqueda, pero también nos facilita superar los distintos retos que se nos presentan en el caminar y, que muchas veces intentan hacernos retroceder. Para algunas personas estos recorridos se convierten sencillamente en una aventura caracterizada por la toma de decisiones ineludibles, por tener instantes de dudas que en algunos momentos se convierten más en estimulantes que en hallar verdaderas certezas porque están poseídos por el deseo de la seguridad, por actuar solamente dentro del campo de la rutina, por la búsqueda de sus propias ideas e intereses, por el poco interés de encontrarnos con algo más que nos permita aportar sin ningún reparo para bien de muchas personas. Esto, sin embargo, hace parte del recorrido de querer avanzar hacia nuevos objetivos con el fin de obtener una vida con constante dinamismo capaz de transformar de una manera comprometida y activa viviendo de un modo diferente. A la Luz de la Palabra de Dios, El bautismo de Jesús supera el bautismo en agua de Juan Bautista para que bautizados en Espíritu Santo y fuego nos sintamos como hijos del Padre con la decisión de desarrollar la misión sin ningún reparo. Veamos: 

1. Todos como personas hacemos nuestro propio camino, nuestro recorrido por la existencia de nuestra propia vida. Nadie más puede recorrerlo sin interesar si existe o no alguien más grande o pequeño que nosotros. Esta acción nos permite actuar desarrollando la grandeza de la humildad. Muchas personas han dejado sus casas y sus compromisos habituales para llegar hasta donde Juan Bautista para recibir el bautismo de conversión que él administraba: el pueblo estaba expectante (vv. 15a). De esta manera, se describe que existía un gran movimiento alrededor de Juan, quien con su estilo de vida y de predicación había despertado la esperanza en un pueblo que estaba cansado, agobiado y golpeado por la distintas situaciones que surgían en torno a su vida con el fin de descubrir algo nuevo, anhelando un mundo diferente en el que se pueda vivir mucho mejor. Esto originó confusión en algunas personas quienes pensaban en sus corazones que Juan podía ser el Cristo (vv. 15b). Sin embargo, Juan Bautista no se aprovecha de esta circunstancia, por el contrario actuando con humildad se presenta como precursor: Yo os bautizo con agua; pero está a punto de llegar el que es más fuerte que yo, a quien ni siquiera soy dignos de desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego (vv. 16). Juan no permite que la gente lo confunda con el Cristo. Él conoce sus límites y sabe hasta dónde llegar. No buscó formar un movimiento político ni tampoco endiosarse. El Bautista sabe que hay alguien más fuerte y decisivo que él, a quien todos deben acoger. Este aspecto es muy importante para comenzar a vivir una relación total con el Padre. Juan Bautista impacta porque sabe quién es y cuál es su misión. Algo que es interesante para lograr caminar libre y feliz en relación total con Dios. No saber quiénes somos y cuál es nuestra misión nos impide que las decisiones que tomemos no sean las más atractivas y adecuadas. Juan no se dejó llevar por los comentarios y las expectativas de las personas. Juan conocía quién era con sus posibilidades y sus limitaciones para vivir lo que le correspondía. Muchas personas viven únicamente de lo que otras dicen, pero no viven de lo que son verdaderamente ocasionando desilusión en su vida, terminan peleando y discutiendo con todo el mundo, viviendo de una manera desquiciada. Cuando sabemos quiénes somos no envidiamos ni deseamos lo que otros tienen o desean. Juan tenía claro su identidad y su misión. Saber quiénes somos también nos facilita conocer cuál es nuestra misión y hasta podemos llegar. La misión de Juan no era el de ser el Cristo, sino el de ser el precursor, quien prepara el camino del Mesías. El bautismo en agua es una preparación al bautismo superior en Espíritu Santo y fuego de Jesús. Juan Bautista disfrutaba con lo que era y con lo que hacía. Tener claro la identidad y la misión nos permite actuar con humildad, con libertad y amor, disfrutando mejor la vida, desempeñando mejor las funciones y los compromisos que cada uno de nosotros tenemos, haciéndolos con alegría con claridad y con gusto. Pero, en este caminar de saber quiénes somos y cuál es nuestra misión también es importante saber hasta dónde podemos llegar porque no habrá dolor ni envidia, como tampoco insatisfacción. Juan disfruta que otros crezcan y avancen, logren aportar cosas mayores, asumiendo sus propias responsabilidades, pues no hemos venido a competir sino a cooperar. No hay por qué sentirnos enojados con los que también quieren ayudar y lo hacen mejor que nosotros. No hay por qué poner obstáculos ni mortificarnos porque otros tengan mayor experiencia. Estamos para cooperar y servir, no estamos para rivalizar y vivir con envidia.  Así que, cada uno de nosotros, somos responsables de la construcción y de la experiencia de nuestra vida con nuestro propio estilo y con nuestro propio ritmo sumergidos en una relación total con el Padre. No podemos forzar a que sea diferente porque podemos desilusionarnos y desviarnos de lo que es más esencial. Lo importante es descubrir nuestra identidad y nuestra misión que nos corresponde como hijos del Padre, sumergidos en el amor de Dios para que caminando hacia adelante no nos quedemos montados en meros cumplimientos, abriéndonos con decisión eficaz hacia el crecimiento progresivo de muchas personas que están siempre expectantes.

2. Lo que da sentido a nuestra vida no es tanto la clase social, el trabajo profesional que desarrollamos, el privilegio que tenemos de cuánto ganamos y vivimos, los recursos que podemos usar para caminar hacia el desarrollo de la misión. Lo que da sentido es sumergirnos en el "líquido" de la vida y del amor de Dios para que con libertad y responsabilidad sirvamos permanentemente a fin de que otros también crezcan y avancen en nuestra vida. Jesús se pone en fila, junto con la multitud de personas para ser bautizado (vv. 21a). Jesús ha nacido en un pesebre, se ha hecho hombre, crece en estatura y sabiduría en el seno de una familia (cf. Lc 2, 52), pero también forma parte de un pueblo expectante, mostrando la cercanía de un Dios que camina con el ser humano, un Dios que se pone en nuestro lugar para ser luz de las naciones (cf. Is 42, 1-7). Con el bautismo de Jesús, el Padre y el amor se hace presente, se une a todo el pueblo para que también todo el pueblo se acoja a él (cf. Salmo 28) y a su divina voluntad. A esta grandeza de humildad, expresión total de relación de Jesús con su Padre se suma la oración confiada: se hallaba en oración (vv. 21b), explicitando su total confianza y fidelidad a Dios. Pero, además al abrirse el cielo, descender el Espíritu Santo en forma corporal como una paloma y escuchar la voz del Padre: Tú eres mi hijo: yo hoy te engendrado (vv. 22) se muestra el amor y la paz de Dios que salva y que anida en cada uno de nosotros para que como hijos del Padre, miembros de su familia, desarrollemos y llevemos a buen término la misión que nos corresponde de una manera responsable y comprometida. Jesús se bautizó porque como uno del pueblo, expectante, la figura de Juan le impacto. Jesús cree en lo que está haciendo Juan Bautista para después superarlo. Jesús no se bautiza para quitarse los pecados, pues en él no hay pecado. Tampoco lo hace para enseñarnos a bautizar. Jesús se bautiza para dejar claro su identidad y su misión. Saber quién es él, cuáles son sus credenciales es importante para desarrollar el programa del Padre (cf. Lc 4, 16s). Y ¿Quién es Jesús? Es el que está lleno de Espíritu Santo, signo de una nueva vida, de una nueva creación. Jesús es aquel a quien el Padre le ha concedido todo y a quien ha engendrado hoy. En Jesús reside el Espíritu Santo, es el Hijo de Dios. De esta manera, el bautismo nos permite saber quiénes somos y cuál es nuestra misión, pues el bautizado es quien está lleno de Espíritu Santo, es hijo del Padre, hermano de Jesucristo y, en efecto, tiene una relación intima, profunda con Dios. Por eso, todos como personas, podemos lograr un impacto profundo y transformador sobre las personas que nos rodean, sólo basta que podamos aceptar nuestra condición e identidad de bautizados (sumergidos en Cristo, consagrados como Jesús, amados por Dios), sintiéndonos "hijos predilectos", únicos e irremplazables, respaldados por el amor del Padre, con capacidades vivas que entregamos para que forjando un camino nuevo con acciones concretas y específicas, construyamos constantemente y cada día ...(hoy...) la misión confiada, dando testimonio del amor y la paz del Padre.

3. Podemos entender que uno es el bautizado, pero tres son los que se hacen presentes en el bautismo: El Espíritu Santo que "hace nido", que santifica; el Padre que reconoce su paternidad y desborda todo su amor por su Hijo; y el Hijo que recibe su amor y su fuerza, el dinamismo para caminar y llevar a buen termino la misión en bien de los hijos predilectos del Padre, formando la gran familia de Dios. Entre Juan y Jesús existe algunas diferencias en el bautismo. Juan era un asceta, vive en el desierto, predica un bautismo único de penitencia, incluso podríamos decir que causa algún miedo. Predica conversión con un lenguaje fuerte y casi amenazante, una predicación austera. En Jesús no hay dureza, existe en su predicación una invitación. Su lenguaje no es amenazante, él habla en parábolas pues, quiere que todos sepan que Dios viene a salvar y no a condenar. Jesús iba a fiestas (cf. Jn 2, 1s), a cenas, visitaba las casas y su predicación mostraba la vida cotidiana. Es ahí en medio de la vida donde se tiene que sentir la presencia del Padre, el cual atrae a todos para que juntos como hijos vivamos una vida más humana. Juan bautiza con agua. Jesús bautiza en Espíritu Santo y fuego, Espíritu de Amor y de relación total con el Padre. Juan Bautiza como un acto, un signo de preparación al juicio divino. Jesús bautiza para vivir un proceso siendo solidario con los pecadores en sintonía con la voluntad del Padre. De esta manera, vivir el bautismo como sacramento es vivir una relación total con el Padre en nuestra vida cotidiana. No es vivir en amargura. Algunos podrán decir que no han encontrado sentido a su vida y a lo que hacen, sin embargo, no interesa si hemos pasado desapercibidos por la vida porque no hemos estado a la altura de otras personas o porque algunos nos han hecho sentir que no valemos la pena. La vida sumergida en el "líquido" amoroso del Padre es para sonreír y para vivir. No es para estar actuando con amargura y sin hallar sentido a lo que somos y a lo que tenemos para aportar con responsabilidad y compromiso. Rescatar la vida bautismal es comenzar una relación total con el Padre, superando el bautismo de Juan, el bautismo en agua, para sumergirnos en el bautismo de fuego donde podemos comprometernos como hijos de Dios, hijos de la luz, y de la vida, llenos del Espíritu Santo, con él y, él con nosotros a modo de un contrato, sin distinción alguna (Hch 10, 34-38) construyendo una familia de Dios más justa, solidaria y más fraterna. Animados por el Espíritu Santo entonces, vivimos todo de una manera nueva y con dinamismo, descubriéndonos amados por Dios y dejando que muchos también se descubran amados por el Padre. Por tanto, el bautismo es una relación total con el Padre donde nos identificamos con él y hallamos nuestra misión como hijos de Dios con capacidades divinas para que puestos en camino hacia un nuevo estilo de vida, hagamos mucho bien a los demás, encontrando nuevos caminos, superando la mediocridad espiritual, poniendo nuestra vida como una adoración al servicio del Padre, movidos por la gracia sorprendente del Espíritu del amor que anida en nosotros.
Luis Fernando Castro P.
Teólogo PUJ- Magister en Familia- ULIA
@parraluisferf
luisferflormaria@yahoo.es

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