LOS “SONIDOS DE DIOS” EN EL ADORADOR
LOS “SONIDOS DE DIOS”
EN EL ADORADOR
Entrad, rindamos homenaje inclinados, ¡arrodillados ante Yahvé que nos
creó! Porque él es nuestro Dios, nosotros somos sus pueblo, el rebaño de sus
pastos (Salmo 95, 6-7)
El invitatorio del salmo 95 es una alusión no sólo a
alabar al Buen Dios por lo que Él hace, además, llama a tener un acto de
adoración, reverencia, honra y servicio al Señor, es decir una vida integral,
sumergida en el Espíritu, una vida
fundamentada en las acciones del Hijo que agrado, confió y miró siempre
al Padre con amor, cariño y ternura. Quien no escatimo nada por mostrar que el
culto verdadero de la adoración a Dios está en Amar sin límites, sin
condiciones.
Los “sonidos de Dios” en el adorador son vibraciones
o lenguajes del Amor que brota de lo profundo de su ser, haciendo de la
adoración algo no superficial o estático, por el contrario, mueve a tener un
verdadero estilo de vida ideal en el que se reconoce lo que es Dios para su
vida, su familia y todos aquellos que le rodean, con quienes se comparte en el
quehacer cotidiano de la vida, donde se impregna el aroma y el perfume que
viene y procede de lo más precioso del corazón del mismo Dios, creando lazos de
esperanza, unidad, reconciliación y paz.
Y, decimos que la adoración es un estilo de vida
porque hay el anhelo, el esfuerzo de llevar siempre en sus pensamientos,
palabras y obras a quien es el Amor (1 Jn 4,8). Esto no sólo motiva a vivir en
santidad delante de Él, (2 Cor 7,1), también significa que el adorador no sólo
se deja impregnar y maravillar del Amor de Dios en su lugar secreto o de
oración, sino que comparte esa presencia divina con las personas que ama y con
aquellas con las que debe amar más. Dirá el profeta Isaías… que aunque la oscuridad cubra la tierra y la noche envuelva a las
naciones su gloria brillará sobre ti (60,2).
Algunos pueden pensar o pretender querer adorar a
Dios con un estilo de vida indiferente o sin ningún compromiso, lo cual conduce
a entender una adoración falsa fundamentada en la ignorancia, pues quien no ama no ha conocido a Dios (1 Jn 4,8),
y por ende, no podrá adorarle en Espíritu
y en verdad (Jn 4, 23).
Quien adora, escucha los “sonidos de Dios”, en su
corazón, en la palabra de Dios, en las circunstancias y situaciones diversas de
su vida y, también en la voz de los hermanos, de la comunidad y de la familia.
Por eso, la adoración no es una costumbre, sino una vida espiritual en la que
con corazón humilde se siente siempre necesitada de beber del amor de Dios para
trasformar lo que esta oscuro, en gran luz, lo que está triste en alegría y
gozo, lo que es desesperanza, en consuelo y lo que parece muerto en vida.
Que como hacedores de paz, amor y vida, llenemos de
una atmosfera divina el mundo por el que seguimos caminando, sin reservas para
servirle exclusivamente a Él (Rm, 12.1). Pidamos la presencia adorable del
Espíritu Santo para que llenos de ese amor del Padre y del Hijo nos ayude para
ayudar a otros, y en ese acto agrademos y adoremos al Buen Dios que es todo
Amor y toda misericordia por nosotros. Que la intercesión de María, mujer
adoradora que agrado al Padre y llena del Amor de Dios, ejemplo de vida ideal
para nosotros, proclamemos y cantemos al mundo, a la comunidad, y a la familia,
las grandezas del Señor.
Luis Fernando Castro
Parra - Teólogo PUJ
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